Debido a situaciones personales hemos tardado mucho en acabar este nuevo número. ¡Y qué meses hemos pasado en el mundo! De ellos nos hacemos eco, brevemente, a través de algunas reseñas y artículos. Al comenzar este nuevo año os deseamos la paz, la paz que, estos días, en Asís, se hace familia humana en el encuentro ecuménico del Papa con los representantes de otras grandes religiones. La paz que pedimos para el pueblo palestino y el pueblo hebreo de buena voluntad. La paz del pan y la seguridad en Argentina. La paz en el sangrante pueblo del Congo, asolado además por un volcán. La paz interior que nace de una espiritualidad cristiana y que es este número nuestro tema central.
"¿Escribir
sobre Espiritualidad? ¿Estáis en vuestro cabales?”
Esta podría ser la reacción de algunas personas ante las reflexiones
que presentamos en este nuevo número de Discípulos. El
atentado de las torres gemelas de Nueva York, la guerra de Afganistán, la
crisis económica y la inseguridad, la sangrante herida de Palestina y muchos
otros temas han acaparado tanto nuestra atención y han alterado en tal manera
nuestras prioridades que plantearnos hablar de espiritualidad ante las
consecuencias de estos cambios parece colocarnos en una posición de alejamiento
de la realidad. Sin embargo, es en estos momentos cuando más nos debemos
plantear las cuestiones fundamentales de nuestra opción cristiana, nuestra
espiritualidad. Con Karl Rahner, el teólogo más importante del Concilio
Vaticano II, queremos seguir afirmando: El siglo XXI será espiritual,
contemplativo, místico... o no será. La
palabra espiritualidad evoca muchas
ideas diferentes que responden, a su vez, a diversos modelos antropológicos y
formas de concebir la vida cristiana. Frente a una concepción dualista de la
persona (compuesta de alma y cuerpo), y una teología que coloca a Dios –y lo espiritual-
en un cielo lejano a “los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo...”
(Gaudium et Spes, 1), definiremos espiritualidad
como la forma de vida del discípulo de Jesús que se deja guiar por su Espíritu. La
espiritualidad no es sólo la vida de oración. No es una parte de la vida
cristiana, el rato que dedicamos a hacer silencio o a nuestras devociones
privadas, sino el conjunto de nuestra vida, en todas sus dimensiones. Una vida
verdaderamente cristiana, espiritual, integrará esta dimensión con el resto de
las dimensiones del ser humano: política, social, económica, familiar, sexual,
racional,... La vida entera está llamada a ser vivida bajo la inspiración del
Espíritu de Jesús. A
lo largo de la historia de la Iglesia el Espíritu ha ido animando a personas y
comunidades a descubrir nuevos acentos y formas de vivir. Algunas de estas
formas de vida o “espiritualidades” han tenido una importancia decisiva.
Basta recordar el movimiento franciscano en la Edad Media. La pregunta que nos
inquieta ahora es: ¿podemos, al menos, clarificar algunos de los elementos que
una espiritualidad cristiana en el siglo XXI? Para
comenzar andar es necesario, como nos pide Jesús en el Evangelio, revisar lo
que hay en nuestra bolsa para quedarnos con lo mejor y aligerar lo que es peso
inútil. La espiritualidad del siglo XX se ha ido viendo iluminada, sin lugar a
dudas, por las reivindicaciones de los grandes movimientos de renovación que
desembocaron en el Concilio Vaticano II: el
bíblico, el litúrgico, el ecuménico, el comunitario, el carismático, el
catecumenal. A ellos hay que añadir la conciencia afinada o despertada por
todos los movimientos de liberación, en especial el obrero, el feminista, el
homosexual, el Negro y el de los pueblos del Tercer Mundo. Que no falte, además,
la sal de la nueva conciencia ecológica y planetaria, mitad globalizada, mitad
nacionalista (entendiendo el nacionalismo como la defensa en diálogo de lo que
cada cultura y pueblo aporta a la gran familia humana: su lengua, constumbres,
tradiciones, idiosincrasia...). Una
espiritualidad para el siglo XXI debe ser evangélica, poner a Jesús en el
centro y tener en el discipulado, en el seguimiento activo de Jesús desde una
comunidad, el modelo más eficiente sobre el que construir esa vida inspirada
por el Espíritu Santo y en permanente búsqueda de la voluntad del Padre en un
mundo que es nuestro reto y lugar teológico permanente. Una
espiritualidad renovada debe recobrar la presencia de las disciplinas
espirituales, herramientas o prácticas que nos permiten responder al Señor y
ser más maleables al Espíritu. Entre ellas hemos de redescubrir la importancia
de la oración personal
y comunitaria, cuyos cimientos son el silencio y la soledad. En un mundo incapaz
de “cerrar la puerta” para hablar al Padre en lo escondido, ¿cómo plantear
una vida interior rica y profunda? Hemos de recuperar el sentido profundo y
cristiano (no siempre se han practicado cristianamente) de otras disciplinas ascéticas
como la meditación, el ayuno y la abstinencia (cada uno sabe de qué debe
ayunar pues conoce debe conocer los apegos de su corazón), la penitencia, la
limosna, las obras de misericordia... Hemos, finalmente, de revalorar el acompañamiento
espiritual, limpiando las resistencias que llevaron a la desaparición del
modelo de dirección espiritual directivista e infantilizadora. En
resumen, hemos de caminar hacia una espiritualidad que nos lleve del inmovilismo
tradicionalista al conocimiento y respeto por la tradición desde la obediencia
creativa al Espíritu, una espiritualidad radicalmente laica y de discipulado
basada en la Palabra de Dios, profundamente contemplativa, encarnada en la
realidad cultural, política y social desde la opción por los pobres, con una
nueva visión del ser humano, desde una concepción positiva de la sexualidad y
el matrimonio, creadora de intimidad y silencio, capaz de admiración ante la
naturaleza, con una opción por la sencillez de vida frente al consumismo,
vivida desde los sacramentos, en
diálogo ecuménico y desde la integración del trabajo y el ocio. En
los artículos que ofrecemos se nos explican un poco más algunas de estas
ideas. Esperamos que os resulten positivas, útiles y fáciles de asimilar para
que creen verdadera vida en el Espíritu. Bibliografía
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