Tomado de El País, 15
de marzo de 2001 La
espiritualidad ha entrado en los círculos comerciales y se ha convertido en un
ingente negocio que, según datos tomados de Wall Street Journal, mueve
mil millones de dólares. El mundo empresarial ha descubierto su poder e
invierte en espiritualidad esperando conseguir pingües beneficios a muy corto
plazo. Tres fenómenos se mueven en esa órbita: los grupos de autoayuda, que
cuentan con una amplia difusión; los movimientos de la 'Nueva Era', que invaden
el mercado religioso y cultural, y las nuevas manifestaciones de la magia, que
desembocan en una credulidad laica. Son tres ejemplos de perversión de la
espiritualidad hasta límites insospechados. Los grupos de autoayuda se presentan como
formas de realización integral de la persona y cauces privilegiados para el
logro de su equilibrio emocional. Pero eso es sólo la apariencia, la intención
confesada. Sin embargo, su objetivo en muchos casos es el estímulo para un
mayor rendimiento y la consecución de mejores resultados en el ámbito laboral
dentro de la competitividad que impone el mercado mundial. La 'Nueva Era' es, según la certera observación
del historiador de las religiones Giovanni Filoramo, una etiqueta creada por
razones preferentemente mediáticas, que comprende experiencias heterogéneas
desde el channeling o comunicación con maestros superiores y espíritus
hasta las artes curativas conforme a la creencia tradicional del origen
espiritual de la enfemedad. Estamos ante una reinterpretación del espiritismo
de hace dos siglos. El mundo de la magia tiene un fuerte arraigo no
tanto en el terreno de las creencias religiosas tradicionales cuanto en el
imaginario colectivo de las sociedades occidentales laicas. Se extiende la
'cultura de los horóscopos' con el apoyo de no pocos medios de comunicación y
crece en proporciones insospechadas el número de personas que los consultan a
diario y se rigen ciegamente por sus previsiones. El individuo renuncia así a
su libertad de elección y se pone en manos de las fuerzas del destino. Lo que
entre muchas personas comienza como un juego o una distracción, con el paso del
tiempo se convierte en una especie de imperativo categórico a seguir. Las
consultas de los videntes, cartomantes, magos y adivinos cuentan cada vez con más
clientes en busca de mensajes optimistas que alivien las tensiones y los
conflictos de la vida. El alivio, empero, es pasajero y se torna frustración en
cuanto la persona se enfrenta con la dura realidad cotidiana. Los honorarios por
las consultas de este tipo no suelen estar sometidos a regulación alguna y
pueden constituir una forma de extorsión económica legitimada socialmente y no
controlada por las instancias correspondientes. Estas creencias no conocen edades ni clases
sociales. A ellas se adhieren personas acomodadas en busca de mejoras
'existenciales' y personas desfavorecidas para encontrar una salida a su vida
sin futuro. No faltan jóvenes, incluso no creyentes, que se instalan en ese
mundo sin experimentar contradicción alguna. Según una encuesta del Instituto
de la Juventud, el porcentaje de jóvenes españoles que cree en adivinos,
'profetas' y enviados ha subido en cinco años 7 puntos, pasando del 15% en 1995
al 22% el 2000. Estas manifestaciones demuestran que se ha
producido un desplazamiento múltiple: de la creencia crítica que caracterizó
el fenómeno religioso de las décadas anteriores a la credulidad acrítica; de
la gratuidad de la experiencia religiosa que definió los movimientos
espirituales alternativos al interés crematístico que define hoy nuestra
cultura; de una fe movilizadora de las conciencias y de las energías utópicas
a una fe pasiva y alienante; de la relación directa con la divinidad a la
comunicación a través de múltiples mediadores, guías espirituales, gurus,
etc. El negocio de la espiritualidad constituye una
de la más graves manifestaciones de la perversión de lo sagrado, como ya viera
Marx con especial lucidez. Corruptio optimi, pessima. Pero ésta es sólo una cara del actual clima
religioso. Junto al mercantilismo de la espiritualidad asistimos hoy al
renacimiento de la mística como tema de estudio y como experiencia religiosa. En los estudios sobre el fenómeno místico se
ha producido un cambio de escenario. Hoy no es sólo ni principalmente la teología
la que se ocupa de dicho fenómeno. Son también las diferentes ciencias humanas
y de la religión las que investigan sobre él en sus aspectos antropológico-sociales
y le conceden especial importancia en nuestra cultura. Ha cambiado también la
perspectiva de los estudios, que deja de ser confesional y apologética y se
torna crítica y laica. Ambos cambios dan como resultado una modificación
sustancial en la concepción de la mística y en la imagen de los místicos. La mística ha sido presentada como un fenómeno
antiintelectual y antirracional, que se mueve en la esfera puramente emocional.
Sin embargo, los más recientes estudios interdisciplinares parecen desmentirlo
y las experiencias religiosas profundas muestran que la mística compagina sin
especial dificultad el intelecto y la afectividad, la razón y la sensibilidad,
la experiencia y la reflexión, la facultad de pensar y la de amar. Si otrora se ponía el acento en el carácter
ahistórico, desencarnado, puramente celeste y angelical de la mística, hoy se
subraya su dimensión histórica. La mística tiene mucho de sueño y se mueve
en el mundo de la imaginación, es verdad, pero el sueño y la imaginación están
cargados de utopía. Y, como dice Walter Benjamin, la utopía 'forma parte de la
historia', se ubica en el corazón mismo de la historia, mas no para acomodarse
a los ritmos que impone el orden establecido, sino para subvertirlo desde sus
cimientos; no para quedarse a ras de suelo, sino para ir a la profundidad. A la mística se la ha acusado de huir de la
realidad como de la quema y de recluirse en la soledad y la pasividad de la
contemplación por miedo a mancharse las manos en la acción. Pero eso es
desmentido por los propios místicos y místicas, como la carmelita descalza
Cristina Kauffmann, para quien la mística 'es el dinamismo interno de toda
actividad solidaria y creativa del cristiano. Crea personas de incansable
entrega a los demás, de capacidad de transformación de las relaciones
interpersonales'. Los místicos y las místicas aparecen, a los
ojos de la gente, como personas excéntricas, pacatas, conformistas, integradas
en el sistema. Sin embargo, su vida se encarga de falsar esa imagen. En
realidad, se comportan con gran libertad de espíritu y acusado sentido crítico.
Son personas desinstaladas, reformadoras y con capacidad de desestabilizar el
sistema, tanto religioso como político. Por eso resultan la mayoría de las
veces tan incómodos para el poder que no puede controlarlos. Son sospechosos de
heterodoxia, de rebeldía y de dudosa moralidad. Por eso, con frecuencia son
sometidos a todo tipo de controles de ortodoxia por parte de los inquisidores,
de fidelidad institucional por parte de los jerarcas, de integridad moral por
parte de los cancerberos de la moralidad. Y no cabe extrañarse, porque así ha
sido siempre. Baste recordar a dos de los más relevantes místicos del
cristianismo: san Juan de la Cruz, encarcelado por los enemigos de la reforma
carmelitana, y al maestro Eckhart, cuyas doctrinas fueron condenadas después de
su muerte. La experiencia mística es objeto de
revalorización fuera del ámbito religioso. El filósofo Henri Bergson la
considera la esencia de la religión. Para el psicólogo William James, la raíz
y el centro de la religión personal se encuentran en los estados de conciencia
místicos. El científico Albert Einstein, nada sospechoso de apologista de la
religión, ve en la mística la más bella emoción del ser humano y la fuerza
de toda ciencia y arte verdaderos, y llega a afirmar: 'Para quien esta
experiencia resulte extraña, es como si estuviera muerto'. Volver al sumario del Nº 5 Volver a Principal de Discípulos
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