Vuestro
Padre sabe lo que os hace falta.
Buscad su Reino y lo demás se os dará por añadidura
Vended vuestros bienes y dad limosna.
Procuraos bolsas que no envejezcan, un tesoro inagotable en el cielo,
donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla.
Pues, donde está vuestro tesoro, está vuestro corazón.
Lucas 12, 30-3
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Necesitamos vivir simplemente
para que otros puedan simplemente vivir.
Mahatma Gandhi

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Si
somos de la gente más rica de la tierra ¿por qué no somos los más felices? ¿Es
posible dejar atrás los ritmos acelerados de la vida actual y buscar alternativas que
llenen nuestra existencia? ¿Es posible mejorar la calidad de vida consumiendo menos? ¿Es
posible vivir en mayor armonía con los ritmos de la naturaleza y de nuestro cuerpo?
La cultura occidental, capitalista y neoliberal prosigue su marcha
inexorable hacia un mundo cada día más sofisticado y artificial, proyectando en el resto
del planeta la misma fascinación y culto al dinero, la prisa, la movilidad, el consumo,
la competitividad, el trabajo deshumanizante, la acumulación, el éxito, la imagen, las
drogas de todo tipo, la realidad virtual que desfigura la vida... Como becerros de oro,
son nuevos ídolos que exigen la sumisión total de sus fieles. La publicidad, verdadero
compendio de todas las ciencias, se encarga de programarnos para que no nos escapemos de
este paraíso-jaula diseñado por los departamentos de márketing.
Las estadísticas, sin embargo, no cesan de darnos datos preocupantes:
utilizamos y despilfarramos más recursos de los que el planeta puede dar. 
Un quinto de la humanidad consume más que las otras cuatro
quintas partes, que viven en situación de pobreza. Aumenta la tensión, el estrés, las
relaciones humanas de quita y pon, la falta de tiempo para el silencio y la
introspección, la comida basura, la atmósfera enrarecida, el agujero de la capa de
ozono... Se nos invita a ir hasta el último rincón del planeta mientras seguimos sin
conocer a los vecinos de nuestra escalera ni la vida interna de nuestro pueblo o
barrio
o la de nuestros seres más queridos.
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¿Un programa de vida
para el próximo milenio?: optar por la simplicidad voluntaria. Ser más libres interior y
exteriormente. Ser más personas. Vivir con una mayor armonía entre el cuerpo y el
espíritu. Redescubrir la belleza de la naturaleza y de las relaciones humanas profundas.
Encontrar formas más naturales de re-crearnos, de usar nuestro tiempo libre, de
enriquecer la mente y restablecer nuestras fuerzas. Depender menos de las cosas para
sentirnos felices. Hacer que nuestras vidas tengan menos ataduras y dependencias. Ser más
desprendidos y más solidarios. Ser, en definitiva, como Jesús. Jesús
es el hombre sencillo por excelencia. Totalmente desprendido, se pone siempre en las manos
del Padre y confía. Invita a sus discípulos a vivir sin acumular, a no preocuparse por
cosas innecesarias, a ser pobres de espíritu, a repartir lo que sobra y aún lo que se
precisa con los más necesitados, a orar con confianza plena en tiempos de escasez, a
fiarnos de la gente que el Padre pondrá en el camino para ayudarnos. Sólo los sencillos
y humildes pueden entender su mensaje.
La Iglesia ha vivido este tema en eterna dialéctica, cayendo en la
tentación de amasar riqueza y poder y de hacer complejo, sofisticado, barroco y distante
lo que en un principio era sencillo y asequible a la gente. Por ello ha tenido que ser
sacudida cada cierto tiempo por profetas como los padres y madres del desierto, Francisco
de Asís, Carlos de Foucault, Dorothy Day, Juan XXIII,
El Espíritu Santo sigue alentando hoy la respuesta generosa de
personas que, desde opciones humanistas o planteamientos religiosos, nos alertan con su
testimonio del peligro y nos invitan a vivir vidas más sencillas. Son muchos ya los que,
interesados en algunas de las múltiples áreas de la vida simple, se han "echado al
monte" y han comenzado a caminar por senderos alternativos. ¿Por dónde empezar?
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