Basta escuchar unos cuantos días
las noticias en los diferentes medios de comunicación para
constatar que, después de siglos y siglos de historia, parece que
estamos condenados irremediablemente a repetir los mismos errores,
enzarzarnos en las mismas viejas peleas tribales, dejarnos guiar por
los más bajos instintos. Una parte de la humanidad vive encerrada
en su egoísmo, ignorando que la inmensa mayoría de la población
mundial carece de los más elementales recursos para sobrevivir. La
poesía de León Felipe (¡Qué pena que este camino fuera de
muchísimas leguas...!) parece dar la razón al pesimismo. No
es de extrañar que este año 2004, que estamos terminando, la Esperanza
ha sido un tema de reflexión en diversos acontecimientos
eclesiales, como el encuentro del apostolado seglar, en cuya
reflexión hemos basado esta introducción.
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muchos hombres y mujeres se
sienten desorientados, inseguros y sin esperanza
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Sabemos, por otro lado, que
donde hay sombras hay luces. De vez en cuando surgen pequeños
destellos de luz: pueblos que se levantan en masa gritando no a la
guerra, personas anónimas que hacen actos heroicos, movimientos que
se alzan contra los sistemas políticos y económicos que olvidan o
excluyen a gran parte de la población, personas humildes que
comparten lo poco que tienen con los que son aún más pobres,
padres y madres que encienden junto a la cuna del niño enfermo la
vela de la esperanza cada noche, comunidades que rompen prejuicios y
estereotipos para descubrir al “otro” que había sido
considerado enemigo y tender puentes de diálogo y fraternidad,
científicos que se dejan la vida persiguiendo una solución al cáncer,
a la malaria, al sida... Todos ellos son chispas de la Esperanza que
necesita la humanidad.
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La era de la inseguridad
La época que estamos viviendo
resulta desconcertante y sorprendente. Por una parte vivimos admirados del
avance de la ciencia y la tecnología; por otra, experimentamos la
imposibilidad de luchar contra un sistema que nos domina y que, junto al
progreso que genera, produce injusticias, guerras, desigualdades y
pobreza. El resultado de esta realidad es que muchos hombres y mujeres se
sienten desorientados, inseguros y sin esperanza.
También muchos cristianos están
sumidos en este desánimo. No en vano, esta desesperanza es provocada por
el descontento con la situación de la Iglesia actual, falta de profetismo
y víctima del involucionismo.
Algunas consecuencias
Este desánimo genera miedo a
afrontar el futuro e imposibilita a tomar decisiones definitivas, de por
vida. Consecuencias de este estado de cosas es centrarse en lo que se
conoce y se percibe como “seguro” y estable. Así, el egocentrismo
encierra en sí mismos a las personas y los grupos, reaparecen conflictos
étnicos y actitudes racistas y xenófobas, se acrecienta la
competitividad en el trabajo –sobre todo entre los muchos que tienen
contratos precarios-, se atrincheran los esposos en sus propias visiones
de la realidad hasta llegar a la ruptura, se extiende como una plaga la
indiferencia y la falta de compromiso social, político, ético,
religioso,...
Falsas esperanzas
Pero el ser humano no puede vivir
sin esperanza y sigue aferrándose a todo aquello que le prometa futuro,
saciándose con realidades efímeras y frágiles. Así, confía en una
esperanza tecnológica, en coches que prometen la inmortalidad a quienes
los conducen; en una esperanza reducida,
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convertida
en anhelos y deseos de tener; en una esperanza materialista, con toda su
pléyade de seguros de vida, fondos de pensiones e inversiones
garantizadas; en una es un esperanza pasiva, que anhela seguridad y
confianza en quien ostenta el poder; en una esperanza cerrada a la
trascendencia, incapaz de saciar la sed de felicidad que el hombre y la
mujer del siglo XXI continúan sintiendo dentro de sí mismos.
Edificar sobre arena
La fuente de esta pérdida de
esperanza está en el intento de considerar al ser humano como centro
absoluto de la realidad, haciendo que ocupe el lugar de Dios. Los
humanismos ateos han llevado al olvido de Dios y, con él, al abandono del
hombre, cuya dignidad suprema le viene de su Creador. El individualismo más
feroz lleva a relativizar todo principio y conducta moral y a valorar en
exceso lo útil y agradable sobre lo bueno, lo justo y lo verdadero. Se ha
edificado el mundo sobre la frágil arena del ser humano, y cuando llegan
los vientos y las tormentas se caen las débiles torres como castillos de
naipes.
Jesucristo, nuestra esperanza
Nuestra esperanza se fundamenta
en Cristo, principio y fin de toda realidad. La esperanza cristiana es una
esperanza humana abierta a Dios y garantizada por Dios. Como acto humano
es confianza humilde y segura en que Dios no va a frustrar sus promesas
inscritas en el corazón del hombre (1 Jn 3, 1-3). La fuerza y razón de
la esperanza cristiana radica en el acto amoroso y confiado de cada ser
humano ante las promesas de Dios, que no defrauda (Mt 6, 25-34).
Vivir la esperanza
cristiana es abandonarse en las manos del Padre, acoger el futuro como un
don de Dios y responder amorosamente al Dios que nos ama. San Pablo
sintetiza el contenido de la vida cristiana en la fe en la resurrección
de Cristo, la esperanza en la salvación futura y en amor como Cristo, que
ha cumplido y realizado su amor en servicio de todos (Rom 5, 5-11; 8,
31-39)
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Vivir la esperanza
cristiana es abandonarse en las manos del Padre .....................................
La esperanza que nos viene
de Cristo no es meramente personal, sino esencialmente comunitaria,
pertenece a la totalidad de la Iglesia (Ef 4, 4-6) Es una esperanza crítica
con las situaciones de injusticia, pero también activa promotora de toda
utopía y proyecto que genera cambios. La esperanza nos da la certeza de
que nuestro compromiso, cuando es fiel al de Cristo, tiene una meta
realizable y no es una ilusión alienante. La esperanza nos capacita para
afrontar con humildad y sin arrogancia, como Jesús, las frustraciones,
los retrocesos y los fracasos; nos fortalece en nuestro luchar pues se
fundamenta en Cristo y no en la autosuficiencia humana; nos lanza a creer
que lo que, ahora y para nosotros, parece difícil o imposible, es posible
para Dios.
La
Iglesia del siglo XXI, como en tantos otros momentos de la historia, es
llamada a ser una "generación de esperanza". En un tiempo donde
nos cuesta encontrar razones para esperar, aquellos que depositamos
nuestra confianza en Dios tenemos más que nunca el deber de justificar
nuestra esperanza delante de quienes nos piden cuentas (1 Pedro 3, 15).
En la Carta de
Taizé de 2003, el hermano Roger nos recordaba: «La fuente de la
esperanza está en Dios que solo puede amar y que nos busca
incansablemente.» Salgamos, pues, a su encuentro.
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