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¡Feliz
PASCUA! |
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La Iglesia avanza a saltos, de forma inesperada,
sorprendiendo a los extraños y pillando no menos desprevenidos a los de casa. Si el
Concilio Vaticano II fue la feliz idea del Papa Juan XXIII que se levantó una mañana de
buen humor y decidió abrir las ventanas de la Iglesia para que entrara un poco de aire
fresco, es probable que en el futuro se mire la celebración del año santo 2000 como el
momento en que el anciano Papa Juan Pablo II comenzó una revolución espiritual en una
sencilla liturgia de cuaresma.
Es difícil prever qué consecuencias prácticas
tendrá la recién terminada peregrinación del Papa Juan Pablo II a Tierra Santa y otros
acontecimientos de la celebración del jubileo del año 2000, pero no hay duda de que
estamos asistiendo a páginas de la historia de la Iglesia completamente inéditas. Era de
esperar, sin embargo, que una auténtica celebración del Año Jubilar desde la
espiritualidad original del "jubileo" bíblico entrañara actos concretos de
perdón, reconciliación y restitución. El Papa, consecuente con esta práctica, ha
propiciado una serie de gestos sin precedentes que comenzaron con la rehabilitación
pública de personas que habían sido perseguidas por la Iglesia en su tiempo (Galileo,
por ejemplo), continuó con el levantamiento de la excomunión a Lutero el pasado 31 de
octubre, preparada durante varias décadas de reuniones ecuménicas, y ha culminado este
12 de marzo con la petición de perdón por los pecados cometidos por la Iglesia Católica
- como comunidad de creyentes- a lo largo de los siglos.
Juan Pablo II, a pesar de la reticencia y perplejidad
de no pocos teólogos y obispos conservadores, ha lanzado una piedra a la adormecida
conciencia eclesiástica con objeto de "purificar la memoria". En esta ceremonia
penitencial, seguida de la publicación de un documento de la Comisión Teológica
Internacional titulado Memoria y Reconciliación: La Iglesia y las faltas del pasado,
la Iglesia ha reconocido su pecado histórico en varias áreas escandalosas: la
intolerancia y el recurso a métodos no evangélicos en el obligado empeño en defensa de
la verdad (especialmente en las Cruzadas); la división entre los cristianos; el
antisemitismo y la persecución del pueblo judío; la falta de respeto a pueblos, culturas
y religiones diferentes; las faltas contra la dignidad humana, con una especial referencia
a "las mujeres, demasiado a menudo humilladas y marginadas"; y, finalmente, por
los menores abusados, el desinterés hacia la pobreza de gran parte de la humanidad, los
marginados y los no nacidos suprimidos del seno materno. No es de extrañar que la Iglesia
reconozca que el creciente ateísmo es, en buena parte, fruto de su propio pecado.
Esta piedra, más que ondas en el estanque reducido
de los expertos en teología, levantará un verdadero maremoto en todas las áreas de la
vida cristiana. Y, si no, al tiempo. De hecho las primeras reacciones no se han hecho
esperar, y van desde quienes se asustan ante las consecuencias que esta asunción del
pecado puede tener para los creyentes, exhortados por el Credo a proclamar día a día que
la Iglesia es "Santa" (de allí la necesidad del documentos teológico
explicativo que acaba de publicar el Vaticano) hasta quienes creen que la proclamación se
ha quedado corta y debería haber incluido muchos de los pecados actuales de la Iglesia,
como la falta de democracia interna y de libertad de opinión, la marginación de los
divorciados y los homosexuales, y la exclusión de las mujeres y los varones casados del
ministerio sacerdotal. En las dos primeras semanas ya hay varias Conferencias Episcopales
que han reconocido las faltas de las Iglesias locales. La de Australia ha perdido perdón
por su contribución a la desunión de los cristians, el descuido de la causa de los
Aborígenes, su forma de tapar los abusos sexuales de algunos miembros del clero...; los
obispos suizos han reconocido que los católicos helvéticos fallaron en su obligación de
proteger a los judíos durante el nazismo; los obispos de EE.UU. preparan su propia carta,
y es de esperar que también la Iglesia Española se sienta aludida pues hay muchos trapos
sucios sin lavar que frenan hoy la credibilidad de la nueva evangelización.
¿Qué va a venir después? Es posible que haya
grupos eclesiales que se dediquen de nuevo a reparar las murallas, pero la mayoría de los
cristianos hemos recibido este gesto con alegría profunda. El proceso, sacramentalmente
hablando, es imparable. Ya no podemos escudarnos en la ignorancia del pecado. Esta
petición de perdón no nos ha hecho más conscientes de nuestras deficiencias
históricas, pues no ha revelado nada que cualquier persona con sentido común no
admitiera, pero nos ha puesto en el disparadero del paso siguiente. Para vivir
reconciliados, después del reconocimiento del pecado, hace falta el propósito de la
enmienda y la reparación por la ofensa cometida. Estamos, más que al final de un proceso
de reflexión teológica para la puesta en escena de un año jubilar medianamente
creíble, al comienzo de un largo camino de conversión que purifique a la Iglesia de sus
ataduras ideológicas, de sus miedos y de todo aquello que no la hace humilde, pobre y
comprometida con los pobres. Documento de la Comisión
Teológica Internacional: http://www.vatican.va/latest_sp.htm |
Abc
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