31 de octubre de 1999: un día feliz y maravilloso en
el que se firmó en la ciudad alemana de Augsburgo la Declaración común sobre la gracia,
en la que católicos y protestantes se ponen de acuerdo sobre la tesis principal de
Lutero. El hombre se salva por la fe y el amor a Dios, no por las donaciones a la Iglesia,
ni con bulas o indulgencias. Acaban -o empiezan a remitir- así 478 años de
incomprensión y persecución mutua. Una buena nueva con la que nos regocijamos en el
Señor.
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El Papa ha puesto una primera piedra
importante, con casi cuarenta años de retraso, al principal mandato del Concilio Vaticano
II: el de la unidad de los cristianos como ejemplo para la unidad pacífica de naciones y
pueblos, y su precedente declaración sobre la libertad religiosa como uno de los derechos
humanos al que también podían acogerse los católicos a partir del Vaticano II.
Desde el balcón de la plaza de San Pedro, Juan Pablo II celebró ese mismo
día esa firma que pone fin "a una de las principales discusiones que contraponían a
católicos y luteranos", dijo durante el rezo del ángelus. "Es una piedra
miliar en el no fácil camino de la recomposición de la plena unidad entre los
cristianos, y es significativo que se haya puesto en la misma ciudad donde fue escrita una
página decisiva de la Reforma luterana", añadió el Papa. Se refería a Augsburgo,
al sur de Alemania, donde hace 478 años Martín Lutero conoció la bula papal que le
excomulgó.
El cardenal Edward Cassidy, en representación de la Iglesia católica, y el
obispo Christian Krause, presidente de la Federación Luterana Mundial, en nombre de los
protestantes, fueron los encargados de firmar ayer, en una gran ceremonia, esa Declaración
común sobre la gracia. |