A
veces decimos: «no hagas eso, que está el niño». «Pero si a
esta edad no se entera de nada. Por él no te preocupes». ¿No te preocupes?
Desde su más tierna infancia, los niños aprenden lo que perciben, pues son
enormes observadores-imitadores: lo que ven, lo hacen o lo quieren; lo que oyen,
lo repiten. Gestos, movimientos de las manos, expresión facial, todo lo que
proviene del modelo adulto es celosamente copiado por el infante.
Sólo
los buenos comportamientos sirven de guía mental y vital. Los niños que ven a
sus mayores sostener la puerta abierta para que otros entren, dejar pasar
primero a los demás, ofrecer ayuda a los necesitados; los niños que ven cómo
los mayores hacen eso con sonrisa, están aprendiendo sin palabras. Si
un niño vive criticado, aprenderá a condenar(se) «¡Qué
malo eres, Juanito!». «Siempre te portas mal». Y Juanito se siente malo. En
lugar de evitar su maldad, la hemos potenciado. Si
un niño vive avergonzado aprenderá a culpabilizar(se) A
exigencias excesivas, reproche permanente y conflicto seguro. Y la culpabilización
hará estragos más adelante sobre las cabezas de los demás. Muchos
adultos caminan deprisa llevando de la mano a los pequeños, a los que
culpabilizan por su lentitud. ¿No se puede acompasar el paso adulto al
infantil?. Desde luego, el paso infantil al adulto no... Si
un niño vive chantajeado aprenderá a chantajear(se) Para
enfurecer al niño, o para divertirse con sus reacciones, jugamos al «ahora ya
no te quiero, ahora ya si te quiero». A veces llegamos a la crueldad de llevar
las palabras a la práctica con acciones y gestos. Si
un niño vive engañado aprenderá a engañar(se) Si
le digo al niño «no te preocupes, te compro uno mañana», o «no llores, mañana
te llevo a tal sitio», sabiendo que no lo voy a hacer, simplemente por salir
del paso, estoy defraudando al niño, que irá perdiendo confianza en los
mayores en quienes confiaba a ciegas, hasta el punto de no aceptar las promesas
siguientes, aunque se hagan con sinceridad y se piensen cumplir: pueden sonarle
a viejas mentiras y por tanto no las tomará en serio. Si
un niño ve la mentira aprenderá a mentir(se) La
mamá agarra un taxi con su hijo de seis años. El taxista, un varón, lleva un
pendiente en su oreja. Al verle, el niño le pregunta: «¿tú eres marica?».
El taxista se rie y le dice: «no, ¿por qué?». «¡Porque llevas un
pendiente!». La madre interviene: «el niño repite lo que oye a su abuelo».
«Pues papá también dice que los hombres con pendientes son todos maricas». «Dile
que no estoy», ruega el adulto al niño cuando recibe una llamada de teléfono
inoportuna, mientras el niño sabe que ese adulto falta a la verdad; «no vi el
semáforo», asegura el conductor al agente de tráfico ante el niño que se da
cuenta de la mentira. El niño está aprendiendo a mentir. Si
un niño vive amenazado aprenderá a amenazar(se) Si
le digo a un niño «como no te portes bien le daré el balón a tu hermano»,
terminaré haciendo de mis relaciones un peligroso juego de tensiones y
chantajes, destruyendo la necesaria confianza e incondicionalidad. Las
amenazas generan en los niños inseguridad, desconfianza, desmotivación,
desilusión. ¿Imaginan ustedes qué cara se le queda a un niño cuando entre
amenzas le decimos gritando: «¡No hay que decir las cosas gritando»!? Si
un niño crece abandonado aprenderá a abandonar(se) Se
abandona tanto más a un niño cuanto menos tiempo se está con él. ¡Cuántos
hijos para algunos ratos tan sólo! ¡Cuántos padres de foto! ¡Cuántos padres
que ven a sus hijos tan sólo los fines de semana, si es que los ven! El niño,
mientras, aún despierto, espera que «quizá papá llegue pronto». Niño
abandonado, padre abandonador. Si
un niño está mal aconsejado aprenderá a aconsejar(se) mal Quien
aconseja «pues tú no te dejes, no seas tonto, si alguien te pega, pégale tú
más», está educando muy mal. Debería aconsejar: «dile que no te pegue
porque te hace daño, y que es más bonito jugar y ser amigos. Y, si no te hace
caso, márchate y busca al profesor». Y ojalá que el profesor no vuelva a
decirle: «pues tú no te dejes, no seas tonto, si alguien te pega, pégale tú
más». Si
un niño cultiva el egoísmo, aprenderá a cultivar(se) en el egoísmo Cuando
a un niño se le lanza el consejo «tú no le prestes a él tu libro», se está
fomentando el egoísmo infantil, pues compartir es algo que a los niños les
cuesta mucho. Pero
si un niño... Si
un niño vive amado aprenderá a amar(se) El
amor y la protección a un niño deben ser incondicionales. Nunca deben ponerse
en duda. El niño debe saber que se le quiere siempre. También, por supuesto,
cuando se le regaña. Cuando se le regaña es por su bien, y así debemos hacérselo
entender al niño. Si
un niño vive cuidado aprenderá a cuidar(se) Cuidar
no es imponer un corsé de hierro, no es desplegar una rigidez excesiva,
agobiar, atosigar. Cuidar no es poseer. Cuidar es soportar todos los desvelos al
principio para que al final pueda el niño gozar de autonomía y de libertad. Si
un niño vive acogido aprenderá a acoger(se) Acogida
no significa permisividad absoluta: «que haga lo que quiera, pero que me deje
en paz»; «que haga lo que quiera, porque a mí mis padres no me permitieron
nada»; «que haga lo que quiera, que para eso es la democracia»; «todos hemos
sido niños»; «son niños y no hay que darle importancia»; «déjales que
sean felices», etc. Permitir a los niños salirse siempre con la suya puede
llevarles a no sentir ninguna responsabilidad por sus actos. Por el contrario,
cuanto más claros tengan los límites desde niños, menos problemas padecerán
después. Acoger
es partir de lo que el niño es, potenciando lo mejor y corrigiendo con cariño
lo peor cuando llega el momento: mañana es tarde. La posición «cuando sea
mayor ya habrá tiempo de ponerle límites al niño» es falsa. Esperar a que el
niño haya comprendido la importancia de la disciplina para someterse a ella
constituye una equivocación, pues cuanto mayores son los niños, tanto más
complicado resulta poner límites a sus desafueros. Si
un niño vive educado aprenderá a educar(se) Si
con un niño utilizamos buenos modales, si solicitamos permiso antes de hacer
cosas, si respetamos su intimidad, si le escuchamos con atención, entonces al
final también él utilizará buenos modales, solicitará permiso...
Si
un niño vive la justicia aprenderá a ajustar(se) Para
que un niño sea justo ha de vernos practicar alegremente la equidad con amigos,
con vecinos, y con extraños.
La fuerza del ejemplo es primordial para educar en valores. ¡No vaya a
pasarnos lo que a aquel autor de una «Guía para peatones», que resultó
atropellado el mismo día en que salió el libro!. El
niño soporta con paciencia algunas molestias, dificultades y disgustos si los
adultos a quien admira le han hecho ver que es bueno aguantarlo. Si un niño
nota que su madre amada está muy agotada no hará ruido para no enturbiar su
descanso. Si advierte que algún hermanito está triste, le regalará cualquiera
de sus propios juguetes, o jugará con él. En la medida de su desarrollo
evolutivo comprenderá que necesita estar atento a quienes están atentos a él.
Aprenderá que hay momentos oportunos e inoportunos para pedir cosas según la
situación de la otra persona, para preguntarse por la tristeza o alegría de
los demás, etc, y para buscar los medios con que superar las dificultades. La
pregunta lógica y normal «¿por qué debo desprenderme de este juguete?»
encuentra respuesta sencilla y no necesitada de justificaciones intelectuales
cuando el niño ve que el adulto admirado se desprende una y otra vez de sus
propios «juguetes» y los comparte como cosa normal con quienes no los tienen;
cuando ve que habla con respeto de los demás; cuando no murmura, ni calumnia,
ni difama; cuando no baja del autobús sin pagar el billete; cuando no cuenta
pequeñas mentiras; cuando ayuda a sus propios hermanos más necesitados; cuando
se acerca a enfermos para auxiliarles, etc. Asimismo
aprenderá a preguntarse por la identidad y la diferencia: «esto le molesta a
él, ¿por qué no me molesta a mí?», «esto le agrada a él, ¿por qué no me
agrada a mí?», etc. Todo
lo dicho es tan evidente, que hasta podría expresarse en sencillos pareados:
La
tarea de educar (padres, maestros) es tan hermosa y apasionante como no siempre
fácil. De lo que no cabe duda es de que ustedes son sumamente,
insustituiblemente importantes, y de que pueden. Puede hablar a su hijo con
autoridad quien predica con el ejemplo:
Este
libro y su autor viven plenamente convencidos de que la educación científica y
moral del niño no estará nunca completa sin el ejemplo concreto y personal de
ustedes, los padres y maestros. Ustedes son sumamente, insustituiblemente
importantes. De su ejemplo depende el porvenir de este niño, y a su través el
de las generaciones venideras. Muy estimados padres y maestros, vamos a trasladar a la acción todas estas cosas que sin duda ustedes conocen teóricamente. Al respecto nunca se insistirá lo bastante en la necesidad de aprender a ser permanentemente niños para ponernos de puntillas y ver el horizonte, para recuperar en nuestros ojos adultos la ilusión y la infinitud de los mundos infantiles, que parecen no tener fin.
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