+ ISSN 1576-9925
+
Edita: Ciberiglesia
+ Equipo humano
+ Cómo publicar
+ Escríbenos
+ Suscríbete
+ Apóyanos



Portada - Nº 3 - Diciembre 2000

  "En esto conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

             
Juan 13, 35

INFANCIAS

--  L
a mirada de los niños, nuestra fuerza
--  ...y nació en el alto.                                   
-- Anabel, o cómo los niños nos evangelizan

La mirada de los niños, nuestra fuerza

Gema García y Nekane Abalia
Asociación de Promoción Comunitaria Pan Bendito

Madrid

roasaledapb@navegalia.com

Hay un niño en pie en la oscuridad, tiene largos brazos para abrazarte, pero hasta que no puedas ver su mirada quizá no puedas sentir su abrazo. 

Las caras de un gran número de niños que viven en la periferia de las grandes ciudades  de occidente, tu ciudad, mi cuidad, expresan inocencia como la de cualquier niño, curiosidad por el mundo que le rodea como la de otro niño, ganas de jugar, reír, y ser querido por adultos sensatos  como la de cualquier niña. Sin embargo en la profunda mirada de sus ojos nos muestra  una realidad de explotación y dolor  de generación en generación. Un gran número de niñas y niños viven las consecuencias de un mundo que ha globalizado las plusvalías, el mercado, la tecnología, pero a penas se ha fijado en el desarrollo humano, en la cultura, la educación, la mujer, los niños.

La riqueza tiene enfrente la pobreza,  y la riqueza absoluta, la pobreza absoluta. Las 600 personas más poderosas y ricas del planeta es a costa de los miles de millones de niños, mujeres, ancianos y hombres carentes de absolutamente  todo lo más básico para sobrevivir. 

¿ Cómo fue la realidad de, digamos, un hombre o mujer de 30 años que está hoy en cualquiera de las prisiones de nuestro país o de cualquier país occidental ?, y  ¿ Cómo fue su infancia ? Una infancia de explotación, una familia más explotada si cabe aún. La realidad de muchos de los niños, que de adultos terminan en la cárcel, es enigmática: muy,  muy vulnerables, con necesidades enormes: materiales, de seguridad, de cariño, y a la vez temidos, encerrados en centros de reforma con varios adultos para controlarlos, duros para trabajar en el más duro de los trabajos: primero pedir, robar después para sobrevivir y pronto encontrar vías de escape de la insoportable realidad: las drogas. Ha soportado en su pequeño cuerpo violencias, aprendido a sobrevivir ocultando sus llantos y dolor a todos, incluso a sí mismo. 

 La violencia y el dolor aniquila todo en la persona, cuanto más si es en un niño. ¿Cómo crecer con un invasor tan enorme?

 Sólo si somos capaces de no tener miedo y poner patas arriba esta sociedad injusta y desigual. Sólo cuando seamos capaces de mirar a la cara a estos niños más desfavorecidos y explotados de nuestra ciudad, de nuestro planeta, seremos capaces de romper las ataduras que hoy nos impiden gritar pidiendo:

  • Valores más allá del lucro y la ganancia como único motor y sentido del ser humano.

  • Una política macroeconómica que reparta y sea justa, equitativa.

  •  Que los recursos se usen de modo racional y sostenible. La economía ha de estar al servicio del ser humano, de todos los seres humanos y producir todo aquello que necesitamos todos los seres humanos para vivir dignamente.

      .....................................
La violencia y el dolor
aniquila todo en una persona, cuanto más si se es un niño

.....................................

 Sólo así podemos frenar la fábrica de generar frustración, dolor, violencia, explotación y una infancia mal tratada hasta el extremo. Ser  capaz de mirar a los niños a la cara es el valor que necesitamos para exigir que esto cambie YA.

 

 


...Y NACIÓ
EN EL ALTO

Patricia Castillo
josete@bch.navegalia.com

  El nacimiento de Nelson  fue así. Estaba Reina, desde los quince años, casada con Tomás. Tenían 2 hijos y era ésta una más de las muchas familias pobres de la ciudad. Vivían en un pequeño cuartito alquilado, sin agua potable y servicios sanitarios. Tan solo un poco de luz procedente de una bombilla colgada del techo. Reina estaba vestida, sentada en cuclillas sobre la cama, con un barreño entre sus piernas y con la cara contraída por el dolor a causa de las contracciones. Ni un gemido, ni un lamento salía de su boca. En el cuartito, un silencio dinámico. Tomás calentaba agua en el caldero y una señora ya mayor, posiblemente una vecina, preparaba el aguayo para recibir a la guagüita en cuanto naciera. Todo preparado sobre la cama: una tijera oxidada para cortar el cordón, y unos hilos negros para ligarlo.  

       El frío en la calle es intenso, son las cinco de la tarde y ya es de noche. Los otros hijos de Reina y Tomás, Luis y Miguel,  han ido al baño, un vertedero de basuras detrás de la Capilla, con su vecinita, algo mayor que ellos. Es domingo y a esta hora, la comunidad celebra la Eucaristía. Posiblemente se pasen por ahí, como cada domingo, atraídos por los cantos y por el calorcito humano que allí hay.

     Por fin, el llanto del pequeño Nelson rompe el silencio del cuartito, que se transforma en un coro de risas, suspiros de alivio, orgullo paterno ante un nuevo hijo varón,... Es momento para el gozo, ya habrá tiempo para la preocupación.

      Tomás lleva tiempo buscando trabajo, pero tan solo puede acceder a empleos de temporero en la construcción, mal pagado y nada estable. Reina le ayuda vendiendo en el mercado algo de verdura fresca: arvejas, vainas, espinacas, zanahorias,... Cada mañana a las cuatro se levanta, prepara una sopita para que sus hijos tengan qué comer cuando ella se vaya a trabajar, los despierta y comparten juntos un tesito y si la venta del día anterior ha ido bien, un pedazo de pan para cada uno. Prepara a Nelson, le da de mamar y se  lo carga a la espalda en el aguayo. Se ha de ir pronto para que no le quiten el sitio en el mercado, pues ella no puede pagar el puesto y tiene que conformarse con las calles de menos comercio y aún éstas, si no llega pronto, se llenarán rápido. Empujando la carretilla con los sacos de verdura y Nelson a la espalda, deja a los niños mayorcitos y la sopita que ha preparado, con la madrina . No puede llevárselos, controlar a tres niños tan pequeños y venderse, es complicado. Ya en el mercado, muchas horas por delante, hasta las cinco de la tarde, sentada en el suelo, sobre algún saco vacío, esperando que alguien se acerque a comprarle algo. Nelson, sentado al lado de ella, bien tranquilo, siempre sonriente, distrayéndose con cualquier cosilla que sucede a su alrededor. Y de vez en cuando, se acerca a su madre, le busca la teta y a comer. ¡Con que sólo saque para dar de comer mañana a sus hijos...!

     Sucedió que cuando Reina quiso llevar a Nelson al colegio, no se lo admitieron. Su nacimiento no estaba registrado. Cuando nació no tenían el dinero que había que pagar para ello, lo dejaron para más adelante y  se les fue olvidando. Ahora tampoco hay plata para hacerlo. Nelson tiene otra hermanita más y los gastos en casa han aumentado. Tomás se marchó a trabajar a Santa Cruz y lleva más de un año sin mandarles dinero. Viven con lo que Reina consigue vendiéndose. Nelson continua bajando al mercado con su madre, ayudándola y ganándose unos centavos haciendo recados a los demás comerciantes. Es un niño bien despierto y su madre se siente orgullosa de él. De vez en cuando se deja caer en la plaza de Ballivian y por unos centavos vocea la ruta de las movilidades (transporte colectivo), que están bajando continuamente a La Paz., hasta conseguir llenarlas. Éste es el mejor momento del día, porque para Nelson, el oficio de voceador, es todo un arte y  cualquiera no puede hacerlo. Él se siente ya un hombre al poder ayudar a su familia, aunque su madre le dice que todavía le queda un tiempito. Luis y Miguel, que sí pudieron entrar en el colegio, también ayudan a la familia los fines de semana trabajando: Miguel, lustrando zapatos en la Ballivian y, Luis, el mayor, voceando la ruta del “minibús” 611.

      Ahora Nelson tiene 7 años. Hace dos meses comenzó a trabajar de voceador de la ruta 202. Su jornada comienza a las 6 de la mañana y termina a las 8 de la noche, a cambio de la comida y 5 bolivianos (150 pesetas) al día. Su sueño se ha hecho realidad: trabajar de voceador para un “buen jefe”, que lo tiene en consideración, poder ayudar a su madre y hermanos, y algún día poder comprar una chacra cerquita de Copacabana.


Anabel
o cómo nos evangelizan los niños

Juan Yzuel

       Son las cinco de la mañana. El reloj del comedor acaba de sonar y desgrana ahora sus cinco campanadas. Como va cuatro minutos adelantado, todavía tengo una tregua hasta que Domingo oiga su despertador y venga a encenderme la luz para que no me tiente la pereza.
       Estoy cansado y he dormido mal. Una infección intestinal me ha dejado casi insomne por más de dos semanas… No, hoy no voy a levantarme para la oración del Vía Crucis en el templo de la misión. La cuaresma aquí, en Camerún, es dura. Nuestra gente tiene la costumbre de venir todos los días a rezar a las cinco y media de la mañana. Con eso de ser misionero y dar ejemplo… Pero hoy tengo razones justas para quedarme en la cama: no he dormido, estoy enfermo…

       Bueno, a decir verdad, también ellos están casi todos los días aquejados por alguna infección o dolencia y no dejan por ello de venir. ¡Hasta los niños madrugan! Anabel, por ejemplo, que apenas tiene seis años, llega envuelta cada mañana en su rapa-rapa, tiritando de frío…
       Anabel vive cerquita de la misión con sus abuelos, papa Michael Fonjenka y mami Francisca Ngemenang, y su mamá, Catherine Ngebi. Tiene otros tres hermanos pero no sabe quien es su padre. Seguro que estará ahora entre todos ellos sobre su cama de ramas de rafia, compartiendo una raída manta y el último calor del fuego de la noche que todavía humea en el centro de su cocina-dormitorio. ¿Sentirá también pereza para levantarse…? ¡Claro! Es una niñita. Pero la vencerá en cuanto oiga el tam-tam que el catequista tocará en unos minutos llamando a la oración y vea levantarse a su abuela. Cuando llegue a la iglesia se quitará las chancletas por respeto, las dejará a la entrada e irá a ponerse al lado de los monaguillos, a rezar con sus manitas juntas mirándolos de reojo e imitando sus devotos movimientos, tan cerquita tan cerquita que, como todos los días, acabará con su pelito ensortijado lleno de cera de la que los acólitos dejan caer al moverse con los velones de estación en estación. Durante la misa intentará estar quietecita, junto a su abuela, y alguna vez caerá dormida en su regazo. El día será largo…
       Cuando acabe la misa, apenas salido el sol, vendrá a buscar agua a ala fuente de la misión en una olla tan grande que pesa casi tanto como ella. Nunca dejo de sorprenderme al verla llevarla tan segura y erguida sobre su cabeza. Siempre que pasa a mi lado le gusta que moje mis dedos en el agua y le salpique la cara. Entonces sonríe mostrando sus dientes blanquísimo y bajando sus largas pestañas negras.
       Después de comer un poco de maíz cocido y aliñado con aceite de palma caliente se pondrá el uniforme azul celeste y vendrá a la escuela de Futrú para jugar un rato con sus amigas antes de que Mister Nanji, el director de la escuela, haga repicar la llanta de camión que, a guisa de campana, recuerda a todos los niños que quien llegue tarde a la formación y el desfile que precede al inicio de las clases tendrá un doloroso encuentro con una de las múltiples varas que hay en el “departamento de material didáctico”. 
      

Tras la marcha a ritmo de tambores y flatuas entrará en su clasecita de primero, situada en un humilde edificio de adobe con el suelo de tierra y, junto con sus 92 compañeros de clase, aprenderá nuevas palabras inglesas que no entiende pero que le resultan divertidos porque las aprenden cantando. También aprenderá algún número nuevo escribiéndolo sobre su desvaído pizarrín. Como es muy avispada, seguro que se levanta alguna vez a responder a las preguntas de su maestro, Mister Ngangmi. Y éste, que no ve muy bien, se le acercará a un palmo de la cara para reconocerla e, invariablemente, le dirá: “Dinos la respuesta, Ngeloh”.
       Y es que Ngeloh es su nombre verdadero. Anabel es el nombre cristiano que le puso su madre, pero todavía no está bautizada. Tiene que crecer un poquito más y venir a la catequesis. Sin embargo, ya sabe recitar de memoria muchas oraciones. La que más le gusta es le ángelus, que todos los niños recitan a las doce. Quizá le gusta porque pronto va a comer y luego a la huerta. Es la época de la siembra y debe ayudar por las tardes a su madre a plantar las semillas con su pequeña azada. Cuando vuelva del campo, al atardecer, traerá sobre su cabeza un haz de ramitas para ayudar a prender el fuego de la noche. Luego volverá a buscar otra olla de agua para lavarse bien el uniforme, bañarse con un pequeño cazo, cenar y acurrucarse de nuevo entre sus hermanos mientras los más mayores cuentas historias junto al fuego y su abuelo marcha con su grupo de danzantes enmascarados al duelo de alguien que murió ayer. Y mientras los tambores y xilófonos suenen a lo lejos, caerá profundamente dormida en una paz y felicidad que es difícil de explicar a las gentes de otros países… 

   "¡Buenos días, Domingo!"... "Sí ya preparo yo la eucaristía. Anoche te dije que quizá no me levantaría pero hoy quiero dar gracias al Señor por tantas bendiciones que nos da. Y por el don de estos niños que nos evangelizan."

 

 

 

Volver al sumario del Nº 3            Volver a Principal de Discípulos

Principal | Eclesalia | Discípulos | Jesús | Oración | Acción | Orientación | Educación Música | Enlaces | Solidaridad | Recursos | Portadas | Escríbenos