Hace
casi 2000 años, la comunidad cristiana en la que se escribió 1 Pedro se
sentía “como extranjeros de paso por este mundo” (2,11). Al hablar así el
autor se está refiriendo a la sociedad en la que está arraigando y creciendo
la Iglesia, sociedad (Roma, la capital del Imperio) formada y, sobre todo,
dirigida por quienes “no conocen a Dios” (2,12). Aunque ellos identifican su
experiencia con la que vivieron sus antepasados en el exilio de Babilonia
(5,13), la carta sale al paso de posibles miedos (3,14), desconfianzas o rebeldías
a las autoridades paganas (2,13-15), llamando a vivir entre los demás la
libertad de los que son servidores sólo de Dios (2,16), por medio de la práctica
del amor y la bondad, siendo instrumentos de bendición de parte de Dios
(3,8-9). En aquel contexto, que muchos
cristianos encontramos similar al nuestro, y con estos planteamientos de fe, que
también muchos creemos que es el que los cristianos debemos adoptar, el autor
de la carta llama a los cristianos a estar “siempre preparados para responder
a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza”, aunque haciéndolo
siempre “con humildad y respeto” (3,15-16a). Esta esperanza procede de que
“el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... por su gran misericordia nos
ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo” (1,3), y se
fundamenta en la alegría que nos da la fe en esa salvación obrada por Cristo
(1,8-9), acerca de la cual “ya los profetas estudiaron e investigaron”
(1,10). Siguiendo la tradición de los
primeros cristianos, también nosotros vamos a acudir al estudio de las profecías,
para buscar en ellas lo que anunciaban “para nuestro bien” (1,12), aunque
utilicemos métodos de estudio distintos a los empleados por ellos, más acordes
con nuestros conocimientos. Nos vamos a centrar en el tema de la escucha de
la Palabra de Dios a lo largo del libro de Isaías, un tema que nos puede
ayudar a comprender mejor la importancia que para los cristianos de las primeras
hornadas tenía la predicación del Evangelio, y que puede orientarnos en la
tarea que también hoy (posiblemente hoy con mayor necesidad que en el pasado)
tenemos los cristianos de dar razón de nuestra esperanza. Empezaremos por fijarnos en algunas cuestiones de gramática y diccionario. Pueden resultar un poco aburridas, pero son necesarias para comprender, en segundo lugar, el lenguaje de Isaías y de los profetas de su escuela en relación con el tema de la “escucha”. Dando un paso más, podremos fijarnos en el sentido que tiene para ellos la escucha “de Dios y su palabra”. Por último intentaremos profundizar en el tema, preparando el terreno para su actualización en las comunidades cristianas de hoy. 1. ALGUNAS CUESTIONES
DE GRAMÁTICA Y DICCIONARIO Cualquiera puede constatar, a
primera vista, que el tema de la escucha es ampliamente utilizado en el libro de
Isaías. Cuando rastreamos a lo largo de todo el libro la utilización del verbo
shema` (= oír, escuchar, entender, obedecer) lo encontramos en sus
diversas formas 98 veces, según la siguiente distribución: 45 veces en el
Protoisaías (PrIs), 40 veces en el
Deuteroisaías (DtIs) y 13 veces en el
Tritoisaías (TrIs). Este uso tan
abundante pone en primer plano la importancia que tenía este tema para esta
escuela profética que tuvo tanta trascendencia para la tradición bíblica y
para la lectura de las Escrituras en los primeros tiempos del cristianismo. De
entrada, ante tan abundante utilización ya podemos imaginarnos que aquí hay
algo ante lo que quizá valga la pena detenerse y fijarse con atención, por si
encontramos algo significativo para los cristianos de hoy. Para poder obtener una primera
impresión acerca de la utilización concreta del verbo, podemos fijarnos en quién
(o qué) ejerce en cada frase las funciones de sujeto y de objeto de la acción
de “oír-escuchar”. Agrupando y sistematizando los resultados, encontramos
algunos datos que nos arrojan ya algo de luz sobre el estudio: 1)
Podemos encontrar en bastantes casos (aunque nunca en el DtIs) el que se puede considerar como “uso ordinario”, antropológico,
del verbo, es decir, cuando el hombre (= el ser humano, sin distinción de
sexos) “oye” a otro hombre, o “se hace oír” por él, u “oye hablar”
de acontecimientos puramente humanos. 2)
Sin embargo, por encima de este uso “ordinario” del verbo, su
utilización más corriente en los textos estudiados, con mucha diferencia sobre
las otras, es precisamente aquella en que la acción de “oír-escuchar” está
relacionada con Dios. Es decir, aquellos casos en que el ser humano
“oye-escucha” a Dios, o acerca de Dios, o acerca de las cosas que Dios ha
hecho (o cuando deja de hacerlo, y como consecuencia “no oye-escucha” a
Dios). 3)
Un tercer grupo lo constituyen aquellos otros casos en los que el sujeto
es Dios, quien “oye-escucha” (o no lo hace) al ser humano en la plegaria. 4)
Aparecen, por último, algunos textos (pocos) en DtIs,
en los que el sujeto o el objeto de la acción son los “otros dioses”, que no
pueden oír ni hacerse oír, sencillamente porque para el autor sagrado son
inexistentes. Lo que acabamos de decir se puede
observar en la siguiente tabla, que recoge el número de veces que aparecen los
cuatro aspectos que hemos mencionado, repartidos en cada una de las tres obras
proféticas que componen el libro de Isaías:
En esta tabla se puede observar,
a primera vista, que únicamente se dan los cuatro usos (es decir, incluyendo el
puramente “humano”) en el Tritoisaías. Sin embargo, la utilización de shema` es aquí muy reducida, en términos absolutos, en comparación
con las otras dos partes del libro, y lo continúa siendo si atendemos
proporcionalmente al número de capítulos. De ello se podría inferir, siempre
a primera vista, que el uso de este verbo en el Tritoisaías no tiene una
significación especial, y que su utilización dependería, quizás sólo estilísticamente,
de las otras dos partes del libro. En el estudio más detallado se podrá ver,
sin embargo, que esto no es exactamente así, y que el uso del verbo shema`
en TrIs, aunque más reducido y dependiente teológicamente de las
partes más antiguas del libro de Isaías, hace también una aportación
peculiar sobre el sentido de la “escucha”. Por otro lado, si nos atenemos a
la comparación entre las dos primeras partes del libro (no presto aquí una
atención específica a los textos considerados como interpolaciones tardías,
que deberían ser estudiados aparte), podemos hacer también algunas
observaciones: 1)
En el Protoisaías no aparecen los “otros dioses”: no se les menciona
ni como sujetos ni como objetos de la acción de “oír-escuchar”. 2)
En el Deuteroisaías no aparece el uso “ordinario” del verbo, cuando
el ser humano “(no) oye-escucha” a otro ser humano. 3)
Tampoco aparecen en DtIs las
situaciones en que es Dios quien “(no) oye” al hombre, es decir, el tema de
la plegaria. 4)
Sin embargo, el tema de la escucha
(o no) del ser humano a Dios aparece en las dos primeras partes de la obra
isaiana (también en TrIs, aunque en
menor número), como aspecto destacado
frente a los otros usos del verbo. 5)
Este último aspecto de la escucha de Dios
por parte del hombre se observa más veces en DtIs
que en PrIs (tanto en términos
absolutos como teniendo en cuenta la extensión de ambos): 34 veces en DtIs
frente a 23 en PrIs. De estos datos se podría ya
concluir, de entrada, la importancia que para la obra de los tres Isaías tiene
el tema de la escucha de Dios por parte del hombre, sobre todo para el DtIs, quien, al contemplar únicamente como real este uso del verbo
(pues no admite que “los otros dioses” puedan escuchar o ser escuchados),
transforma una función puramente sensitiva del ser humano, como es la de “oír-escuchar”,
en un concepto teológico, tal y como se puede ver a continuación. 2. LA ESCUCHA DE DIOS La utilización que se hace de
este verbo es muy similar en las tres grandes partes del libro de Isaías,
aunque quizás sea más rico en matices en el DtIs.
Nos detendremos, en primer lugar, en la utilización del modo imperativo
en todo el libro de Isaías, para estudiar a continuación las otras formas
verbales en cada una de sus partes. 2.1. El imperativo:
“Escuchad” Desde el punto de vista teológico,
destaca el uso del vebo en imperativo por parte de Dios (o del profeta en su
nombre), que es muy abundante en PrIs y que se hace más abundante aún en DtIs (aunque, como hemos visto, aparece una sola vez en TrIs).
2.1.1. En el Protoisaías:
“Escuchadme” Todo el texto profético tiene
aquí un punto de partida: Dios habla, y todos
los seres creados (“el cielo y la tierra”) están convocados a
escucharle: “Oíd, cielos; escucha, tierra; que habla el Señor” (1,2). Sin
embargo, dentro de este ámbito cósmico en el que el cielo y la tierra son
convocados por Dios como testigos, la llamada a escucharle va dirigida especial
y directamente a los seres humanos, los “habitantes del orbe, moradores de la
tierra” (18,3). Como en círculos concéntricos, los destinatarios de esta
llamada de Dios a “escuchar” se van concretado cada vez más: la llamada va
dirigida de modo especial al pueblo,
que en muchas ocasiones se sobreentiende que se refiere al pueblo de Judá,
o más concretamente de Jerusalén
(“este pueblo”: 6,9). De una manera especial se cita a los gobernantes del reino de Judá: dejando aparte una llamada directa a
Ezequías (“escucha la palabra del Señor de los ejércitos”: 39,5), han de
escuchar los miembros de la dinastía reinante (la “casa de David”: 7,13),
junto con los gobernantes de Jerusalén: “Escuchad,
pues, la palabra del Señor, También hace referencia a sus mujeres (“mujeres despreocupadas”, “damas confiadas”: 32,9). A todos ellos el profeta los hace responsables, de parte de Dios, de la situación ruinosa en que la tierra y el pueblo se encuentran. 2.1.2. En el
Deuteroisaías: “Os voy a hacer escuchar” Esta llamada
a escuchar a Dios se hace más insistente en el DtIs,
y adquiere un nuevo matiz: el imperativo de escuchar parece adquirir un carácter
salvífico, re-creador, capaz incluso de “hacer oír” a quienes no oyen.
Así aparece en el primer texto en el que se utiliza esta forma verbal:
“Sordos, escuchad y oíd” (42,18), en el que los carentes de audición son
los miembros del pueblo, que se habían negado a escuchar la palabra de Dios que
los profetas antiguos les habían dirigido. La llamada adquiere también un tono
emotivo cuando devuelve al pueblo su identidad como pueblo de
Dios: “Y ahora escucha, Jacob, siervo mío; Israel, mi elegido” (44,1),
“a quien he llamado” (cf. 48,12.16). Es verdad que todavía seguimos
encontrando el mismo tono de reproche que en el PrIs,
reproche que aquí se dirige a “los de empedernido corazón” (46,12), a la
“narcisista y amante del lujo”, la “desgraciada” ciudad de Jerusalén
(47,8; 51,21), o a los que invocan a Dios “sin honradez ni rectitud” (48,1).
Sin embargo, ahora escuchamos también una llamada a “los que van tras la
justicia y buscan al Señor” (51,5), al “pueblo que lleva mi ley en el corazón”
(51,7), y esta llamada se hace general cuando se dirige a todos los
“sedientos” y “hambrientos” “Todos
los que tenéis sed, venid a beber agua; Por último, cuando interviene la
figura del Siervo para hacer pública su vocación de parte de Dios, la llamada
se convierte en universal, abierta a los “países del mar” y a los
“pueblos lejanos” (49,1). 2.1.3. En el Tritoisaías:
“Escuchadme, porque voy a crearos de nuevo” Como ya hemos mencionado
anteriormente, la forma imperativa aparece una sola vez en TrIs,
en el último capítulo de la obra, y está dirigida a “los que se estremecen
ante las palabras del Señor”, a aquellos que son “odiados” y
“perseguidos” por el resto del pueblo precisamente porque se han mantenido
fieles al nombre de Dios (66,5): a ellos les asegura la salvación del Señor:
la creación de un nuevo pueblo, en un cielo nuevo y una tierra nueva (66,22) . 2.2. Cuando Dios no sólo
manda Los tres profetas que componen el
libro de Isaías no se limitan a “ordenar” a los hombres que presten atención
a Dios y/o a su palabra. Por el contrario, el uso complejo que los tres hacen
del verbo shema` mediante otras formas
verbales nos permite seguir rastreando, como ya hemos apuntado, el valor que
adquiere el tema de la “escucha” para la elaboración de una antropología
teológica. 2.2.1. Protoisaías:
“No hay peor sordo que el que no quiere oír” El motivo de la insistencia de
Dios en ser escuchado es precisamente la actitud de “sordera” por parte del
hombre, especialmente del propio pueblo de
Dios, que había sido constituido como tal precisamente para
“escuchar-obedecer” las “palabras-mandatos” del Señor: “no quisieron
obedecer” (28,12; cf. 42,24). Ellos son “hijos que no obedecen la ley del Señor”
(30,9), porque no han comprendido nada de lo que Dios ha hecho: “con los oídos
abiertos no te enterabas” (42,20). Todos, sin embargo, “cercanos y
lejanos”, habían podido oír hablar de las acciones de Dios (33,13). Éste es el gran reproche que
hace Dios a su pueblo, el motivo de que no escuche sus plegarias (1,15): ellos
no han sido capaces de “oír” las grandes maravillas realizadas por Dios en
su obra creadora (40,21.28), ni el anuncio de las acciones realizadas en la
historia de su pueblo (44,8; cf. 37,26). Porque al no haber “oído” a Dios,
que se ha manifestado “desde el principio”, los hombres (el pueblo) han
hecho precisamente aquello que le desagrada (65,12b; 66,4b). Son los pecados
del pueblo “los que os ocultan su rostro, e impiden que os oiga” (59,2),
hasta el punto de que la misión del profeta incluye el “endurecer el oído”
del pueblo para que, momentáneamente, “sus oídos no oigan” (6,10), y dar
lugar de este modo a la corrección profunda que Dios tiene preparada para
ellos. Cuando llegue ese momento, cuando
Dios realice su proyecto, el profeta anuncia que “El Señor hará oír la
majestad de su voz” (30,30). Casi podríamos decir que, para Isaías, Dios
tiene preparado un cambio en la “estructura sensitiva” del hombre, porque
anuncia que “en aquel día oirán los sordos las palabras del libro”
(29,18). Es decir, por medio de aquello que Dios tiene preparado, y que va a
realizar en la historia, el hombre (el pueblo que llegará entonces a ser
creyente) será capaz de atender a la instrucción divina: “tus oídos oirán
una llamada a la espalda: Y
si te desvías a la derecha o a la izquierda, oirás una voz detrás de ti, que
te dirá: “Por aquí es el camino, id por aquí” (30,21). El ser humano, así transformado,
no sólo será capaz de “oír”, sino también de “atender” a su Dios:
“estarán dispuestos a escuchar con
atención” (32,3). Entonces el Señor podrá, a su vez, atender a las
plegarias de su pueblo: “apenas te oiga, te responderá” (30,19). Mientras tanto, hasta que llegue
ese momento, sólo es el profeta quien, en su soledad “oye la voz del Señor”,
el único que responde afirmativamente a su llamada a ser portavoz
de la palabra de Dios (6,8). A partir de su respuesta fundamental y
fundamentadora de su misión, el profeta queda capacitado para “oír” lo que
Dios va a hacer con su pueblo: “me he enterado de la destrucción decretada
por el Señor de los ejércitos contra todo el país” (28,22), lo que le
produce una gran angustia: “me agobia el oirlo” (21,3). El profeta, de este
modo, cumple su misión al anunciar a su pueblo, bien a su pesar, lo que ha oído
de parte de Dios: Pueblo
mío, pisoteado como el trigo, 2.2.2. Deuteroisaías:
“Cada mañana me espabila el oído” Bien distinta aparece la misión
del DtIs. El profeta se nos muestra como el heraldo que anuncia (“hace
oír”) a Sión la buena noticia de la paz, de la victoria, del reinado de Dios
(52,7). Su mensaje es una evocación constante de mensajes proféticos
anteriores (podemos suponer que se trata de los del Isaías histórico, pero no
necesaria ni exclusivamente): DtIs
trae a la memoria del pueblo los antiguos anuncios del Señor, para, de este
modo, mostrarle cómo la gran
experiencia que para todos ha supuesto el exilio en Babilonia no ha sido sino el
cumplimiento del plan previsto y anunciado previamente por Dios. Las hazañas
que Dios ha realizado, Él ya las había “hecho oír” desde antiguo (43,12;
45,21; 48,3), de antemano (48,5). Éste es el fundamento del
argumento que muestra la falsedad de los “otros dioses” (los dioses de
Babilonia, los que aparentemente habían vencido al Señor), que no han podido
jamás “hacerse oír”, es decir, no han sido capaces, como el Señor, de
anunciar lo que Dios se había propuesto realizar en la historia: “No hay
quien haya oído vuestro oráculo” (41,26; cf. 43,9). Ni siquiera ahora,
cuando los falsos dioses (y con ellos sus naciones) son llamados a juicio por el
Señor, son capaces de “hacer oír” las cosas que Dios va a realizar en el
futuro inmediato: “Venid,
ídolos, a presentar vuestra defensa, A punto de finalizar el exilio, y
anulada la tentación a la idolatría, el Señor pide atención ahora, por boca
del profeta, a las cosas nuevas que va a realizar: “Mirad
cómo se cumplió todo lo que antes anuncié, “Ahora
te voy a anunciar cosas nuevas, Lo que Dios ha comenzado ya a
realizar es algo completamente nuevo, de lo que el hombre no había oído hablar
hasta entonces, porque se trata algo semejante a una nueva creación. Sólo
“ahora”, tras la conversión de su pueblo, puede Dios comenzar a realizar lo
que tenía previsto. Porque sólo la transformación efectuada por Dios en la
“capacidad de escucha” del hombre, que es “rebelde”, puede hacer a éste
capaz de atender a la palabra que Dios realiza en la historia: “Tú
no habías oído hablar de ellas, “Ahora”,
cuando Dios lleve a cabo lo que está a punto de realizar, el pueblo redimido en
su conjunto se convertirá en profeta, en portavoz de la obra de Dios ante los
otros pueblos: “Salid
de Babilonia, huid de los caldeos. En medio de la obra del DtIs,
destaca la enigmática figura del Siervo de Dios, también en relación con este
tema de la “escucha”: en medio del pueblo rebelde, que no es capaz todavía
de “escuchar” a Dios, el Siervo es un discípulo solitario, “habituado a
escuchar” la palabra de su maestro y capacitado para decir palabras de aliento
a los abatidos: “El
Señor me ha instruido Con la actuación del Siervo
parece haber un cambio en la manera en que Dios se dirige a los hombres: “No
gritará, no clamará, no hará oír en la calle su voz” (42,2). Su fidelidad
a Dios, entendida como capacidad de atenta escucha, hace al Siervo apto para
pedir para sí esa misma confianza a los que “caminan en tinieblas”,
convirtiéndose en portavoz del Señor y portador de su Nombre, hasta el punto
de que respetar al Señor se concreta ahora en obedecer a su Siervo: “¿Quién
de vosotros respeta al Señor y obedece a su Siervo?” (50,10). Porque lo
radicalmente nuevo lo va a realizar Dios en la persona misma del Siervo: en él
y por él se asombrarán pueblos y reyes, “al ver algo inenarrable y
contemplar algo inaudito” (52,15). 2.2.3. Tritoisaías:
“Anunciarán mi gloria a las naciones” Podría parecer, como decíamos
al principio, que poco le queda al TrIs por añadir sobre este tema. Sin embargo, aún da algunos
pasos más en esta dirección. Según el profeta, el pueblo no puede fundamentar
su pretensión de ser escuchado por Dios en sus prácticas de piedad: ”No ayunéis
como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces” (58,4), porque el Señor
no es “duro de oído para oír” (59,1). Por el contrario, el profeta vuelve
a insistir en que es Dios mismo quien va a tomar la iniciativa, para “hacerse
oír” desde Sión hasta el confín de la tierra: Él se anuncia a Sí mismo
como Salvador victorioso, cuya recompensa le precede (62,11). Porque va a
realizar algo que no se había oído jamás: “parir” un pueblo “todo de
una vez”, “en un solo día” (cf. 66,7-9). Va a crear un pueblo nuevo,
transfigurado, en medio de una realidad que se vislumbra como nueva: “En
tu tierra no se volverá a oir “Llenaos
de gozo y alegría para siempre Entonces habrá una comunicación
perfecta entre Dios y su pueblo: “Antes
que ellos me llamen, Cuando esto suceda, Dios suscitará
de entre su nuevo pueblo a los “supervivientes” convertidos en anunciadores
para los pueblos paganos, “Yo
os daré una señal:
La contemplación de esta nueva
realidad sobrecoge al profeta, y le lleva a exclamar, en actitud de adoración: “Jamás
se ha escuchado ni se ha visto 3. UNA PALABRA QUE
NOS LLAMA A SER Al Llegar a este punto podríamos
resumir todo lo que se ha dicho hasta aquí, poniendo de manifiesto la gran
importancia que tiene el tema de la “escucha” para la triple obra que forma
el libro de Isaías, desde el punto de vista antropológico: El hombre es un
ser que oye. Naturalmente, hay que añadir enseguida que, para los tres Isaías,
la importancia no recae en la capacidad sensitiva de la audición, que el ser
humano comparte con los animales, ni siquiera en la posibilidad de la comunicación
interhumana. Lo que constituye al hombre como tal, de un modo especial, es
precisamente su capacidad de comunicación
con Dios. Sin embargo, hay que comenzar a
matizar. El peso de esta posibilidad de comunicación mutua entre Dios y el
hombre no recae sobre el ser humano, sino sobre Dios. Lo verdaderamente
importante no es la capacidad del hombre para dirigirse a Dios, que la tiene. De
hecho, la práctica de la plegaria aparece como un elemento sumamente importante
en todas las manifestaciones religiosas de la humanidad. Sin embargo, en la
revelación bíblica, y concretamente en la obra de Isaías, que hemos
estudiado, esta capacidad para la oración aparece desbancada e incluso puesta
en crisis por otro elemento que es adelantado al primer plano: Es Dios quien
toma la iniciativa y se dirige al ser humano, por lo que, cuando Dios habla, al
hombre le toca callar y escuchar. Las
muchas palabras por parte del hombre no han de hacer que Dios se muestre más
propicio a sus requisiciones. Por el contrario, el punto de partida es que Dios
está radicalmente a favor del hombre y, por ello, le pide atención a su
palabra salvífica. La actitud de “escucha” se
pide especialmente a todo el pueblo de Dios, en cuanto que es pueblo de
Dios, constituido por Él para escuchar-obedecer
su palabra, concretada en la Ley que pide justicia y derecho, en la alianza
basada en las relaciones humanas, personales y sociales “ajustadas”. A través
de esta escucha-cumplimiento de la voluntad de Dios, el pueblo es renovado
constantemente, en profundidad, en su ser
pueblo de Dios. Y aquí la mayor responsabilidad la tienen, en principio,
los responsables de la comunidad, que son los encargados de educar al pueblo en
la “escucha” de la palabra-mandato de Dios. En Isaías no aparece subrayada
todavía, como sucederá con Ezequiel, el tema de la responsabilidad personal
del ser humano ante Dios. Pero ya comienza a apuntarse.
Esta “escucha” que el profeta, de parte de Dios, pide al ser humano es en
realidad una actitud global, que
afecta a toda la persona y a toda la vida del hombre y de la mujer. No se trata
sólo de “oír” a Dios, posibilidad que ya de por sí podría considerarse
como algo fuera de lo común. Tampoco del cumplimiento aséptico de unas normas
cultuales, ni siquiera éticas, dictadas por una divinidad prepotente. Se trata,
por el contrario, de “escuchar”, de “atender”, de “prestar atención”
cordialmente a Dios que se da a conocer al ser humano, que se
le comunica a Sí mismo, no sólo (y no tanto) por medio de palabras, sino
también, y principalmente, por las obras
que realiza en su favor. Por este motivo, Dios pide al
hombre que “escuche” sus obras, que atienda a todo lo que Él ha realizado y
realiza en su favor, no sólo en la creación, sino también, y principalmente,
en la historia, en la que tanto el castigo como la liberación son vistas por el
profeta como obras salvíficas de Dios destinadas a “abrir el oído” del
hombre, a educarlo, como al Siervo, en el trato íntimo con Él. De la misma
manera que el niño, desde su nacimiento, va configurando todas las estructuras
de su personalidad en la escucha de la palabra de sus padres, hecha no sólo de
voces, sino también de gestos, cuidados y, sobre todo de afectividad; de esta
misma manera el ser humano viene a configurarse como “imagen de Dios”, más
aún, a partir de Jesucristo como “hijo” de Dios, por medio de la
“escucha” de Dios que le otorga su amor en sus palabras y obras. Aquí radica la diferencia
fundamental entre el Dios de Israel y “los otros dioses”. Quienesquiera que
sean, éstos no son dioses, verdaderamente no son nada, porque nada dicen, nada
pueden decir, dar ni hacer a favor de los hombres. Sus palabras, en caso de que
las profirieran, serían tan vacías como lo son ellos. El Señor, por el
contrario, es el Dios vivo, el que otorga la vida a los seres humanos. No existe
nada ni nadie que pueda ser “dios” a su lado, porque nada ni nadie hace
hombre al hombre, como lo hace Dios al dirigirle su Palabra que le interpela,
que le llama a ser, que le estimula a crecer, que lo convierte en persona. 4.
LA FE VIENE POR EL OÍR la llamada a la “escucha” de
la palabra de Dios adquiere en los profetas tonos dramáticos, trágicos
incluso. Porque está en juego la propia existencia de Israel como pueblo de
Dios, y la del hombre y la mujer como llamados a ser propiamente tales en la
comunicación con Dios. Como leemos en el evangelio: “El hombre no vive sólo
de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3; cf. Mt 4,4). El
hombre debe,
porque lo necesita, “escuchar”, “atender”, “obedecer”, lo que Dios
ha hecho y hace por él, y, sobre todo, lo
que Dios va a hacer por él. En
los tiempos de los tres profetas esta acción futura de Dios en la historia de
su pueblo tenía todavía un carácter casi exclusivamente material, aunque ya
puedan advertirse matices trascendentes. Faltaba todavía mucho tiempo
para que Dios enviara a su Palabra; para que, en medio de la historia de los
hombres, esta Palabra se hiciera carne, realidad humana total, en el hombre Jesús,
tal y como nos muestra el evangelista S. Juan: su cristología, la más
“alta” de todo el Nuevo Testamento, está elaborada precisamente a partir
del tema de la Palabra que se ha hecho carne. Pero en todo el Nuevo Testamento
aparece, de manera más o menos explícita, la presentación de Jesús como el
Siervo-Hijo de Dios, que “escucha-obedece” al Padre, que nos muestra
verdadera y plenamente quien es Dios porque en Él y por medio de Él, en su
vida, muerte y resurrección, se realiza la voluntad eterna de Dios: el
Hombre-que-escucha-a-Dios. Por eso el Nuevo Testamento presenta a Jesús
como Aquél en quien se cumplen las profecías. Para los cristianos, escuchar a
Dios se convierte en escuchar, más aún, en “creer”, es decir, en
“recibir-acoger” a Jesucristo como la
Palabra de Dios, que da a los hombres la capacidad para llegar a ser hijos
de Dios (Jn 1,12), hombres y mujeres que viven a la escucha del Dios cuya
Palabra da la vida, “hace ser nuevamente” al hombre, trasforma internamente
las estructuras de su personalidad para convertirlo en
“oyente-vividor-realizador de la Palabra”. Los Hechos de los Apóstoles nos
muestran a los primeros cristianos como “asiduos en escuchar” la enseñanza
de los apóstoles, que estaba centrada en la predicación de Cristo como
cumplimiento de las profecías. El centro de toda espiritualidad genuinamente
cristiana lo constituye la escucha adorante y obediente de la Palabra que nos
establece en comunión con Dios y, unidos a Él, en comunión mutua. Por eso la
vida cristiana es vida vivida en comunidad, convocada por Dios en su Palabra
definitiva que es Jesucristo: la vida en “ekklesía”, en Iglesia, que
es también en sí misma, unida por la fe a Cristo-Palabra, principio del
cumplimiento definitivo de las profecías. “Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo... Poned
toda vuestra esperanza en lo que
Dios en su bondad os va a dar cuando Jesucristo
aparezca... ‘Todo
hombre es como hierba,
(1 Pe 1,3.13.23-24; cf. Is 40,6-8)
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