EL
DIOS EN QUIEN YO CREO
Mirad
que como el barro en las manos del alfarero,
así
sois vosotros en mi mano
Jeremías
18, 6b
El
Dios en quien yo creo
es
quien me da motivos para dar cada paso.
El
Dios que me susurra, que aún no he terminado
que
me falta un poema, una canción acaso,
que
me falta quizás una sonrisa firme,
una
mano dispuesta y una palabra amable.
Que
me falta aún perdonar una ofensa
recorrer
otra milla y compartir mi manta.
Que
aún me falta crear, inventar otros mundos,
mas
sencillos talvez, más nobles y sinceros.
El
Dios en quien yo creo me crea y nos recrea
y
también nos inventa de nuevo cada día
y
siente y se estremece con el dolor del pueblo
y
canta y gime y grita en mil voces hermanas,
acaso
desterradas al borde del camino.
Hoy
también surgen gritos de angustia y de reclamo
y
el viento de la tarde me trae sus gemidos
y
de nuevo mi Dios, acongojado,
ha
encendido en mil pechos una braza que arde.
El
Dios en quien yo creo, cual paciente alfarero,
de
la aurora a la tarde se entrega a su criatura,
y
celebra sus fiestas y llora sus dolores
con
el corazón puesto en la obra de sus manos.
El
Dios en quien yo creo, es
fuego que reclama,
espada
que penetra más profunda y punzante,
que
aunque dulce en los labios, amarga las entrañas
invitando
a entregarse a tiempo y a destiempo.
El
Dios en quien yo creo, como madre amorosa,
acuna
a sus pequeños con dolores de parto.
Y
con ellos se pone cada día en camino,
tras
la vida abundante que proclama su Reino.
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