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Teología pastoral - Nº 7 - Diciembre 2004

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

¿Quedan razones para la Esperanza?

Felicísimo Martínez Díez, O.P.

felicisimo @ planalfa.es

 

 

“Porque hay un mañana,
y tu ESPERANZA no será aniquilada” (Pr. 23, 18).

“También al principio, mientras los soberbios gigantes perecían, 
se refugió en una barquichuela la ESPERANZA del mundo” (Sb 14, 3-6).

“Una ESPERANZA guarda el árbol:
si es cortado, aún puede retoñar y no dejará de echar renuevos” (Jb 14,7)

 “Porque nuestra salvación es en ESPERANZA” (Rm 8, 25).

 Son todos textos tomados de la Biblia. Todos ellos versan sobre la esperanza, y son una invitación a la esperanza. Y, sin embargo, no parece que estemos viviendo un ambiente propicio para la esperanza. Más bien, en este cambio de milenio el campo de nuestra esperanza parece estar sembrado de minas antipersonales. ¿Por qué hay hoy esa atmósfera de milenarismo, de Apocalipsis, de catástrofe final...? ¿Por qué se insiste en anunciar el fin del mundo, la pronta venida de Cristo, el advenimiento de una Nueva Era? ¿Son promesas o amenazas? ¿Invitan a la esperanza o hacen cundir el pánico?

La esperanza es hoy un bien necesario y, a la vez, escaso.

         Es un bien absolutamente necesario para todas las personas, creyentes y no creyentes, para todas las sociedades, religiosas o civiles. Sin esperanza no hay vida ni supervivencia o, por lo menos, la vida carece de sentido y de sabor. Por eso la sabiduría popular insiste: “la esperanza es lo último que se pierde”.

         Pero la esperanza es hoy un bien escaso. Andamos escasos de esperanza. Abundan más los miedos. Muchos de nuestros contemporáneos protestan con Job. “¿qué esperanza me queda?”. O claman como los huesos secos de la profecía de Ezequiel: “se ha desvanecido nuestra esperanza”.

Pero la esperanza es como el ave fénix: se resiste a morir y renace de sus propias cenizas. Por eso, Charles Peguy pone en boca de Dios las siguientes exclamaciones: “Puedo entender la fe y el amor. Pero, ¡la esperanza! La esperanza es una maravilla, un milagro, un misterio, un inesperado rayo de luz en medio de un mundo en el que la pertinacia de la locura humana parece socavar todo fundamento para creer que será capaz de mejorarse”. Dios termina clamando: “La fe que yo prefiero es la esperanza”.

En este contexto litúrgico de adviento y en este contexto histórico de cambio de milenio, vale la pena reflexionar un poco sobre la pregunta que nos ocupa: ¿Hay aún razones para la esperanza?

  1.     ¿POR QUÉ HA ENFERMADO NUESTRA ESPERANZA?

Toda meditación sobre la esperanza debe ser realista, arrancar desde la realidad. De lo contrario puede inducirnos al engaño y acrecentar las frustraciones. Por eso, empezaré analizando brevemente las causas y los síntomas de desesperación o de desesperanza en el mundo actual. El diagnóstico puede correr el riesgo de conducirnos al pesimismo. Pero también puede conducirnos a la siguiente conclusión: hoy, cuando escasean las garantías humanas, la esperanza es más necesaria que nunca.

He aquí algunas causas y síntomas de desesperanza en el mundo actual:

  • Han fracasado muchas utopías e ideologías, de derechas y de izquierdas. Con ellas han caído muchas esperanzas nacidas en un pasado reciente. La liberación y el paraíso que nos prometían los socialismos no han llegado. Antes bien parecen alejarse cada vez más. No hemos sigo capaces de implantar la justicia. La brecha de las diferencias económicas entre los pueblos, entre los sectores sociales se agrava. Los pobres ven al primer mundo como un enemigo. Pero, al mismo tiempo, la creciente masa de los pobres se está convirtiendo en una amenaza para el mundo rico (el fenómeno de la inmigración es un síntoma a la vista).

  • El desarrollo de las ciencias y el capitalismo productivo tampoco nos ha traído el paraíso, aunque nos hable permanentemente de la “sociedad del bienestar”. Cada día se deja sentir más clara la ambigüedad del progreso. Ganamos en comodidades, pero también nos rodean los riesgos y las amenazas. (A quién no le pone nervioso el asunto de la vacas locas? Sin hacer referencia a la amenaza nuclear, a los riesgos ecológicos, los “malestares” que se multiplican en nuestras grandes urbes...). ¿Dónde vamos a parar? En vez de crecer la esperanza, se multiplican los miedos.

  • Se ha multiplicado la violencia en sus diversas formas. Entre nosotros la más espectacular es, sin duda, el terrorismo, con esa sensación de impotencia que genera. El terrorismo es una ofensiva a la desesperada. Este se acrecienta en quienes han perdido la esperanza de cambiar la sociedad por otros medios que no sean el ataque violento, la destrucción... Los movimientos más libertarios o liberadores siempre corren el riesgo de desembocar en la actuación violencia y desesperada. Lo malo es que también socava la esperanza de los demás.

  • La multiplicación de los miedos en la sociedad civil y también en la Iglesia. Dicen los sociólogos que hoy no sólo hay peligros en nuestro mundo, sino un riesgo generalizado. No sólo hay puntos negros en la vía, sino que todo el trayecto es un riesgo. Y el miedo es el negativo de la fe y de la esperanza. El miedo crece cuando escasea la esperanza.

  •  Ante el riesgo generalizado, se generalizan también las huidas, la fuga. Puede ser el recurso a toda clase de adicciones, a la droga, al alcohol, al juego, a la consola... o a otros mecanismos de fuga, particularmente en el mundo joven.  Cuando los jóvenes ven cerrado el horizonte del futuro, personal, familiar, laboral..., ya no encuentran espacio para la esperanza dentro la sociedad, el único camino es la huida de la realidad tal como es, y el refugio en un mundo tal como lo sueñan.

  • Puede ser la búsqueda de gratificaciones inmediatas a corto plazo. Llámese consumismo, materialismo, hedonismo... Cuando faltan las esperanzas a largo plazo, se condesciende con el mero instinto o nos atenemos simplemente al principio del placer, desentendiéndonos del principio de realidad. Las lecturas de adviento nos advierten sobre el peligro del “embotamiento de la mente en el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero”.

  • Puede ser, en ámbitos eclesiales, la fuga hacia el pasado, buscando seguridades en actitudes fundamentalistas, porque ha enfermado la esperanza del futuro. En la Iglesia se ha multiplicado la nostalgia del pasado, de las seguridades doctrinales y  disciplinares. El costo de la verdadera renovación de la Iglesia es grande, y por eso nos acosa siempre la tentación de refugiarnos en el pasado y eludir los compromisos de la conversión. Al final, nos da miedo la libertad y preferimos la sumisión. Cambiamos la esperanza por la nostalgia.

  • En el ámbito religioso la misma multiplicación de las sectas y de los nuevos movimientos religiosos son también un síntoma de desesperanza. Casi todos son de corte fundamentalista y apocalíptico. Apenas creen que este mundo actual pueda ser renovado. Por eso, algunas de ellas postulan el final del mismo y el advenimiento de un mundo radicalmente distinto. (Ya son muchos los casos de suicidios colectivos en estos grupos religiosos). Muchos de esos movimientos se han convertido en un verdadero problema de salud pública.

  • Y el síntoma más cercano es la multiplicación de la soledad y la depresión entre nuestros contemporáneos. La depresión tiene lugar en la persona, cuando la esperanza le abandona. Por eso, hoy se puede hablar de una multiplicación de las personas desesperanzadas.

 

2.     ¿QUEDAN RAZONES PARA LA ESPERANZA?

Pese a todos los síntomas que acabamos de señalar, vale la pena preguntarnos si aún hay razones para la esperanza. Y no sólo eso. Debemos también preguntarnos si no existen de verdad en nuestro mundo otros factores y otros síntomas que nos invitan a la esperanza.

No todo es negro y negativo en nuestro mundo. Ciertamente, lo negro y negativo resalta más, es más vistoso y espectacular... Y, sobre todo, es más noticiable y más comercial. Por eso quizá los medios de comunicación social y, en concreto, los telediarios, nos dan una visión deformada de la realidad de nuestro mundo. Así se convierten en fuente de pesimismo y desesperanza.

 Conviene mirar al mundo con realismo, y hasta con un poco de humor, viendo también los faros de luz que hay en él. De lo contrario, nuestra mirada puede oscurecerse e incluso podemos llegar a la ceguera de tanto mirar los puntos negros. (Han leído El Ensayo sobre la ceguera de Saramago? Es un buen ejercicio).

Hay síntomas en nuestro mundo que nos permiten alimentar la esperanza y seguir creyendo en ella. Señalaré algunos de ellos:

  • También progresa la conciencia ética en la mayoría de nuestros contemporáneos. Es cierto que existe la permisividad, más allá de los límites racionales, a nivel individual e incluso a nivel político. Pero también es cierto que en muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo ha crecido la conciencia de que no todo está permitido o que no todo lo permitido es justo. Las manifestaciones contra el terrorismo son tan persistentes como el terrorismo mismo, y desde luego más numerosas. No sé cuál será su eficacia; pero desde luego son un testimonio claro de que  para millones de españoles no todo está permitido. Pese a todos sus fracasos éticos en la actualidad, la humanidad ha superado estadios y situaciones infrahumanas e inhumanas que ya hoy nos resultan inconcebibles, aunque queden aún algunos reductos de las mismas (barbarie, esclavismo, vasallaje, inquisición, guerras de religión, colonialismo, antifeminismo...).

  • Crece a su vez en muchas personas y grupos la sensibilización y concientización con respecto a algunos valores irrenunciables del ser humano y de la convivencia humana: la prioridad de la vida, la dignidad de todo ser humano, los derechos humanos, la prioridad de la justicia, de la libertad, la importancia de la cultura y de los hábitos democráticos... Que todos estos valores sean aún conculdados y violados, no quita valor a la afirmación cada vez más clara de los mismos. (Que los cristianos no cumplamos a cabalidad el evangelio de Jesús, no quita valor al evangelio).

  • También crece el número de personas y grupos comprometidos con esas causas: comités de derechos humanos, organizaciones de solidaridad nacional e internacional, colectivos y grupos comprometidos con la justicia y la paz, grupos ecologistas en defensa del ambiente y de la vida... Que muchas veces la denuncia de las violaciones de estos valores no se traduzca en logros y conquistas reales o que los logros y conquistas no satisfagan los objetivos propuestos, no resta valor a este síntoma de la esperanza.

  • También son un síntoma de esperanza los nuevos movimientos religiosos, pese a todas sus ambigüedades. En algunos sectores de la humanidad se está dando una revalorización de la fe y del hecho religioso, así como la confianza en que pueden proporcionar un aporte importante la construcción de una sociedad más humana y más justa. Ni la crítica marxista de la religión ni la secularización son ya la única palabra o la palabra definitiva sobre la religión. (El encuentro de las religiones por la paz en Asís hace unos años y otros encuentros religiosos son un síntoma de esperanza).

A nivel específicamente eclesial, no faltan los miedos, la desesperanza y el desencanto. Pero tampoco faltan motivos para la esperanza en este momento de renovación y de cambio. Señalamos algunos:

  • El nacimiento de nuevos grupos y comunidades cristianas. Crece la conciencia del carácter comunitario de la fe y de la experiencia cristiana. Y cada vez es mayor el número de personas que  viven alimentan su fe y su práctica cristiana desde alguna comunidad. La esperanza necesita y se hace fuerte en la comunidad.

  • La multiplicación de los ministerios laicales. Ha crecido el número de los cristianos que han tomado conciencia de su corresponsabilidad en la misión de la Iglesia. Hombres y mujeres laicos se incorporan a las tareas pastorales y misioneras de la Iglesia.

  • Crece también el número de los cristianos y de los grupos eclesiales, que, en nombre de su fe, se comprometen en la defensa de la justicia y la paz, de los derechos humanos, de los pobres y excluidos... Estos compromisos son fuente de esperanza para muchas personas.

  • Y no hay que olvidar otros hechos que también son motivos de esperanza: está teniendo lugar una renovación de la espiritualidad cristiana, de la que son partícipes y beneficiarios muchos cristianos, laicos, religiosos, sacerdotes...; también se ha renovado la pastoral y la misión evangelizadora, con una participación creciente de los laicos; se ha incrementado el acceso a los estudios de la Biblia y la teología, lo que sin duda puede favorecer una espiritualidad y una práctica cristiana más evangélica, más madura...

 

3. ALGUNOS RASGOS MÁS SIGNIFICATIVOS DE LA ESPEANZA CRISTIANA.-

En estas circunstancias tenemos que preguntarnos: ¿Quedan aún razones para la esperanza? Pero, ¿es que la esperanza necesita razones? ¿No es lo propio de esta virtud humana y cristiana mantenerse firme precisamente cuando escasean las razones? Cuando abundan las garantías humanas no hacen falta ni la fe ni la esperanza. Estas son virtudes que tienen algo o mucho de apuesta. Por eso la esperanza más auténtica es aquella que espera contra toda esperanza, aún cuando todos los signos señalen en la dirección de la desesperanza.  Y esa es sobre todo la esperanza cristiana.

La comunidad cristiana tiene hoy una especial responsabilidad en medio de la historia humana: ser testigo de una esperanza que va más allá de las posibilidades previsibles de los seres humanos; afianzar de nuevo la esperanza en las promesas que Dios ha depositado en nuestra historia de salvación. Así las Iglesias serán capaces de devolver la esperanza a nuestros contemporáneos.

Recordemos algunos rasgos más significativos de la esperanza cristiana.

  • La esperanza cristiana es una experiencia personal. Es una experiencia más honda y personal que la simple repetición verbal de que “esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Más honda y personal que la mera celebración cultual de la esperanza en el adviento. Nietzsche denunciaba en un tono agrio a los cristianos por su falta real de esperanza: “Ojalá –decía- tuvieran cara de más redimidos; ojalá nos cantaran cantos de esperanza”. La esperanza como experiencia personal es fruto de una fe firme en Dios, de una confianza firme en la Palabra de Dios que promete el triunfo final del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte. Aunque, a veces, apenas encontremos signos visibles en esa dirección.

  •  La esperanza cristiana es realista, y por eso firme y constante. Se caracteriza por el realismo. No huye del mundo, ni hacia arriba, ni hacia el pasado, ni hacia el futuro. No rehuye nuestra responsabilidad en esa lucha contra el mal, la mentira y la muerte. No desconoce lo negativo que hay en la historia humana, ni ignora las fuerzas operantes del mal y del pecado. No pretende engañar a nadie con falsas ilusiones.  Pero es firme y constante. No cede a la desesperanza y la desesperación, precisamente porque cree  en Dios, capaz de salvar y liberar a la humanidad del mal y del pecado. Si en otro tiempo Dios actuó liberando a su pueblo, resucitando a Jesús de entre los muertos, creemos que volverá actuar liberándonos, que saldrá garante de sus promesas a pesar de nuestras impotencias e incluso a pesar de nuestras actuaciones en contra de la salvación. Esta fue la esperanza de su pueblo en el Antiguo Testamento, la esperanza de Jesús, la esperanza de los cristianos que nos han precedido en el signo de la fe. No hay esperanza sin fe. Esa esperanza es un don, una gracia, que nos es dada; no es una simple conquista humana. Para los cristianos esta es la principal razón para seguir esperando. Y, al mismo tiempo, esta es su principal responsabilidad ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo: dar testimonio de una esperanza  contra toda esperanza.

  •  La esperanza cristiana es, por supuesto, una virtud personal, pero también es comunitaria. Nace, se alimenta y se sostiene en el interior de la comunidad cristiana.  Necesita, por supuesto, de la fe personal, pero también necesita del apoyo de la comunidad, sobre todo en tiempos de crisis. En el contexto de la pasión Jesús se dirige a Pedro con estas palabras: “Pedro, Pedro... yo he rogado por ti para que tu fe no vacile, pero tú, una vez levantado, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32). Lo que se dice de la fe, vale igualmente para la esperanza. Y Pablo dice a los de Corinto: “Dios nos conforta en todas las pruebas por las que ahora pasamos, de manera que también nosotros podamos confortar a los que están en cualquier prueba” (2 Co 1, 4). Difícil es mantenerse firmes en la esperanza sin el respaldo de la comunidad. Cuando dos caminan juntos, si uno cae el otro puede levantarle. Pero si uno camina solo...

  •  La esperanza cristiana es una esperanza también para el mundo del más acá. No mira sólo al mundo del más allá. Es una esperanza que se encarna en la historia presente. Los cristianos creemos y esperamos que también las cosas, las situaciones, las personas... pueden y deben cambiar y ser transformadas. No invita a la huida del mundo, sino al compromiso para transformar este mundo según la voluntad de Dios. “El Reino de Dios está en medio, dentro de vosotros”, clama constantemente Jesús. “Qué hacéis ahí mirando al cielo?”, reclama el mensajero a los apóstoles después de la ascensión. Santo Tomás hablaba de un pecado contra la esperanza por exceso: la presunción, que consiste en esperar demasiado o demasiado mal, esperar más de la cuenta, esperar pasivamente como si la gracia de Dios nos dispensara de nuestras responsabilidades históricas. Que la fe y la vida cristiana no están orientadas sólo a garantizarnos la salvación eterna; también deben conducirnos a vivir evangélicamente la vida presente, a luchar para que este mundo sea más feliz, más humano, más justo, más habitable.

  • La esperanza cristiana está centrada en las promesas del Reino de Dios. Y, ¿cuáles son esas promesas? Son promesas de justicia, de paz,  reconciliación, de liberación de todas las esclavitudes que nos acosan. Por eso, el Reino de Dios tiene algo o mucho de utopía: porque su realización siempre está por delante de nosotros, más allá de cualquier conquista humana, de cualquier paraíso terreno. Precisamente por eso es objeto de esperanza. Pero no es una ilusión: porque en nuestra historia hay ya logros parciales de justicia, de paz, de reconciliación, de liberación... Poner, seguir poniendo gestos de justicia y de paz, de reconciliación y liberación, es una forma de hacer creíble la esperanza cristiana. Es una forma de confortar a los hermanos en cualquier tribulación.

  •  La verdadera esperanza cristiana es comprometida y militante. Resiste a la mentira, a la injusticia, a la discriminación, a la xenofobia, a la discriminación..., lo cual en nuestro mundo no es posible sin entrar en conflicto con los valores o antivalores al uso, y con quienes los defienden y los propagan. No se puede mantener una esperanza cristiana militante sin un costo de oposición y, por tanto de sufrimiento. Por eso, el autor de los Hebreos, nos dice que la esperanza se alimenta también de paciencia. Y va poniendo gestos de justicia, de paz, de reconciliación, de acogida de todas las personas excluidas. ¿Qué esperanzas ofrece hoy la comunidad cristiana a los inmigrantes? Jesús alimentó la esperanza de su pueblo predicando y poniendo gestos concretos que devolvían la esperanza a los pobres, a los pecadores, a los excluidos... Dar razón de la esperanza cristiana no es sólo cuestión de razonarla, sino de testimoniarla y de abrir posibilidades de futuro para todas las personas.

  • Y la esperanza cristiana es una esperanza solidaria. No es la esperanza de una Iglesia encerrada sobre si misma, de una comunidad espiritual aislada y separada del resto de la humanidad, o totalmente ajena a las angustias y las esperanzas de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Es una esperanza misionera. Está destinada a expandirse en todos los sectores de la sociedad. Por eso, la esperanza cristiana debe encarnarse y afectar, a través de nuestro testimonio y nuestro compromiso, a todos los ámbitos de la actividad humana: la política, la economía, la cultura, la educación, la organización social... Los cristianos no estamos llamados a hacer cosas distintas de las que hacen el resto de los humanos, pero si estamos obligados a hacerlas de forma distinta, con otro espíritu, con otras motivaciones, con otros criterios, con otras expectativas. No debemos renunciar a la eficacia en esas actividades políticas, económicas, educativas, sociales... Pero sí debemos entender la eficacia con distintos criterios: la eficacia entendida como mera productividad económica o medida sólo por los intereses personales que nos reporta, no rima bien con la esperanza cristiana.

  • Por eso, los cristianos, animados por la esperanza, deben ser solidarios con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de cualquier credo e ideología, que luchan en la política, en la economía, en las actividades culturales y educativas... para construir un mundo más justo y más humano. La verdadera esperanza cristiana hoy debe ser ecuménica, en el sentido más amplio de la palabra. Nadie que trabaje por el bien y la verdad, por la justicia y la paz, por la vida y la dignidad de las personas, debería sernos ajeno.

4. ALGUNOS DESAFÍOS PARA CONFIRMARNOS EN LA ESPERANZA CRISTIANA.-

La esperanza, decía Peguy, es la hermana más débil, más frágil, más vulnerable de las tres virtudes teologales. Por eso, necesita especiales cuidados. Es necesario cultivarla permanentemente y reforzarla sin descanso. ¿Qué prácticas debemos poner los cristianos para que no se agoste esta flor tan débil, para que no se nos agoten las razones de la esperanza, para que no dejemos de esperar? ¿Qué haremos para que no se nos muera o no nos maten la esperanza que nos queda?

Señalaré algunos desafíos más urgentes:

  • En primer lugar, es necesario rescatar y potenciar el carácter experiencial de la esperanza humana y cristiana. No basta la confesión teórica y verbal de la esperanza en el mundo futuro. Ni basta celebrar la esperanza en unas liturgias frías y rutinarias. La esperanza es una virtud, una actitud, un hábito del corazón... Es una experiencia de confianza que se siente en lo más hondo del ser, se profesa en comunidad, se celebra en la liturgia... Pero es sobre todo eso, una experiencia de fe y de confianza.

  • Por eso, para alimentar la esperanza cristiana, es necesario recuperar el hábito de la oración, del silencio, de la meditación, de la contemplación del misterio de Dios. Y es preciso cultivarla con liturgia y celebraciones más vivas, más sentidas, más cercanas a los gozos y las tristezas de cada día. Ahí en el fondo de la oración y de la celebración están escondidas las razones más profundas de la esperanza cristiana.

  • En segundo lugar, es preciso buscar e incorporarse a alguna comunidad cristiana para cuidad, alimentar y fortalecer la esperanza. Lo repetimos una vez más: aunque es virtud individual, la esperanza cristiana sólo se sostiene y madura en la comunidad. Los aislamientos, las soledades, el individualismo... suelen ser vías seguras hacia la desesperanza y la desesperación. Afortunadamente se van multiplicando las nuevas comunidades cristianas. Este hecho es otra razón para la esperanza en la Iglesia. Pero de qué servirán esas comunidades a los cristianos que siguen  haciendo su camino en solitario? Ya lo advertía el autor de Hebreos: “no abandonéis la comunidad, como algunos acostumbran a hacer”.

  • En tercer lugar, es necesario poner realismo a la esperanza cristiana. Para ello es imprescindible saber en qué mundo estamos, y cuáles son los problemas de este mundo, cuáles son las razones de las desesperanzas propias y ajenas. No vale la política del avestruz, meter la cabeza debajo del ala. Ese no es buen método para conservar la esperanza, y menos aún para alimentarla. A la larga, será el camino más seguro para acabar frustrados y desesperanzados. Es preciso mantener la esperanza en medio de la realidad. Es la única esperanza real y eficiente. Por eso, hoy debemos mantener la esperanza cristiana y levantar la esperanza de la humanidad mientras nos hacemos conscientes y solidarios de los problemas que ensombrecen nuestro mundo: la pobreza masiva, la injusticia, la marginalidad, la violación sistemática de los derechos humanos, el terrorismo y todo género de violencia...

  • En cuarto lugar, en necesario combinar los análisis de las ciencias sociales sobre todos estos problemas con la lectura meditada de la Palabra de Dios. Como solía decir un Maestro General de los Dominicos, los cristianos debemos caminar con el periódico en una mano y la Biblia en la otra. Con el periódico en una mano para saber en qué mundo estamos y qué sucede en torno nuestro, qué enemigos tiene actualmente la esperanza y qué signos de esperanza brotan en  medio de la humanidad. Con la Biblia en la otra mano, para saber qué mundo quiere Dios y cuál es nuestra responsabilidad en la construcción de ese mundo que Dios quiere. Si nos atenemos al periódico más de un día veremos peligrar nuestra esperanza. Si meditamos la Palabra de Dios, seguiremos creyendo que nuestra salvación es en esperanza.

  • En quinto lugar, es necesario participar con los grupos y las organizaciones que se mantienen firmes en la lucha para superar todos esos problemas que hacen peligrar la esperanza de la humanidad, la nuestra y la de los demás. La colaboración de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en esas luchas es hoy más urgente que nunca. Es la nueva versión del ecumenismo.  De esta colaboración de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en la lucha por la justicia, la paz, los derechos humanos, los derechos de los pobres y excluidos... brotarán nuevas razones para la esperanza.

  • Finalmente, como cristianos, hemos de alimentar la esperanza con la memoria de Jesús, quien confió y esperó en Dios Padre más allá incluso de la propia muerte y del aparente fracaso en el que terminó su vida terrena. Su vida, desde el punto de vista humano, tuvo motivos más que sobrados para la desesperanza e incluso para la desesperación. Basta leer el relato de Getsemaní. Y, sin embargo, la Carta a los Hebreos nos presenta a Jesús como modelo de confianza y esperanza en medio del sufrimiento: “Cristo en los días de su vida mortal ofreció su sacrificio con lágrimas y grandes clamores. Dirigió ruegos y súplicas a Aquel que podía salvarle de la muerte y fue escuchado por su actitud reverente. Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer; y llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen...” (Hb 5, 7-9).

Y el mismo autor nos invita a poner los ojos en Jesús, para mantenernos firmes en la fe y en la esperanza:

 “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe... Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado” (Hb 12, 1-4).


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