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¿Quedan
razones para la Esperanza?
Felicísimo
Martínez Díez, O.P.
felicisimo @ planalfa.es
“Porque
hay un mañana,
y tu ESPERANZA no será aniquilada” (Pr. 23, 18).
“También
al principio, mientras los soberbios gigantes perecían,
se refugió en una barquichuela la ESPERANZA del mundo” (Sb 14, 3-6).
“Una
ESPERANZA guarda el árbol:
si es cortado, aún puede retoñar y no dejará de echar renuevos” (Jb
14,7)
“Porque
nuestra salvación es en ESPERANZA” (Rm 8, 25).
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Son
todos textos tomados de la Biblia. Todos ellos versan sobre la esperanza, y son
una invitación a la esperanza. Y,
sin embargo, no parece que estemos viviendo un ambiente propicio para la
esperanza. Más bien, en este cambio de milenio el campo de nuestra esperanza
parece estar sembrado de minas antipersonales. ¿Por qué hay hoy esa atmósfera
de milenarismo, de Apocalipsis, de catástrofe final...? ¿Por qué se insiste
en anunciar el fin del mundo, la pronta venida de Cristo, el advenimiento de una
Nueva Era? ¿Son promesas o amenazas? ¿Invitan a la esperanza o hacen cundir el
pánico?
La
esperanza es hoy un bien necesario y, a la vez, escaso.
Es un bien absolutamente necesario para todas las personas, creyentes y
no creyentes, para todas las sociedades, religiosas o civiles. Sin esperanza no
hay vida ni supervivencia o, por lo menos, la vida carece de sentido y de sabor.
Por eso la sabiduría popular insiste: “la esperanza es lo último que se
pierde”.
Pero la esperanza es hoy un bien escaso. Andamos escasos de esperanza.
Abundan más los miedos. Muchos de nuestros contemporáneos protestan con Job.
“¿qué esperanza me queda?”. O claman como los huesos secos de la profecía
de Ezequiel: “se ha desvanecido nuestra esperanza”.
Pero
la esperanza es como el ave fénix: se resiste a morir y renace de sus propias
cenizas. Por eso, Charles Peguy pone en boca de Dios las siguientes
exclamaciones: “Puedo entender la fe y el amor. Pero, ¡la esperanza! La
esperanza es una maravilla, un milagro, un misterio, un inesperado rayo de luz
en medio de un mundo en el que la pertinacia de la locura humana parece socavar
todo fundamento para creer que será capaz de mejorarse”. Dios termina
clamando: “La fe que yo prefiero es la esperanza”.
En
este contexto litúrgico de adviento y en este contexto histórico de cambio de
milenio, vale la pena reflexionar un poco sobre la pregunta que nos ocupa: ¿Hay
aún razones para la esperanza?
1.
¿POR QUÉ HA ENFERMADO NUESTRA ESPERANZA?
Toda meditación
sobre la esperanza debe ser realista, arrancar desde la realidad. De lo
contrario puede inducirnos al engaño y acrecentar las frustraciones. Por eso,
empezaré analizando brevemente las causas y los síntomas de desesperación o
de desesperanza en el mundo actual. El diagnóstico puede correr el riesgo de
conducirnos al pesimismo. Pero también puede conducirnos a la siguiente
conclusión: hoy, cuando escasean las garantías humanas, la esperanza es más
necesaria que nunca.
He
aquí algunas causas y síntomas de desesperanza en el mundo actual:
-
Han
fracasado muchas utopías e ideologías, de derechas y de izquierdas. Con
ellas han caído muchas esperanzas nacidas en un pasado reciente. La
liberación y el paraíso que nos prometían los socialismos no han llegado.
Antes bien parecen alejarse cada vez más. No hemos sigo capaces de
implantar la justicia. La brecha de las diferencias económicas entre los
pueblos, entre los sectores sociales se agrava. Los pobres ven al primer
mundo como un enemigo. Pero, al mismo tiempo, la creciente masa de los
pobres se está convirtiendo en una amenaza para el mundo rico (el fenómeno
de la inmigración es un síntoma a la vista).
-
El
desarrollo de las ciencias y el capitalismo productivo tampoco nos ha traído
el paraíso, aunque nos hable permanentemente de la “sociedad del
bienestar”. Cada día se deja sentir más clara la ambigüedad del
progreso. Ganamos en comodidades, pero también nos rodean los riesgos y las
amenazas. (A quién no le pone nervioso el asunto de la vacas locas? Sin
hacer referencia a la amenaza nuclear, a los riesgos ecológicos, los
“malestares” que se multiplican en nuestras grandes urbes...). ¿Dónde
vamos a parar? En vez de crecer la esperanza, se multiplican los miedos.
-
Se
ha multiplicado la violencia en sus diversas formas. Entre nosotros la más
espectacular es, sin duda, el terrorismo, con esa sensación de impotencia
que genera. El terrorismo es una ofensiva a la desesperada. Este se
acrecienta en quienes han perdido la esperanza de cambiar la sociedad por
otros medios que no sean el ataque violento, la destrucción... Los
movimientos más libertarios o liberadores siempre corren el riesgo de
desembocar en la actuación violencia y desesperada. Lo malo es que también
socava la esperanza de los demás.
-
La
multiplicación de los miedos en la sociedad civil y también en la Iglesia.
Dicen los sociólogos que hoy no sólo hay peligros en nuestro mundo, sino
un riesgo generalizado. No sólo hay puntos negros en la vía, sino que todo
el trayecto es un riesgo. Y el miedo es el negativo de la fe y de la
esperanza. El miedo crece cuando escasea la esperanza.
-
Ante
el riesgo generalizado, se generalizan también las huidas, la fuga. Puede
ser el recurso a toda clase de adicciones, a la droga, al alcohol, al juego,
a la consola... o a otros mecanismos de fuga, particularmente en el mundo
joven. Cuando los jóvenes ven
cerrado el horizonte del futuro, personal, familiar, laboral..., ya no
encuentran espacio para la esperanza dentro la sociedad, el único camino es
la huida de la realidad tal como es, y el refugio en un mundo tal como lo
sueñan.
-
Puede
ser la búsqueda de gratificaciones inmediatas a corto plazo. Llámese
consumismo, materialismo, hedonismo... Cuando faltan las esperanzas a largo
plazo, se condesciende con el mero instinto o nos atenemos simplemente al
principio del placer, desentendiéndonos del principio de realidad. Las
lecturas de adviento nos advierten sobre el peligro del “embotamiento de
la mente en el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero”.
-
Puede
ser, en ámbitos eclesiales, la fuga hacia el pasado, buscando seguridades
en actitudes fundamentalistas, porque ha enfermado la esperanza del futuro.
En la Iglesia se ha multiplicado la nostalgia del pasado, de las seguridades
doctrinales y disciplinares. El
costo de la verdadera renovación de la Iglesia es grande, y por eso nos
acosa siempre la tentación de refugiarnos en el pasado y eludir los
compromisos de la conversión. Al final, nos da miedo la libertad y
preferimos la sumisión. Cambiamos la esperanza por la nostalgia.
-
En
el ámbito religioso la misma multiplicación de las sectas y de los nuevos
movimientos religiosos son también un síntoma de desesperanza. Casi todos
son de corte fundamentalista y apocalíptico. Apenas creen que este mundo
actual pueda ser renovado. Por eso, algunas de ellas postulan el final del
mismo y el advenimiento de un mundo radicalmente distinto. (Ya son muchos
los casos de suicidios colectivos en estos grupos religiosos). Muchos de
esos movimientos se han convertido en un verdadero problema de salud pública.
-
Y
el síntoma más cercano es la multiplicación de la soledad y la depresión
entre nuestros contemporáneos. La depresión tiene lugar en la persona,
cuando la esperanza le abandona. Por eso, hoy se puede hablar de una
multiplicación de las personas desesperanzadas.
2.
¿QUEDAN RAZONES PARA LA ESPERANZA?
Pese a todos los síntomas
que acabamos de señalar, vale la pena preguntarnos si aún hay razones para la
esperanza. Y no sólo eso. Debemos también preguntarnos si no existen de verdad
en nuestro mundo otros factores y otros síntomas que nos invitan a la
esperanza.
No todo es negro y
negativo en nuestro mundo. Ciertamente, lo negro y negativo resalta más, es más
vistoso y espectacular... Y, sobre todo, es más noticiable y más comercial.
Por eso quizá los medios de comunicación social y, en concreto, los
telediarios, nos dan una visión deformada de la realidad de nuestro mundo. Así
se convierten en fuente de pesimismo y desesperanza.
Conviene
mirar al mundo con realismo, y hasta con un poco de humor, viendo también los
faros de luz que hay en él. De lo contrario, nuestra mirada puede oscurecerse e
incluso podemos llegar a la ceguera de tanto mirar los puntos negros. (Han leído
El Ensayo sobre la ceguera de Saramago? Es un buen ejercicio).
Hay
síntomas en nuestro mundo que nos permiten alimentar la esperanza y seguir
creyendo en ella. Señalaré algunos de ellos:
-
También
progresa la conciencia ética en la mayoría de nuestros contemporáneos. Es
cierto que existe la permisividad, más allá de los límites racionales, a
nivel individual e incluso a nivel político. Pero también es cierto que en
muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo ha crecido la conciencia de que
no todo está permitido o que no todo lo permitido es justo. Las
manifestaciones contra el terrorismo son tan persistentes como el terrorismo
mismo, y desde luego más numerosas. No sé cuál será su eficacia; pero
desde luego son un testimonio claro de que
para millones de españoles no todo está permitido. Pese a todos sus
fracasos éticos en la actualidad, la humanidad ha superado estadios y
situaciones infrahumanas e inhumanas que ya hoy nos resultan inconcebibles,
aunque queden aún algunos reductos de las mismas (barbarie, esclavismo,
vasallaje, inquisición, guerras de religión, colonialismo,
antifeminismo...).
-
Crece
a su vez en muchas personas y grupos la sensibilización y concientización
con respecto a algunos valores irrenunciables del ser humano y de la
convivencia humana: la prioridad de la vida, la dignidad de todo ser humano,
los derechos humanos, la prioridad de la justicia, de la libertad, la
importancia de la cultura y de los hábitos democráticos... Que todos estos
valores sean aún conculdados y violados, no quita valor a la afirmación
cada vez más clara de los mismos. (Que los cristianos no cumplamos a
cabalidad el evangelio de Jesús, no quita valor al evangelio).
-
También
crece el número de personas y grupos comprometidos con esas causas: comités
de derechos humanos, organizaciones de solidaridad nacional e internacional,
colectivos y grupos comprometidos con la justicia y la paz, grupos
ecologistas en defensa del ambiente y de la vida... Que muchas veces la
denuncia de las violaciones de estos valores no se traduzca en logros y
conquistas reales o que los logros y conquistas no satisfagan los objetivos
propuestos, no resta valor a este síntoma de la esperanza.
-
También
son un síntoma de esperanza los nuevos movimientos religiosos, pese a todas
sus ambigüedades. En algunos sectores de la humanidad se está dando una
revalorización de la fe y del hecho religioso, así como la confianza en
que pueden proporcionar un aporte importante la construcción de una
sociedad más humana y más justa. Ni la crítica marxista de la religión
ni la secularización son ya la única palabra o la palabra definitiva sobre
la religión. (El encuentro de las religiones por la paz en Asís hace unos
años y otros encuentros religiosos son un síntoma de esperanza).
A
nivel específicamente eclesial, no faltan los miedos, la desesperanza y el
desencanto. Pero tampoco faltan motivos para la esperanza en este momento de
renovación y de cambio. Señalamos algunos:
-
El
nacimiento de nuevos grupos y comunidades cristianas. Crece la conciencia
del carácter comunitario de la fe y de la experiencia cristiana. Y cada vez
es mayor el número de personas que viven
alimentan su fe y su práctica cristiana desde alguna comunidad. La
esperanza necesita y se hace fuerte en la comunidad.
-
La
multiplicación de los ministerios laicales. Ha crecido el número de los
cristianos que han tomado conciencia de su corresponsabilidad en la misión
de la Iglesia. Hombres y mujeres laicos se incorporan a las tareas
pastorales y misioneras de la Iglesia.
-
Crece
también el número de los cristianos y de los grupos eclesiales, que, en
nombre de su fe, se comprometen en la defensa de la justicia y la paz, de
los derechos humanos, de los pobres y excluidos... Estos compromisos son
fuente de esperanza para muchas personas.
-
Y
no hay que olvidar otros hechos que también son motivos de esperanza: está
teniendo lugar una renovación de la espiritualidad cristiana, de la que son
partícipes y beneficiarios muchos cristianos, laicos, religiosos,
sacerdotes...; también se ha renovado la pastoral y la misión
evangelizadora, con una participación creciente de los laicos; se ha
incrementado el acceso a los estudios de la Biblia y la teología, lo que
sin duda puede favorecer una espiritualidad y una práctica cristiana más
evangélica, más madura...
3.
ALGUNOS RASGOS MÁS SIGNIFICATIVOS DE LA ESPEANZA CRISTIANA.-
En
estas circunstancias tenemos que preguntarnos: ¿Quedan aún razones para la
esperanza? Pero, ¿es que la esperanza necesita razones? ¿No es lo propio de
esta virtud humana y cristiana mantenerse firme precisamente cuando escasean las
razones? Cuando abundan las garantías humanas no hacen falta ni la fe ni la
esperanza. Estas son virtudes que tienen algo o mucho de apuesta. Por eso la
esperanza más auténtica es aquella que espera contra toda esperanza, aún
cuando todos los signos señalen en la dirección de la desesperanza. Y esa es sobre todo la esperanza cristiana.
La
comunidad cristiana tiene hoy una especial responsabilidad en medio de la
historia humana: ser testigo de una esperanza que va más allá de las
posibilidades previsibles de los seres humanos; afianzar de nuevo la esperanza
en las promesas que Dios ha depositado en nuestra historia de salvación. Así
las Iglesias serán capaces de devolver la esperanza a nuestros contemporáneos.
Recordemos
algunos rasgos más significativos de la esperanza cristiana.
-
La
esperanza cristiana es una experiencia personal. Es una experiencia más
honda y personal que la simple repetición verbal de que “esperamos la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Más honda y
personal que la mera celebración cultual de la esperanza en el adviento.
Nietzsche denunciaba en un tono agrio a los cristianos por su falta real de
esperanza: “Ojalá –decía- tuvieran cara de más redimidos; ojalá nos
cantaran cantos de esperanza”. La esperanza como experiencia personal es
fruto de una fe firme en Dios, de una confianza firme en la Palabra de Dios
que promete el triunfo final del bien sobre el mal, de la luz sobre las
tinieblas, de la vida sobre la muerte. Aunque, a veces, apenas encontremos
signos visibles en esa dirección.
-
La
esperanza cristiana es realista, y por eso firme y constante. Se caracteriza
por el realismo. No huye del mundo, ni hacia arriba, ni hacia el pasado, ni
hacia el futuro. No rehuye nuestra responsabilidad en esa lucha contra el
mal, la mentira y la muerte. No desconoce lo negativo que hay en la historia
humana, ni ignora las fuerzas operantes del mal y del pecado. No pretende
engañar a nadie con falsas ilusiones.
Pero es firme y constante. No cede a la desesperanza y la desesperación,
precisamente porque cree en
Dios, capaz de salvar y liberar a la humanidad del mal y del pecado. Si en
otro tiempo Dios actuó liberando a su pueblo, resucitando a Jesús de entre
los muertos, creemos que volverá actuar liberándonos, que saldrá garante
de sus promesas a pesar de nuestras impotencias e incluso a pesar de
nuestras actuaciones en contra de la salvación. Esta fue la esperanza de su
pueblo en el Antiguo Testamento, la esperanza de Jesús, la esperanza de los
cristianos que nos han precedido en el signo de la fe. No hay esperanza sin
fe. Esa esperanza es un don, una gracia, que nos es dada; no es una simple
conquista humana. Para los cristianos esta es la principal razón para
seguir esperando. Y, al mismo tiempo, esta es su principal responsabilidad
ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo: dar testimonio de una
esperanza contra toda
esperanza.
-
La
esperanza cristiana es, por supuesto, una virtud personal, pero también es
comunitaria. Nace, se alimenta y se sostiene en el interior de la comunidad
cristiana. Necesita, por
supuesto, de la fe personal, pero también necesita del apoyo de la
comunidad, sobre todo en tiempos de crisis. En el contexto de la pasión Jesús
se dirige a Pedro con estas palabras: “Pedro, Pedro... yo he rogado por ti
para que tu fe no vacile, pero tú, una vez levantado, confirma a tus
hermanos” (Lc 22, 32). Lo que se dice de la fe, vale igualmente para la
esperanza. Y Pablo dice a los de Corinto: “Dios nos conforta en todas las
pruebas por las que ahora pasamos, de manera que también nosotros podamos
confortar a los que están en cualquier prueba” (2 Co 1, 4). Difícil es
mantenerse firmes en la esperanza sin el respaldo de la comunidad. Cuando
dos caminan juntos, si uno cae el otro puede levantarle. Pero si uno camina
solo...
-
La
esperanza cristiana es una esperanza también para el mundo del más acá.
No mira sólo al mundo del más allá. Es una esperanza que se encarna en la
historia presente. Los cristianos creemos y esperamos que también las
cosas, las situaciones, las personas... pueden y deben cambiar y ser
transformadas. No invita a la huida del mundo, sino al compromiso para
transformar este mundo según la voluntad de Dios. “El Reino de Dios está
en medio, dentro de vosotros”, clama constantemente Jesús. “Qué hacéis
ahí mirando al cielo?”, reclama el mensajero a los apóstoles después de
la ascensión. Santo Tomás hablaba de un pecado contra la esperanza por
exceso: la presunción, que consiste en esperar demasiado o demasiado mal,
esperar más de la cuenta, esperar pasivamente como si la gracia de Dios nos
dispensara de nuestras responsabilidades históricas. Que la fe y la vida
cristiana no están orientadas sólo a garantizarnos la salvación eterna;
también deben conducirnos a vivir evangélicamente la vida presente, a
luchar para que este mundo sea más feliz, más humano, más justo, más
habitable.
-
La
esperanza cristiana está centrada en las promesas del Reino de Dios. Y, ¿cuáles
son esas promesas? Son promesas de justicia, de paz,
reconciliación, de liberación de todas las esclavitudes que nos
acosan. Por eso, el Reino de Dios tiene algo o mucho de utopía: porque su
realización siempre está por delante de nosotros, más allá de cualquier
conquista humana, de cualquier paraíso terreno. Precisamente por eso es
objeto de esperanza. Pero no es una ilusión: porque en nuestra historia hay
ya logros parciales de justicia, de paz, de reconciliación, de liberación...
Poner, seguir poniendo gestos de justicia y de paz, de reconciliación y
liberación, es una forma de hacer creíble la esperanza cristiana. Es una
forma de confortar a los hermanos en cualquier tribulación.
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La
verdadera esperanza cristiana es comprometida y militante. Resiste a la
mentira, a la injusticia, a la discriminación, a la xenofobia, a la
discriminación..., lo cual en nuestro mundo no es posible sin entrar en
conflicto con los valores o antivalores al uso, y con quienes los defienden
y los propagan. No se puede mantener una esperanza cristiana militante sin
un costo de oposición y, por tanto de sufrimiento. Por eso, el autor de los
Hebreos, nos dice que la esperanza se alimenta también de paciencia. Y va
poniendo gestos de justicia, de paz, de reconciliación, de acogida de todas
las personas excluidas. ¿Qué esperanzas ofrece hoy la comunidad cristiana
a los inmigrantes? Jesús alimentó la esperanza de su pueblo predicando y
poniendo gestos concretos que devolvían la esperanza a los pobres, a los
pecadores, a los excluidos... Dar razón de la esperanza cristiana no es sólo
cuestión de razonarla, sino de testimoniarla y de abrir posibilidades de
futuro para todas las personas.
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Y
la esperanza cristiana es una esperanza solidaria. No es la esperanza de una
Iglesia encerrada sobre si misma, de una comunidad espiritual aislada y
separada del resto de la humanidad, o totalmente ajena a las angustias y las
esperanzas de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Es una esperanza
misionera. Está destinada a expandirse en todos los sectores de la
sociedad. Por eso, la esperanza cristiana debe encarnarse y afectar, a través
de nuestro testimonio y nuestro compromiso, a todos los ámbitos de la
actividad humana: la política, la economía, la cultura, la educación, la
organización social... Los cristianos no estamos llamados a hacer cosas
distintas de las que hacen el resto de los humanos, pero si estamos
obligados a hacerlas de forma distinta, con otro espíritu, con otras
motivaciones, con otros criterios, con otras expectativas. No debemos
renunciar a la eficacia en esas actividades políticas, económicas,
educativas, sociales... Pero sí debemos entender la eficacia con distintos
criterios: la eficacia entendida como mera productividad económica o medida
sólo por los intereses personales que nos reporta, no rima bien con la
esperanza cristiana.
-
Por
eso, los cristianos, animados por la esperanza, deben ser solidarios con
todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de cualquier credo e ideología,
que luchan en la política, en la economía, en las actividades culturales y
educativas... para construir un mundo más justo y más humano. La verdadera
esperanza cristiana hoy debe ser ecuménica, en el sentido más amplio de la
palabra. Nadie que trabaje por el bien y la verdad, por la justicia y la
paz, por la vida y la dignidad de las personas, debería sernos ajeno.
4.
ALGUNOS DESAFÍOS PARA CONFIRMARNOS EN LA ESPERANZA CRISTIANA.-
La
esperanza, decía Peguy, es la hermana más débil, más frágil, más
vulnerable de las tres virtudes teologales. Por eso, necesita especiales
cuidados. Es necesario cultivarla permanentemente y reforzarla sin descanso. ¿Qué
prácticas debemos poner los cristianos para que no se agoste esta flor tan débil,
para que no se nos agoten las razones de la esperanza, para que no dejemos de
esperar? ¿Qué haremos para que no se nos muera o no nos maten la esperanza que
nos queda?
Señalaré
algunos desafíos más urgentes:
-
En
primer lugar, es necesario rescatar y potenciar el carácter experiencial de
la esperanza humana y cristiana. No basta la confesión teórica y verbal de
la esperanza en el mundo futuro. Ni basta celebrar la esperanza en unas
liturgias frías y rutinarias. La esperanza es una virtud, una actitud, un hábito
del corazón... Es una experiencia de confianza que se siente en lo más
hondo del ser, se profesa en comunidad, se celebra en la liturgia... Pero es
sobre todo eso, una experiencia de fe y de confianza.
-
Por
eso, para alimentar la esperanza cristiana, es necesario recuperar el hábito
de la oración, del silencio, de la meditación, de la contemplación del
misterio de Dios. Y es preciso cultivarla con liturgia y celebraciones más
vivas, más sentidas, más cercanas a los gozos y las tristezas de cada día.
Ahí en el fondo de la oración y de la celebración están escondidas las
razones más profundas de la esperanza cristiana.
-
En
segundo lugar, es preciso buscar e incorporarse a alguna comunidad cristiana
para cuidad, alimentar y fortalecer la esperanza. Lo repetimos una vez más:
aunque es virtud individual, la esperanza cristiana sólo se sostiene y
madura en la comunidad. Los aislamientos, las soledades, el
individualismo... suelen ser vías seguras hacia la desesperanza y la
desesperación. Afortunadamente se van multiplicando las nuevas comunidades
cristianas. Este hecho es otra razón para la esperanza en la Iglesia. Pero
de qué servirán esas comunidades a los cristianos que siguen
haciendo su camino en solitario? Ya lo advertía el autor de Hebreos:
“no abandonéis la comunidad, como algunos acostumbran a hacer”.
-
En
tercer lugar, es necesario poner realismo a la esperanza cristiana. Para
ello es imprescindible saber en qué mundo estamos, y cuáles son los
problemas de este mundo, cuáles son las razones de las desesperanzas
propias y ajenas. No vale la política del avestruz, meter la cabeza debajo
del ala. Ese no es buen método para conservar la esperanza, y menos aún
para alimentarla. A la larga, será el camino más seguro para acabar
frustrados y desesperanzados. Es preciso mantener la esperanza en medio de
la realidad. Es la única esperanza real y eficiente. Por eso, hoy debemos
mantener la esperanza cristiana y levantar la esperanza de la humanidad
mientras nos hacemos conscientes y solidarios de los problemas que
ensombrecen nuestro mundo: la pobreza masiva, la injusticia, la
marginalidad, la violación sistemática de los derechos humanos, el
terrorismo y todo género de violencia...
-
En
cuarto lugar, en necesario combinar los análisis de las ciencias sociales
sobre todos estos problemas con la lectura meditada de la Palabra de Dios.
Como solía decir un Maestro General de los Dominicos, los cristianos
debemos caminar con el periódico en una mano y la Biblia en la otra. Con el
periódico en una mano para saber en qué mundo estamos y qué sucede en
torno nuestro, qué enemigos tiene actualmente la esperanza y qué signos de
esperanza brotan en medio de la
humanidad. Con la Biblia en la otra mano, para saber qué mundo quiere Dios
y cuál es nuestra responsabilidad en la construcción de ese mundo que Dios
quiere. Si nos atenemos al periódico más de un día veremos peligrar
nuestra esperanza. Si meditamos la Palabra de Dios, seguiremos creyendo que
nuestra salvación es en esperanza.
-
En
quinto lugar, es necesario participar con los grupos y las organizaciones
que se mantienen firmes en la lucha para superar todos esos problemas que
hacen peligrar la esperanza de la humanidad, la nuestra y la de los demás.
La colaboración de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en esas
luchas es hoy más urgente que nunca. Es la nueva versión del ecumenismo.
De esta colaboración de todos los hombres y mujeres de buena
voluntad en la lucha por la justicia, la paz, los derechos humanos, los
derechos de los pobres y excluidos... brotarán nuevas razones para la
esperanza.
-
Finalmente,
como cristianos, hemos de alimentar la esperanza con la memoria de Jesús,
quien confió y esperó en Dios Padre más allá incluso de la propia muerte
y del aparente fracaso en el que terminó su vida terrena.
Su vida, desde el punto de vista humano, tuvo motivos más que sobrados para
la desesperanza e incluso para la desesperación. Basta leer el relato de
Getsemaní. Y,
sin embargo, la Carta a los Hebreos nos presenta a Jesús como modelo de
confianza y esperanza en medio del sufrimiento: “Cristo en los días de su
vida mortal ofreció su sacrificio con lágrimas y grandes clamores. Dirigió
ruegos y súplicas a Aquel que podía salvarle de la muerte y fue escuchado
por su actitud reverente. Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer; y
llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para
todos los que le obedecen...” (Hb 5, 7-9).
Y
el mismo autor nos invita a poner los ojos en Jesús, para mantenernos firmes en
la fe y en la esperanza:
“Por
tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos,
sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la
prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma
nuestra fe... Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los
pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido
todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado” (Hb 12,
1-4).
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