El
análisis que nos proponemos va estar más marcado por interrogantes que
respuestas y aportaciones nuevas. Pero es un intento de hacer una síntesis
sobre las convergencias y divergencias entre las grandes religiones. Nuestro
interés es hacer dialogar a estas religiones en esta era de la globalización;
a sabiendas además de que lo religioso es una dimensión que caracteriza la
cultura y lo más original de los seres humanos. El enriquecimiento mutuo
entre personas de diversas culturas y religiones, puede aportar a esta
sociedad centrada en el capital, el devolver su carácter espiritual, de
misterio, que caracteriza sea al mundo, pero especialmente a todo ser humano. 1.
Ante
el Hinduismo y el Budismo: ¿Es posible adentrarnos en estas
religiones que nos separaran la primera 3500 años y la otra 2600 años? Ante
este hecho histórico no podemos creer que los cristianos somos los únicos
que hemos comenzado a creer. Cuando analizamos estas religiones tengo el
presentimiento de que sería necesario vivir unos años entre las gentes de
esas religiones. En este sentido estoy pensando en el teólogo católico
Raimon Panikkar, de padre hindú y madre católica, que afirma sin ambages una
cosa que puede resultar muy ambigua en la mente de aquellos que temen un
cierto relativismo en esta etapa de diálogo interreligioso. Dice así
Pannikar: “Me fui a la India cristiano, me descubrí hindú y regresé
budista, sin dejar en ningún momento de ser cristiano”[1].
El teólogo Francois
Varillon se cuestionaba en una de sus obras: “¿Cómo se podría unir y
fundir en una sola religión el hinduismo que niega a un Dios creador, el judaísmo
que niega un Dios encarnado, el islam que niega a un Dios Trinidad y el
cristianismo que no sería estrictamente nada al margen de la fe en un Dios
Trinidad, creador y encarnado?”[2]
¿Cómo conciliar la postura de Panikkar con la de Varillon?
¿Cómo analizar con objetividad el budismo que relativiza el mundo, el
“yo”, e incluso reduce el Absoluto a un silencio? Lo que constituye el
fundamento de todo budismo en su evolución futura es la intuición del dolor
universal. En cuanto se descubre esta noble verdad, sólo hay que luchar por
medio de la ascesis para acabar con esa sed o deseo que nos hace sufrir. El
apegarse a la existencia, al mundo produce dolor. Ningún Dios, ningún Juez
supremo interviene para pesar las virtudes y los vicios, los crímenes o los
beneficios, ni para distribuir equitativamente castigos y recompensas.
Otro punto central del budismo es que se trata de una doctrina de
salvación que descansa, como el hinduismo en la creencia indiscutida en la
transmigración. Es decir, todo acto, moralmente bueno o malo, deja una huella
en el psiquismo de su autor y altera su destino que lo hace progresar hacia la
salvación o retroceder lejos de la salvación. Una sola existencia no basta
para esa maduración. Hacen falta varias. Se dan pues uno o varios nacimientos
sucesivos en otras vidas.
Pero esta liberación del dolor, del sufrimiento no es individual
(corriente o movimiento del budismo antiguo llamado Hinayana o Pequeño Vehículo),
sino que toda persona debe preocuparse por la salvación de los demás
(corriente Mahayana o Gran Vehículo, movimiento reformador que surgió en los
últimos años de nuestra era). Con otras palabras, hay algo preferible a la
entrada en el nirvana, y es conducir a otros a él. La caridad así entendida
es lo que llevó al teólogo Henri de Lubac a escribir: “esta es la cima del
budismo, una de las cimas de la humanidad”[3].
El núcleo de la enseñanza de Buda es que el caminante ha de comprobar
por sí mismo la verdad del camino conforme lo va recorriendo.
Ciertamente me parece intuir una primera lección del budismo de la que
tenemos que tomar muy en serio. Como un autor escribe: “Si la Iglesia
hubiera animado y fortalecido a los fieles para que vieran y experimentaran
por si mismos el Camino, la Verdad y la Vida en vez de insistir tanto en una
aceptación ciega de unas doctrinas sobre la base de su sola autoridad, es
posible que no se hubiera producido esta crisis moderna de fe en la que
vivimos. No es de extrañar que el cristiano descristianizado se sienta atraído
por la religiosidad racional y experiencial del budismo en sus diversas
formas”[4].
Con otras religiones, el Islam, el Judaísmo, incluso hasta el
hinduismo, por ejemplo, es posible establecer paralelos y comparaciones. El
budismo, por el contrario, sólo presenta al cristianismo una serie de antítesis.
Estos sería los tres puntos antitéticos: la ausencia de Dios, la ausencia de
una fe, la ausencia de una salvación recibida de Dios. Si, de acuerdo con el
Vaticano II, aceptamos que Dios actúa también en otras tradiciones
religiosas (cfr NE, 2), el budismo nos presenta el hecho asombroso de su
revelación en su negación. Esta experiencia antitética acerca de Dios y el
mundo, acerca del Todo, es para el espíritu humano un hecho a la vez
enormemente turbador y gratificante.
No olvidemos que la mística cristiana también comparte esta opinión.
Recordemos por ejemplo lo que decía el Maestro Eckart: “Vale mucho más
callar sobre Dios que hablar”. O un Tomás de Aquino que al incio de su
Summa teológica sienta un principio fundamental para toda reflexión
teólogica: “de Dios no podemos saber lo que es, sino sólo lo que no es”[5].
Sin embargo, siguiendo el consejo de Péguy de que “los verdaderos
debates sólo pueden desarrollarse en las cimas”, es mi deseo hacer las
siguientes aclaraciones con relación al budismo. a)
Es verdad que el budismo también tuvo el presentimiento de la gracia. Pero
nunca ha articulado claramente las palabras que están en el centro del
Evangelio: Sin
mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5). El budismo nunca ha
comprendido que “no es por nuestras fuerzas como conseguimos salir de
nosotros mismos”.
La gracia supone la Encarnación, y la Encarnación supone la Trinidad.
Si Dios no es Trinidad, no hay Encarnación posible, es evidente. Y, si no hay
Encarnación, la gracia no puede ser más que una operación mágica. b)
La
caridad cristiana no va dirigida a la miseria del otro sino al otro, que
sufre, por supuesto, pero al otro que es imagen de Dios. Por tanto la caridad
es eterna, mientras que en el budismo es una virtud provisional. La raíz de
todo está en que el budismo no cree en la Encarnación.
¿Qué decir del Hinduismo?
Esta religión
descansa sobre dos pilares: 1)
El primero es la certeza de que la condición humana es una condición de
servidumbre. 2)
El segundo, que la liberación es posible.
La
condición humana de servidumbre aparece claramente cuando la mente está
despierta e iluminada. En ese momento, la vida se revela como engañosa y
miserable. La vida es esencialmente una ilusión. Y es una ilusión porque la
existencia nos somete a la servidumbre del tiempo. La esclavitud, la
servidumbre (el Karma) esto es lo que identifica a todo hinduista, y su meta
es liberarse y superar el karma, para descubrir de esa manera lo divino que se
encuentra en el fondo del alma.
Esta liberación se consigue por medio del nirvana. Pero en el
hinduismo al nirvana no se llega sólo mediante una liberación individual y
absoluto esfuerzo humano, sino que esta religión oscila entre la tesis de una
felicidad impersonal e inefable y la de una comunión personal y eterna con
Dios concebido como Persona. 2)
El
tema de la salvación.
Todo lo he dicho hasta ahora tenemos que afirmar que si el tema central de
todas las religiones - y es lo que la Fenomenología de la religión y la
Historia de la religiones lo demuestran- es la
salvación, es obvio decir que hay una diferencia clara entre
la soteriología oriental y la de las religiones monoteistas. Incluso entre
las religiones judía, islámica y cristiana también
el significado de la salvación-redención es diferente.
En el hinduismo la salvación se inicia ya en la historia, bajo la
autoconciencia que la vida es una ilusión, servidumbre que hay que liberarse.
De igual modo la liberación del ciclo de las reencarnaciones (samsara)[6]
es el objetivo último de la fe y de la práctica
religiosa hinduista.Para ello es necesario la ascesis que se lleva a cabo por
medio de la práctica del yoga. Pero la meta final es la anulación total de
la persona, puesto que todo cuanto atañe a la naturaleza es una ilusión, y
por lo tanto lo central es la identificación plena del alma con el Absoluto.
En forma de síntesis diríamos que “el hinduismo es superficialmente
politeísta, tendencialmente monoteísta y fundamentalmente monista. O
bien popularmente politeísta, devocionalmente monoteísta y metafísicamente
monista”[7].
El
budismo es una
religión que sin rechazar totalmente el Absoluto, somete a éste a un
silencio. La salvación sería liberarse ya aquí del dolor y del sufrimiento.
Pero no sólo desde el plano individual, sino la cima más alta de la caridad
de toda persona es luchar para que los demás alcancen esta meta. Pero la
pregunta clave que surge desde esta visión de la salvación es: ¿El ser
humano por sus propias fuerzas puede liberarse plenamente? ¿Qué sucede después
de la muerte? ¿Tiene un inicio y un final
esta historia desde la religión budista? El
Judaísmo[8]
es la religión fundamentada en la experiencia del Antiguo Testamento y
transmitida a través de la tradición rabínica (Mishná y Talmud), se
conserva en grandes círculos del pueblo de Israel.
El judaísmo es una religión pequeña (cerca de 17 millones de judíos
hay actualmente). Es una gran religión en el sentido de que transmite un
mensaje de esperanza salvadora para todos los pueblos y se encuentra en la
base de los dos movimientos religiosos fundamentales de Occidente: el islam y
el cristianismo.
Frente al hinduismo, la religión judía concibe a Dios como
estrictamente personal y trascendente; por eso tiene una figura inconfundible
y no reviste ni puede revestir formas de expresión que aparezcan como
distintas y contradictorias; por eso puede mantenerse idéntico a lo largo de
una historia muy extensa. Frente al budismo, el Dios judío es la figura
absolutamente central de toda existencia de los hombres; son expresión de
Dios las leyes de la naturaleza y de la historia; reflejo de una presencia
transformante de Dios será la libertad (liberación) a la que tiende el
universo; por eso sería imposible (contradictorio) el prescindir de Dios en
la formulación de la experiencia religiosa.
El Dios del judaísmo está fijado a lo largo de la revelación bíblica
(el Antiguo Testamento de los cristianos) y se le conoce en cuanto ha
determinado la historia de Israel tal como ha sido interpretada por la ley
(Pentateuco) y los profetas. Pero se trata, al mismo
tiempo, de un Dios que continúa abierto; la historia no ha
terminado y por eso hay que esperar su manifestación definitiva, es decir, la
culminación escatológica. En esa culminación podrá intervenir una figura
mesiánica individual, que se concibe como el gran profeta o representante de
Dios (Mesías). Sin embargo, el papel mesiánico fundamental lo juega (lo
jugará) todo el pueblo de Israel. Pero aquí no tratamos del mesianismo, sino
del Dios judío, visto desde una perspectiva cristiana. Precisemos sus rasgos: 1.
El judaísmo
afirma de manera exclusiva la unicidad de lo divino. Dios es uno, es simple,
personal transcendente respecto de la historia; sólo desde su lejanía puede
intervenir y de hecho interviene en la historia de los hombres. El
cristianismo, sin perder esa unidad, la ha enriquecido desde dentro
introduciendo al Cristo en el misterio del ser de lo divino; por eso, el espíritu
o fuerza de Dios ya no es expresión general de su actuación, sino el campo
de amor y de presencia de Dios y Jesucristo. 2.
Para el judaísmo,
Dios es divino siendo trascendente, es decir, separado de los hombres.
Ciertamente, Dios se mostrará del todo en nuestra historia, pero su rostro es
todavía algo futuro. Para el cristianismo, la realidad de lo divino abarca
toda la historia y el destino de Jesús; por eso, encontrarse con Dios no
significa salir fuera de lo humano, sino hallarse en ese campo de nueva
humanidad (o de presencia) que suscita entre nosotros Jesucristo. 3.
Esto nos
lleva al tema de la historia. Para Israel, aunque Dios se haya expresado en
Israel, la historia, la historia de Israel no agota ni refleja totalmente, la
profundidad de lo divino. Tampoco en el final (la parusía) Dios se
identificará con la nueva creación que ha de suscitarse en su presencia. El
cristianismo, en cambio, piensa que Dios se ha reflejado totalmente en
Jesucristo; por eso, la historia de los hombres es el lugar de la manifestación
plena de Dios en el Espíritu. En resumen, para el judaísmo Dios es personal
estando aislado, siendo en su interior un solitario; para el cristianismo, lo
divino es personal como el encuentro de amor de Dios y Jesucristo.
Con respecto al Islam
(sumisión a Dios) por su manera de enfocar el tema de Dios muestra
una originalidad más bien escasa. Sin llegar a sostener que su doctrina es
una simple repetición de ideas judías o cristianas, debemos afirmar que su
imagen de Dios no aporta novedades importantes. Dios es como un dueño de los
hombres y del mundo; por eso sus relaciones
con los hombres, aunque tejidas de cierta bondad y misericordia, son
las relaciones de un amo con un esclavo.
Como dueño, Dios ha impuesto unos mandatos a los hombres (oración,
ayuno, limosna, peregrinación a la Meca....). Como señor bondadoso les ayuda
en el camino de la vida, sea directamente, sea por medio de los ángeles. Como
juez decidirá al final sobre el sentido de la historia, ofreciendo para el
hombre su premio y su castigo. Para terminar queremos completar esta imagen de
Dios en islam comparardola con el Dios del judaísmo y cristianismo.
Con el Dios judío, el Dios del islam tiene en común la personalidad,
la unicidad y trascendencia, distinguiéndose de esa forma de la visión
divina del hinduismo y del budismo. Por eso su libro (el Corán) es obra de
Mahoma no el reflejo de una tradición religiosa milenaria, como en el caso de
la Biblia de los judíos. Por otra parte, el Dios judío está ligado a su
nación (el pueblo de Israel), mientras que Allah, que se revela por Mahoma[9],
es Dios de todos los que que crean, sin diferencia de raza o de clases
sociales.
Frente al Dios cristiano, el islam representa una regresión. Mahoma ha
condenado la Trinidad como una forma de blasfemia, cercana al politeísmo
(=tres dioses distintos) sin haber comprendido el sentido de la revelación de
Dios en Jesucristo. “Por eso, mientras el Dios cristiano se introduce dentro
de la historia y la transforma en Jesucristo, el Dios del Islam sigue siendo
una simple voluntad trascendente frente a la cual los hombres deben inclinarse
de una forma ciega. Con un atisbo de exageración, podríamos afirmar que el
islamismo representa un brote de la religión de Israel que, por Mahoma, se
convierte en religión universalmente valiosa para el mundo. Por eso, en su
manera de enfocar el tema de Dios, sigue siendo precristiana, al menos a
nuestro modo de ver”[10].
El Islam aunque cree en otra vida, no acepta que ella sea una vida
“junto a Dios” tal como la promete el cristianismo. Expresiones como la
del Nuevo Testamento (N.T.): “cuando se manifieste lo que ya somos seremos
iguales a Él porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1ss), son
inconcebibles - si no blasfemas- para un musulmán. La otra vida se mantiene
dentro de los límites de la creaturidad humana y sólo puede ser descrita
como un “más acá” plancentero.
Y aunque Alá es confesado en cada sura (o capítulo) del Corán como
“clemente y misericordioso”, entre los cien nombres de Dios falta
precisamente el único que le da el N.T: “Dios es Amor”. Para el musulmán,
Dios es Señor y no Abbá en el sentido que daba Jesús a la palabra Padre.
Con todo, los expertos hacen notar que las palabras clemente y
misericordioso provienen de la raíz RHM que significa entrañas. Y que quizá
Mahoma evitó la palabra amor para evitar una concepción sexual del amor de
Dios.
Para el Islam Dios será también Juez , Premiador y Castigador de lo
hecho en esta vida. Pero no puede ser meta de la historia. La historia humana
no puede estar llamada a terminar en Dios (en el sentido del cielo cristiano).
Y por eso, la encarnación de Dios, o la Resurrección de Jesús definida como
“el fin de la historia anticipada en ella” (Pannenberg) son afirmaciones
falsas y blasfemas.
Y sin embargo, la profunda religiosidad del Islam no se resigna a dejar
a Dios sólo en su dimensión transcendente (como haría la filosofía que
llaman “deísta”). Dios marca toda la vida del hombre. Toda la realidad
está tan empapada de Dios que es difícil comprender que pueda tener una
“autonomía” en su fundamento. De ahí eso que suele llamarse “tentación
teocrática”, o dificultad para asumir la secularidad que, aunque sea una
dificultad propia de todos los universos religiosos, es quizá más fuerte en
el Islam[11].
¿Es todo el islam que se opone al espíritu moderno?
En el prólogo a la edicción española del libro de Muhammad Iqbal, el
director del Instituto de Estudios Sufíes de Barcelona, Carles Jalil Bárcena,
recuerda que el sentido profundo del viaje de Iqbal a Europa no era sino
hallar las herramientas que le permitiesen mostrar que el islam, lejos de
constituir una rémora del pasado, podía y debía ser compatible con el
discurrir de los tiempos y, en especial, el avance de la ciencia. Iqbal
siempre fue consciente de que el hombre moderno exige una forma científica
del conocimiento religioso y a esa tarea se consagró en cuerpo y alma.
Es más, Iqbal sostuvo sin ambages que, en la revelación coránica, se
hallan esbozadas las bases sobre las que se asentó el desarrollo científico
de la humanidad[12].
A diferencia de otros reformistas musulmanes contemporáneos suyos,
Muhamad Iqbal fue siempre consciente de que la reconstrucción que precisaba
el islam no era mera adaptación a las circustancias específicas de la vida
moderna.
Según M. Iqbal, el hombre contemporáneo necesitaba con urgencia tres
cosas: primeramente, una reinterpretación espiritual del universo; en segundo
lugar, una emancipación interior espiritual; y, por último, valores
universales que orientaran la evolución de la sociedad sobre una base
espiritual.
Esto lo encontró en el sufismo. Pero ¿a qué sufismo remite la
espiritualidad iqbalí?
Como es sabido el sufismo constituye la dimensión mística del islam,
su esoterismo, es decir, su aspecto interior. Con todo, el sufismo no posee un
único rostro. A lo largo del tiempo, ha mudado varias veces de piel. Así, a
partir del siglo XVIII y durante el XIX, verá la luz un sufismo de nuevo cuño-
el profesor Fazlur Rahman habla de neosufismo-, menos extático tal vez y,
sobre todo, mucho más preocupado por mostrar su filiación islámica y su
ortodoxia doctrinal. Un sufismo, o neosufismo si se prefiere el término, muy
crítico consigo mismo, contrario al escapismo y consciente de su
responsabilidad social. Un sufismo que censura los excesos y desprecia las
creencias supersticiosas y obscurantistas. Un sufismo bien enraizado en el Corán
y la sunnah o tradición profética. Ése y no otro es el sufismo de M. Iqbal,
afiliado, al parecer, a la qadiriyya[13].
El sufismo, para Iqbal, consiste en la transformación interior y en
reflejar en el mundo dicha transformación.
Haciendo suyo el proverbio atribuido al pensador libanés Shaqib Arslan
-“el islam es una cosa, los musulmanes otra-, el Iqbal sufí se alzó por
igual tanto contra los doctores de la ley islámica como contra ciertos sufíes.
Según Iqbal, es verdad que el Coran incluye un puñado de principios
generales de carácter jurídico, concernientes a la familia en particular,
pero su principal objetivo en modo alguno es éste, sino, en palabras del
proprio Iqbal, despertar en el hombre una conciencia superior de su relación
con Dios y con el universo.
El hombre del siglo XXI, que vive en guerra psicológica consigo mismo
y económica con los demás, necesita oír en su interior el latido, cálido y
próximo, de la divinidad. Afirma Dios en el Corán: “Sí, hemos creado al
hombre. Sabemos lo que su mente le sugiere. Estamos más cerca de él que su
misma vena yugural” (Sura 50, 16).
En uno de sus largos poemas místicos de Iqbal hallamos un elocuente
verso que dice así: “El significado del islam es renunciar a lo que
desaparece”. Al fin y al cabo, todo es relativo excepto el Absoluto.
De estas aportaciones de este autor casi contemporaneo a nosotros, nos
podemos preguntar: ¿Qué modernidad queremos que asimile el islam? Esta
sociedad prometeica, donde parece que todo está en manos del poder del
hombre, de su razón instrumental, le conviene tomar en serio todo lo que
hemos recordado de Iqbal, pero particularmente esta frase: “Hay que
despertar en el hombre una conciencia superior de su relación con Dios y con
el universo”[14].
3.
Dios
Padre nos ha dicho todo por medio del Hijo. En la tradición del
islam se sostiene que esta religión surge para corregir las desviaciones del
judaísmo y el cristianismo. Especialmente critican al cristianismo de haber
caído en el politeismo. De ahí que vuelvan al monoteísmo de Abrahan. Es más,
sostienen que ya sea Abrahan, como Moises y Jesús habian anunciado la llegada
de otro profeta. No están de acuerdo que Jesús anunciara la venida del Espíritu,
sino la venida de otro profeta (cfr. Sura 61, 6).
¿Qué decir de estos argumentos?
En primer lugar hay que partir de que en los territorios al noroeste de
Arabia, Siria en Hidjaz y en el Yemen habían encontrado cobijo en sus
iglesias cristianos judíos. Por eso se puede suponer que tradiciones orales
de los Evangelios llegaron hasta Mahoma. Por el contrario, no se puede
presuponer un conocimiento de los textos escritos de los Evangelios. Esto
explica ya las inexactitudes y las citas falsas del contenido evangélico en
el Corán[15].
En la carta a los Hebreos se nos dice que “ muchas veces y de muchos
modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en
estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó
heredero de todo” (1, 1-2).
San Juan de la Cruz interpretando este texto nos dice que Dios nos lo
ha dicho todo en el Hijo. 4.
La
humildad de Dios. ¿Lo
dicho en el tercer apartado quiere decir que el cristianismo anula el valor
del hecho religioso de otras tradiciones religiosas?[16].
Sobre esta cuestión no me
detengo en presentar lo que ya muchos teólogos han analizado, sólo quiero
exponer una tesis que veo muy importante a tener en cuenta en el diálogo
interreligioso. ¿No habría que hacer un estudio comparativo del cristianismo
con las otras religiones a partir de la humildad de Dios?
Antes de explicar qué sería esta humildad de Dios, me detengo en
desarrollar otros aspectos a tener en cuenta.
Si consideramos el cristianismo como la religión que posee la verdad
absoluta nos llevaría a ver a las otras religiones a partir de un
exclusivismo (Karl Barth), que sostiene que las demás
religiones son falsas, sólo el cristianismo posee la verdad porque no es una
religión sino que sólo es fe. Las religiones pretenden descubrir a Dios con
la razón, con sus propios razonamientos y deseos, pero terminan invéntandose
y proyectando sus conciencias en un ser fuera de este mundo, pero que éste no
sería Dios sino algo inventado por los hombres.
Otra postura seria la que se denomina bajo el paradigma inclusivo-cristocéntrico,
donde ve las demás religiones como caminos de salvación pero todas tienden
hacia Cristo. Cristo es la respuesta definitiva a los interrogantes y a los
que andan buscando a tientas las demás creencias (Danielou, de Lubac,
Balthasar, Rahner, Congar).
Ante estas respuestas no muy conformes para otros teólogos (Hick,
Knitter, Panikkar) se ha propuesto en estos últimos años otro paradigma al
que se le denomina pluralista-teocéntrico.
Todas las religiones son verdaderas pues lo que nos une es la creencia en un
mismo Dios. Aquí no es posible presentar a Cristo como la última palabra de
Dios dada a la humanidad, pues esto dificultaría el diálogo con las demás
religiones. En este paradigma Cristo aparece como un profeta más, y no se
tiene en cuenta su divinidad y humanidad que ya afrontó el Concilio de
Calcedonia (451). En este paradigma pluralista.teocéntrico el cristianismo es
un camino más entre otros muchos. Y aquí sin duda estamos ante el peligro de
relativismo.
De ahí que nuestra intención es que ante el diálogo interreligioso
se debería dar el salto hacia un nuevo paradigma que mediaría entre el
inclusivo y pluralista teocéntrico. Pero añadiría que este paradigma tiene
que tener en cuenta la apofacticidad a la hora de hablar de Dios. Es la forma
de hablar de Dios de los grandes místicos. Ya hemos recordado que el Maestro
Eckhart aconsejaba que ante Dios es mejor guardar silencio. Decía así:
“Cualquier palabra que sepamos pronunciar sobre él, es más bien una
negación
acerca
de lo que Dios no es, en vez de ser un enunciado de lo que es. Cualquier cosa
que fuera capaz de decir con
palabras sobre Dios en absoluto estaría dicho con propiedad, ya que siempre
contendría algún error. Vale mucho más callar sobre Dios que hablar”[17].
Y dentro de este lenguaje apofáctico a la hora de hablar de Dios, habría
que añadir el paradigma de identidad propia de cada religión, y un dejarse
interpelar por el otro y aprender del otro que no cree como yo. No olvidemos
que Jesús se deja interpelar por la mujer sirofenicia (cfr Marcos 7, 24-30).
Jesús no da respuestas definitivas, deja que la humanidad, la Iglesia
siga buscando la verdad; deja paso al Paráclito, que nos llevará a la
plenitud de la verdad. Recordemos también la pregunta de los apóstoles, poco
antes de la Ascensión de Jesús: ¿cuándo vas a instaurar el reino?. Y Jesús
responde que no toca a vosotros
dar la respuesta definitiva, sino al Padre (cfr Hechos 1, 7-8).
Ha de quedar siempre claro que el fundamento del diálogo
interreligioso es alcanzar la verdad de forma persuasiva, sin imponerla pero
sin ocultarla, sabiendo que “la verdad no es algo que poseemos, sino una
Persona por la que tenemos que dejarnos poseer”[18].
La humildad y la discreción
de Dios que no cierra la historia en esquemas cerrados, se manifiesta en el
silencio de la Encarnación, de la impotencia de la Cruz, del silencio de la
Resurrección, y del don del Espíritu que obra en el fondo del ser de toda
criatura. Este Espíritu que obra más allá de la Iglesia visible.
Finalmente no quiero con este paradigma
olvidar aquello que el filósofo X. Zubiri sostiene: “La novedad del
Cristianismo está en que Jesús no reveló a Dios diciéndolo, sino siéndolo.
Cristo reveló a Dios siendo Dios. Con San Atanasio diremos que el Verbo es la
Verdad, y nada de lo que es verdadero es ajeno al Verbo.
Por nuestra parte, al comparar el Cristianismo con las otras formas de
religiosidad, hacemos de la verdad cristiana el trazado de la verdad de todas
las demás, en cuanto que la historia de las religiones es la palpitación
real de la divinidad en el espíritu humano, y el cristianismo constituye el
centro de esta onda. Por eso no es sólo verdadera religión, sino la verdad
definitiva (la religión verdadera), ya que Cristo no solamente es el
predicador de Dios, sino que es Dios mismo conduciendo a los hombres a la
realidad más profunda de Dios.
En el Cristianismo es Dios mismo el que nos lleva a Dios”[19].
Ahora bien, esta verdad no pretende ninguna pretensión de arrogancia
frente al que no cree como nosotros, porque considero que algunos no
cristianos se encuentran más cerca de la salvación manifestada en el mensaje
de la persona de Jesús que muchos cristianos que lo son solo de nombre. En
este sentido escribía el Cardenal Newman: “Muchos que no han conocido el
Evangelio se alzarán en el juicio contra los hijos de la Iglesia, y harán
ver que han obrado mejor con oportunidades menores”[20]. [1] Citado por María Toscano y Germán Ancochea Soto, ¿Qué decimos cuando decimos Dios?. El Dios que el hombre ha pensado, Ediciones Obelisco, Barcelona 2001, 552. [2] F. Varillon, El cristianismo ante las grandes religiones, Ed. Mensajero, Bilbao 1997, 37. [3] Citado por F. Varillon, o.c., 169. Incluso H. de Lubac escríbia: “Si exceptuamos el hecho único (de la Encarnación), en el que adoramos la huella y la presencia misma de Dios, el budismo es sin duda el gran acontecimiento de la historia”: ibid., 159. [4] M. Fernando, El desafío budista al cristianismo, en: “Concilium” 136 (1978), 408-419, aquí 414. [5] “De Deo scire non possumus quid sit, sed quid non sit” (S. T. I, 9, 3 introd.). [6] Samsara significa vagar o pasar a través de una serie de estados y condiciones. [7] J. L. Sánchez Nogales, Cristianismo e Hinduismo. Horizonte desde la ribera cristiana, Desclée de Brouwer, Bilbao 2000, 159. [8] Aquí seguimos el estudio de X. Pikaza, “El Dios cristiano y el Dios de las grandes religiones”, en: O. González de Cardedal, J. Martín Velasco y otros, Introducción al Cristianismo, Editores Caparrós, Madrid 1994, especialmente 271-272. [9] El islam tiene muy claras las fechas del nacimiento y muerte de su profeta: según sus datos, nació en La Meca el lunes 12 de rabi I del año del elefante, y falleció en Medina el lunes 13 de rabi I del año 11. Para entendernos mejor, el profeta nació el lunes 12 de junio del “año del elefante”, es decir, el año 569 d.C., y murió el día 13 también de junio del año 11 de su cómputo, es decir, el año 11 a partir de la Hégira, que tuvo lugar el año 622 d.C., con lo que para nosotros murió en el año 632 d.C. Así como los cristianos cuentan el tiempo a partir de Jesucristo, los musulmanes lo cuentan a partir de Mahoma; pero no desde el nacimiento de éste, sino desde el momento de la hégira, es decir, el año en que el profeta tuvo que huir de La Meca, y que fue el 622 d.C., como ya se ha anotado. Esto significa que el año que nosotros denominamos 622, para el islam es el año 1. La fecha precisa de su muerte tuvo lugar el 8 de junio del 632. Mahoma, tenía pues, al morir, sesenta y tres años de edad. Sobre el lugar donde fue enterrado, seguimos las aportaciones de los historiadores Al Channabi y Abulfeda, para quienes según el proprio Mahoma había dicho siempre que un profeta debía ser enterrado en el lugar donde falleciera. Así pues, Mahoma se halla enterrado en el lugar donde falleció, es decir, en Medina y en su propia mezquita; se diría que ningún otro lugar del mundo podía ser más apropiado como sepulcro del profeta, que se convirtió en punto de peregrinación de los musulmanes. Sobre la vida y enseñanzas de Mahoma envio a la obra de Antonio Vera Ramírez, Pregúntale a Mahoma, Tikal Ediciones, Barcelona 1992. [10] X. Pikaza, o.c.., 274. [11] Una visión muy diferente sobre este argumento es la que ofrece el filósofo y escritor pakistaní Alamah Muhammad Iqbal en su obra, La reconstrucción del pensamiento religioso en el islam, Trotta, Madrid 2002. [12] C. Jalil Bárcena, “Muhammad Iqbal, un soplo de vida”, en: o.c., 12-20. [13] Célebre escuela sufí fundada en Bagdad por Abd Al Qadir Al Yilani (fallecido en 1166), uno de los personajes más populares e influyentes de la espiritualidad islámica. [14] En el prólogo antes citado de Carles Jalil Bárcena, 18. [15] Para este tema envio al estudio de A. Roest-Crollius, “Islam religión postcristiana”, en: H. Bürkle, A. Molina, A. Roest-Crollius, Iglesia e Islam, Ed. Edicep, Valencia 2002, 11-37. [16] Sobre esta cuestión envio al n. 2 de la Nostra Etate (NE), donde el Concilio demuestra que el cristianismo y la Iglesia Católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. [17] Citado por María Toscano Liria, Germán Ancochea Soto, ¿Qué decimos cuando decimos Dios?, o.c., 187. [18] PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Y CONGREGARCIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Instrucción Diálogo y anuncio (DA), 49. [19] X. Zubiri, El problema filosófico de la historia de las religiones, Alianza Editorial, Madrid 1993, 147 y 268. [20] Citado por J. Morales, Teología de las religiones, Ediciones RIALP, Madrid 2001. Volver al sumario del Nº 7 Volver a Principal de Discípulos
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