Cuando
se cumpen ya los 40 años del Concilio Vaticano II, la situación actual del
cristianismo está transitando por una inflexión histórica tan notable, que el
Concilio está comenzando a dejar de ser la referencia obligada que hasta ahora
ha sido. Lo expresaré en varios puntos.
El
segundo gran acontecimiento histórico del siglo XX -posibilitado por el
primero- fue la teología de la liberación, que dio un paso más y abrió el diálogo
con el mundo en el campo de la segunda Ilustración: en lo social y lo político,
en el encuentro con los pobres y en la praxis histórica de transformación
social. Esta teología desató también una explosión de vitalidad y de mística,
cuya manifestación mayor fue la multitud de comunidades de base esparcidas por
la geografía universal y una pléyade de mártires literalmente jesuánicos,
según el modelo de Jesús. El máximo
error de la Iglesia católica en ese mismo siglo ha sido el miedo a la dinámica
de vida y de recuperación histórica que el Vaticano II y la Teología de la
liberación despertaron, miedo que cristalizó en la elección de Juan Pablo II
y su programa de freno y de retroceso. Como suele decir González Faus, su
pontificado ha sido en muchos aspectos el pontificado del miedo, una actitud que
aún mantiene cautivo al catolicismo, sin permitirle entrar verdaderamente en el
«nuevo milenio». Visto
con perspectiva histórica, el esfuerzo por contener y revertir el Concilio ha
fracasado, produciendo más bien una situación de malestar generalizado, una
atrofia centralista y una crispación persecutoria y paralizante, en unos
tiempos de cambio vertiginoso de la sociedad y del mundo que exigirían por
parte de la Iglesia un redoblado esfuerzo de diálogo y de actualización. El
salto de conciencia que el Concilio supuso en la mayoría de cristianos es
irreversible. El intento de reinterpretarlo y revertirlo parece históricamente
un caso clamoroso de magisterio rechazado (non receptus), impuesto sólo
por vía autoritaria contra el sentir del Pueblo de Dios. El déficit
resultante en el haber de la Iglesia oficial es cuantioso: notable pérdida de
autoridad y de relevancia ante la sociedad civil y ante la inteligencia, y
crisis sin precedentes en cuanto a abandonos, autoexilio e indiferencia en su
entorno más antiguo y más avanzado, el europeo. (También hay realidades muy
positivas en el cristianismo católico de hoy, pero no es ése el tema que
abordo en este momento). Todo lo
anterior parecería abonar la tesis de la necesidad y hasta la urgencia de un
nuevo Concilio que recuperase y relanzara el Vaticano II... Pero las cosas han
cambiado sustancialmente en los últimos años. Se puede
decir que aunque el Vaticano II llegaba muy tarde, aún logró iniciar el diálogo
con la modernidad. La posmodernidad y la transformación epocal de la
religiosidad de las sociedades avanzadas, nos sitúan hoy en un escenario
totalmente distino. Las respuestas correctas del Vaticano II -que no hemos
podido aplicar durante 40 años por el bloqueo del miedo oficial- han quedado ya
obsoletas. Las preguntas hoy son otras. Por eso, el Vaticano II ha dejado de ser
esa utopía pendiente que hasta ahora fue nuestra principal referencia. Lo
pendiente hoy ya no es la «puesta al día» o aggiornamento conciliar,
sino la «mutación» actual que nos invade y desconcierta. La humanidad se ha
adentrado ya en un nuevo umbral civilizacional, y las formas religiosas
anteriores -Concilio incluido- se agrietan por momentos y se desprenden y caen
en el olvido. La tarea hoy es otra: tratar de entender y acompañar la profunda
mutación cultural que se está produciendo, que no se rige por modelos del
pasado, sino por algo nuevo que está naciendo y que debemos acoger sin miedo. Cuarenta
años después, otro Concilio, una simple reunión de obispos, sería un
instrumento demasiado doméstico para afrontar unas preguntas que trascienden el
patrimonio simbólico de cualquier religión concreta. La problemática actual
es, en efecto, de tal envergadura, que cualquier creyente lúcido no podría ya
conformarse con planteamientos intracristianos intestinos o, mucho menos,
simplemente oficiales. La hora de los Concilios pasó. El ágora está en otra
parte y la temática ya no es católica, ni siquiera religiosa, sino
suprarreligiosa y epocalmente humana. Volver al sumario del Nº 7 Volver a Principal de Discípulos
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