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 El
  tema
  que me he propuesto es un tanto ambicioso, que sin duda se necesitaría muchas
  precisiones. De ahí que nos centraremos en algunos aspectos que considero más
  relevantes[1].
              
  En primer lugar hemos comenzado un Nuevo Milenio y considero que es
  necesario hacer un balance del legado teológico que nos ha dejado el siglo XX
  y asumir sus retos más importantes para que el Cristianismo sea en esta nueva
  era el reflejo de Aquel  que
  “con su venida trajo toda novedad” (Ireneo de Lión).            
  Hablar de teología cristiana nos debe llevar ante todo a definir qué
  es lo que entendemos por Teología, y a su vez quién es el teólogo y quiénes
  hacen teología[2].
  En esto ha habido una evolución a lo largo del quehacer teológico del siglo
  pasado.             
  La Teología es inteligencia de la fe, un dar razón de la propia
  esperanza (1 P 3, 15), y sobre todo es una reflexión sistemática de quién
  es Dios y por qué creemos en él. Pero nosotros no reflexionamos sobre
  cualquier Dios, sino el Dios revelado por Jesucristo. Como dice el teólogo
  Antonio González: “El discurso cristiano sobre Dios no puede hacerse al
  margen del modo concreto en que Dios se ha revelado a así mismo en la
  historia de Jesucristo”[3].            
  Por otra parte es necesario definir quién es el teólogo. Pienso que
  en la teología cristiana del siglo XX se ha intentado tomar conciencia de que
  el teólogo tiene que hacer teología dentro de la comunidad eclesial, a
  partir de los desafíos que le lanza el mundo. En pocas palabras se ha pasado
  de una teología hecha en un escritorio a una teología elaborada desde una
  experiencia de  oración, de
  silencio, y sobre todo no ajena a la marcha de la historia. Afirmamos esto
  porque a veces se ha tenido una imagen del teólogo que reflejaba muy bien la
  opinión irónica del arzobispo anglicano Willian Temple, quien, a la pregunta
  de qué era para él un teólogo, decía: “El teólogo es una persona muy
  seria y sesuda, que se pasa toda una vida dando respuestas exactísimas a
  problemas que nadie se plantea”.              
  Por otro lado no deseo pasar por alto la paradoja del trabajo teológico.
  Al inicio de su Summa
  teológica, Tomás de Aquino sienta un principio fundamental para
  toda reflexión teológica: “de Dios no podemos saber lo que es, sino sólo
  lo que no es”[4].
  En ese caso ¿no cabe pensar que la teología se propone una tarea imposible?            
  No, no es imposible. Pero es importante tener en cuenta desde el
  comienzo que se trata de un esfuerzo por pensar el misterio. Conviene
  recordarlo porque ello dicta una actitud en el intento de hablar sobre Dios.
  Actitud de respeto que no se compagina con ciertos discursos que pretenden con
  seguridad y, a veces arrogancia, saber todo a propósito de Dios[5].            
  Voy a dividir la exposición en cuatro apartados. En primer lugar
  destacaremos que una de las aportaciones de la teología del último siglo ha
  sido recuperar la importancia de la Escritura y la Tradición. En el segundo
  apartado señalaremos la dicotomía que ha habido entre teología y
  espiritualidad y cómo algunos teólogos llamaron la atención sobre este
  problema. Otra novedad de la teología de los últimos cuarenta años ha sido
  el paso de una teología eurocéntrica a una teología universal y contextual.
  Por último destacaremos que la teología, bajo el impulso del Concilio
  Vaticano II, ha sido sensible al diálogo ecuménico y el diálogo
  interreligioso.  1.
  Recuperar la Escritura y la Tradición            
  No está de más el recordar que la teología católica vivió en el
  periodo anterior al Concilio Vaticano II en una tensión entre aquellos que se
  cerraron a la modernidad, al diálogo, a la renovación de los nuevos métodos
  de interpretar la Biblia, y aquellos que por el contrario pretendían superar
  el carácter apologético, poco arraigado en la Tradición y en la Escritura,
  para así volver a las fuentes.             
  Si releemos muchos manuales de apologética, podemos ver que todo se
  justificaba desde especulaciones filosóficas de corte neotomista, y los
  textos bíblicos servían sólo para justificar lo que se había planteado
  desde la especulación.             
  Pero ya desde finales de los años treinta e inicios de los cuarenta
  nacen dos escuelas que van a marcar un hito en la renovación teológica. Nos
  referimos a la escuela jesuítica Lyon- Fourvière
  y Le Saulchoir fundada por algunos teólogos dominicos, y cuyo primer rector
  sería Marie-Dominique Chenu. En estas escuelas formaron parte teólogos de la
  talla de Henri de Lubac, Henri Buillard, Rondet, Danielou, Gaston Fessard,
  Hans Urs von Balthasar, Yves Congar, M. D. Chenu y Teillard de Chardin.
  Algunos, como el dominico Garrigon-Legrange y Parente la mal llamaron la Nouvelle
  Théologie, pues la consideraban demasiado progresista e innovadora[6].
  Pues bien, este movimiento o escuela (que en realidad no fue así) se proponía,
  como líneas programáticas: el regreso a las fuentes bíblicas[7]
  y patrísticas, la confrontación y diálogo con las corrientes del
  pensamiento contemporáneo y el contacto con la vida.            
  La importancia de los Santos Padres y su significado para la teología
  está (entre otros muchos aspectos) en que sirven de base para el ecumenismo,
  ellos son el pasado común de todos los cristianos.            
  También los Santos Padres tienen su significado hoy pues concibieron
  la fe como una filosofía, no porque pensaran que se podía llegar a ella
  racionalmente, sino porque apreciaron la responsabilidad intelectual que la fe
  lleva consigo. Este apoyo en lo racional era el presupuesto necesario para la
  supervivencia del cristianismo en el mundo antiguo y lo sigue siendo para su
  continuidad hoy y mañana[8].            
  Estos teólogos innovadores - algunos de ellos fueron peritos en el
  Concilio Vaticano II- eran conscientes que la teología exige atención al
  mundo, hasta el punto de tener que aceptar como obvio el hecho de que hoy es
  el mundo el que dicta a la teología los temas que ha de afrontar. Es más, se
  atiende a una decidida atención a la mirada que el otro tiene hacia el
  cristianismo. 2.
  Superar la dicotomía entre Espiritualidad y Teología            
  En este apartado deseamos destacar 
  a uno de los grandes teólogos de s. XX, al suizo, nacido en Lucerna,
  Hans Urs von Balthasar, de quien Henri de Lubac definió como el hombre más
  culto del siglo. Von Balthasar a finales de los años cuarenta en un artículo[9]
  llamaba la atención sobre la separación entre teología y santidad, teología
  y espiritualidad. “No existe seguramente en la historia de la teología católica
  un acontecimiento menos estudiado y, sin embargo, merecedor de una atención
  mayor que el hecho de que, a partir de la gran escolástica, haya habido muy
  pocos teólogos santos. Entendemos aquí el título de teólogo en su sentido
  más pleno: como título de un maestro y doctor dentro de la Iglesia, cuyo
  ministerio y cuya misión consiste en exponer la revelación en su plenitud y
  totalidad, es decir, en considerar la dogmática como el punto central de su
  labor. Si examinamos la historia de la teología hasta la escolástica, una
  mirada sin prejuicios se ve inmediatamente sorprendida por el hecho de que los
  grandes santos -es decir, aquellos que no sólo alcanzaron una ejemplar pureza
  de vida mediante un determinado esfuerzo personal, sino que recibieron
  evidentemente de Dios una misión dentro de la Iglesia- fueron en su mayoría
  también grandes dogmáticos, hasta el punto de que se convirtieron en
  “columnas de la Iglesia”, en portadores elegidos de la vitalidad de la
  Iglesia, precisamente porque representaron en su vida la plenitud de la
  doctrina, la plenitud de la vida de la Iglesia”[10].
   En
  los primeros siglos la teología estaba estrechamente vinculada a la vida
  espiritual. Existía una cierta equivalencia entre los términos docto y
  santo. Ireneo, Cipriano, Gregorio de Nisa.....son personalidades que enseñaron
  lo que vivieron en la práctica, de tal manera que no había dualismo entre
  dogmática y espiritualidad, típico del período sucesivo, y que para ellos
  era desconocido. También san Anselmo, abad, obispo y doctor de la Iglesia, no
  conoció otro camino que esta unidad entre visión intelectual y vida. Por eso
  la teología “en tanto fue teología de santos, la teología fue una teología
  orante, arrodillada: por ello fueron tan inmensos su provecho para la oración,
  su fecundidad para la oración, su poder engendrador de oración”[11].
              
  En el siglo XIV comienza una separación entre teólogos y maestros de
  espiritualidad. Esta separación, pienso que la seguimos acusando hoy, pese a
  que la renovación bíblica y la necesidad de reflexionar sobre la
  espiritualidad de los laicos nos ofrezcan las señales de una nueva teología
  espiritual. La función espiritual de la teología, tan importante en los
  primeros siglos, es una permanente de la propia teología. En este sentido el
  mismo Rahner recordando los 700 años de la muerte de Tomás de Aquino decía:
  “Para Tomás de Aquino, su teología es su vivencia espiritual, y su vida
  espiritual es su teología. Los manuales de teología, si es que todavía
  existen, son hoy con mucha frecuencia demasiado poco teológicos. Por ello
  corremos actualmente el peligro de que la teología se convierta en una doble
  carga, por la que hay que pasar de cualquier modo para llegar al sacerdocio, y
  de que nuestra vida espiritual y nuestra predicación vivan del escaso goteo
  de una literatura piadosa de segundo orden o solamente de los clisés de moda
  y no de la Escritura y de la teología de los Padres y de los grandes teólogos.
  Para Tomás, por el contrario, teología y vida espiritual son verdaderamente
  una misma cosa”[12]. 3.
  Hacia una teología universal culturalmente policéntrica            
  Podemos decir, teologicamente hablando, que hay tres grandes períodos
  en la historia de la Iglesia: la época del judeocristianismo, relativamente
  breve, pero fundamental para la identidad teológico-histórica de la Iglesia;
  la época larga dentro de una cultura más o menos homogénea que se desarrolló
  en el suelo del helenismo, a saber, el cristianismo pagano y la cultura y
  civilización europeas relacionadas con el mismo y que dura hasta nuestros días;
  el tercero período comenzará con el Concilio Vaticano II y tendría una
  perspectiva universal.            
  Esta apreciación hecha por Rahner, tiene desde mi punto de vista su
  punto positivo. De todos modos considero que no se puede aplicar
  lamentablemente a la teología. Todo ello porque la teología elaborada hasta
  finales de los años sesenta en otros continentes ha dependido de los centros
  teológicos, y de los manuales escritos por teólogos europeos. Evidentemente
  que la Iglesia y la teología tienen un alcance universal, pero debe partir de
  lo particular y contextual para llegar a lo universal. Y a su vez las teologías
  de los distintos contextos deben enriquecerse mutuamente para no caer en
  provincialismos.            
  El mismo Concilio Vaticano II ha sido criticado de cierto
  eurocentrismo, pues la mayoría que estuvieron presentes, incluidos los teólogos
  invitados fueron europeos (Congar, Chenu, Ratzinger, Henri de Lubac....). Se
  tuvo que esperar hasta la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana
  celebrada en Medellín (1968), para que la Iglesia y la teología
  latinoamericana dejara de vivir a espaldas de la situación de sus pueblos, y
  comenzar a hacer teología a partir de la realidad del Continente. Un mes
  antes de Medellín, en julio de 1968 el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez en
  la ciudad de Chimbote (Perú) pronunció una conferencia donde ponía en
  marcha una teología pensada a partir del contexto latinoamericano. Es verdad
  que ya años antes teólogos como Hugo Asmann, Rubem Alvés, Juan Luis Segundo
  y otros venian reflexionando sobre ello.            
  En este sentido tiene razón Monseñor Grath cuando afirma: “Esta
  inmensa porción del cristianismo que es Latinoamérica ya no puede seguir en
  una fase de infantilismo intelectual, recibiendo hasta los últimos puntos y
  comas de su pensamiento, de otras tierras. Lo que es la doctrina, lo que es el
  Magisterio, los caminos seguros de la Teología 
  que la Iglesia Romana nos señala, todo ello será nuestra base. Sin
  embargo, es imprescindible que logremos nuestra propia expresión de estas
  verdades y estos valores frente a lo que nos rodea, aquí donde la suerte de
  casi la mitad de los cristianos está en juego”[13].            
  Sin duda que la Teología de la Liberación es la primera corriente
  teológica pensada a partir de la cultura y los problemas reales de
  Latinoamerica. Quizás tendríamos que remontarnos a la época del dominico
  Fray Bartolomé de Las Casas y más tarde del peruano Guamán Poma de Ayala
  para encontrar una teología que haya sido pensada desde el contexto de los
  cristos azotados de la Indias (Las Casas), o desde los pobres de Jesucristo
  (Guamán Poma).            
  El gran mérito de esta teología[14]
  es haber reflexionado el mensaje de Jesús a partir del contexto
  latinoamericano. Desde este contexto se define la teología como una reflexión
  crítica de la praxis (ortopraxis) a la luz de la fe (ortodoxia). Con otras
  palabras, en primer lugar viene la experiencia de la caridad, el silencio, la
  experiencia de Dios (acto primero); después viene el hablar, la reflexión
  teológica (acto segundo). Y a su vez la teología ha de ser crítica con la
  misma praxis. Existe pues una circularidad hermenéutica entre teoría y
  praxis. Ya san Anselmo definía la teología como un fides
  quarens intellectum, un creo para comprender. Ahora bien, la teología
  no es sólo intellectus
  fidei, sino también intellectus
  amoris. En el logos
  de la teología debe entrar el grito de los pobres, de las víctimas. De ahí
  que el reto al que pretende responder y afrontar esta teología sea cómo
  decirle al pobre, al que sufre injustamente que Dios es amor, y que Dios le
  ama.            
  Este método teológico ha llevado más tarde a que otros continentes
  como Asia y Africa iniciaran una teología a partir de su propia realidad.            
  Resumiendo diremos que la teología del siglo XX está marcada por una
  serie de desafíos. A Europa el mayor desafío le viene de una cultura de la
  secularización, donde  se
  pretende dar una respuesta a este interrogante: “¿Cómo hablar de Dios en
  un mundo adulto y ateo? (Dietrich Bonhoeffer). O también a partir de la
  horrenda experiencia del Holocausto, llevó a algunos teólogos europeos a
  responder al interrogante: ¿Cómo hablar de Dios después de la experiencia
  dramática en Auschwitz?[15] 
  A partir de esta experiencia surgió la teología política[16]
  alemana iniciada por los teólogos alemanes Johann Baptist Metz, Jürgen
  Moltmann y Dorotee Sölle.             
  Desde América Latina se trata de responder a los interrogantes: ¿Cómo
  hacer teología desde el reverso de la historia?[17]
  ¿Es posible hablar de Dios a partir del sufrimiento del inocente?[18]
  ¿Cómo decirle al pobre que Dios le ama?            
  Desde Asia, el desafío le viene a la teología a partir del pluralismo
  religioso, la pobreza y la división en castas. Por eso trata de responder a
  los siguientes desafíos: ¿Hay lugar para Cristo en Asia, donde el
  cristianismo es una minoría? ¿Cómo decir a los que pertenecen a las castas
  más bajas que todos somos iguales ante Dios?[19]            
  Desde Africa, los desafíos son también la pobreza y el racismo: ¿Cómo
  hablar de Dios a personas que sufren el racismo, por el hecho de ser de otro
  color? ¿Cómo decir a los que sufren el problema del “apartheid” que Dios
  ha creado a todos iguales, y que todos somos sus hijos?[20].            
  Es de desear que en el siglo XXI se continúe este pluralismo teológico,
  y que la teología- sin perder su rigor científico-, no se encierre en
  pensamientos fríos al margen de  los
  problemas reales de los seres humanos, especialmente de las víctimas.  4.
  Una teología abierta al diálogo ecuménico e interreligioso           
  El teólogo alemán Moltmann ha señalado que “el gran acontecimiento
  del s. XX es el final de la cristiandad de los reinos y de la era cristiana”[21].            
  Con esto se quiere dar a entender que ya sea para la Iglesia, el
  cristianismo, y para la teología su comunidad no está ya determinados por el
  mundo cristiano. Tenemos que aprender a vivir en un mundo multirreligioso.            
  El naciente ecumenismo de la teología, ya sea el diálogo entre las
  distintas confesiones, como las distintas religiones son a mi modo de ver, las
  mejores perspectivas de desarrollo para el futuro del cristianismo y de la
  teología[22].            
  Ahora bien, desde el cristianismo somos conscientes que el diálogo no
  ha de sustituir al Kerigma, que es el que busca directamente la conversión.
  Siempre vale lo que dice San Pablo: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Cor 9,
  16). La Iglesia no puede renunciar al Kerigma, so pena de caer en la
  infidelidad a Cristo. En esta misma línea nos recuerda Juan Pablo II, en su
  nueva carta apostólica que “el diálogo no puede basarse en la indiferencia
  religiosa, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo
  ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 Pe
  3, 15). No debemos temer que pueda constituir una ofensa a la identidad del
  otro lo que, en cambio, es anuncio
  gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con
  el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación
  del Dios-Amor, que “tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito” (Jn
  3, 16).             
  La Iglesia, por tanto, no puede sustraerse a la actividad misionera
  hacia los pueblos, y una tarea prioritaria de la missio
  ad gentes sigue siendo anunciar a Cristo, “Camino, Verdad y
  Vida” (Jn 14, 6), en el cual los hombres encuentran la salvación. El diálogo
  interreligioso tampoco puede sustituir al anuncio; de todos modos, aquel sigue
  orientándose hacia el anuncio.            
  Por otra parte, el deber misionero no nos impide entablar el diálogo íntimamente
  dispuestos a la escucha. En efecto, sabemos que, frente al misterio
  de gracia infinitamente rico por sus dimensiones e implicaciones para la vida
  y la historia del hombre, la Iglesia misma nunca dejará de escudriñar,
  contando con la ayuda del Paráclito, El Espíritu de verdad (cf Jn 14,17), al
  que compete precisamente llevarla a la “plenitud de la verdad” (Jn 14,
  17)”[23]. Conclusión            
  Al final de esta apretada
  síntesis de algunos temas más destacados del legado teológico del siglo XX,
  no quiero dejar pasar aquello que el teólogo Karl Rahner intuyó 
  al inicio de la década de los ochenta, y que está relacionado con el
  siglo que este año hemos comenzado. Decía así: “El cristiano del siglo
  XXI será o místico o no será”[24].            
  Yo añadiría además que el teólogo y cristiano de este siglo o será
  un hombre de diálogo con las demás religiones y aprenderá de ellas o no será.
   [1] Para un análisis detallado sobre el tema remito a los siguientes estudios: R. Gibellini, La teología del siglo XX, Sal Terrae, Maliaño (Cantabria) 1998; A. González, Teología de la praxis evangélica, Sal Terrae, Maliaño (Cantabria) 1999, especialmente 21-70; J. Moltmann, Situación de la teología al final del siglo XX, en: “Carthaginensia” 28 (1999), 247-250; R., Winling, Teología del siglo XX, Sígueme, Salamanca 1987. [2] Con esto queremos constatar que en estas dos últimas décadas la teología no ha sido elaborada sólo por el varón, en concreto por los sacerdotes y religiosos, sino que la mujer ha hecho ricas e importantes aportaciones a la renovación teológica: Cf. Mª P. Aquino (ed.), Aportes para una teología desde la mujer, Biblia y Fe, Madrid 1988. [3] A. González, o.c., 21. [4]
    “De Deo scire non possumus quid sit, sed quid non sit” (S. T. I, 9, 3
    introd.). [5] Uno de los grandes teólogos del s. XX, el jesuita Karl Rahner decía que “la teología católica, a pesar de muchos dogmas, canónes y normas éticas, dice sólo una cosa: que el misterio permanece misterio eternamente”. Es más, el término misterio (Geheimnis) es el más usado por Rahner en sus escritos. Desde la categoría del “misterio” habló de Dios, de manera que fe para el teólogo alemán será relacionarse correctamente con el misterio. [6] Cf. R. Garrigou-Legrange, La nouvelle théologie, où va-t-elle?, en: “Angelicum” 23 (1946), 126-145. [7] Todo será asumido por el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la divina revelación (Dei verbum) que en el n. 24 afirma con claridad: “La teología se apoya, como en cimiento perdurable en la Sagrada Escritura unida a la Tradición; así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en el misterio de Cristo. La Sagrada Escritura contiene la palabra de Dios, y en cuanto inspirada es realmente palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el alma de la teología”. [8]
    Cf. J. Ratzinger, Die
    Bedeutung der Väter für die Gegenvärtige Theologie, en: “Tübirger
    Theologische Quartalschrift” 148 (1968), 257-282. [9] H. U. von Balthasar, “Theologie und Heiligkeit”, en: Verbum Caro, Einsiedeln 1960, 197-198. Existe la traducción en español: “Teología y santidad”, en: Verbum Caro. Ensayos teológicos, I, Ed. Cristiandad, Madrid 2001², 195-223. [10] Ibid, 195. [11] Ibid., 198. [12] K. Rahner, “Significado actual de Santo Tomás de Aquino”, en: A. Vargas Machuca (Ed.), Teología y mundo contemporaneo. Homenaje a K. Rahner en su 70 cumpleaños, Cristiandad, Madrid 1975, 35-38. [13] M. Mc. Grath, La misión de la teología en Latinoamérica, en: “Anales de la Facultad de Teología” 12 (1961), 16-17. [14] Sin embargo esta teología ha sido objeto de algunas observaciones por parte del Magisterio de la Iglesia. Estas han sido bien matizadas en dos Instrucciones: Una escrita en 1984, Instrucción sobre algunos aspectos de la “teología de la liberación (libertatis nuntius) y le seguió la Instrucción de la misma Congregación para la Doctrina de la Fe sobre Libertad cristiana y liberación (Libertatis conscientia), fechada el 22 de marzo de 1986 y hecha pública el 5 de abril, que evidencia de manera positiva los principales aspectos teóricos y prácticos de esta temática: “Entre ambos documentos se da una relación orgánica: deben ser leídos el uno a la luz del otro” (n. 2). [15] Cf. J. B. Metz, Más allá de la religión burguesa, Sígueme, Salamanca. El mismo Metz dio incluso a sus alumnos de teología el siguiente consejo: “Preguntaos si la teología que conocéis podría ser la misma antes y después de Auschwitz. Si es así, tened cuidado! [16] Para una síntesis sobre el origen de “la teología política” envío al estudio de R. Gibellini, La teología del siglo XX, o.c., 321-343. [17] Cf. G. Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, Sígueme, Salamanca 1982. [18] Cf. G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, Sígueme, Salamanca 1986. [19] En esto hay que destacar los estudios realizados por A. Pieris, Hablar del Hijo de Dios en las culturas no cristianas, en: “Concilium” 173 (1982), 117-127; ¿Hay sitio para Cristo en Asia?, en: “Selecciones de Teología” 124 (1994), 25-32; El rostro asiático de Cristo, Sígueme, Salamanca 1991. [20] Cf A. Nolan, Dios en Sudáfrica. El desafío del Evangelio, Sal Terrae, Santander 1989. [21] J. Moltmann, Situación de la teología al final del siglo XX, a.c., 247. [22] Cf. A. Torres Queiruga, “El pluralismo como riesgo y oportunidad para la fe”, en: L. González -Carvajal, F. Elizondo y otros, Fe cristiana y opción personal, PPC, Madrid 2000, 99-164. [23] Joannes Paulus PP. II, El nuevo Milenio. Novo Millennio Ineunte, San Pablo, Madrid 2001, n. 56, 82-83. [24] K. Rahner, “Elemente der Spiritualität in der Kirche der Zukunft”, en: Schriften zur Theologie, XIV, Benziger Verlag, Einsiedeln 1980, 375. Volver al sumario del Nº 6 Volver a Principal de Discípulos 
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