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Mujer - Nº 5 - Enero 2002

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

La espiritualidad desde la perspectiva femenina
y desde la óptica de los excluidos

Mª Victòria Molins, Teresiana

 

1.    Curioso y alusivo título

Sí, no puedo negar que el título me ha resultado, al menos, chocante. Perspectiva femenina y óptica de excluidos. ¿Será porque esos dos colectivos guardan alguna relación? No es que quiera ponerme en plan de víctima. Sólo pregunto.

En mi caso, claro está que hablaré desde la perspectiva femenina porque soy mujer desde que nací.

Pero tengo también una ventaja para ponerme en la segunda óptica que se pide en esta ponencia: la de los excluidos. Y es que hace tiempo estoy muy cerca de ellos y vivo los problemas de su mundo, afectándome continuamente por ellos.

Ahora bien, cuando hablamos de espiritualidad no distingo sexos, ni lugares sociales. Sí, como dice el título de esta ponencia, perspectivas. No cabe duda que, incluso mi espiritualidad, centrada desde la juventud en una escuela determinada, como es la teresiana, ha ido cambiando al colocarme en una perspectiva y en una óptica determinada. Ya lo veremos.

La verdad es que me alegra poder  centrarme en un tema que me ha venido interesando desde hace muchos años y en el que he crecido,  en continua adaptación a los tiempos.

Cuando hablamos de una espiritualidad del siglo XXI, los que hemos vivido durante muchas décadas en el siglo pasado, podemos colocarnos mejor en esta perspectiva porque tenemos muchos términos de comparación.

Por otra parte, aunque de suyo, la espiritualidad cristiana no vincula a ninguna perspectiva ni masculina ni femenina,  la óptica más cercana al mensaje evangélico es precisamente la de los pobres y excluidos. Trabajando con ellos y viviendo junto a ellos, creo que me encuentro en un lugar privilegiado para hablar de espiritualidad del  siglo XXI.

2.    Espíritu, materia y yo personal

Cuando hablamos de espiritualidad lógicamente hacemos alusión al espíritu. Y éste nos hemos acostumbrado a  contraponerlo a la materia. Seguramente por influencia platónica, esta división tan grande y drástica ha marcado la visión del hombre durante muchos siglos. Esto ha hecho, en muchas ocasiones, que se separara todo aquello que parecía pertenecer al mundo de lo “espiritual” de lo que casi se despreciaba como el mundo de “lo material”.

Dejando a un lado la contraposición de San Pablo cuando se refiere al bien y el mal que hay en nosotros -“espíritu y carne”-, esa división ha hecho que encerráramos a menudo lo que llamábamos vida espiritual en un compartimento que nada tenía que ver con el mundo que nos rodeaba.

Mi propia experiencia fue marcada por ese signo durante muchos años. Una separación del “mundo”, una extracción de todo aquello que podía representar lo material, hacía que la espiritualidad de los años anteriores al Concilio Vaticano II fuese un tanto desencarnada y ajena a muchas realidades temporales. Lo sé bien porque que me tocó vivir esta espiritualidad en mi infancia y primera juventud,

Aunque se hacía notar más en la vida religiosa consagrada, también afectaba  esta separación ala vida laical. Cuando una joven, como en mi caso, se sentía llamada a vivir la vida del espíritu en plenitud, creía no tener más que un camino: el del convento. Si había tenido una fuerte experiencia de Dios que le acercaba a gustar de Él  y de la Palabra con fuerza inexplicable, creía que debía abandonar todo aquello, que por “mundano” y material, le separaba de esa espiritualidad.

Cuando se intuía otra postura y se deseaba gustar de otras cosas, la formación de la época lo presentaba, a menudo,  como tentación que había que desechar.

Creo que en un momento determinado de mi juventud empecé a entender algo que ahora intento vivir plenamente y desde una perspectiva mucho más madura, la que da los años...

Descubrí, gracias a las tendencias personalistas de algunos filósofos como  Mounier, Kierkegard, Ortega y Gasset, etc. que el espíritu  es algo más profundo que una simple contraposición a la materia, es lo que constituye el yo íntimo  e irrepetible de la persona, en donde crece la vida del Espíritu con mayúscula y en donde se dan las operaciones más elevadas del ser humano.

Pero también entendí que la vida espiritual no era algo circunscrito a una parte de la realidad humana, sino a toda la realidad de la persona y lo que le rodea.

Fue a raíz de mi lectura de Teilhard de Chardin cuando comprendí más profundamente lo que suponía ese crecimiento de la humanidad hasta la plenitud y por tanto la riqueza de lo que el llamaba “el medio divino”. Todo está impregnado de Dios y todo puede llegar a ser espiritual desde nuestra vida si nuestra actitud lo impregna de ese espíritu que llamamos evangélico y que constituye la verdadera espiritualidad cristiana. La del mensaje de la Buena Nueva.

3.    Mi perspectiva de mujer

No creo que esta perspectiva añada algo nuevo a la espiritualidad  del siglo si no es precisamente el poder hablar de ella y el tener un puesto para ser representativa en esta espiritualidad. Tener voz y voto, opinión y testimonio... Y eso es algo que durante mucho tiempo, en la Iglesia y en la sociedad en general, estaba rodeado de dificultades. Lavar los manteles y poner floreros, o servir a los obispos en el peor de los casos, era el papel de la mujer en la Iglesia. Pero creo que era un asunto social no de espiritualidad. Porque la espiritualidad iba marcada por otros elementos comunes al hombre y a la mujer.

Lo que no estaba claro es cómo podía influirse en la sociedad desde una espiritualidad  en especial laica y femenina. Hace muchos años descubrí a una mujer excepcional que me ayudó a entender muchas cosas en este campo de la vida espiritual encarnada  en el mundo. Fue Madaleine Delbrêl, laica de la primer mitad del siglo XX, que se adelantó a su tiempo. Ella trabajó como obrera en un mundo comunista, -símbolo en aquel momento del materialismo frente a cualquier espiritualidad- y quiso mezclarse en medio de un mundo ateo con su vida llena de Dios, para ser testimonio desde la propia vida de una riqueza interior que le cambió por completo.

En los años cincuenta del siglo XX se adelantó al Vaticano II en su interpretación de la fe en el mundo: “La fe nos encomienda la misión de introducir en el mundo el amor mismo de Dios con “medios humanos”, con “maneras de ser humanas”: las de Cristo. Nos encarga realizar en el mundo una especie de compromiso temporal del amor eterno de Dios.

Al lado de esto, el resto existe y debe existir, pero la fe sirve para que Dios ame al mundo a través de nosotros como a través de su Hijo.” Del libro “La alegría de creer”. MADALEINE DELBRÊL . Sal Terrae. Santander, 1997

De esta mujer aprendí mucho. Como lo había hecho y lo sigo haciendo de una de las más grandes mujeres de la historia de la Humanidad y de la Iglesia, Teresa de Jesús. Ella me enseñó algo muy importante para una espiritualidad encarnada, a pesar de ser la más grande mística del siglo XVI y vivir en un convento como contemplativa: se puede resumir este tipo de espiritualidad en alguna de sus frases más acertadas: “Obras quiere el Señor”, “¿Sabéis que es ser espirituales de veras?: Ser siervos de todos como lo fue Cristo...” (Moradas 5ªs. Y Moradas 6ªs.)

4. Pero fue la óptica de los excluidos la que me enseñó una espiritualidad actual

Cuando decimos que alguien tiene un “espíritu artista”,  o tiene un “espíritu ahorrador” o bien que tiene un “espíritu comercial” todos lo entendemos muy bien. Del mismo modo podemos hablar de tener  “espíritu cristiano” que no es otro sino el “el Espíritu de Jesús”. Y ésa es la auténtica espiritualidad cristiana. No hay otra. Pero aún así, podemos hablar de una espiritualidad cristiana actual, o de una determinada época. Quiere eso decir que, siendo el mismo Espíritu el que mueve, hay unos “signos de los tiempos”, que pueden hacer que es espíritu de Jesús muestre distintos matices en unas u otras épocas.

No cabe duda de que en este momento hay una sensibilidad especial para todo lo que se oponga al desequilibrio de clases que se va manifestando cada día con más hiriente realidad, creando distancias cada vez mayores entre Norte, Sur, entre ricos y pobres. Esto engendra, entre otras cosas, un movimiento de solidaridad que contrasta con el egoísmo consumista que, por otra parte, nos domina a todos.

Desde la óptica de los excluidos la espiritualidad se tiñe de exigencia, no sólo solidaria sino  contracultural, oponiéndose al consumismo, a la injusticia, a todo lo que excluya.... Vivir una espiritualidad desde el ámbito de los excluidos quiere decir, a mi entender, estar atenta al grito de los que no tienen voz y tener en nosotros los sentimientos de Cristo, aquellos por los que seremos examinados en el último día y que identifican a los excluidos con el mismo Jesús: “Porque tuve hambre, sed, estaba desnudo, encarcelado, enfermo... y me atendiste”. Y nos coloca en la postura que se nos pide en el Evangelio que es precisamente la contraria a la que todos aspiramos, la del poder, el dinero, la influencia...: “Sabéis que los que gobiernan a los pueblos, los tiranizan y que los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, ha de ser servidor vuestro, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos, porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”.

Esta actitud de servicio a los pobres y de ocupar un lugar en las fronteras, es lo que marca una de las características más inteligibles del mensaje evangélico y de la espiritualidad del siglo XXI.

Se ha dicho mucho que los pobres nos evangelizan. Y yo creo que esta frase ya estereotipada nos lleva a una realidad profunda. Y es que, junto a ellos y con ellos, el mandamiento del amor se hace más inteligible. Y cuando tus propios intereses llegan a tener menos espacio porque lo ocupan aquellos a quienes amas, la vida cambia por completo, el Evangelio se entiende mejor y ocupa en nuestra vida un lugar de exigencia que antes no tenía.

Pero hay algo más. Cuando aquí, en el Primer Mundo, hablamos de los excluidos, nos referimos a los que nosotros, en nuestra sociedad de consumo, en nuestras sociedades de opulencia, hemos dejado relegados por un complejo de problemas económicos y sociales. Es evidente que las bolsas de pobreza de lo que llamamos el Cuarto Mundo aumentan. Y ahora se hacen alarmantes con la llegada masiva de inmigrantes que han tenido que dejar su país por los mismos motivos excluyentes, llamémosle globalización o como queramos.

En ese mundo desestructurado y excluyente, los marginados están también al margen de los grandes valores de la existencia, a donde les ha lanzado nuestro egoísmo. Siempre me ha angustiado el hecho de que en nuestras Iglesias sólo tienen un lugar: en la puerta y con la mano extendida.

Hablamos de ver el rostro de Dios en los pobres. Pero creo que una espiritualidad de hoy, en este mundo sin fe, y a menudo sin esperanza, nos llama a que los pobres vean el rostro de Dios en nosotros. Sólo a través del amor que nosotros podamos darles, van a reconocer el amor de Dios que el Espíritu ha derramado en nuestros corazones. Porque, como dice San Juan, “a Dios nadie le ha visto, pero si nos amamos mutuamente, Dios está en nosotros y su amor se está realizando en nosotros...”

Esto es lo que he experimentado en muchas ocasiones y lo que ha cambiado mi vida y mi espiritualidad. ¡Cuántas lecciones he recibido de personas que no se lo pueden ni imaginar! Sin hablar directamente de Dios, he podido experimentar que el lenguaje del amor es el más claro y evidente y el que lleva a la fuente del amor, Dios.

Si ésta no es la espiritualidad del siglo XXI, el Evangelio no tendrá vigencia en un mundo descristianizado. Y eso, estoy segura, no puede darse porque lo dijo Jesús:  “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras, no pasarán...

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