Agencia ZENIT, 26 de octubre de 2001
MENSAJE
DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE OBISPOS
280
participantes trazan un perfil del obispo del tercer milenio
Comisión para la
preparación del mensaje VATICANO.
Introducción 1. Reunidos en Roma en nombre de Cristo Señor,
desde el 30 de septiembre hasta el 27 de octubre de 2001, nosotros, patriarcas y
obispos católicos de todo el mundo, hemos sido convocados por el Papa Juan
Pablo II, para evaluar nuestro ministerio en la Iglesia a la luz del Concilio
Vaticano II (1962-1965). A semejanza de los apóstoles, reunidos después de la
Resurrección en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús, hemos «perseverado
unánimes en la oración» invocando al Espíritu del Padre para que nos ilumine
sobre nuestra misión de servidores de Jesucristo para la esperanza del mundo
(cf. Hch 1, 14). 2. Con el sucesor de Pedro, que ha anunciado la
Buena noticia a todos los hombres, que ha recorrido infatigablemente toda la
tierra como peregrino de la paz y cuya constante presencia en nuestros trabajos
fue para nosotros una fuente particular de aliento, nos hemos puesto a la
escucha de la Palabra de Dios y a escucharnos mutuamente. De este modo, las
voces de las Iglesias particulares y de los pueblos se hicieron oír entre
nosotros, permitiéndonos hacer verdaderamente la experiencia de una fraternidad
universal, que desearíamos comunicaros por medio de este Mensaje. 3. Hemos tenido que deplorar la ausencia de
hermanos muy queridos en el Señor, que no han podido venir a Roma. También
hemos escuchado con profunda emoción el testimonio de muchos obispos que en
estos últimos decenios han sufrido la prisión y el exilio por causa de Jesús.
Otros han muerto por su fidelidad al Evangelio. Sus sufrimientos y los de sus
Iglesias locales, lejos de apagar la luz de la esperanza cristiana, la han
avivado aún más para el mundo entero. 4. Han participado activamente en este Sínodo
algunos Superiores generales de las Congregaciones religiosas. También hemos
tenido la gran alegría de acoger delegados fraternos de otras Iglesias
cristianas, y de tener entre nosotros auditores, religiosos y laicos, varones y
mujeres, así como expertos e intérpretes y los miembros de la Secretaría del
Sínodo. A todos ellos nuestro cordial agradecimiento. II. Jesucristo, nuestra esperanza 5. El Espíritu
Santo, al otorgarnos el don de abrirnos conjuntamente a las realidades actuales
de la vida de las Iglesias y del mundo, ha glorificado en nuestros corazones a
Cristo resucitado, tomando lo que es de Él para anunciarlo (cf. Jn 16, 14). En
efecto, bajo la luz de la Pascua de Cristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección
hemos releído tanto las tragedias como las maravillas de las que hoy somos
testigos en el universo. Para decirlo con las palabras de San Pablo, nos hemos
situado frente al «misterio de la iniquidad» y al «misterio de la piedad»
(cf. 2 Ts 2, 7 y 1 Tm 3, 16). 6. Si bien, desde un punto de vista humano, la
potencia del mal muy frecuentemente parece estar por encima de la del bien, la
tierna misericordia de Dios la supera infinitamente a los ojos de la fe: «Allí
donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20). Hemos experimentado
la fuerza y la verdad de esta enseñanza del Apóstol en la mirada misma que
hemos dirigido sobre el presente. «Porque hemos sido salvados en la esperanza;
y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una
cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos es aguardar con paciencia» (Rm 8,
24-25). 7. El rechazo inicial de obedecer a Dios, que según
la revelación de la Sagrada Escritura es la raíz del pecado, ha sido fuente de
división entre el hombre y su Creador, el varón y la mujer, el hombre y la
tierra, el hombre y su hermano. De donde surge este interrogante, que no deja de
cuestionar nuestras conciencias: «¿Qué has hecho de tu hermano?» (Gn 4,
9-10). Pero jamás se debe olvidar que el relato del pecado es seguido
inmediatamente por una promesa de salvación y que ésta precede a la historia
del asesinato de Abel, el inocente, figura de Jesús. El Evangelio, buena
noticia para toda la humanidad, es proclamado en la aurora de su historia (cf.
Gn 3, 15). 8. Todavía hoy este Evangelio es pregonado por
toda la tierra. No podríamos dejarnos intimidar por las diversas formas de
negación del Dios viviente que, con mayor o menor autosuficiencia, buscan minar
la esperanza cristiana, parodiarla o ridiculizarla. Lo confesamos en el gozo del
Espíritu: «Cristo ha resucitado verdaderamente». En su humanidad glorificada
ha abierto el horizonte de la Vida eterna para todos los hombres que aceptan
convertirse. El horror del terrorismo 9. Nuestra asamblea, en
comunión con el Santo Padre, ha expresado su más viva compasión por las víctimas
de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y por sus familias. Rezamos por
ellas y por todas las otras víctimas del terrorismo en el mundo. Condenamos de
modo absoluto el terrorismo, que de ninguna manera puede ser justificado. Situaciones de violencia 10. Por otra parte,
durante este Sínodo no hemos podido cerrar nuestros oídos al eco de tantos
otros dramas colectivos. Es también urgente y necesario tener en cuenta las «estructuras
de pecado» de las que ha hablado el Papa Juan Pablo II, si queremos abrir
nuevos caminos para el mundo. Según observadores competentes de la economía
mundial, el 80% de la población del planeta vive con el 20% de los recursos y
¡mil doscientos millones de personas deben «vivir» con menos de un dólar por
día! Se impone un cambio de orden moral. La doctrina social de la Iglesia
adquiere hoy una importancia que nunca podremos subrayar suficientemente.
Nosotros, obispos, nos comprometemos a procurar que sea mejor conocida en
nuestras Iglesias particulares. 11. Algunos males endémicos, subestimados durante
mucho tiempo, pueden conducir a la desesperación de poblaciones enteras. ¿Cómo
callarse frente al drama persistente del hambre y de la pobreza extrema en una
época en la cual la humanidad posee como nunca los medios de un reparto
equitativo? No podemos dejar de expresar nuestra solidaridad, entre otras, con
la masa de refugiados e inmigrantes que, como consecuencia de la guerra, de la
opresión política o de la discriminación económica, son forzados a abandonar
su tierra, en búsqueda de trabajo y con una esperanza de paz. Los estragos del
paludismo, la expansión del sida, el analfabetismo, la falta de porvenir para
tantos niños y jóvenes abandonados en la calle, la explotación de las
mujeres, la pornografía, la intolerancia, la tergiversación inaceptable de la
religión para fines violentos, el trafico de la droga y el comercio de las
armas . ¡La lista no es exhaustiva! Sin embargo, en medio de todas estas
calamidades los humil! des levantan la cabeza. El Señor los mira y los apoya:
«Por la opresión del humilde y el gemido del pobre me levantaré - dice el Señor»
(Sal 12, 6). 12. Quizá lo que más lastima nuestro corazón de
pastores es el desprecio de la vida, desde su concepción hasta su término, y
la disgregación de la familia. El «no» de la Iglesia al aborto y a la
eutanasia es un sí a la vida, un sí a la bondad radical de la creación, un sí
que puede alcanzar a todo ser humano en el santuario de su conciencia, un sí a
la familia, primera célula de la esperanza en la que Dios se complace hasta
llamarla a convertirse en «iglesia doméstica». Artesanos de una civilización del amor 13. Damos
gracias de todo corazón a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas así
como a los misioneros. Movidos por la esperanza que viene de Dios y que se ha
revelado en Jesús de Nazareth ellos se comprometen en el servicio a los débiles
y enfermos y proclaman el Evangelio de la vida. Nosotros admiramos la
generosidad de numerosos militantes de causas humanitarias; la tenacidad de
animadores de instituciones internacionales; el coraje de aquellos periodistas
que, no sin riesgos, hacen obra de verdad al servicio de la opinión pública;
la acción de hombres de ciencia, de médicos y personal de salud; la audacia de
algunos empresarios para crear empleos en zonas consideradas difíciles; la
dedicación de padres, educadores y docentes; la creatividad de artistas, y de
tantos otros artífices de paz que buscan salvar vidas, reconstruir la familia,
promover la dignidad de la mujer, educar a los niños y preservar o enriquecer
el patrimonio cultural de la humanidad. Creemos que en! todos ellos «la gracia
actúa invisiblemente» («Gaudium et spes», 22). III.
El Obispo, servidor del Evangelio de la esperanza Una llamada a la santidad 14. El Concilio Vaticano
II hizo llegar a todos una llamada universal a la santidad. Para los obispos ésta
se realiza en el ejercicio de su ministerio apostólico, con «la humildad y la
fuerza» del Buen Pastor. Una forma muy actual de la santidad, que necesita el
mundo, es esta apertura a todos que es característica distintiva del obispo, en
la paciencia y en la audacia de «dar razón de la esperanza» (1 P 3, 15) que
está presente en él. Para dialogar en verdad con las personas que no comparten
la misma fe, la comunión en la Iglesia debe ser ante todo simple y verdadera,
de modo que todos, cualquiera fuere su función en el seno de ella, «conserven
la unidad del Espíritu por el vínculo de la paz» (Ef 4, 3). Luchar contra la pobreza con un corazón de pobre
15. Así como existe una pobreza que aliena, y que es necesario luchar para
liberar de ella a los que la padecen, también puede haber una pobreza que
libera y potencia las energías para el amor y para el servicio, y es esta
pobreza evangélica la que intentamos practicar. Pobres ante el Padre, como Jesús
en su plegaria, sus palabras y sus actos. Pobres con María, en la memoria de
las maravillas de Dios. Pobres ante los hombres, por un estilo de vida que hace
atrayente la Persona del Señor Jesús. El obispo es el padre y el hermano de
los pobres. Él no debe dudar, cuando es necesario, en hacerse portavoz de los
que no tienen voz, para que sus derechos sean reconocidos y respetados. En
particular, él debe proceder «de modo que en todas las comunidades cristianas,
los pobres se sientan como "en su casa"» (Novo millennio ineunte,
50). Entonces, mirando unidos hacia nuestro mundo en un gran impulso misionero,
podremos expresarle el gozo de los humildes y de los puros de corazón, la !
fuerza del perdón, la esperanza de que los hambrientos y sedientos de justicia
sean plenamente saciados por Dios. Comunión y colegialidad 16. El término «comunión»
(koinonía) pertenece a la indivisa Tradición cristiana de Oriente y de
Occidente. Toma todo su vigor de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu. Este
misterio de relaciones de unidad y de amor en la Trinidad santa es la fuente de
la comunión en la Iglesia. La «colegialidad», al servicio de la comunión, se
refiere al colegio de los apóstoles y de sus sucesores, los obispos, unidos
estrechamente entre ellos y con el Papa, sucesor de Pedro. Siempre y en todas
partes, ellos enseñan conjuntamente la misma fe con un «carisma cierto de
verdad» (S. Ireneo, «Adversus Haereses» IV, 26, 2) y la proclaman a los
pueblos de la tierra (cf. «Dei Verbum, 8). Comunión y colegialidad, plenamente
vividas, concurren para el equilibrio humano y espiritual del obispo y favorecen
la gozosa irradiación de la esperanza de las comunidades cristianas y su
entusiasmo misionero. Un combate espiritual 17. El Concilio Vaticano II,
esta «gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo veinte»,
permanece como «una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que
comienza» («Novo millennio ineunte», 57). Manteniéndonos fieles a su enseñanza
acerca de la Iglesia podremos servir, en toda la faz de la tierra, al Evangelio
de Jesucristo para la esperanza del mundo. El amor de la unidad no supone
indiferencia alguna hacia las corrientes contrarias a esta verdad, que brilla
sobre el Rostro de Cristo: «Ecce homo» (Jn 19, 5). Ese amor puede conducir al
pastor, como vigía y profeta, a alertar a su pueblo acerca de las distorsiones
que amenazan la pureza de la esperanza cristiana. Él puede conducirlo a
oponerse a todo eslogan o actitud que, pretendiendo «reducir a nada la Cruz de
Cristo» (1 Co 1, 17), vela a la vez el verdadero rostro del hombre y su vocación
sublime de criatura, llamada a compartir la vida divina. «Id
pues.» (Mt 28, 19) 18. Presidiendo cotidianamente la Eucaristía para su pueblo
el obispo se une a Cristo crucificado y resucitado en su ofrenda al Padre,
renovando en sí mismo el acto de Jesús: «dar su carne para la vida del mundo»
(Jn 6, 51). Durante el Sínodo nos hemos renovado para este ministerio, que no
es otra cosa que anunciar a todos el designio salvífico de Dios, celebrar su
misericordia comunicándola por los sacramentos de la vida nueva y enseñar su
ley de amor atestiguando su presencia «todos los días hasta el fin del mundo»
(Mt 28, 20). «Id pues.»: este envío misionero se dirige a todos los
bautizados, sacerdotes, diáconos, personas consagradas y laicos; y a través de
ellos alcanza a «toda la creación» (Mc 16, 15). Artífice de la unidad 19. «Hacer de la Iglesia la
casa y la escuela de la comunión» («Novo millennio ineunte», 43) mediante la
acogida de todos, la lectio divina, la Liturgia, la Diaconía, el Testimonio:
tal es el desafío espiritual y pedagógico que permitirá al obispo alimentar
la fe de unos, despertar la de otros y anunciarla a todos con firmeza. Él no
cesará de sostener el fervor de sus parroquias y, junto con sus párrocos, las
animará con un impulso misionero. Los movimientos, pequeñas comunidades,
servicios de formación o de caridad, que forman el tejido de la vida cristiana,
se beneficiarán con su vigilancia y atención. Como un buen artífice de la
unidad el obispo, con los sacerdotes y los diáconos, discernirá y sostendrá
todos los carismas en su maravillosa diversidad. Los hará concurrir en esta
misión única de la Iglesia: dar testimonio, en medio del mundo, de la
bienaventurada esperanza que reside en Jesucristo, nuestro único Salvador. 20. «¡Que todos sean uno como Tú, oh Padre, estás
en mí yo en Ti; que ellos sean uno en nosotros a fin de que el mundo crea que Tú
me has enviado» (Jn 17, 21). Esta oración es «a la vez un imperativo, que nos
obliga, y una fuerza, que nos sostiene». Con el Papa, Juan Pablo II, nosotros
expresamos nuestra esperanza de «que sea reencontrada en plenitud este
intercambio dones, que ha enriquecido a la Iglesia durante el primer milenio» («Novo
millennio ineunte», 48). El compromiso irrevocable del Concilio Vaticano II por
la plena comunión entre cristianos, interpela al obispo a entregarse con amor
al diálogo ecuménico y a formar a los fieles en su justa comprensión. Estamos
convencidos de que el Espíritu Santo actúa en este comienzo del Tercer milenio
en el corazón de todos los fieles de Cristo, moviéndolos hacia esta unidad,
que es un gran signo de esperanza para el mundo. Ministros del Misterio 21. El Sínodo desea
expresar el caluroso agradecimiento de los obispos a todos los sacerdotes, sus
principales colaboradores en la misión apostólica. Servir al Evangelio de la
esperanza es suscitar una renovación en el fervor, para que sea escuchada la
llamada del Señor a su viña. Gracias a una confianza y una amistad cordial con
sus sacerdotes el obispo hará que aumente nuevamente la estima de su
ministerio, frecuentemente menospreciado en una sociedad tentada por las idolatrías
del poseer, del placer y del poder. Ministerio apostólico y misterio de la
esperanza son indisociables. Dar la prioridad a esta llamada y a la plegaria
para pedir «pastores según el corazón de Dios» no es subestimar las otras
vocaciones. Por el contrario, es hacer posible su crecimiento y fecundidad. Que
los diáconos, que recuerdan a todos los miembros de la Iglesia que deben imitar
a Cristo Servidor, encuentren igualmente aquí la expresión de nuestro apoyo y
nuestro aliento. La vida consagrada 22. Nuestro reconocimiento se
dirige también a todas las personas consagradas, dedicadas a la contemplación
y al apostolado. Testigos privilegiados de la esperanza del Reino que viene, su
presencia y su acción frecuentemente permiten a nuestro ministerio apostólico
alcanzar a las personas en las fronteras más alejadas de nuestras diócesis,
allí donde, sin ellos, Cristo no sería conocido. Por su fidelidad al espíritu
de sus fundadores y por la radicalidad de sus opciones «ellos son respecto del
Evangelio lo que es una partitura cantada respecto de una escrita» (San
Francisco de Sales, Carta CCXXIX [6 de Octubre de 1604]: Oeuvres XII, Annecy,
Dom Henry Benedict Mackey, o.s.b., 1892-1932, pp. 299-325). La misión de los laicos 23. Los laicos hoy vuelven
a encontrar la parte que les corresponde en la animación de las comunidades
cristianas, la catequesis, la vida litúrgica, la formación teológica y el
servicio de la caridad. Debemos agradecer y alentar vivamente a los catequistas,
como también a las mujeres y varones que, de acuerdo a sus diversos talentos,
consagran tanta energía a este trabajo, en comunión con los sacerdotes y diáconos,
religiosas y religiosos. Sentimos como deber dar gracias, muy especialmente, por
el testimonio de amor de todos los que ofrecen sus enfermedades y sufrimientos
con Jesús y María, al pié de la cruz, para la salvación del mundo. 24. Por su parte los obispos desean promover la
vocación originaria de los laicos, que es dar testimonio del Evangelio en el
mundo. Que por su compromiso familiar, social, cultural, político y por su
inserción en el corazón de lo que el Papa Juan Pablo II llamó «los areópagos
modernos», particularmente en el universo de los medios de comunicación o en
los destinados a preservar la creación («Redemptoris missio», 37), ellos
continúen rellenando el foso que separa la fe de la cultura. Que se reúnan en
un apostolado organizado para estar en primera línea en esta lucha necesaria
por la justicia y la solidaridad, que da esperanza y sentido a este mundo. Teología e inculturación 25. Conscientes de la
magnífica diversidad que representa este sínodo, nosotros, obispos, hemos
afrontado de nuevo este tema mayor de la inculturación. Nuestro deseo es
reconocer las «semillas del Verbo» en las sabidurías, en las creaciones artísticas
y religiosas, en las riquezas espirituales de los pueblos en el curso de su
historia. La evolución de las ciencias y de las técnicas, la revolución de la
información en el plano mundial, todo nos lleva a recorrer nuevamente la
aventura de la fe con la energía, la audacia y la lucidez de los Padres de la
Iglesia, teólogos, santos y pastores, en tiempos de desórdenes y de cambios
como los que conocemos. 26. La vida entera de nuestras comunidades está
marcada por este lento trabajo de maduración y de diálogo. Pero, para volver a
expresar la fe pura de los orígenes en fidelidad a la Tradición y con un
lenguaje nuevo y comprensible, necesitamos la colaboración de teólogos
experimentados. Nutridos del «sentire cum Ecclesia», que inspiró a sus
grandes predecesores, ellos también nos ayudarán a ser servidores del
Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, prosiguiendo con gozo,
prudencia y lealtad, el diálogo interreligioso en el espíritu del Encuentro de
Asís de 1986. IV. Conclusión Dirigimos nuestra mirada hacia
vosotros, hermanos y hermanas del mundo entero, que buscáis una tierra de
justicia, de amor, de verdad y de paz. ¡Que este Mensaje pueda sosteneros en
vuestra marcha! A los responsables políticos y económicos 27. Los
Padres del Concilio Vaticano II, en su Mensaje a los gobernantes, habían osado
decirles: «En vuestra ciudad terrestre y temporal Dios construye su ciudad
espiritual y eterna». Por esto, bien conscientes de nuestros propios límites y
de nuestro papel de obispos, sin la menor pretensión de poder político, nos
atrevemos a dirigirnos, por nuestra parte, a los responsables del mundo político
y económico: Que el bien común de las personas y de los pueblos sea el motivo
de vuestra acción. No está fuera de vuestro alcance poneros de acuerdo lo más
ampliamente posible para hacer obra de justicia y de paz. Os pedimos poner
vuestra atención en aquellas zonas del planeta que no ocupan la primera plana
de los noticiarios televisados y en las que mueren hermanos nuestros a causa del
hambre o de la falta de medicamentos. La persistencia de graves desigualdades
entre los pueblos amenaza la paz. Como os lo ha pedido expresamente el Papa,
aliviad el peso de la deuda externa de los paí! ses en vías de desarrollo.
Defended todos los derechos del hombre, especialmente el de la libertad
religiosa. Con respeto y confianza os rogamos recordéis que todo poder no tiene
otro sentido que el servicio. Llamada a los jóvenes 28. Y vosotros, los jóvenes,
sois «los centinelas de la mañana». El Papa Juan Pablo II os ha dado este
nombre. ¿Qué os pide el Señor de la Historia para construir una civilización
del amor? Vosotros
tenéis un sentido agudo de las exigencias de la honestidad y de la
transparencia. No os dejéis reclutar en campañas de división étnica, ni os
dejéis ganar por la gangrena de la corrupción. ¿Cómo ser juntos discípulos
de Jesús y actualizar su programa proclamado en el monte de las
bienaventuranzas? Este programa no hace caducar los diez mandamientos, inscritos
en las tablas de carne de vuestro corazón. Él los aviva y les da un esplendor
irradiante, capaz de ganar los corazones para la Verdad que libera. Él os dice
a cada uno y a cada una: «Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu fuerza y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo»
(Lc 10, 27). Estad unidos a vuestros obispos y sacerdotes, testigos públicos de
esta Verdad, que es Jesús nuestro Señor. 29. Una llamada por Jerusalén Finalmente nos
volvemos a ti, Jerusalén, ciudad en donde Dios se ha manifestado en la
historia: nosotros rezamos por tu dicha! Puedan todos los hijos de Abraham
reencontrarse en ti en el respeto de sus derechos respectivos. Que para todos
los pueblos de la tierra permanezcas como símbolo inagotable de esperanza y de
paz. 30. Spes nostra, salve! María Santísima, Madre de Cristo, tú eres la
Madre la Iglesia, la Madre de los vivientes. Tú eres la Madre de la Esperanza.
Sabemos que Tú nos acompañas siempre en los caminos de la historia. Intercede
por todos los pueblos de la tierra para que encuentren en la justicia, en el
perdón y en la paz la fuerza de amarse como los miembros de una misma familia! ECLESALIA,
19 de noviembre de 2001 POR
UNA PROFUNDA REFORMA DE LA IGLESIA
Conclusiones
del "Sínodo a la sombra"
SÍNODO DEL PUEBLO DE DIOS
ROMA.
Una Iglesia "pueblo de Dios", donde por
lo tanto lo que concierne a todos y a todas es discutido, y donde todos y todas
se comprometan por la paz y la justicia en el mundo, y por una profunda reforma
de la Iglesia católica romana. Es todo lo que ha afirmado rotundamente el
"Sínodo del pueblo de Dios" que se ha autoconvocado en Roma desde el
4 al 7 de octubre en un "Sínodo sombra" precisamente para hacer oír
la voz de los "simples fieles" en el Sínodo de los obispos, que al
mismo tiempo se estaba celebrando en el Vaticano. Organizado por varias
instituciones, en Particular el movimiento internacional "Somos
Iglesia" y la "European network" (red de grupos católicos de
base europeos), el "Sínodo sombra" se ha desarrollado en los locales
de la Facultad valdense de Roma, hallándose presentes un centenar de
representantes de más de trescientos grupos esparcidos por Europa, en las dos
Américas, en Asía y en África. "Declaración
final" del "Sínodo sombra": "Nosotros creemos que todos los que forman el
Pueblo de Dios, creados a su imagen, por su responsabilidad bautismal y sobre la
base de la tradición de las primeras comunidades cristianas y de las enseñanzas
del Concilio Vaticano II. Deben: Hablar claro de los problemas que les
conciernen. Asumir las responsabilidades de su Iglesia e invitar a los pastores
de la Iglesia católica romana a dar
razón de sus opciones. El Evangelio nos dice que un ministerio genuino en la
Iglesia es servicio (diakonía) al Pueblo de Dios. Este sentido de servicio debe
convertirse en una realidad y no quedarse sólo en una afirmación, Considerando
la urgencia de la situación en el interior de la lglesia, aunque un diálogo
espontáneo encuentra frecuentemente obstáculos, nosotros nos atrevemos a
hablar en voz alta porque estamos convencidos de que no se puede reprimir al Espíritu. LA TAREA DE
LOS OBISPOS EN El INTERIOR DE LA COMUNIDAD HUMANA ·
Los pastores de la
Iglesia católica romana, a los que nos dirigimos directamente, hoy más que
nunca deben pedir a los líderes del mundo que renuncien a una guerra de
represalia contra el terrorismo. Actuemos de manera que se encuentre una solución
de justicia por medio de una política de no violencia. Los líderes políticos
deben ser reclamados al quinto mandamiento ("no matarás"), rechazando
el militarismo y la guerra como instrumentos de política nacional e
internacional. ·
Los obispos son
invitados a esforzarse para desarraigar del mundo y de nuestra Iglesia católica
romana (cada uno por su parte) toda forma de violencia y, por lo tanto, la
pobreza, la discriminación y la exclusión de personas sobre la base de
motivaciones sexuales o de diferencias de género, del racismo y de la
superioridad étnica o lingüística, de la violencia contra la conciencia de la
intolerancia ideológica y de la pena de muerte. Promover una cultura de vida
comporta la admisión del uso del preservativo para prevenir la difusión del
virus HIV/AIDS también como método contraceptivo. ·
La asamblea del Sínodo
de los Obispos de 1971,en su documento "La Justicia en el mundo",
declaró que quien predica la justicia en el mundo debe ante todo ser justo a
los ojos del mundo. Los pastores de la Iglesia deben intentar construir una
Iglesia que sea un Sacramento de Justicia y de Noviolencia. ·
Los obispos deberían
contrastar el documento vaticano "Dominus Jesus" ( firmado por el
cardenal Joseph Ratzinger el 6 de agosto de 2000). Debemos comprometernos
humilde y seriamente en un diálogo interrelígioso, abandonar toda concepción
de superioridad católica y acoger la intercomunión ecuménica ·
Los Obispos son
invitados a señalar con el dedo las escandalosas divergencias entre ricos y
pobres de nuestro mundo, a denunciar una globalización opresiva y modelos económicos
neoliberales, a sostener los derechos de los trabajadores, la cancelación de la
deuda externa de las naciones pobres y la construcción de un orden económico
global basado sobre principios de justicia y democracia. ·
Los obispos deberían
promover un compromiso activo por nuestro planeta que es creación de Dios.
Deben también contribuir a promover políticas de protección del ambiente que
modifiquen comportamientos consumistas y que conserven los recursos del mundo
para las generaciones futuras. Los pasos hacia una ecología eficaz deben
iniciarse en el interior de la misma Iglesia católica romana. ·
Los obispos deben
respetar la conciencia y las opciones éticas de los que toman decisiones sobre
cuestiones en materia sexual o con respecto a la paternidad y a la maternidad.
Los pastores de la Iglesia son invitados a reexaminar las enseñanzas eclesiásticas
oficiales sobre tales temas, teniendo presente el "sensus fidelium"
(el sentir de los fieles). ·
El gobierno de la
Iglesia no debería reclamar la estructura de un Estado secular, y en las
organizaciones internacionales la Iglesia católica romana debería tener el
mismo "status" que los demás entes religiosos. LOS
MINISTERIOS EN LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA No debería tolerarse forma alguna de discriminación
en los ministerios eclesiásticos. Todo ministerio, incluidos el diaconado ,el
sacerdocio, el episcopado y el papado, debería estar abierto, en línea de
principio y teniendo en cuenta el bien de la comunidad, a hombres y mujeres,
casados o no, independientemente de la raza o del grupo étnico. LA IGLESIA
LOCAL ·
Quien tiene el
ministerio de la guía de la Iglesia local debería tener como tarea la de
sostener de forma fuerte, profética, pública la justicia, la paz, la libertad
y la integridad de la creación. ·
Los "simples
fieles" pueden dar grandes contribuciones a la vida y a las enseñanzas de
la Iglesia. Los líderes de la Iglesia local deberían partir de este
presupuesto. Deberían estar disponibles en contacto con el pueblo, propensos a
la discusión, a la escucha y al aprendizaje, flexibles ya abiertos incluso
interesados por cada uno individualmente. ·
Los pastores de la
Iglesia deberían sostener e intentar de comprender a los jóvenes. Deberían
implicarlos en la organización de celebraciones litúrgicas significativas, de
especiales ritos de paso, en el poder decisional y en encontrar los modos para
difundir el mensaje del Evangelio en nuestro mundo. ·
Nos comprometemos con
una Iglesia basada sobre la "colegialidad de todas las personas
bautizadas". El poder decisional y la responsabilidad deberían ser
compartidos, promoviendo la participación de todos. Los Sínodos o Consejos
locales deberían emplearse para realizar estos objetivos. ·
El pueblo de Dios debería
poder elegir a sus obispos y a los demás pastores. Estos líderes deberían
mantenerse en el cargo por un período de tiempo determinado y dar cuenta de su
actuación a la comunidad local de los fieles. Las normativas para la elección,
de los pastores deberían tener en cuenta el contexto cultural en el que viven
las comunidades locales. ·
El obispo local es un líder
que coordina los ministerios y promueve la unidad. Él o ella debe dar cuenta de
su actuación a la comunidad, y no asumir posturas de imposición o de dominio. ·
La Iglesia local debería
instituir un método para la resolución Imparcial y justa de las disputas a
través de una mediación coordinada de terceras personas. El modelo de un
"defensor del pueblo" podría resultar útil. ·
Los pastores de la
Iglesia deberían acompañar a su pueblo en su camino de fe, sin temores y miedo
a los desafíos. LA IGLESIA
UNIVERSAL ·
las características de
la Iglesia local arriba descritas deberían ser propias también de la Iglesia
católica romana a nivel universal. ·
El papado debería
basarse en la autoridad moral y no en el poder de jurisdicción. Un proceso
conciliar permanente es importante en cada Iglesia para favorecer una
participación ampliamente compartida. ·
Los pastores de la
Iglesia universal deberían acompañar a los fieles en el desarrollo de su
comunión de fe. Deberían respetar el papel del "sensus fidelium" en
la comunidad y !as opciones de conciencia de cada uno. Los pastores deberían
reclamar la unidad en las cosas esenciales, admitir la libertad en las cosas
dudosas y favorecer la caridad en todas. ·
En la Iglesia debería
prevalecer una postura de abierto debate teológico. Ningún fiel o pastor de la
Iglesia debería reprimir o castigar a otros fieles comprometidos en el debate
teológico o que se separen de las enseñanzas eclesiásticas oficiales. ·
Y como quiera que Dios
es representado tanto en figura masculina como femenina, como Padre y Madre, el
liderazgo de la Iglesia universal debería incluir tanto a mujeres como a
hombres. Las mujeres son iguales a los hombres por naturaleza y por gracia.
Negar esta igualdad es una forma de violencia y una limitación de la imagen de
Dios. ·
Los pastores de la
iglesia deberían poder compartir las experiencias de vida de las comunidades. Líderes
que comparten las experiencias de vida de la gente común pueden más fácilmente
comprender la realidad del matrimonio, de la paternidad y de la maternidad. Y al
que está casado o tiene hijos le pedimos que ayude a los pastores a reexaminar
y reformular las enseñanzas eclesiásticas sobre las problemáticas del
matrimonio, de la paternidad y de la maternidad. Nosotros creemos, en todo caso
para ejemplarizar, que las personas divorciadas y vueltas a casar deberían
tener la posibilidad de recibir la Eucaristía; que los métodos contraceptivos
deberían ser dejados a la opción de conciencia de cada uno; y que los
homosexuales deberían ser bien acogidos en el interior de la comunidad
eclesial.. ·
Todos los obispos tienen
igual dignidad. En el espíritu de subsidiaridad, los obispos deberían subrayar
su rol de representantes de la Iglesia local respecto a la Iglesia universal,
afirmando e ilustrando las experiencias de su pueblo. ·
Y ya que la Iglesia
universal contiene dentro de sí la multiplicidad, siendo por tanto una
"comunidad de comunidades", los pastores de la Iglesia universal deberían
actuar con el más profundo respeto a las diferencias culturales en todo aspecto
de la vida de la Iglesia. Volver al sumario del Nº 5 Volver a Principal de Discípulos
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