Dorothy Day (1897-1980) fue una mujer de fe extraordinaria y de un singular compromiso con las causas sociales más importantes de su tiempo. Sin embargo, su vida, su obra --el movimiento del Trabajador Católico (The Catholic Worker)-- y sus muchos escritos son poco conocidos por la Iglesia Católica de habla hispana. Por ello, al tratar el tema de la opción personal y comunitaria por una vida sencilla, queremos proponerla como una verdadera testigo. Dorothy Day nace en Brooklyn en 1897 y crece en Chicago en el seno de una familia protestante. Asiste pero no se gradúa en la Universidad de Illinois. "Realmente llevaba una vida muy indolente, dedicándome por primera vez a lo que exactamente quería hacer ". En 1916, su familia se muda a Nueva York y ella marcha con ellos para seguir una carrera como periodista revolucionaria. Se hace una corresponsal regular de publicaciones izquierdistas como el Call y el New Masses. Se involucra en los asuntos más candentes de aquel entonces: los derechos de la mujer, el amor libre y el control de la natalidad. En 1917 se une a los piquetes delante de la Casa Blanca que protestaban por el tratamiento brutal dado a las mujeres sufragistas (que buscaban el voto democrático de la mujer) en la cárcel; acabaron pasando treinta Days en el penal de Occoquan. Tuvo una serie de amantes, se quedó embarazada de uno de ellos y tuvo un aborto ilegal. Como consecuencia de ello se casó; pero el matrimonio sólo duró un año.
"Una mujer no se siente completa sin un hombre", comentó, y en 1933 un nuevo hombre aparecía en su vida: Peter Maurin. Peter era un ex-campesino francés que había sido hermano de las escuelas cristianas, había emigrado de Francia hacia Canadá en 1908 y después había llegado a los Estados Unidos. Durante sus años de vagar de un lado para otro, Maurin había adquirido una actitud franciscana, abrazando la pobreza como una vocación. Su vida sencilla y célibe le había permitido mucho estudio y oración de los que obtuvo de la visión de un orden social inspirado en los valores básicos del Evangelio "en el que sería más fácil para los hombres ser buenos". Maestro por vocación, encontró a los oyentes ávidos, entre ellos George Shuster, editor de la revista Commonweal, para la que Dorothy había escrito crónicas sobre la situación desesperada de los obreros durante la Depresión que siguió a 1929. Shuster dio a Maurin la dirección de Day. Durante los años siguientes Peter sería la musa y la inspiración de Dorothy, y ella siempre lo llamó el "co-fundador" del Catholic Worker. Bajo su influencia ella decidió publicar un periódico que difundiera sus convicciones izquierdistas pero desde una nueva perspectiva religiosa. "Empezamos la publicación del The Catholic Worker (El Trabajador Católico) en mayo de 1933 con una primera tirada de 2,500 ejemplares... a finales de año teníamos una circulación de 100,000 y para 1936 eran ya 150,000 ejemplares... No sólo fue porque algunas parroquias se subscribieron al periódico por todo el país en bultos de 500 o más, sino porque algunos jóvenes comprometidos sacaban el periódico a la calle y lo vendían, y cuando no podían venderlo ni siquiera por un centavo el ejemplar lo regalaban gratuitamente y lo dejaban en el tranvía, en el autobús, en la barbería o en la clínica del dentista. Recibimos cartas de todo el país de personas que nos decían que se habían cogido en periódico en los trenes, en pensiones... Un seminarista nos contó que había mandado sus zapatos para que les pusieran medias suelas en Roma y se los devolvieron envueltos en una copia del The Catholic Worker.”
Durante el primer medio año The Catholic Worker era sólo un periódico, pero cuando llegó el invierno las personas sin casa ni hogar empezaron a llamar a la puerta. Los artículos de Maurin en el periódico pedían la renovación de la antigua práctica cristiana de la hospitalidad hacia quienes carecían de techo. Maurin se oponía a la idea de que los cristianos se cuidaran sólo de sus amigos y dejaran las preocupaciones por los extraños en manos de agencias caritativas impersonales. Cada casa debía tener su "habitación de Cristo" y cada parroquia una casa de hospitalidad lista para recibir a los "embajadores de Dios". Así que, además del periódico, Dorothy Day abrió una "Casa de Hospitalidad" en los barrios bajos de Nueva York. “Hay varias familias con nosotros, familias tan pobres que viven en una miseria de magnitud increíble, y no se puede hacer nada más que amar. Lo que quiero decir es que no hay ninguna posibilidad de rehabilitación, ninguna oportunidad, por lo menos tal como lo vemos nosotros, de cambiarlas, ciertamente ninguna oportunidad de adaptarlas a este mundo abominable que les rodea--- y , de todas formas, ¿quién quiere adaptarlas?” "Lo que nos gustaría hacer es cambiar el mundo-- hacer un poco más simple que la gente se alimente, se vista, y tenga un techo como Dios quiso para ellos. Y hasta cierto punto, luchando por mejorar las condiciones de vida, clamando incesantemente por los derechos de los obreros, de los pobres, de los destituidos-- los derechos de los pobres dignos e indignos-- podemos cambiar el mundo hasta cierto punto. Podemos trabajar para el oasis, la pequeña célula de alegría y paz en un mundo avasallado.” Muchos se sorprendían de que, en contraste con la mayoría de los centros caritativos, nadie se preocupaba en El Trabajador Católico por reformarlos. Un crucifijo en la pared era la única evidencia inequívoca de la fe de aquellos que les daban la bienvenida. El personal recibía sólo comida, una cama y dinero de bolsillo de vez en cuando. En poco tiempo The Catholic Worker se volvió un movimiento nacional. Para 1936 había ya 33 casa de hospitalidad por todo el país debido a la Gran Depresión, que había dejado a millones de personas en la miseria. La actitud del Catholic Worker hacia quieres que eran acogidos no siempre fue apreciada. Éstos no eran los "pobres merecedores de ayuda", sino borrachínes y basura de la calle. Un asistente social que les visitaba preguntó a Day cuánto tiempo permitían a los "clientes" quedarse. "Nosotros – le contestó Dorothy Day con una mirada feroz en sus ojos-- les permitimos quedarse para siempre". " Ellos viven con nosotros, mueren con nosotros, y les damos un entierro cristiano. Oramos por ellos después muertos. Una vez ellos se alojan con nosotros vienes a formar parte de nuestra familia. O, mejor dicho, eran desde siempre miembros de la familia. Ellos son nuestros hermanos y hermanas en Cristo". Dorothy Day usó The Catholic Worker para sondear el difícil terreno del pacifismo neutral que iba a adoptar en todas las guerras de su vida. Durante muchos siglos la Iglesia católica se había acomodado a la guerra. Las papas habían bendecido los ejércitos y habían predicado las Cruzadas. En el siglo XIII San Francisco de Asís había reavivado el pacifista, pero en el siglo XX era ajena a los católicos tal postura. Durante la Guerra Civil española (1936 - 1939), la izquierda americana estaba enamorada del lado republicano, una coalición de comunistas, socialistas y anarquistas. Los católicos americanos eran principalmente pro-Franco, porque los Republicanos tenían un feo historial de fusilamientos de sacerdotes y monjas. "Nosotros, claro, no estábamos a favor de Franco, sino que éramos pacifistas, seguidores de Gandhi en nuestra lucha por construir un espíritu de no-violencia. Pero en aquellos días nos daban por todos los lados; para la mayoría de los católicos se trataba de una guerra santa, igual que para los comunistas la revolución mundial es una guerra santa".
Dorothy Day y su movimiento se anticiparon más de treinta y cinco años a la teología de liberación. Estuvo siempre en diálogo con las fuerzas más progresistas y más cercanas al cambio social. Comunismo y Religión pueden parecer autoexcluyentes, pero ¿cómo se puede combinar Capitalismo y Religión? "El escándalo de sacerdotes que imitan el estilo de actual de los ejecutivos, el escándalo de la riqueza colectiva de la Iglesia, su falta de sentido de responsabilidad por los pobres y los obreros... había suficiente caridad pero demasiada poca justicia ", escribiría más tarde. "Creemos en una economía basada en las necesidades humanas, en lugar de la búsqueda del beneficio económico”. Por los demás, su postura fue siempre al encuentro de la más estricta fidelidad al Evangelio, la Tradición cristiana y el Magisterio de la Iglesia. Ante ello algunos jóvenes -- hasta su muerte fue un imán para las nuevas generaciones-- se desconcertaban a menudo por lo que parecía ser una postura reaccionaria frente a nuevos problemas morales. Ella se arrepintió de haber participado en la revolución sexual de los años 20 y se opuso a la revolución sexual de los 60. “Toda esta muchedumbre llega hasta el extremo en el sexo y las drogas.... También es una rebelión total contra la autoridad, natural y sobrenatural, incluso contra el cuerpo, sus necesidades y sus funciones naturales de procreación y cuidado de los hijos”. Dorothy Day murió en 1980. Tras una vida de pobreza voluntaria no dejó dinero ni para su entierro, que fue pagado por la archidiócesis de Nueva York. Su periódico sigue siendo editado por voluntarios y se vende al mismo precio que cuando fue lanzado: 1 centavo de dólar. Su movimiento sigue minoritario pero muy vivo en los lugares más pobres de Estados Unidos. Bibliografía
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