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Teología Social - Nº 4 - Mayo 2001

  "En esto
   conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

          
Juan 13, 35

 

Criterios y retos
para acercarnos
a las personas
que sufren exclusión

 

Javier Baeza Atienza 
javier.ba@teleline.es
 

 Antes de acercarnos a cualquier realidad lo primera será intentar conocer algo de ella.

Hacer hoy ese intento es tarea ardua teniendo en cuenta que las situaciones proclives de exclusión son amplias y variadas en su presentación y en su origen. Sin embargo, por concretar, hay una característica fundamental que las iguala en su existir: en nuestro mundo desarrollado, eso que los técnicos de la materia han denominado “cuarto mundo”, el crecimiento de la exclusión se debe a una injusticia que deja en la cuneta no a unas grandes mayorías, pero sí a ciertos sectores “deprimidos” que no tienen la posibilidad de participar en los fragmentos sociales de inclusión y normalización social.

Estos colectivos -“el cuarto mundo”- los formarían hoy los parados de larga duración, los jóvenes enganchados a las drogas y ciertos expresos, los enfermos desarrollados de SIDA, las mujeres dedicadas a la prostitución, los hijos de familias pobres, los emigrantes sin recursos (que no significa sin preparación)…

Entiendo que es a esta realidad a la que queremos acercarnos.

Con sus retos y conflictos, es una realidad dura, pero muy humanizadora para los que hemos tenido la gracia de que la vida nos haya situado cercanos a ella. Digo humanizadora porque cuando estás junto a los pobres, lo único de lo que no les hemos desposeído, lo que les queda, es la vida en toda su crudeza, lo humano, la dignidad.. Otra cuestión es como se presenta ésta. No siempre de maneras educadas, ni tan siquiera gratificantes. Pero es que, sabéis, el sufrimiento abre muchas heridas -curables- pero lentamente cicatrizables.

Por esto lo primero que deberíamos sacar de la mochila de nuestra excursión es precisamente eso: el sentimiento de Excursión (experiencia).

Pretender acercarnos a una realidad tan compleja “cuando pueda”, es no entender que aquellos a quienes quiero acercarme son personas. Yo no pretendo establecer ninguna relación personal con nadie a base de “ratos” que me dejen libres mis múltiples e importantísimas ocupaciones. Los tiempos son la piedra angular de nuestro viaje. Sin ocasión de encuentro, éste no se produce.

Otro elemento fundamental para las excursiones, pero un tanto inútil para este viaje, serán los planos, los mapas.

Querer acercarme al cuarto mundo, a esas personas –con sus rostros personales y sus historias- desde planteamientos, programas o instituciones cerradas nos imposibilitará un acercamiento. Sin caer en el absurdo planteamiento del “aquí y ahora, tal como se nos ocurra”.

Tenemos que tener presente que las personas son la razón fundamental de nuestro querer acercarme y no el cumplir “eficazmente” el plan determinado.

En la mochila de nuestro viaje solemos añadir, aunque muchos no acabamos de saber como manejarnos con ella, una brújula. El norte es el lugar geográfico desde el que orientamos nuestras excursiones.

Pues bien, en nuestro viaje, el norte vendrá señalizado por aquellos a quienes queremos acercarnos para llevar buenas noticias. Son aquellos que habitualmente las reciben malas. No son planteamientos religiosos, institucionales, humanitarios los que darán sentido a nuestro caminar. Sólo la vida ajena deteriorada asumida como vida compartida, es la que puede orientarnos hacia esa Utopía de Esperanza que sería un mundo de justicia y fraternidad.

La manta tampoco ha de faltar en la mochila. Suele haberlas de muchas medidas, modelos y calidades. En nuestro viaje tendremos que asumir el hecho de la intemperie. Quizás es éste un hecho que se nos pasa por alto contemplar y me parece muy importante a la hora de ponernos en camino.

Acercarnos a quien se vive des-protegido suele provocar ciertos movimientos compulsivos de gratificaciones, directas o indirectas, por parte de quien se siente encontrado, acompañado, arropado. Estas mantas de “afectividad” conque el cuarto mundo suele regalarnos son peligrosas si no somos capaces de vivirlas desde la libertad y la gratuidad absoluta. Cuando son mantas afectivas “gratas” puede provocar en nosotros actitudes de “buenos samaritanos” que lo damos todo a quien nada tiene ni puede (nos convertimos en poderosos).

 Cuando son mantas afectivas “ingratas” pueden provocar nuestro repliegue hacia posturas no humanizadoras, anteponiendo los “esquemas” y los “perfiles de los usuarios” a las historias de vida con que estas personas nos quieren abrazar.

También las botas suelen ser necesarias para cualquier excursión que se precie. En el viaje dispuesto hemos de tener clara conciencia que en el transcurso del mismo no sólo implicamos una ideología (el ser), o una identidad (el tener). También ponemos en juego nuestro “estar”. No valen cualesquiera lugares desde el que acercarnos a aquellos que la misma sociedad excluye. En nuestro quehacer se nos olvida con mucha facilidad conjugar el verbo “estar”.

Los lugares desde donde pretendamos acercarnos, serán referentes validos o no para aquellos a quienes queremos encontrar. La vulnerabilidad no se puede acoger desde el poder.

Tenemos que hacernos referentes de vidas truncadas desde la igualdad. Asumiendo nuestras propias vulnerabilidades. Si ya las causas de exclusión son generadas por situaciones o políticas asimétricas, nunca el acercamiento podremos establecerlo desde lugares no simétricos.

Y como no, imposible olvidar la cantimplora de la mochila.

Las motivaciones para querer acercarnos al mundo marginal serán variadas. Las fuentes desde las que establecer nuestra futura identidad, nos la irá diseñando el encuentro recíproco con aquellos que nada tienen.

No puedo deslindar la Fe en el Dios de Jesús, de la fe en el ser humano.

En las posibilidades de dignidad que vayamos juntos encontrando, descubriremos el rostro posibilista del propio Dios. No un Dios que se satisface por lo logrado, sino un Dios capaz de mantener la esperanza en tensión por aquello que es posible lograr.

Vistos los Criterios a tener en cuenta para este viaje, parece importante, en segundo lugar, pararnos a pensar en los retos que dicho transito nos ofrece. Se me han ocurrido cinco y aterrizando en las realidades particulares de cada uno, podríamos seguir añadiendo retos a los que intentar dar respuesta.

Lo primero es que “hay que salir, antes de entrar”.

Somos herederos de una institución –La Iglesia- que no se ha destacado precisamente por su contemporaneidad en la mayor parte de sus miembros. Si bien es verdad que en todo momento histórico concreto despuntó alguien con un pie fuera y otro dentro, no es esta situación la más habitual en nuestra historia.

Por tanto lo primero que debiéramos proceder es a “salir”.

Salir para encontrarnos con la realidad, para dejarnos “afectar” por lo que les ocurre a los otros, para que otros puedan entrar. No hacer de los grupos de la Iglesia, lugares de llegada, sino faros del ancho y amplio mar.

El segundo reto sería la “vinculación”.

Sólo sintiéndonos en marcha con otros, cuales sean sus motivaciones, podremos sentirnos corresponsales de la marcha común de la sociedad.

No se trata de defender las causas de aquellos con los que “estamos”. Si no de defender la “causa” de la justicia y el derecho.

Estas causas nos pueden vincular a todos.

Reivindicar mis derechos independientemente de los otros, por muy legítimos que estos sean, me imposibilita una lucha por la transformación social de la realidad que vaya creando lazos de solidaridad y estructuras de justo desarrollo.

El tercero podría ser “vivir con la diferencia, no todos iguales”.

Una igualdad que no esté traspasada por la justicia social, será una uniformidad que maquille la realidad y mantenga las estructuras generadoras de asimetrías sociales. Desde el justo respeto a los otros, a lo diferente. Desde el convencimiento que las relaciones entre personas y colectivos pueden ser conflictivas, no renunciar a trabajar a favor de desarrollos personales que, sin olvidar el pasado, seamos capaces de construir unas relaciones de aceptación y responsabilidad mutua que nos haga necesarios a todos.

Necesarios desde la justicia social y de posibilidades, no desde el utilitarismo poderoso de que haya pobres para que los ricos podamos ganarnos el cielo o el sustento.

El cuarto sería “los francotiradores matan, los grupos desarrollan”.

Quiero decir que cualquier acercamiento a la realidad de la marginación y la exclusión hoy, tiene que pasar por la vivencia del trabajo en grupo, desde colectivos no institucionales que posibiliten las implicaciones personales autónomas y libres.

El ir de “único” hacedor de bien, acaba socavando a las personas y creando dependencias estériles que dificultan el crecimiento de los individuos. 

El quinto podría ser “con los creyentes mirar a las personas, con los incrédulos mirar el corazón”.

En una doble perspectiva. Con quien nos une la fe, salir a encontrarnos con aquellos que para nosotros son los auténticos Vicarios de Cristo: los pobres.

 Y con quien la fe no tenemos en común, bucear en la interioridad humana donde descubriremos un tesoro grande en humanidad y un compromiso serio a favor de los excluidos.

 

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