Antes
de acercarnos a cualquier realidad lo primera será intentar conocer algo de
ella. Hacer
hoy ese intento es tarea ardua teniendo en cuenta que las situaciones proclives
de exclusión son amplias y variadas en su presentación y en su origen. Sin
embargo, por concretar, hay una característica fundamental que las iguala en su
existir: en nuestro mundo desarrollado, eso que los técnicos de la materia han
denominado “cuarto mundo”, el
crecimiento de la exclusión se debe a una injusticia que deja en la cuneta no a
unas grandes mayorías, pero sí a ciertos sectores “deprimidos” que no
tienen la posibilidad de participar en los fragmentos sociales de inclusión y
normalización social. Estos
colectivos -“el cuarto mundo”- los
formarían hoy los parados de larga duración, los jóvenes enganchados a las
drogas y ciertos expresos, los enfermos desarrollados de SIDA, las mujeres
dedicadas a la prostitución, los hijos de familias pobres, los emigrantes sin
recursos (que no significa sin preparación)… Entiendo
que es a esta realidad a la que queremos acercarnos. Con
sus retos y conflictos, es una realidad dura, pero muy humanizadora para los que
hemos tenido la gracia de que la vida nos haya situado cercanos a ella. Digo
humanizadora porque cuando estás junto a los pobres, lo único de lo que no les
hemos desposeído, lo que les queda, es la vida en toda su crudeza, lo humano,
la dignidad.. Otra cuestión es como se presenta ésta. No siempre de maneras
educadas, ni tan siquiera gratificantes. Pero es que, sabéis, el sufrimiento
abre muchas heridas -curables- pero lentamente cicatrizables. Por
esto lo primero que deberíamos sacar de la mochila de nuestra excursión es
precisamente eso: el sentimiento de Excursión
(experiencia). Pretender
acercarnos a una realidad tan compleja “cuando pueda”, es no entender que
aquellos a quienes quiero acercarme son personas. Yo no pretendo establecer
ninguna relación personal con nadie a base de “ratos” que me dejen libres
mis múltiples e importantísimas ocupaciones. Los tiempos son la piedra angular
de nuestro viaje. Sin ocasión de encuentro, éste no se produce. Otro
elemento fundamental para las excursiones, pero un tanto inútil para este
viaje, serán los planos, los mapas. Querer
acercarme al cuarto mundo, a esas personas –con sus rostros personales y sus
historias- desde planteamientos, programas o instituciones cerradas nos
imposibilitará un acercamiento. Sin caer en el absurdo planteamiento del “aquí
y ahora, tal como se nos ocurra”. Tenemos
que tener presente que las personas son la razón fundamental de nuestro querer
acercarme y no el cumplir “eficazmente” el plan determinado. En
la mochila de nuestro viaje solemos añadir, aunque muchos no acabamos de saber
como manejarnos con ella, una brújula.
El norte es el lugar geográfico desde el que orientamos nuestras excursiones. Pues
bien, en nuestro viaje, el norte vendrá señalizado por aquellos a quienes
queremos acercarnos para llevar buenas noticias. Son aquellos que habitualmente
las reciben malas. No son planteamientos religiosos, institucionales,
humanitarios los que darán sentido a nuestro caminar. Sólo la vida ajena
deteriorada asumida como vida compartida, es la que puede orientarnos hacia esa
Utopía de Esperanza que sería un mundo de justicia y fraternidad. La manta tampoco ha de faltar en la mochila. Suele haberlas
de muchas medidas, modelos y calidades. En nuestro viaje tendremos que asumir
el hecho de la intemperie. Quizás es éste un hecho que se nos pasa por
alto contemplar y me parece muy importante a la hora de ponernos en camino. Acercarnos
a quien se vive des-protegido suele provocar ciertos movimientos compulsivos de
gratificaciones, directas o indirectas, por parte de quien se siente encontrado,
acompañado, arropado. Estas mantas de “afectividad” conque el cuarto mundo
suele regalarnos son peligrosas si no somos capaces de vivirlas desde la
libertad y la gratuidad absoluta. Cuando son mantas afectivas “gratas” puede
provocar en nosotros actitudes de “buenos samaritanos” que lo damos todo a
quien nada tiene ni puede (nos convertimos en poderosos). Cuando
son mantas afectivas “ingratas” pueden provocar nuestro repliegue hacia
posturas no humanizadoras, anteponiendo los “esquemas” y los “perfiles de
los usuarios” a las historias de vida con que estas personas nos quieren
abrazar. También
las botas suelen ser necesarias para
cualquier excursión que se precie. En el viaje dispuesto hemos de tener clara
conciencia que en el transcurso del mismo no sólo implicamos una ideología (el
ser), o una identidad (el tener). También ponemos en juego nuestro “estar”.
No valen cualesquiera lugares desde el que acercarnos a aquellos que la misma
sociedad excluye. En nuestro quehacer se nos olvida con mucha facilidad conjugar
el verbo “estar”. Los
lugares desde donde pretendamos acercarnos, serán referentes validos o no para
aquellos a quienes queremos encontrar. La vulnerabilidad no se puede acoger
desde el poder. Tenemos
que hacernos referentes de vidas truncadas desde la igualdad. Asumiendo nuestras
propias vulnerabilidades. Si ya las causas de exclusión son generadas por
situaciones o políticas asimétricas, nunca el acercamiento podremos
establecerlo desde lugares no simétricos. Y
como no, imposible olvidar la cantimplora
de la mochila. Las
motivaciones para querer acercarnos al mundo marginal serán variadas. Las
fuentes desde las que establecer nuestra futura identidad, nos la irá diseñando
el encuentro recíproco con aquellos que nada tienen. No
puedo deslindar la Fe en el Dios de Jesús, de la fe en el ser humano. En
las posibilidades de dignidad que vayamos juntos encontrando, descubriremos el
rostro posibilista del propio Dios. No un Dios que se satisface por lo logrado,
sino un Dios capaz de mantener la esperanza en tensión por aquello que es
posible lograr. Vistos
los Criterios a tener en cuenta para este viaje, parece importante, en segundo
lugar, pararnos a pensar en los retos que dicho transito nos ofrece. Se me han
ocurrido cinco y aterrizando en las realidades particulares de cada uno, podríamos
seguir añadiendo retos a los que intentar dar respuesta. Lo
primero es que “hay que salir, antes de
entrar”. Somos
herederos de una institución –La Iglesia- que no se ha destacado precisamente
por su contemporaneidad en la mayor parte de sus miembros. Si bien es verdad que
en todo momento histórico concreto despuntó alguien con un pie fuera y otro
dentro, no es esta situación la más habitual en nuestra historia. Por
tanto lo primero que debiéramos proceder es a “salir”. Salir
para encontrarnos con la realidad, para dejarnos “afectar” por lo que les
ocurre a los otros, para que otros puedan entrar. No hacer de los grupos de la
Iglesia, lugares de llegada, sino faros del ancho y amplio mar. El
segundo reto sería la “vinculación”. Sólo
sintiéndonos en marcha con otros, cuales sean sus motivaciones, podremos
sentirnos corresponsales de la marcha común de la sociedad. No
se trata de defender las causas de aquellos con los que “estamos”. Si no de
defender la “causa” de la justicia y el derecho. Estas
causas nos pueden vincular a todos. Reivindicar
mis derechos independientemente de los otros, por muy legítimos que estos sean,
me imposibilita una lucha por la transformación social de la realidad que vaya
creando lazos de solidaridad y estructuras de justo desarrollo. El
tercero podría ser “vivir con la
diferencia, no todos iguales”. Una
igualdad que no esté traspasada por la justicia social, será una uniformidad
que maquille la realidad y mantenga las estructuras generadoras de asimetrías
sociales. Desde el justo respeto a los otros, a lo diferente. Desde el
convencimiento que las relaciones entre personas y colectivos pueden ser
conflictivas, no renunciar a trabajar a favor de desarrollos personales que, sin
olvidar el pasado, seamos capaces de construir unas relaciones de aceptación y
responsabilidad mutua que nos haga necesarios a todos. Necesarios
desde la justicia social y de posibilidades, no desde el utilitarismo poderoso
de que haya pobres para que los ricos podamos ganarnos el cielo o el sustento. El
cuarto sería “los francotiradores
matan, los grupos desarrollan”. Quiero
decir que cualquier acercamiento a la realidad de la marginación y la exclusión
hoy, tiene que pasar por la vivencia del trabajo en grupo, desde colectivos
no institucionales que posibiliten las implicaciones personales autónomas y
libres. El
ir de “único” hacedor de bien, acaba socavando a las personas y creando
dependencias estériles que dificultan el crecimiento de los individuos.
El
quinto podría ser “con los creyentes
mirar a las personas, con los incrédulos mirar el corazón”. En
una doble perspectiva. Con quien nos une la fe, salir a encontrarnos con
aquellos que para nosotros son los auténticos Vicarios de Cristo: los pobres. Y
con quien la fe no tenemos en común, bucear en la interioridad humana donde
descubriremos un tesoro grande en humanidad y un compromiso serio a favor de los
excluidos. | ||||||||
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