¿Qué
tendrán individuos y pueblos para gozar inhumanizando y expoliando a los
demás, para echarlos fuera, para barbarizarlos, para arrojarlos monte
abajo, mar
a dentro, siempre hacia la deriva y la intemperie?
Un mal ejemplo, entre miles y miles de ellos: «El Japón fue el país
que vio nacer a Amateratsu, diosa del sol, lo que prueba su superioridad
sobre los demás países. La diosa, tras haber dotado a su nieto Ninigi-no
mikoto de los tres tesoros sagrados, le proclamó soberano del Japón para
todos los tiempos. Sus descendientes continuarán gobernándolo mientras
duren el cielo y la tierra. Investido de esta autoridad total, todos los
dioses del cielo y todos los humanos se le sometieron, con excepción de
algunos miserables, que fueron prontamente sometidos. Hasta el fin de los
tiempos, todo mikado es hijo de la diosa» (Motoori Norinaga, 1730-1801).
Luego, los libros de texto de las escuelas hicieron el resto, y a eso se
le viene llamando todavía hoy en Japón «formación del espíritu
nacional». Lo mismo que en Euskadi, exactamente igual que en México, lo
mismo que en todos los lugares donde el «espíritu» se nacionaliza (¿por
qué no se nacionalizarán con la misma facilidad los bancos, los dineros,
los honores?).
De
esta barbarización no se libraron ni se libran los pensadores de ayer ni
los de hoy. Desde Platón y Aristóteles, la miserable salmodia continúa.
Pues ¿qué dice en realidad, detrás de su ininteligible jerga siempre
celebrada por los curriculistas, el muy ilustre filósofo germano Martin
Heidegger, hoy en las cimas académicas? Dice así: «La palabra es el
acontecer de lo sagrado. Esta palabra aún no oída está conservada en la
lengua de los alemanes»
......................................
¿Qué
tendrán individuos y pueblos para gozar inhumanizando y expoliando a los
demás..?
.....................................
¿Y
qué escribía ayer Ramiro de Maeztu en su célebre Defensa de la
Hispanidad? Escribía exactamente estas palabras: «El mundo no ha
concebido ideal más elevado que el de la hispanidad».
¿Y
qué proclamaba nada menos que el bueno de don Antonio Machado en su Juan
de Mairena? Muy a pesar nuestro, que tanto le estimamos, proclamaba lo
siguiente: «De aquellos que se dicen ser gallegos, catalanes, vascos,
extremeños, castellanos, etc, antes que españoles, desconfiad siempre.
Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande
puede esperarse».
¿Y qué aquel otro don Miguel de Unamuno, el heterodoxo de tantas cosas?
Pues esto otro, ni más ni menos: «Adiós, mi Dios, el de mi España,/
adiós mi España, la de mi Dios,/ se me ha arrancado de viva entraña/ la
fe que os hizo cuna a los dos». «La agonía de mi España es la agonía
de mi cristianismo».
Y,
claro, luego viene lo que viene. Ese oscuro personaje de nombre Federico
Krutwig Sagredo, un ideólogo que influyó en el movimiento nacionalista
vasco, lamentaba que el pueblo vasco fuera católico, porque tener una
religión común con sus vecinos debilita la propia identidad. Habría
sido preferible una religión vasca, según él... |
La
verdad es que la humanidad se termina en las fronteras de mi tribu.
Ciertas tribus se autodesignan «los hombres», por oposición a los demás.
Como dijera Rousseau, el día en que alguien rodeó su terreno de una
cerca y puso el cartel de «propiedad privada» inauguró la xenofobia, el
racismo, y la jibarización de los recursos humanos.
Por
eso vienen a continuación las pateras, los balseros, los espaldas
mojadas, los niños esclavos, los campos de exterminio, los lugares de
segregación, la explotación del hombre por el hombre, y tantas y tantas
barbaridades e iniquidades en nombre de un yo sin un tú, que a fuerza de
expulsar al tú lo ha convertido en él, y a fuerza de convertirlo en él
ha terminando haciendo de dicho «él» un mero «ello», una cosa, un
oscuro objeto de deseo, de apropiación indiferenciadora y de indiferencia
destitutiva. ¿Hasta cuándo esta tristeza de los pronombres, que acaban
con el nombre para hacer de él un anónimo más?
.....................................
Por
eso vienen a continuación las pateras, los balseros, los espaldas
mojadas, los niños esclavos, los campos de exterminio...
.....................................
¿Qué
pasa con nosotros, pero dónde los hombres? Sin embargo, cuando los
ciervos tienen que cruzar un río, se organizan de tal forma, que cada uno
de ellos lleva sobre su espalda la cabeza del que le sigue, mientras él
reposa su cabeza sobre la espalda del que le precede. Y, como el primero
no tiene a nadie delante sobre el que reposar su cabeza, su puesto es
ocupado por turnos, de tal manera que, después de un rato, el segundo
pasa a primero y el primero a último. Así, sobrellevándose y ayudándose
mutuamente, son capaces de cruzar sin peligro anchos ríos y hasta brazos
de mar, hasta llegar a la estabilidad de la tierra firme. Es así como los
ciervos nos dan lecciones a los humanos.
Dicho
de otro modo, la historia del reino animal está llena de gestos
solidarios, pero no siempre de la historia humana puede decirse lo mismo.
¿Dónde está la humano, dónde lo inhumano?
Por
suerte, sin embargo, en la especie humana no faltan ni faltarán los
ejemplos de humanidad e incluso de heroicidad. Si todos los ciervos son
iguales en su instinto de apoyo mutuo, no todos los humanos son iguales,
hay entre ellos enormes diferencias, y junto a los peores están aquellos
cuyo eximio ejemplo salva y redime a los peores, aquellos cuya libertad se
hace solidaria, gesto que ayuda a subir al otro a la propia barca.
Maravilla de ser humano, sí, en el que todo es posible, pero donde al fin
y al cabo, mirando a los mejores, puede decirse a la caída de la tarde
que hay en ese mismo ser humano más cosas dignas de admiración que de
desprecio, que sólo se posee lo que se regala, y que da más fuerza
sentirse amado que creerse fuerte. Ha merecido la pena.
Y
entonces la historia comienza una mañana más a irradiar sus primeros
signos de luz y a perfumarse con los primeros olores de las flores, con
las primeras miradas de mi hija Esperanza, siempre niña... |