Acabamos de
viajar en las vacaciones. Viajamos a eso que llamamos "la España
profunda», a otros países, a países menos desarrollados. Desde la
preparación del viaje se atisba nuestro complejo de superioridad,
acrecentado por cientos de guías que nos instruyen para la contemplación
de los indígenas, para develar sus secretos o introducimos
subrepticiamente en sus vidas, incluso con buena voluntad. Para ello
pensamos en viajar provistos de bolígrafos, encendedores, jabón, prendas
interiores, es decir, cosas que aquí cuestan poco y allí son muy
apreciadas. Nos sentimos felices: no sólo vamos a disfrutar, sino que
también haremos una obra buena. Eso sí, nos vacunaremos contra la
malaria, las tercianas o la tuberculosis y tomaremos precauciones contra
el SIDA, contra las ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual), contra las
aguas sospechosas de contaminación, contra el mal olor que sin duda
percibiremos en sus casas y mercados. y después, exhibimos orgullosos y
sin ningún pudor nuestros trofeos. recuerdos, videos, fotografías.
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No
hay fotos inocentes. Ninguna foto vale un gramo de la dignidad del
fotografiado.
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Fue precisamente al contemplar una sesión de
diapositivas del viaje realizado por un amigo mío al Perú, cuando de
repente un relámpago ético de vergüenza me hizo sentirme mal. Leí al
poco en Le monde de l'Education un artículo y me confirmo en la
idea de que el pecado viajero se ha instalado en nosotros sin advertirlo.
El artículo en cuestión habla de que un consorcio de empresas está
preparando la Charte éthique du voyageur (Carta ética del
viajero). La perspectiva de esta obra ilumina mis debates de conciencia.
Debemos crear en español una vanguardia ética de papel para los
viajeros. Sus principios volverían del revés muchos de nuestros
planteamientos:
- No hay fotos inocentes. Es ilegítimo fotografiar a
alguien, su casa o sus pertenencias sin el acuerdo espontáneo de ese
alguien. Ninguna foto vale un gramo de la dignidad del fotografiado.
- No hay vacunas inocentes. La perspectiva de que nos
vacunamos para protegemos de los riesgos sanitarios del país que nos
recibe es moralmente coja si, al mismo tiempo, no incorporamos la
perspectiva de que nuestra primera obligación es vacunamos "para
no introducir nuestras enfermedades en los países visitados".
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- No hay placeres inocentes. .El turismo sexual es un
atentado gravísimo contra la dignidad humana. Nadie se engañe
pensando que sus "dólares de lenocinio" mejoran las
condiciones de las víctimas. Al contrario, son nuevas cadenas para
nuevas/os encadenadas.
- No hay elección inocente. Es mejor utilizar los
hoteles y restaurantes locales
que los de las grandes cadenas multinacionales.
No es preciso dar razones.
- Los regalos no son inocentes. Pueden significar
prepotencia, condescendencia, incluso desprecio tanto por el regalo
mismo como por la forma de regalar. ¿Se atreverá un viajero ético a
arrojar monedas o caramelos a los niños "para desembarazarse de
ellos?
- Tampoco las compras son inocentes. Es necesario ser
sabio en el regateo. En muchas ocasiones, aceptar el precio sin
discutir puede ser mal interpretado. Además," si todos a un
tiempo aceptáramos el precio inicial, -me decía un economista
egipcio -los precios interiores subirían, perjudicando a los nativos.
La sabiduría moral aconseja discutir hasta un límite razonable, no más
allá.
- No es inocente la etnología. Por mucho que los
pongamos en vitrinas o que elucubremos sobre su finalidad, los objetos
que pertenecen al patrimonio artístico, cultural o religioso de un
pueblo no se puede poner en nuestra maleta de viaje, aunque sea fácil
encontrar quien nos los venda.
- No son inocentes las relaciones humanas. La
diferencia de nivel de vida entre nuestros países de origen y los países
visitados puede dar lugar a incomprensiones. Tanto lo que nosotros
hagamos como lo que a nosotros nos hagan (invitaciones, regalos, etc)
debe ser medido en valor local, es decir, en lo que representa para
ellos, no en lo que representa para nosotros-
- No es inocente nuestra relación con la naturaleza..
El paisaje, los animales, las plantas tienen allí los mismos derechos
que aquí. Dejar desechos, contaminar el ambiente, despilfarrar el
agua potable, tiene en los países poco desarrollados consecuencias
mucho más graves que en los desarrollados. Aunque abunden los nativos
dispuestos a vender un mono, un colmillo de elefante o una madera
prohibida, aunque existan cadenas oscuras que garantizan su transporte
a Europa sin ningún riesgo penal, el viajero ético encontrará la
prohibición de su conciencia
- No hay recuerdos inocentes. En un viaje, más que
traemos recuerdos, debemos intercambiar el recuerdo, del mismo modo
que, cuando visitamos a un amigo, no nos traemos sus cosas, sino que
compartimos su y nuestra memoria.
En resumen, esa guía ética que me propongo escribir sólo
pretende que el visitante mire la realidad con los ojos del visitado y
que, con esa luz escudriñadora, examine sus intenciones y sus actos. No
es, ni más ni menos, que aplicar al turismo moderno la misma Regula áurea
de los grandes maestros morales de la Antigüedad.
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