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Ética - Nº 2 - Septiembre 2000

  "En esto conocerán
   todos que sois
   mis discípulos,
   en que os amáis
   unos a otros."

             
Juan 13, 35
   

Guías éticas para viajar

Julián Abad
abadju@santillana.es

  Acabamos de viajar en las vacaciones. Viajamos a eso que llamamos "la España profunda», a otros países, a países menos desarrollados. Desde la preparación del viaje se atisba nuestro complejo de superioridad, acrecentado por cientos de guías que nos instruyen para la contemplación de los indígenas, para develar sus secretos o introducimos subrepticiamente en sus vidas, incluso con buena voluntad. Para ello pensamos en viajar provistos de bolígrafos, encendedores, jabón, prendas interiores, es decir, cosas que aquí cuestan poco y allí son muy apreciadas. Nos sentimos felices: no sólo vamos a disfrutar, sino que también haremos una obra buena. Eso sí, nos vacunaremos contra la malaria, las tercianas o la tuberculosis y tomaremos precauciones contra el SIDA, contra las ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual), contra las aguas sospechosas de contaminación, contra el mal olor que sin duda percibiremos en sus casas y mercados. y después, exhibimos orgullosos y sin ningún pudor nuestros trofeos. recuerdos, videos, fotografías.

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No hay fotos inocentes. Ninguna foto vale un gramo de la dignidad del fotografiado.
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Fue precisamente al contemplar una sesión de diapositivas del viaje realizado por un amigo mío al Perú, cuando de repente un relámpago ético de vergüenza me hizo sentirme mal. Leí al poco en Le monde de l'Education un artículo y me confirmo en la idea de que el pecado viajero se ha instalado en nosotros sin advertirlo. El artículo en cuestión habla de que un consorcio de empresas está preparando la Charte éthique du voyageur (Carta ética del viajero). La perspectiva de esta obra ilumina mis debates de conciencia. Debemos crear en español una vanguardia ética de papel para los viajeros. Sus principios volverían del revés muchos de nuestros planteamientos: 

  • No hay fotos inocentes. Es ilegítimo fotografiar a alguien, su casa o sus pertenencias sin el acuerdo espontáneo de ese alguien. Ninguna foto vale un gramo de la dignidad del fotografiado.
  • No hay vacunas inocentes. La perspectiva de que nos vacunamos para protegemos de los riesgos sanitarios del país que nos recibe es moralmente coja si, al mismo tiempo, no incorporamos la perspectiva de que nuestra primera obligación es vacunamos "para no introducir nuestras enfermedades en los países visitados".
  • No hay placeres inocentes. .El turismo sexual es un atentado gravísimo contra la dignidad humana. Nadie se engañe pensando que sus "dólares de lenocinio" mejoran las condiciones de las víctimas. Al contrario, son nuevas cadenas para nuevas/os encadenadas.
  • No hay elección inocente. Es mejor utilizar los hoteles y restaurantes locales que los de las grandes cadenas multinacionales. No es preciso dar razones.
  • Los regalos no son inocentes. Pueden significar prepotencia, condescendencia, incluso desprecio tanto por el regalo mismo como por la forma de regalar. ¿Se atreverá un viajero ético a arrojar monedas o caramelos a los niños "para desembarazarse de ellos?
  • Tampoco las compras son inocentes. Es necesario ser sabio en el regateo. En muchas ocasiones, aceptar el precio sin discutir puede ser mal interpretado. Además," si todos a un tiempo aceptáramos el precio inicial, -me decía un economista egipcio -los precios interiores subirían, perjudicando a los nativos. La sabiduría moral aconseja discutir hasta un límite razonable, no más allá.
  • No es inocente la etnología. Por mucho que los pongamos en vitrinas o que elucubremos sobre su finalidad, los objetos que pertenecen al patrimonio artístico, cultural o religioso de un pueblo no se puede poner en nuestra maleta de viaje, aunque sea fácil encontrar quien nos los venda.
  • No son inocentes las relaciones humanas. La diferencia de nivel de vida entre nuestros países de origen y los países visitados puede dar lugar a incomprensiones. Tanto lo que nosotros hagamos como lo que a nosotros nos hagan (invitaciones, regalos, etc) debe ser medido en valor local, es decir, en lo que representa para ellos, no en lo que representa para nosotros-
  • No es inocente nuestra relación con la naturaleza.. El paisaje, los animales, las plantas tienen allí los mismos derechos que aquí. Dejar desechos, contaminar el ambiente, despilfarrar el agua potable, tiene en los países poco desarrollados consecuencias mucho más graves que en los desarrollados. Aunque abunden los nativos dispuestos a vender un mono, un colmillo de elefante o una madera prohibida, aunque existan cadenas oscuras que garantizan su transporte a Europa sin ningún riesgo penal, el viajero ético encontrará la prohibición de su conciencia
  • No hay recuerdos inocentes. En un viaje, más que traemos recuerdos, debemos intercambiar el recuerdo, del mismo modo que, cuando visitamos a un amigo, no nos traemos sus cosas, sino que compartimos su y nuestra memoria.

En resumen, esa guía ética que me propongo escribir sólo pretende que el visitante mire la realidad con los ojos del visitado y que, con esa luz escudriñadora, examine sus intenciones y sus actos. No es, ni más ni menos, que aplicar al turismo moderno la misma Regula áurea de los grandes maestros morales de la Antigüedad.

(Este artículo fue publicado en Alandar en mayo de 2000)

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