En
este artículo vamos a examinar las dimensiones eclesiólogicas del discipulado.
Para ello analizaremos los trabajos de Avery Dulles[i],
gran experto en el tema, y los compararemos con las opiniones de otros autores. Dulles
aplicó a la eclesiología el término "modelos", que había sido
usado en otras áreas académicas. Como él mismo dice en su libro Modelos
de Iglesia, Al
seleccionar el término "modelos" en vez de "aspectos" o
"dimensiones", deseo indicar mi convicción de que la Iglesia, como
otras realidades teológicas, es un misterio. Las misterios son realidades de
las que no podemos hablar directamente. Si queremos hablar de ellas debemos
emplear analogías que entresacamos de nuestra experiencia del mundo. Estas
analogías nos dan modelos. Prestando atención a las analogías y utilizándolas
como modelos, podemos crecer en nuestro entendimiento de la Iglesia.[ii] Los
modelos nos ayudan, pues, a hablar de "misterios". Y la Iglesia es un
misterio. Por ello comenzó el Concilio Vaticano II con una constitución
titulada El Misterio de la Iglesia.[iii]
El sínodo de 1985, que revisó la aplicación del Concilio, mantuvo esta
definición general de la Iglesia.[iv] Para
participar efectivamente en la vida de la Iglesia se necesita una visión que
nos guíe. Tal visión debería sugerir una fundamentación racional para la
existencia de la Iglesia; debería compararse con la propia experiencia de
asociación con otros creyentes; debería indicar un conjunto de valores y
prioridades; y debería clarificar la propia relación entre la Iglesia y el
mundo contemporáneo.[v] La
Teología, en su intento de reducir el pluralismo a un mínimo, intenta
encontrar “paradigmas” o modelos dominantes. Dulles explica que un modelo
asciende a la categoría de “paradigma” cuando ha sido probado con éxito en
la resolución de una gran variedad de problemas y se espera que sea una
herramienta apropiada para desenredar anomalías todavía no resueltas. Los
nuevos paradigmas producen cambios en la vida entera de la Iglesia, nuevos
lenguajes, nuevos valores y prioridades. Vamos a estudiar ahora los diferentes
paradigma que se han propuesto en el pasado, evaluándolos frente a la situación
presente de la Iglesia en el mundo. LA
IGLESIA COMO INSTITUCIÓN Roberto
Belarmino definió a la Iglesia como una “sociedad perfecta”, poniendo el
acento en las reglas, constitución, jerarquía y miembros visibles. Mientras
que las estructuras son necesarias, Dulles describe “institucionalismo” como
un sistema en el que los elementos institucionales son considerados
primordiales. Según Dulles, el institucionalismo es una deformación de la
naturaleza de la Iglesia. Así ocurrió en la Edad Media y la Contrarreforma y
culminó en el primer esquema del la constitución Dogmática de la Iglesia
preparado para el Concilio Vaticano I, que dice: Enseñamos
y declaramos: La Iglesia tiene todos las señas de una verdadera Sociedad.
Cristo no dejó esta sociedad indefinida y sin forma. Él mismo le dio su
existencia y su Voluntad determinó la forma de su existencia y le dio su
constitución. La Iglesia no es parte ni miembro de ninguna otra sociedad y no
se mezcla de ninguna manera con cualquier otra. Es tan perfecta en sí misma que
es distinta de todas las sociedades humanas y se alza por encima de ellas.[vi] Una
característica de este modelo institucional es la concepción piramidal de la
autoridad. Esta visión queda claramente establecida en el esquema del Concilio
Vaticano I: Pero
la Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales en la que todos los fieles
tienen los mismos derechos. Es una sociedad de desiguales, no sólo porque entre
los fieles algunos son clérigos y otros laicos, sino, de forma particular,
porque existe en la Iglesia un poder divino que a unos se les da para
santificar, enseñar y gobernar y a otros no.[vii] Según
este modelo, miembros de la Iglesia son aquellos que profesan las doctrinas
aprobadas, reciben los sacramentos válidos y se someten a los pastores
debidamente designados. Esta teoría tiende a resistirse a la noción de la
“pertenencia invisible”. Todas las pruebas de pertenencia deben ser visible
y seriamente garantizadas porque la vida eterna, como este modelo subraya,
depende de pertenecer a la Iglesia. Es necesario, por tanto, salvar las almas de
los hombres y mujeres haciéndoles entrar dentro de la institución mediante un
gran esfuerzo misionero. En
esta atmósfera eclesiástica el carisma y el ministerio no tiene ni derechos,
ni posibilidad de hacer preguntas, ni intuición, ni atractivo. Esta
transformación del coordinador de los ministerios, el obispo, en un superior
religioso de carácter ascético es un paso más hacia la absorción y la
metamorfosis del Ministerio en el oficio de la autoridad. Ésta es la fase final
de la episcopalización. Por una lado, el ministerio culminado en la persona de
un solo obispo, el obispo de Roma; por el otro, el obispo deja de ser realmente
obispo, y su carisma y servicio deja de hacerse patente en la predicación, la
evangelización y la potenciación de los carismas, sino en la administración y
el control. Además, se convierte en algo similar a un superior religioso de una
congregación post-tridentina para los hombres que forman su clero.[viii] Este
modelo, finalmente, obstaculiza a la Teología, que se convierte en una simple
herramienta para defender las enseñanzas papales, es ecuménicamente estéril y
está totalmente desfasado con la sensibilidad de la sociedad actual, mucho más
basada en valores que potencian lo personal y lo democrático. …
la Iglesia no es, primordialmente, institución… Los elementos institucionales
en la Iglesia deben estar justificados por su capacidad para expresar y reforzar
a la Iglesia como comunidad de vida, testimonio y servicio, una comunidad que
reconcilia y une a los seres humanos en la gracia de Cristo.[ix] A
pesar de todo, en las mentes de mucha gente, católicos y no católicos, la
imagen preponderante de la Iglesia Católica es altamente institucional. La
Iglesia es entendida, ante todo, como un conjunto de dogmas, leyes, agencias
eclesiásticas,… Nos vuelve a decir Dulles, Aunque
corramos el riesgo de caricaturizar, uno puede afirmar que mucha gente piensa
que la Iglesia es una enorme máquina impersonal puesta contra sus propios
miembros. Los más altos oficiales son vistos como siervos de la institución,
sujetos a una fuerte disciplina de partido y, por lo tanto, inatentos a los
impulsos del Espíritu Santo y sin respuesta a las legítimas preocupaciones
religiosas de los fieles. La Jerarquía misma, según esta visión, es
prisionera del sistema que ellos mismo imponen a otros. Siguiendo la lógica
innata a todas las grandes instituciones, hacen todo cuanto cultiva la ley y el
orden en la Iglesia en vez de hacer lo que haría Jesús.[x] El
Concilio Vaticano II era consciente de las limitaciones del modelo
institucional, como se deduce de la constitución Lumen Gentium, que
trata los aspectos institucionales y jerárquicos de la Iglesia en su tercer capítulo,
precedido por dos capítulos que proponen una variedad de imágenes no
institucionales. Vamos a estudiarlas, prestando especial atención a las
alternativas que ofrecen al modelo institucional que acabamos de ver. LA
IGLESIA COMO COMUNIÓN MÍSTICA En
la sociología moderna se ha hecho un lugar común el contrastar dos tipos de
relación social: una sociedad estructurada u organizada formalmente y una
comunidad informal o interpersonal. La noción de la Iglesia como
primordialmente una comunidad interpersonal ha atraído a muchos teólogos
modernos, tanto protestantes como católicos, desde la mitad del siglo XIX.
Johann A. Mšhler está considerado el originador de esta concepción que
adscribe nombres como Sohm, Brunner, Bonhoeffer, Rademacher, Yves Congar, Hamer...
[xi] LA
IGLESIA COMO SACRAMENTO Haciendo
un puente entre el modelo institucional y el místico está la eclesiología de
la Iglesia como Sacramento, que intenta combinar los aspectos internos y
externos de la Iglesia. Esencialmente
la Iglesia es la continuación histórica de la presencia en el mundo de la
palabra encarnada de Dios. Ella es la tangibilidad histórica de la voluntad
salvífica de Dios revelada en Cristo. Por lo tanto la Iglesia es más tangible
e intensamente un “acontecimiento” cuando (a través de las palabras de la
consagración) Cristo mismo se hace presente en su propia congregación como el
Salvador crucificado y resucitado, la fuente de salvación; donde la Redención
es sentida en la congregación haciéndose sacramentalmente visible; donde el
“nuevo y eterno Testamento” que Él fundó en la cruz es más palpable y
presente en la santa memoria de su primera institución.[xxii] Los
lazos de la Iglesia, según esta eclesiología, son todos los signos visibles de
la gracia de Cristo operativos en los creyentes cristianos. La misión de la
Iglesia es, según esto, purificar e intensificar la respuesta del pueblo a la
gracia de Cristo. LA
IGLESIA COMO HERALDO
Este
modelo prioriza la “Palabra” y deja en un segundo plano el “Sacramento”.
Está conectado con los modelos de comunión aunque subraya la fe ya la
proclamación más que las relaciones interpersonales. Es kerigmático,
radicalmente centrado en Jesús y en la Biblia. En palabras de Richar McBrien,
que resumen esta eclesiología espléndidamente, La
misión de la Iglesia es proclamar la Palabra de Dios al mundo entero. La
Iglesia no puede considerarse a sí misma responsable de que los hombres no la
acepten como la Palabra de Dios; sólo tiene que proclamarla con integridad y
persistencia. Todo lo demás es secundario. La Iglesia es esencialmente una
comunidad kerigmática que sostiene, a través de la palabra predicada, los
hechos maravillosos de Dios en la historia, y, de modo particular, sus hechos
poderosos en Jesucristo. La comunidad misma se hace presente en cualquier lugar
en el que la Palabra es proclamada y aceptada en la fe. La Iglesia es
acontecimiento, un punto de encuentro con Dios.[xxiv] El
principal exponente de este modelo fue Karl Barth. Bultmann le dio una variante
existencialista, reforzando la importancia de la Palabra de dios como creadora
de la Iglesia y minusvalorando las conexiones estructurales e históricas de la
Iglesia. Ernst Fuchs y Gerhard Ebeling desarrollaron estás ideas aún más.
Hans Küng es, sin duda, el principal exponente católico de este modelo.[xxv] LA
IGLESIA COMO SERVIDORA Durante
muchos siglos la Iglesia vio la aparición del mundo moderno con sospecha e,
incluso, abierta oposición. No fue hasta la llegada del Papa Juan XXIII y del
Concilio Vaticano II que la Iglesia confirmó su bondad y la necesidad de estar
a su servicio, promoviendo la hermandad entre toda la humanidad. LA
CRISIS POSTCONCILIAR Según
Dulles, el Vaticano II, al subordinar el concepto institucional o jerárquico de
la Iglesia a otros concepto ya mencionados, es parcialmente responsable de la
crisis postconciliar. Demasiados modelos trabajando a la par, diferentes
eclesiologías que no han conseguido desarrollar el carácter unificador que tenía
el modelo institucional, han producido el efecto contrario: agrandar las
diferencias. LA
IGLESIA COMO COMUNIDAD DE DISCÍPULOS FUNDAMENTACIÓN
BÍBLICA Ante
todo, una hecho fundamental de los Evangelios: Jesús formó alrededor suyo un
grupo, una comunidad de discípulos. La palabra “discípulo”, aparece 73
veces en Mateo, 46 veces en Marcos, 37 veces en Lucas y 70 veces en Juan. La
mayor parte de los hechos y palabras de Jesús fueron realizados o dichos cuando
los discípulos estaban presentes. Si volvemos a los Evangelios a la luz de este
entendimiento, aplicando el término “los discípulos” a los que llamamos
“la iglesia”, es obvio que los evangelistas hablaban de la vida en común de
los discípulos con Jesús y son muy consciente de la significación eclesial de
estas afirmaciones. Sabemos que la primera comunidad cristiana preservó los
materiales de los que los evangelistas, más tarde, compusieron los Evangelios.
Por lo tanto, podemos concluir que si las comunidades post-pascuales
seleccionaron los materiales que
tenían sobre la vida de Jesús de tal forma que las composiciones finales
enfatizan fuertemente la comunidad de discípulos que se juntó alrededor de Jesús,
esto fue hecho así precisamente porque en aquella comunidad vieron
el modelo genuino de lo que debía ser la Iglesia.[xxxv]
Como Dulles señala, Algunos
autores contemporáneos tienen grandes dificultades en responder a la pregunta
de si Jesús intentó fundar, y de hecho fundó, una iglesia. Aun admitiendo
ciertas complejidades en esta cuestión, yo diría que la dificultad se resuelve
una vez se reconoce que Jesús, de hecho y deliberadamente, formó y entrenó
una banda de discípulos, al quienes dio una parte de su ministerio de enseñanza
y de sanación. Una “comunidad de discípulos” es precisamente lo que, sin
duda, Jesús fundó, y una vez hemos reconocido este hecho podemos aplicar a
nuestra vida en la Iglesia muchos de los pasajes que tratan del discipulado.[xxxvi] Jesús
mismo fue el discípulo del Padre. Como Él mismo dijo, según nos cuenta San
Juan: “Os lo aseguro: El hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer
al Padre. Lo que aquél hace lo hace igualmente el hijo. Porque el Padre ama al
hijo y le enseña todo lo que hace”.[xxxvii]
Y, según Mateo: “Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce al Hijo,
sino el Padre, nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo
decida revelárselo”.[xxxviii] LA
EXPERIENCIA CONTEMPORÁNEA DE LA IGLESIA Una
virtud de este modelo es su resonancia con la experiencia de los cristianos de
nuestros días. Debido al final de la Cristiandad, esto es, la situación que se
originó en la Edad Media, cuando la Iglesia y la Sociedad eran, prácticamente,
la misma cosa, el creyente actual se puede identificar bastante fácilmente con
la Iglesia primitiva como una compañía de testigo comprometidos en una difícil
misión. Él o ella sienten que están respondiendo de una manera libre a una
llamada personal, una llamada a un proceso de toda una vida de crecimiento y
conversión, una llamada a luchar y testimoniar entre las crecientes
dificultades de la sociedad post-cristiana. Considerando
el ministerio como discipulado, no podemos evitar hacer una aguda distinción
entre el ministro y los que son servidos por él o ella. El discipulado es el
factor que une a todos los cristianos mutuamente, pues ninguno de ellos es más
que un seguidor y una aprendiz en relación a Jesús. Como discípulos, todos
deben ayudar, poniendo sus talentos al servicio de los demás. Todos son
ministros, y todos necesitan del ministerio de otros. El concepto del
discipulado socava la ilusión de que algunos en la Iglesia son amos y señores.
Incluso los papas y los obispos deben tomar en serio la advertencia de Jesús de
que nadie en la Iglesia debe ser llamado, en un sentido absoluto, maestro, padre
o señor.[xliii] RECOBRANDO
LO MEJOR DE LOS OTROS MODELOS Vimos
que la Iglesia es misterio y, como tal, es irreducible a un simple concepto o
modelo. Pero, aunque el modelo de la comunidad de discípulos no puede sustituir
completamente a todos los demás, ninguna de las mejores aportaciones de
aquellos está excluida en el presente modelo, como vamos a ver a continuación. Aquellos
que aceptan sinceramente la Buena Nueva, mediante el poder de esta aceptación y
la fe compartida, se unen juntos en el nombre de Jesús para buscar juntos el
Reino, para construirlo y vivirlo. Forman una comunidad que es, a su vez,
evangelizadora. La orden dada a los Doce de ir y proclamar el Evangelio es también
válido para todos los cristianos, aunque de una forma diferente para cada uno.
Es precisamente por esta razón que San Pedro llama a los cristianos “un
pueblo escogido por Dios para cantar sus alabanzas” (1 P 2, 9), esas
maravillas que cada uno fue capaz de oir en su propia lengua (Hechos 2,11). Además,
la Buena Nueva del Reino que ha comenzado está pensada para las gente de todas
las épocas. Quienes han recibido el evangelio y han entrado a formar parte de
una comunidad de salvación pueden y deben comunicarlo y extenderlo”.[xlvi] Juan
Pablo II, finalmente, ha potenciado teológicamente este modelo desde Redemptoris
Hominis, su primera encíclica, en la que leemos: Esta
es la comunidad de los discípulos; cada uno de ellos, de forma diversa, a veces
muy consciente y coherente, a veces con poca responsabilidad y mucha
incoherencia, sigue a Cristo. En esto se manifiesta también la faceta
profundamente “personal” y la dimensión de esta sociedad, la cual –a
pesar de todas las deficiencias de la vida comunitaria, en el sentido humano de
la palabra- es una comunidad por el mero hecho de que todos la constituyen con
Cristo mismo, entre otras razones porque llevan en sus almas el signo indeleble
del ser cristianos. El Concilio Vaticano II ha dedicado una especial atención a
demostrar de qué modo esta comunidad “ontológica” de los discípulos y de
los confesores debe llegar a ser cada vez más, incluso “humanamente”, una
comunidad consciente de la propia vida y actividad”.[xlvii] NOTAS [i] Avery Dulles S.J. (EE.UU. 1918-19__) fue un teólogo sistemático estadounidense muy apreciado. Entre sus libros se encuentran: The Dimensions of the Church: A Postconciliar Reflection (Westminster, Md.: Newman Press, l967); The Survival of Dogma (Garden City, N.Y.: Doubleday, l971); The Resilient Church (Garden City, N.Y.: Doubleday, l977); y, muy especialmente, Models of the Church (Garden City, N.Y.: Doubleday, l974); A Church to Believe In: Discipleship and the Dynamics of Freedom (New York: Crossroad, l982); y Models of Revelation (Garden City, N.Y.: Doubleday, 1983). Desafortunadamente, solo algunos escritos suyos han sido traducidos al español en Hacia una teología de la fe católica: lecturas teológicas. Santander: Sal Térrea, 1970. Todos los textos de este artículo, por lo tanto, son traducción directa del autor. [ii]
Avery Dulles, Models of the Church, Image
Books (Garden City, New York: Doubleday,
l978), pp. 13,14. Todas las referencias son de esta edición. [iii] Este concepto de "misterio" aplicado a la Iglesia fue descrito por Pablo VI en su discurso inaugural de la segunda sesión del Concilio. Declaró: "La Iglesia es un misterio. Es una realidad imbuida por la presencia escondida de Dios. Es parte, pues, de la misma naturaleza de la Iglesia el estar abierta a nuevas y más profundas exploraciones " (Citado en H. Küng, Y. Congar, and D. O'Hanlon, eds., Council Speeches of Vatican II (Glen Rock, N.J.: Paulist, l964), p. 26. [iv]
Como dijo el Papa Juan Pablo II en la misa final del Sínodo, lo que el Sínodo
hizo fue, sobre todo, arrojar una luz más completa sobre "la
naturaleza de la Iglesia en tanto que es misterio y comunión o koinonía".
Ver Sean O'Riordan, "The Synod of Bishops, l985," in The Furrow
(March, l986), p. 155. [v]
Dulles, A Church to Believe In , p. 1. [vi] J. Neuner and H. Roos, The Teaching of the Catholic Church (Staten Island, N.Y..: Alba House, l967), No. 361, pp. 213-14. Esta teoría, aunque no promulgada en este concilio, fue en la práctica subscrita por los papas posteriores – León XII, Pio XI, Pío XII- y muchos teólogos de principios del siglo XX. [vii] Ibid., p. 369. [viii]
Thomas
O'Meara, Theology of Ministry (Ramsey,
N. J.: Paulist, l983), p. 122. [ix]
Dulles,
Models of the Church, p.
50. [x]
Dulles,
A Church to Believe In , p. 3. [xi]
Véase,
por ejemplo: Dietrich Bonhoeffer, The Communion of Saints
(New York, Harper & Row, l963), p. 123; Yves Congar, Lay
People in the Church (Westminster, Md.: Newman, l965), pp. 28-58; J. Hamer, The
Church is a Communion (New York: Sheed & Ward, 1964), p. 93. [xii] Véase Rom 12. [xiii] Véase l Cor. 12. [xiv] Véase
Lumen Gentium en Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos,
Declaraciones. Madrid:
BAC, 1965, Art. 7, pp. 16-19. [xv] Ibid. Artículos. 9-17, pp. 22-38. [xvi] Cfr., Rom 9, 23-26, Heb 8,10, Santiago 1,1, 1 Pedro 2,9, etc. [xvii] Hay
muchos artículos y libros sobre este tema. Véase,
por ejemplo, Edward Sheehan, "The Battle for Nicaragua," Commonweal
(May 9, 1986) pp. 264-268. [xviii]
Véase,
por ejemplo: Karl Rahner, "Membership of the Church," in Theological
Investigations, Vol. 2
(Baltimore: Helicon, 1963), pp. 1-88; Edward Schillebeeckx, "The Church,
Sacrament of the Risen Christ," in Christ the Sacrament of the
Encounter with God (New
York: Sheed & Ward, l963), pp. 47-89; J. Groot, "The Church as
Sacrament of the World," Concilium , Vol. 31 (New York: Paulist
Press, l968), pp. 51-66. [xix] Lumen Gentium, Art. 1. Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos, Declaraciones. Madrid: BAC, 1965, p. 9. [xx] Véase Sacrosanctum Concilium, Arts. 10 ,41. [xxi]
Dulles,
Models of the Church, p. 71. [xxii]
Karl
Rahner, "The Church and the Sacraments," Inquiries (New
York: Herder and Herder, l964), p. 317. [xxiii] Gustavo Gutiérrez llama a la Iglesia un “Sacramento de la Historia” (Véase Teología de la Liberación: perspectivas. Salamanca: Sígueme, 1974.) Gutiérrez entiende que la misión de la Iglesia es ser un agente histórico al lado de los pobres y oprimidos. Esta idea será desarrollada más en el modelo de “Servidora” con el que, según mi parecer, Gutiérrez está más conectado. [xxiv]
Richard
P. McBrien, Church: the Continuing Quest
(New York: Newman, l970), p. 11. [xxv]
Véase,
por ejemplo: Karl Barth, Church Dogmatics
I (Edimburg: T. and T. Clark, l936), pp. 298-300; Rudolph
Bultmann, Theology of the New Testament , Vol. I (New York:
Scribner's 1951), pp. 306-14; Gerhard
Ebeling, The Nature of Faith (Philadelphia:
Fortress Press, l961), pp. 146-147; Hans Küng, The Church (New York:
Sheed & Ward, l968), pp.
79-104. [xxvi]
Dulles,
Models of the Church, p.
90. [xxvii] Sacrosanctum Concilium, Art. 7. Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos, Declaraciones. Madrid: BAC, 1965, p. 153-154. [xxviii] Véase Unitatis Redintegratio, art. 21. Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos, Declaraciones. Madrid, BAC, 1965, pp. 657-658. [xxix] Véase Gaudium et Spes , Arts. 44, 59, y 62. Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos, Declaraciones. Madrid: BAC, 1965, pp. 273- 305. [xxx]
Harvey
Cox, The Secular City (New
York: Macmillan, l965), p. 138. [xxxi]
Dulles,
The Resilient Church ,
p. 12. [xxxii]
Cf.
J. M. Beyer, "Diakone”,
etc." in Gerhard Kittel, ed.,
Theological Dictionary of the New Testament,
Vol. 2 (Grand Rapids,
Michigan: Eerdmans, l964), pp. 81-93. [xxxiii]
Dulles,
Models of the Church , p. 105. [xxxiv]
Cfr., por ejemplo, los
“Cánticos del Siervo de Dios” en Isaías 42, 6-7, 61, 1ss. Jesús se
los aplicó a sí mismo en Lc 4, 16-19. Como veremos, Lucas presenta a Jesús
llamando al amor y a servir a los marginados. Muchos autores, sin embargo,
dudan de que los discursos de Jesús y sus acciones en la última cena según
San Juan, que tratan también de servicio, puedan ser interpretados como que
los discípulos deban estar al servicio del mundo. El amor y el servicio
dentro de la comunidad ilumina al mundo, reino de la oscuridad que no puede
entender el mensaje de Jesús. [xxxv] El discipulado cristiano era diferente de la idea y praxis del discipulado griego o rabínico. El discipulado, en el Evangelio, implica no sólo la aceptación de una doctrina y la entrada a una comunión con los que buscan la verdad, sino la aceptación de Jesús como Señor, un elemento sin parangón en las otras “escuelas”. Para evitar ser identificados con este otro entendimiento del discipulado, las comunidad post-pascuales dejaron de usar este nombre, pero lo preservaron en los evangelios para explicar su concepto de Iglesia. Términos como “hermanos, creyentes, seguidores, cristianos…” reemplazaron a la palabra “discípulos”, aunque su significado fuera el mismo. Para una explicación completa de este tema que no podemos estudiar en toda su extensión aquí, véase e artículo “Mathetes” en la famosa obra de G. Kittle, Theological Dictionary of the New Testament , Vol. III, pp. 415-61. [xxxvi]
Dulles,
A Church to Believe In , p. 8. [xxxvii] Jn. 5, 19-20. [xxxviii] Mt. 11, 27. [xxxix] Lc. 10, 13. [xl] Jn. 20, 21. [xli] 1 Cor. 11, 1. [xlii]
Dulles,
A Church to Believe In ,
p. 9. [xliii] Ibid., p. 12. [xliv] Ibid., p. 15. [xlv] Lumen gentium , art. l7. Concilio Vaticano II: Constituciones, Decretos, Declaraciones. Madrid, BAC, 1965, p. 37. [xlvi]
Papa
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi (Washington
D.C.: Publications Office, United States Catholic Conference, l975), no. 13. [xlvii] Juan Pablo II, Redemptoris Hominis, art. 21. Madrid: Paulinas, 1979. pp. 73-74.
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