No
vienen movidos por ninguna Ley de Extranjería, sino empujados por
la brutal desigualdad que impera en el mundo
|
En
lo que va de año, más de un centenar de emigrantes que trataban de llegar a
"El Dorado" de las costas españolas, han dejado su vida en las
aguas del Estrecho y de Canarias. Otros miles han sido apresados por las
fuerzas de seguridad y devueltos a sus países de origen, con lo que han
perdido el dinero entregado para el viaje, una verdadera fortuna para sus
posibilidades económicas. Los que han conseguido llegar y quedarse se han
encontrado con cualquier cosa menos con la riqueza fabulosa de El Dorado: un
trabajo de temporero en El Ejido, el último puesto de peón en la construcción,
o patear las calles de Madrid cargado de alfombras.
El
panorama parece adecuado para desanimar al más decidido. Sin embargo, a pesar
de todas las dificultades y riesgos, miles y miles de hombres, mujeres, jóvenes
y niños, se apelotonan en las costas del Norte de Africa, esperando el
momento de jugar su partida entre la muerte y la vida. Apiñados en una patera
atestada, muchos de ellos sin saber nadar siquiera, se lanzan a la aventura de
alcanzar una costa hostil y superar la vigilancia que los rechaza sin
contemplaciones.
Y todo esto, ¿por qué? El cinismo, la
hipocresía y la cerrazón mental de los sectores conservadores de nuestra
sociedad lo atribuyen a la famosa Ley de Extranjería. Según ellos, España
ha promulgado una ley demasiado generosa que anima a los emigrantes a intentar
la aventura de entrar en nuestro país.
Hace
falta estar ciego para decir una cosa así. Claro que el egoísmo y la
avaricia son cosas que ciegan mucho. El caso es que lo dicen con tanta
seguridad y con tantos medios a su disposición que llegan a infectar la mente
de mucha otra gente que no oye otra cosa.
Pero eso es una burda falacia. Por su puesto
que no es ninguna Ley de extranjería, sino la miseria, lo que empuja a miles
de seres humanos a arriesgar su vida en un desesperado intento de conseguir un
mínimo bienestar material. Es la brutal desigualdad del mundo que hemos
construido las naciones poderosas la que obliga a millones de hombres y
mujeres a dejar su tierra, su familia, su cultura, esperando conseguir las
migajas que caen de nuestras mesas. Luchando para conseguir los trabajos que
ninguno queremos, metiéndose en los tugurios donde jamás nos meteríamos,
aceptando los salarios que ni locos aceptaríamos.
La
gente no se ahoga en el Estrecho porque aquí exista una Ley de Extranjería más
abierta. Es porque el capitalismo impone la Ley de la Selva. Es por la
existencia de un mundo que "va bien", que va escandalosamente bien
(si se puede llamar ir bien a estar
podrido de riqueza y enloquecido de ambición) junto a un mundo hundido en la
miseria y la desesperación.
Con el agravante de que esa
riqueza se ha conseguido en gran parte gracias a la explotación del mundo
pobre. Desde las materias primas conseguidas por los países imperialistas en
sus colonias, hasta el "libre mercado" y el "libre
comercio", que para las naciones y las empresas más poderosas supone la
libertad del lobo en medio del rebaño de ovejas, toda la vida económica está
orientada a permitir la acumulación incesante de los que más tienen a costa
de los que nada pueden.
Nosotros y nosotras, aunque como
trabajadores estemos explotados, nos beneficiamos de pertenecer a la parte
rica de este mundo injusto, y en la medida que lo aceptamos pasivamente, nos
hacemos cómplices de la injusticia. Esos cuerpos hinchados, que de vez en
cuando se asoman fugazmente a las pantallas de nuestras televisiones, y todos
los otros muertos que no son más que un número en una estadística macabra,
están exigiendo a nuestra conciencia de seres humanos que nos levantemos
contra el sistema económico, brutal e inhumano, que hoy domina el mundo.