40 - Marzo, 2005. Romero         

MEDIO

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AUTOR

ECLESALIA

02/03/05

EL SEGUIMIENTO DE MONSEÑOR ROMERO

Jon Sobrino

ECLESALIA

03/03/05

ALBINO LUCIANI Y KAROL WOJTYLA ¿PROFETAS, O JEFES DE ESTADO?

Braulio Rodríguez

ECLESALIA

11/03/05

EL 11 M: UNA PALABRA, POR NOSOTROS

José Ignacio Calleja

ECLESALIA

19/03/05

DOMINGO DE RAMOS

Carlos Huelin

ECLESALIA

22/03/05

ME VOY Y VENGO…

Juan de Dios Regordán

ECLESALIA

23/03/05

FUE UN HOMBRE, NO LO OLVIDEMOS

José Ignacio Calleja

ECLESALIA

24/03/05

MONSEÑOR ROMERO Y LA PISCINA DE SILOÉ

Braulio Hernández

ECLESALIA

24/03/05

ROMERO, SEGUIREMOS TU EJEMPLO

Miguel Ángel Mesa

ECLESALIA

28/03/05

MAÑANA DE PASCUA

Mª Paz López Santos

ECLESALIA

30/03/05

CAMBIOS EN LA IGLESIA CATÓLICA

Juan de Dios Regordán

ECLESALIA

31/03/05

SÍNODO. CARTA DE RENUNCIA

Tomás Maza Ruiz

ECLESALIA, 2 de marzo de 2005

EL SEGUIMIENTO DE MONSEÑOR ROMERO

Meditación cristiana ante el XXV aniversario

JON SOBRINO

SAN SALVADOR (EL SALVADOR).

ECLESALIA, 02/03/05.- El XXV aniversario del martirio de Monseñor Romero hay que celebrarlo bien.

Unos no lo harán, los que le insultaron en vida y celebraron con champán su asesinato, aunque ahora están más comedidos y se muestran como condescendientes y comprensivos ciudadanos. Y como también son populistas, si es necesario, irán a Roma cuando lo beatifiquen, pues captan que Monseñor es querido por muchos salvadoreños.

Otros se alegrarán de celebrar un año más a Monseñor. Lo recordarán de corazón, participarán en eucaristías, charlas y conferencias, exposiciones y conciertos, y en la gran vigilia del 2 de abril. Lucirán camisetas con su figura, pondrán un afiche en su casa y escucharán su palabra por la YSUCA. De fueran vendrán centenares, y en total serán miles los que participen en el aniversario. Y nada digamos si se da alguna señal de que la beatificación puede estar cerca. Pero, con todo, todavía falta una cosa, que queremos explicar, recordando lo ocurrido tras la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

Los primeros cristianos celebraban su recuerdo en la eucaristía, entonaban himnos en su honor, desarrollaron una teología llena de entusiasmo, le empezaron a llamar “Señor”, “Hijo de Dios”, “Cabeza de la creación”, y tenían la esperanza de su pronta venida. Pero los cristianos más clarividentes  vieron que “sólo” eso no bastaba. Más aún, que “sólo” eso  era peligroso. Y entonces apareció Marcos con su evangelio.  Vino a “molestar” a cristianos demasiado complacientes, y nada digamos a cristianos que se habían olvidado de Jesús, y hasta renegaban de él, como ocurría en la comunidad de Corinto porque habían encontrado otra cosa mejor: un vaporoso espíritu.

El evangelio de Marcos, por supuesto, “celebra” a Jesús y le llama “Hijo de Dios”, pero no pone la invocación en labios de gente piadosa que espera prodigios, sino sólo en labios de un pagano, el centurión romano, y al pie de la cruz. También le llama “Mesías”, pero, cundo eso ocurre, Jesús dice a la gente que no lo digan a nadie. Marcos nos dice también que la fe en Jesús no fue nada fácil, ni para sus familiares, ni para los discípulos -en especial para Pedro-, y ciertamente no lo fue para los teólogos y sacerdotes de aquel tiempo. Por último, su evangelio termina abruptamente en Mc 16, 8:  junto a la tumba las mujeres “tuvieron miedo y no dijeron nada a nadie”. Tan chocante fue ese final que, más tarde, se le añadieron unos versículos para amortiguar el susto.

¿Por que traer a colación a Marcos en este XXV aniversario? Para aprender una importante lección. No basta la celebración ni la alegría, aunque son bienvenidas como brisa de aire fresco en medio de tantos sufrimientos de la vida. Ni siquiera bastará el aplauso que responderá al anuncio de su posible beatificación. Y si no basta, ¿qué es lo que falta? Volvamos a Marcos. El Jesús que no está interesado en que le llamen Mesías, sí está interesado en una cosa: el seguimiento.

Volvamos a Monseñor Romero. Celebrarlo significa ante todo “seguirle”. ¿Y cómo hacerlo? En primer lugar, hay que pasar por el cambio -o conversión- por el que él pasó. Y en segundo lugar hay que  re-hacer su vida. Ambas cosas son difíciles, pero son necesarias para el país y para la Iglesia -en lo que ahora nos vamos a centrar- y traen salvación. Por lo que toca a la “conversión”, baste con recordar las siguientes palabras:

“El profeta denuncia también los pecados internos de la Iglesia. ¿Y por qué no? Si obispos, papa, sacerdotes, nuncios, religiosas, colegios católicos estamos formados por hombres, y los hombres somos pecadores y necesitamos que alguien nos sirva de profeta para que nos llame a conversión... Sería muy triste una Iglesia que se sintiera tan dueña de la verdad que rechazara todo lo demás. Una Iglesia que sólo condena, una Iglesia que sólo mira pecado en los otros y no mira la viga que lleva en el suyo, no es la auténtica Iglesia de Cristo” (Homilía del 8 de julio de 1979).

Y tras la conversión, la praxis. No es el momento de exponer en detalle cómo debe ser la praxis de una Iglesia  fiel a Monseñor Romero, pero podemos mencionar los impulsos de lucidez, ánimo, firmeza, resistencia y esperanza que de él nos llegan.

Como seguidores de Monseñor, hay que decir la verdad, no sólo predicar una doctrina, aunque sea verdadera. Y entonces la  verdad se convierte en denuncia profética de los males que existen en el país, se nombra a los victimarios y a las victimas. Aunque algo han cambiado las cosas en estos 25 años, Monseñor Romero nos sigue  remitiendo a los ámbitos donde campea el mal: 1) la idolatría del dinero, la oligarquía antes agrícola, ahora financiera, 2) la idolatría del poder militar, más latente aquí y más patente en Estados Unidos, a lo que hay que añadir la espantosa violencia actual -de 8 a 10 homicidios diarios en los últimos tiempos, 3) la connivencia de unos partidos políticos con la injusticia y la irresponsabilidad de la mayoría de ellos ante la miseria y el sufrimiento, a lo que hay que añadir la corrupción, 4)  el imperialismo de Estados Unidos, en el comercio, en nuestra política internacional y, sobre todo, en los pseudovalores que nos impone: individualismo, éxito, buen vivir, 5) la corrupción de la administración de justicia, que no ha esclarecido todavía ni siquiera quién mató a Monseñor, 6) los medios de comunicación, con la  mentira, las verdades a medias, el encubrimiento, según los casos, 7) el falseamiento de la religión, el espiritualismo exagerado, que no es la vida con espíritu; el individualismo alienante, que no es la apropiación personal de la fe; el gregarismo que llena estadios, que no es la comunidad y el llevarse mutuamente; la infantilización de lo religioso, que no es la sencillez -como niños- ante el misterio de Dios.

Hay que volver a  una praxis, la de la misericordia, señal última de nuestro ser cristiano, y volver a promover la justicia, la transformación de estructuras. Hay que recuperar la opción por los pobres, en serio, sin aguarla, arriesgando por ella, recordando y honrando a quienes la vivieron hasta el final: nuestros mártires. Hay que recobrar la parcialidad de Dios y de su Cristo hacia los pobres de este mundo.

Hay que recuperar la evangelización, en el sentido primigenio que tiene en Jesús: el anuncio de una buena noticia a los pobres, sin que la novedad en métodos y lenguaje sustituya a lo esencial. Hay que anunciar ese reino con credibilidad, sin pensar que hay cosas más importantes que hacer, algunas de ellas buenas, como la vida sacramental; otras ambiguas, como el sinnúmero de concentraciones, fiestas, jubileos, años dedicados a algo, de modo que todo eso se acumula como si hubiese un horror vacui, un miedo a dejar vacíos en el tiempo, lo que puede acabar ocultando la buena noticia de Jesús. Y otras son peligrosas y pueden llegar a ser pecaminosas: proselitismo competitivo, buscar  triunfos, basarse en apoyos financieros en los ricos de este mundo.

Hay que recuperar y promover la organización del pueblo, en la sociedad y en la Iglesia. No hay por qué volver a los años 80, pero sí hay que volver a la intuición fundamental: como Iglesia somos antes que nada comunidad, cuerpo; y para influir en la sociedad desde la base esa comunidad debe estar estructurada, organizada, relacionada con otras fuerzas sociales. Es difícil, pero por lo menos hay que pensarlo e intentarlo.

Comenzamos así, pues en esto cojeamos, siendo así que en eso era eximio Monseñor, y no se ve cómo podemos celebrarlo sin al menos plantearnos estas cosas. Pero sobre todo hay que levantar el espíritu de la gente. Dicho con sus palabras, hay que llevar cercanía: “¡Cómo me da gusto en los pueblecitos humildes que las gentes y los niños se agolpan a uno, vienen a uno!” (12 de agosto, 1979). Consuelo: “Para mí son nombres muy queridos: Felipe de Jesús Chacón, ‘Polín’. Yo les he llorado de veras” (15 de febrero, 1980). Dignidad: “Ustedes son el divino traspasado” (19 de julio, 1977). Gozo: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor” (18 de noviembre, 1979). Esperanza: “Estoy seguro de que tanta sangre derramada y tanto dolor no será  en vano” (27 de enero, 1980). Y todo eso con humildad: “Yo creo que el obispo siempre tiene que aprender del pueblo” (9 de septiembre, 1979) y con credibilidad: “El pastor no quiere seguridad mientras no se la den a su rebaño” (22 de julio, 1979).  Es el consuelo que nace de la compasión, el gozo que nace de la cercanía y la solidaridad, la esperanza que nace de la credibilidad.

Todos sabemos cuán difícil es esto, pero en este aniversario al menos no lo declaremos imposible, y pidamos que ésta sea nuestra utopía. Monseñor ni ofreció ni ofrece recetas, pero sí ofrece caminos, luces, impulsos.

Muchas otras cosas se pueden decir sobre cómo celebrar este XXV aniversario. Sólo queremos añadir una última cosa, de la que sólo pueden hablar “con autoridad” quienes han vivido situaciones cercanas a la de Monseñor. A mediados de los años ochenta las madres de desaparecidos me pidieron que dijera una misa para recordar a Monseñor Romero. Cuando estaba para salir de mi casa, una sencilla trabajadora de la UCA me dijo: “en la misa de Monseñor, recuerde a mi hijo”. Su hijo había sido asesinado por los cuerpos de seguridad. Pensar que estaba con Monseñor era su mayor consuelo.

No sabemos que ocurrirá dentro de otros 25 años, pero todavía hoy hay mucha gente que el 24 de marzo recuerda a sus hijos e hijas, esposos, padres, hermanos y hermanas, que también fueron asesinados. Y piden a Monseñor que ahora cuide de ellos. A ese Monseñor le hablan como se habla a un padre. Quizás le piden favores, milagros, pero pienso que no lo hacen porque ven en Monseñor a un santo “milagrero”, con poder, sino porque ven a un hombre bueno, alguien que les quiere de verdad. Sigue siendo para ellos buena noticia. Eso ocurre “en lo escondido”, pero es lo más importante, pienso, en este XXV aniversario.

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ECLESALIA, 3 de marzo de 2005

ALBINO LUCIANI Y KAROL WOJTYLA ¿PROFETAS, O JEFES DE ESTADO?

BRAULIO RODRÍGUEZ

TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 03/03/05.- “Que no sea jefe de Estado. Que su único estado fuera el de gracia, que es el que le corresponde”. Lo pedía Casalgáliga para el sucesor de Juan Pablo II en la entrevista estremecedora que le hizo Juan Arias (El País, EPS 19/10/03). “No poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, de paso, no matar nada”, es su lema, día tras día, año tras año. La cara creíble de la conversión en la Iglesia.

Unos llegan a papa de sopetón. Otros se lo trabajan: hacen carrera. Los medios difunden la fuerza y el carisma de Juan Pablo II, un papa omnipresente, un viajero infatigable; un todo terreno, un montañero: “un atleta de Dios”. Y “un varón de dolores” cuya fragilidad final encarna la pasión de Cristo. Sin duda ha sido un papa pendiente de la imagen. Según su amigo Wesoly, años antes de ser nominado, “Wojtyla fue aconsejado para que visitara todas las ciudades de Norteamérica donde los cardenales tuvieran sedes”. Allí voló en 1969, repitiendo en el 76. Y aprendió las técnicas de las relaciones sociales. “Un papa preconizado en los Estados Unidos”; aunque él hablaba del “carácter religioso de sus viajes”. El mes de febrero del 73 lo pasó en Australia, Nueva Zelanda y Papúa Guinea. Y, por supuesto, se dio a conocer en Roma y en Europa. Llegada la hora, tuvo su jefe de campaña electoral, su amigo Deskur, obispo y presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales: “la persona idónea para ponerle al tanto de la situación”. Con él se reunió el 4 de octubre del 78, tras el entierro de Juan Pablo I. Y, curiosamente, su primera salida como papa fue al policlínico Gemelli (el 17/10/79) para visitar a Deskur, convaleciente de un “infarto masivo” que le sobrevino en los preparativos del cónclave. Un contratiempo. “Él me enseñó a ser papa”, dijo Wojtyla al visitarlo. (El día de la cuenta).

¿Juzgará la historia a Juan Pablo II como un papa profético y revolucionario?, ¿Como un absolutista? El jueves 16 de octubre de 2003, la sede de Pedro celebraba con todos los honores la misa conmemorativa de sus 25 años de reinado. Casualmente el evangelio propio del día, leído en todas las Iglesias del orbe, era el pasaje de S. Lucas: Se pedirá cuenta de la sangre de los profetas... (Lc 11,47-54). Y, casualmente, este pasaje no se leyó en el Vaticano. Llama la atención que en esas fechas, con montañas de libros exhibiendo la cara amable, apostólica y populista de su pontificado, hubiera dos libros –muy silenciados, tal vez los más profundos- que llevaban por nombre Se pedirá cuenta y El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen. Ambos del mismo autor: un sacerdote comprometido, renovador, que sacrificó su carrera eclesiástica, optando por la purificación del templo. Ambos están en la RED.

Fue precisamente Juan Arias -“uno de los mejores vaticanistas junto a G. Zinola”, en palabras recientes del teólogo J. J. Tamayo- quien, en el aluvión informativo sobre de los 25 años del pontificado de Juan Pablo II, nos trajera a la memoria al antecesor de Wojtyla, Albino Luciani, el malogrado Juan Pablo I. Un papa que “probablemente duró solo 33 días porque en la víspera de su muerte había discutido acaloradamente con los cardenales de la Curia romana reformas drásticas para dar a la Iglesia el rostro de la pobreza, llegando a plantear la hipótesis de dejar el vaticano (que quedaría para algún organismo internacional) e irse con la Curia a vivir a un barrio popular a las afueras de Roma”. (El País 21/10/03).

 ¿Se puede juzgar el pontificado todopoderoso de Juan Pablo II sin echar una mirada al exiguo pero prometedor de Juan Pablo I? Albino Luciani “fue un papa en el camino de la profecía”. “La tensa historia que va de uno a otro revela la diferencia existente entre ambos. Karol Wojtyla tomó el mismo nombre papal de Albino Luciani. Esto sugiere continuidad, pero - en el fondo - se da salto atrás, involución, ruptura. Importantes hechos, que han sido ocultados o distorsionados, así lo manifiestan. La historia no se para en seco, como si no hubiera pasado nada antes, como si no pasara nada después. Ante el futuro cónclave que elija al sucesor, es hora de reflexionar sobre qué papa necesita la Iglesia Católica y qué papa puede abrir un horizonte de esperanza para el mundo”, dice el sacerdote Jesús López Sáez en EL DIA DE LA CUENTA. Juan Pablo II a examen. Está en la Red (www.comayala.es).

Defender a la Iglesia no está reñido con el carisma de la denuncia del Templo, ni con la reprensión a Pedro. El mismo Pedro negó al Señor. Ahí está Pablo enfrentándose a Pedro “cara a cara” Y ahí está la Palabra impresionante del profeta Oseas hablando de las prostituciones e infidelidades del supuesto pueblo de Dios: “porque vosotros no sois mi pueblo” (Os 1,6-9). Y la de Ezequiel contra los pastores de Israel (34, 2-10). El sacerdote y pensador Antonio de Rosmini, retuvo largos años en su escritorio su libro de denuncia Las cinco llagas de la Iglesia. Al final lo sacó del armario. Aunque valorado en principio, acabó recluido, más de cien años, en el Índice por el Santo Oficio. Hasta que el Concilio Vaticano II lo rehabilitó. “Rosmini calaría muy hondo en el futuro papa Luciani”. Recordemos que Juan de la Cruz sufrió prisión y que a Teresa de Ávila le prohibieron leer la Biblia. Esto se hizo en nombre de Dios. También Jeremías, como Jesús de Nazaret, fue acusado ante el rey por los influyentes jefes cabecillas, exigiéndole que decretara su muerte: “Este hombre no procura en absoluto el bien de su pueblo, sino su daño...”. Y condenaron al profeta bajándolo a la cisterna de fango para morir (Jer 38,4-6).

Jesús de Nazaret nos advirtió que el peor enemigo de la casa del Padre está dentro, no fuera: es el propio poder religioso, la seguridad, que emana de la autoridad de hombres. “¿Dónde ha habido más negocios? ¿En el mercado vaticano o en el viejo templo denunciado por Jesús?”, denuncia el autor de El día de la cuenta. Nunca el autoritarismo en nombre de Dios tuvo en una lista negra tan repleta de creyentes, de teólogos, comprometidos y renovadores, procesados; lo más granado del Concilio vaticano II. Esto no se consigue ocultar, por muchas capas de maquillaje pidiendo perdón por los errores de la Iglesia.

“Los obispos se perciben a sí mismos como gobernadores romanos y no como servidores del pueblo cristiano”; “Un pontificado con contradicciones fatales”. Era el juicio de Hans Küng sobre el pontificado de Juan Pablo II (El País 15/10/03). “El papa ha impuesto a la Iglesia el pensamiento único, ayudado por la cobardía de muchos obispos” declaraba el obispo dimisionario Rafael Sanus (El País 18/10/03).

Los profetas criticaban al sistema, empezando por casa: por el sistema religioso. Para colmo, Jesús - El Señor- fue un profeta laico que vestía normal. Casaldáliga, uno de los obispos más carismáticos del mundo, renunció a hacer carrera eclesiástica (propia de hombres), por incompatible con el combate del evangelio: “(¿cardenal?) se trata de una institución obsoleta. El Papa necesitaría otro tipo de consejeros. Por lo pronto, que no todos fueran eclesiásticos” (EPS 19/10/03). Su sencillez resultaba mosqueante, tenía que levantar sospechas. Fue llamado a capítulo –le abrieron un proceso- obligándole a presentarse en Roma para dar explicaciones (1986). Sospecharon que tal vez podría ser un siervo infiel a la iglesia.

Las tentaciones de Jesús han quedado petrificadas como el gran protocolo de la cuaresma. Jesús de Nazaret sufrió tentaciones de asalto al poder. ¿Acaso acumular poder no ha sido la tentación más pertinaz en la Iglesia? Ya Pablo nos advertía: El mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11,14); apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas (2 Tm 4,4). El papel del profeta es desenmascarar y denunciar esas formas “religiosas” del poder, sibilinas o subliminales, que nos exigen que nos arrodillemos ante un Dios que poco tiene que ver con el Dios de los evangelios.

La autoridad de Jesús choca, por incompatible, con la que emana del escalafón, retroalimentada con el uso y abuso de los servilismos. Que “el primero entre vosotros, sea vuestro servidor”; “en la cátedra de Moisés se han sentado muchos escribas: haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen”. En definitiva: “hay que obedecer a Dios ante que a los hombres”.

¿Acaso en esta generación no han sido apartados, silenciados, anatematizados, o incluso matados, profetas en nombre de Dios? Casualmente, “Juan Pablo I aparece muerto en el momento más oportuno, cuando había tomado decisiones importantes: cortar la vinculación del IOR (Banco Vaticano) con el Banco Ambrosiano, hacer frente a la masonería y a la mafia”. Cuando el patriarca de Venecia, Albino Luciani, visitó a sor Lucía, la vidente de Fátima le dijo: “Usted pronto será elegido papa, pero morirá pocos días después de subir al trono de Pedro”. “Mi hermano (Albino) salió descompuesto. Cada vez que aludía a aquella conversación se ponía pálido”; esto lo reveló su hermano, Eduardo Luciani, al semanario Il Sabato. Sobre el tercer secreto, sor Lucía afirmó: “Yo he escrito lo que he visto, la interpretación no me compete a mí, sino al papa” (27/04/00). Y El papa Wojtyla se ha apropiado la visión, mientras que sobre Albino Luciani se ha tendido un silencio sepulcral. El pistolero turco Alí Agca, por medio de su abogado, entregó a la prensa una carta acusando al vaticano de ser “la casa del diablo”, de haber manipulado los secretos de Fátima y de haber organizado el atentado contra el papa Juan Pablo II (El País, 11-7-2000). (cap. 9 de El día de la cuenta: El secreto de Fátima).

“Quién toca a Pedro, toca a Pablo”, afirmó Pablo VI en defensa de Pedro Casaldáliga. Monseñor Romero no se sintió tan arropado por su papa, Juan Pablo II, cuando le espetó: “no me traiga muchas hojas, que no dispongo de tiempo para leerlas... y, además, procure ir de acuerdo con su gobierno”. Fue a primeros de mayo del 79, cuando, tras largos días de espera, fue recibido en una breve audiencia donde Romero le mostró el dossier con las sistemáticas violaciones, documentadas, de los derechos humanos en su país, incluido el asesinato caliente del sacerdote Octavio Ortiz y de cuatro jóvenes en su oratorio. Monseñor Romero salió llorando: su Papa aplicaba distintas varas de medir para Centroamérica que para Polonia. Romero murió asesinado el año siguiente. El periodista Juan Arias recuerda al Papa irritado cuando le habló del mártir Romero: “eso aún había que probarlo”. El Vaticano tenía una cartera de pedidos con otras urgencias: asegurar la sintonía de intereses con la línea dura de Reagan en toda Latinoamérica (“La gran Alianza”; “una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos”).

El mismo periodista también recuerda lo complacido que se sentía Juan Pablo II cuando en sus viajes apostólicos era recibido con honores, agasajos y reverencias de jefe de Estado. “Por eso llegó a decir que, de los viajes, lo más importante para él era el encuentro con los poderosos. Porque así robustecía el prestigio de la Iglesia...”.

 “Si el Papa puede reunirse con Reagan, puedo yo encontrarme con vosotros” dijo Casaldáliga a los dirigentes sandinistas en el verano del 85, en su peregrinación “por la paz, por la no-intervención norteamericana en Nicaragua (...) para sacudir la conciencia del primer mundo ante el drama de los derechos humanos conculcados en América central y en el Tercer Mundo”. Ernesto Cardenal, recordando la humillante reprimenda pública que le hizo Juan Pablo II en su visita a Nicaragua, afirma que el Papa faltó al respeto al pueblo, y el pueblo se indignó (...) El Papa no soportó una revolución hecha con los cristianos” (El País 18/10/04). Y nos recuerda que “desde los púlpitos es fácil hablar de derechos humanos. En la realidad, ha prevalecido la seguridad del palacio que la defensa de los oprimidos”.

Si Jesús fue tentado de sustituir a Dios por el poder: ¿Qué diremos de la Iglesia cuando la silla de Pedro –desde siglos- se manifiesta ante el mundo ocupada por un papa, con rangos, honores y embajadas, igual que un jefe de Estado?

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ECLESALIA, Madrid, 11 de marzo de 2005

EL 11 M: UNA PALABRA, POR NOSOTROS

JOSÉ IGNACIO CALLEJA

Queridos amigos del 11M, los que os fuisteis de entre nosotros y los que os salvasteis de entre las ruinas de una mañana de barbarie. ¿Qué os diremos al cabo de un año, que no suene demasiado resignado? Vais a escuchar tantas cosas que, quizá, preferiríais el silencio, pero permitidnos una palabra. No lo hacemos sólo por vosotros, sino por nosotros. Por nosotros, para que el silencio no nos sumerja en la resignación y el olvido. Por nosotros, y por todos, por los vuestros, los que tanto os quisieron, y por vosotros, muertos y heridos, para que nos sintáis cerca y nos comprometamos a haceros justicia.

Permitidnos una palabra. Nos consuela que las víctimas seáis la memoria del pueblo, para sobrevivir en ella, ¡ay, qué forma tan leve de vivir!, y para aliviar nuestro dolor.

Permitidnos otra palabra. Nos consuela que las víctimas seáis la memoria del pueblo, para retener lo que nunca deberá ser olvidado. 

Permitidnos estas palabras, por vosotros, por los vuestros, por nosotros; quizá, sobre todo, por nosotros. Para no embotar nuestros sentidos y acostumbrarlos, así, a lo inevitable; para sabernos memoria y vida en deuda con quienes ese día ibais en los trenes en representación de todos. ¡Qué la Vida os haya sido regalada y qué nosotros os hagamos justicia!

Permitidnos una palabra en este día, también por nosotros.

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ECLESALIA, 19 de marzo de 2005

DOMINGO DE RAMOS

CARLOS HUELIN

ALMERÍA

ECLESALIA, 19/03/05.- Esta mañana he visto que los tres olivos de la entrada del jardín estaban  en flor. Es la primavera. En la parte de atrás, las  ramas de los acebuches tenía brotecillos, tiernos, pero totalmente definidos para crecer hacia ramas y  pequeñas aceitunas.

Han pasado las heladas, las podas. Toda la fuerza interna de los troncos, concentran su vida para florecer una vez más y ser esperanza de los campesinos.

Las palizas, los zamarreones nuevos, les hicieron soltar sus frutos y convertirse en alimento y riqueza para Andalucía. Hojas caídas, ramas rotas y, ahora, olvidados  los malos tratos, vuelven a revestirse de esplendor para ser  ilusión de nueva cosecha.

Domingo de Ramos. Como en Andalucía  alzan los olivos su brazos hacia el cielo, también los cristianos alzamos nuestras  palmas y ramas de olivo para aclamar a Jesús.

El también alzará sus brazos hacia el cielo. No le faltará el maltrato, la paliza, el romperlo, para que  suelte  su vida y ese sea el fruto que todos esperamos. Su savia tiene que servir para dar vida a los que la busquen.

Como el olivo, reverdecerá, será resurrección, nueva esperanza. Nos dirá que, como la aceituna, como la uva, como el trigo, es preciso morir algo para dar fruto, para sembrar  vida. Su savia, esta vez sangre, será vida para quienes queramos hacer las cosas nuevas, distintas. 

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ECLESALIA, 22 de marzo de 2005

ME VOY Y VENGO…

JUAN DE DIOS REGORDÁN DOMÍNGUEZ

ALGECIRAS (CÁDIZ).

ECLESALIA, 22/03/05.- En esta ocasión, y respetando a los no creyentes, quisiera hacer una exégesis de lo que ha de significar para un cristiano las palabras de Jesús: “Me voy y vengo” (Juan 16). En el capítulo 17 de San Juan, denominado Oración Sacerdotal, Jesús pide al Padre por sí mismo, por los apóstoles y por los que en el futuro irían a creer en Él Es aquí donde Jesús pidió al Padre por nosotros. Ya desde entonces nos tuvo en cuenta. En estos días en los que los cristianos celebramos el Misterio Pascual puede ser interesante hacer una reflexión sobre una frase cargada de profundo sentido teológico: ¿Cómo se realiza este ir y venir y qué significa? Gálatas 3,22 nos dice: “La Escritura encerró todas las cosas bajo el pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo”.Y Romanos 11,32: “A todos encerró Dios en la desobediencia para usar de misericordia con todos”. Todo el Antiguo Testamento presenta una humanidad dominada por el pecado. La humanidad por sus propias fuerzas no podía salir de aquella situación de pecado. Este es el sentido de estos textos de San Pablo.

“Mas cuando vino la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que estaban bajo la Ley afín de que recibiéramos la adopción de hijos” (Gálatas 4,4). Jesús se mete en este mundo de pecado, se reviste del pecado; se mete en esa atmósfera de pecado de la humanidad. “En efecto, lo que era imposible a la Ley, por cuanto estaba debilitada a causa de la carne, Dios lo realizó enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado y condenando a causa del pecado, al mismo pecado en la carne…para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, los que andamos no según la carne, sino según el Espíritu” (Romanos 8,3)

En Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, había elementos que no eran de Dios. La humanidad de Jesús tenía privaciones. Por eso sufrió y murió; prueba de ello lo tenemos en el Huerto de los Olivos. Hebreos 5,7 nos dice: “Él, que en los días de su vida mortal, habiendo presentado con violento clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte y habiendo sido escuchado por su piedad, aunque era Hijo, aprendió, por lo que padeció, la obediencia; y hecho perfecto, se convirtió para todos aquellos que le obedecen en principio de salud eterna...” Jesús necesitaba de Dios. Su Humanidad, igual que la humanidad de los demás tenía los efectos del pecado y necesitaba de Dios para que esta humanidad fuese glorificada. Nuestro Dios es cercano, salva amando, desde dentro de la misma humanidad.

No obstante, Jesús permanece en la santidad del Padre en cuanto Dios; es en cuanto hombre en lo que tiene ser purificada y glorificada su humanidad. Y lo hace libremente cumpliendo su misión de enviado. Juan 10,17 nos lo dice así: “El Padre me ama, porque yo doy mi vida y la tomo de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de volver a tomarla. Tal es el mandato que recibí de mi Padre”. En Romanos 6,10-11 se profundiza más esta realidad y nos pone a nosotros como beneficiarios: “En realidad, lo que murió en Él, murió al pecado una vez para siempre; mas lo que vive, vive para Dios. Así, también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”. Y Pedro en su primera carta nos afirma: “Pues también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, con el fin de conducirnos a Dios; muerto en la carne, vivificado en el Espíritu” (1ª Pedro, 3,18).

Nosotros, nuestra humanidad, con todo lo que somos y tenemos, hemos nacido en mejores condiciones por la Resurrección de Cristo. Hechos de los Apóstoles 13,32-33 nos lo manifiesta así: “Y nosotros os anunciamos la buena nueva. La promesa hecha a nuestros padres, Dios la cumplió en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”. Por toda la eternidad Cristo permanece en la glorificación por parte del Padre. Es glorificado en cuanto se inmola. Se ofreció una sola vez pero para siempre. En Cristo se destrozada su carne mortal para ser glorificada y en Él también nosotros. Pero para ello, tenemos que destrozar nuestra carne para poder ser glorificados; es en Cristo Jesús donde hemos de buscar nuestra salvación. En nuestra época, en nuestros días “destrozar nuestra carne” significa desterrar toda actitud de pecado, de falta de amor en nosotros mismos y luchar contra toda estructura de pecado dando testimonio de Jesucristo Resucitado.

“Me voy y vengo”. Es aquí donde radica la profundidad del Misterio Pascual. El Cristo Glorificado es el que vuelve distinto del que se fue (Pasión - Pascua). El Jesús que se fue en la Cruz era personal histórico, sometido bajo las leyes del tiempo y del espacio, el que viene es el Cristo, que ha sido glorificado, Cristo perfecto que no está bajo ninguna ley. Con Él se ha inaugurado un tiempo y una Tierra Nueva. Todo lo regirá el amor, el equilibrio de bondad que Él ha alcanzado. El Cristo-Iglesia que es donde nos tenemos que santificar ha de vivir también el Misterio Pascual, “Cruz-Resurrección”. En nuestra asociación con la Iglesia es donde nos tenemos que santificar. De aquí viene la caridad en toda actuación. Seremos juzgados en el Amor. Nuestra vida ha de ser una incorporación en Cristo. Yo me santifico para que los demás se santifiquen. La acción por los demás es el brote necesario de todo cristiano. Todo el se precie de seguir a Cristo tiene que morir a sí mismo en toda actitud egoísta y tendrá que tener, por tanto, una proyección de entrega y amor a los demás. 

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ECLESALIA, 23 de marzo de 2005

FUE UN HOMBRE, NO LO OLVIDEMOS

JOSÉ IGNACIO CALLEJA, Profesor de Moral Social Cristiana

VITORIA.

ECLESALIA.- A ver si todavía queda alguien al otro lado de estas líneas. Es la Semana Santa, tiempo de estampida donde los haya. Como un jarrón hecho añicos, miles de familias escapan en busca de una vida momentáneamente distinta. Es un signo de los tiempos, así, con minúsculas; el signo de nuestra normalidad y de nuestra posición social. Es una necesidad, suele decirse; así de sencillo, sin más complicaciones. Es posible. Es probable.

Un poco al fondo, no en el secreto de la vida, pero sí al fondo, más y más al fondo, bastante gente va a celebrar estos días de descanso como memoria religiosa. El mismo sol radiante para todos, la misma paz interior que los días de ocio nos regalan, y el añadido de una celebración de la fe. No tiene por qué ser algo pesado o largo o triste o ingrato. Por el contrario, puede ser, y debe ser, sencillo, liviano, estimulante y esperanzador. Pero, ¿es posible esto? ¿No será necesaria una fe como para mover montañas?

La fe es algo mucho más sencillo de lo que parece. La gente comienza a pensar la fe por el tejado, es decir, por la Iglesias, las Autoridades, los Catecismos y las polémicas morales. Pero la fe, la experiencia personal de fe, hay que iniciarla por lo más humano que hay en nosotros. Mirando dentro, muy al fondo de nosotros mismos y viendo si resuena alguna búsqueda, alguna inquietud, anhelo o pregunta. Y mirando alrededor de nosotros mismos, y ver cómo vivimos nuestra vida, y si la sorbemos con otros, y si dejamos vivir, y si da gusto vivir a nuestro lado. Y, así, poco a poco, desde lo sencillo vamos construyendo una vida propia, que disfruta de lo mejor de cada día, sin pagar el peaje de arruinar la vida ajena, vida ajena que a veces está tan cerca que es la de los seres queridos. Pero no quiero entrar por el camino moralista. Vivir, vivir en paz y confiado, vivir con sentido de lo justo para todos, es el secreto de la vida y, también, de la existencia religiosa. ¿Cómo, si no, decir Gure Aita, Padre Nuestro?

Estos días, algunos vamos vivir el gusto por la vida y sus momentos de descanso, sin dejar de lado esa memoria religiosa, la de Jesús llevando su fidelidad al amor de Dios hasta el final. No necesitamos, aquí al menos, mucha teología. Es suficiente imaginar la interioridad de Jesús y conmovernos por que alguien llevara tan decidido su experiencia de fe hasta el martirio. Sin violencia, que no en silencio o con medias tintas; con claridad meridiana de palabra y obra en cuanto a los derechos de los más débiles y olvidados. Su conciencia de Dios, la conciencia normal de un hombre de bien, no lo olvidemos, le llevó hasta la situación extrema que todos conocemos, lo diré, “la muerte de cruz”. Sencillamente, un hombre, Jesús de Nazaret, ha dejado resonar la experiencia de Dios en su interior, y ya no ha podido frenar sus consecuencias espirituales y sociales. Ha vivido, amado, sufrido y gozado, como todos, pero no ha podido hacerlo contra los demás, ni siquiera sin los demás. Son las cosas de la fe cuando se inician desde abajo. Pero, y van tres veces, sin dejar de gustar del sol, del ocio vacacional y de otros placeres de la vida. Sólo que la fe quiere que sean placeres de la vida consciente y placeres de todos. La fe es algo más sencillo de lo que parece si comenzamos a buscarla desde muy abajo y muy adentro, porque la fe es sentir que uno tiene “razones” muy radicales para vivir, convivir, confiar y amar. Razones que resuenan en nosotros como el eco de Algo o Alguien que nos da Confianza. Hay que poner el oído, claro está. Y después, cada uno llega hasta donde puede, y si puede, porque la libertad es la primera condición del ser humano.

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ECLESALIA, 24 de marzo de 2005

EL PADRE ELLACURÍA SOBRE MONSEÑOR ROMERO

JON SOBRINO

SAN SALVADOR (EL SALVADOR)

ECLESALIA, 24/03/05.- Los mártires son quienes mejor comprenden a los mártires. Por eso quisiera recordar ahora a Monseñor Romero de la mano del Padre Ellacuría. Y quisiera hacerlo a modo de meditación, para que eso nos ayude a ponernos ante el misterio de Dios, y ante el misterio de estos dos grandes hombres que nos sobrepasan, pero que, lejos de sobrecogernos, nos acercan a ellos y nos acogen. Recordaré cuatro frases de Ellacuría sobre Monseñor.

Monseñor Romero fue un seguidor ejemplar de Jesús de Nazaret

Ellacuría no era dado a la adulación, más bien era todo lo contrario. Para él Monseñor Romero fue profeta, pastor y mártir. Fue insigne cristiano e insigne salvadoreño. Pero, volviendo a sus más profundas raíces cristianas, puso a Monseñor Romero en relación con Jesús de Nazaret. De éste dijo Ellacuría: “Es que Jesús tuvo la justicia para ir hasta el fondo y al mismo tiempo tuvo los ojos y entrañas de misericordia para comprender a los seres humanos... Fue un gran hombre”. Y eso es, cabalmente, lo que también vio en Monseñor Romero. Este fue un gran creyente en Cristo, ciertamente, pero fue sobre todo insigne “seguidor”, alguien que volvía a hacer real en la historia, dos mil años después, a Jesús de Nazaret.

Esto le llenó de gozo a Ellacuría. Monseñor no sólo fue amigo, no sólo le pidió colaboración en momentos importantes, escribir cartas pastorales, ayudarle en conferencias de prensa después de sus últimas homilías, sino que fue un don mayor: la presencia de ese Jesús que Ellacuría había estudiado diligentemente en los evangelios, y había conocido y meditado desde su juventud en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Qué de Monseñor Romero le recordó a Jesús pienso yo que puede resumirse en lo siguiente. Le impactó su inmensa compasión ante el sufrimiento del pueblo, ante el dolor de todos y cada uno  de los pobres. Le impactó su inmensa libertad para decir la verdad con la que defendía a unos y exigía conversión radical a otros. Le impactó su firmeza en medio de persecuciones, desprecios y malos entendidos, incluso de parte de sus hermanos obispos. Y le impactó su fe -como la de Jesús- ante el misterio de un Dios-Padre: Padre, porque en él descansaba Monseñor; y Dios, porque nunca le dejaba descansar. Lo he dicho en varias ocasiones: el Padre Ellacuría fue llevado en su fe por la fe de Monseñor Romero.

Y habló de Monseñor también como un seguidor “ejemplar”. Es decir, alguien a quien hay que seguir. Por ser como era, misericordioso, justo, veraz, utópico, Monseñor invitaba a su seguimiento. No lo ponía en estas palabras, por modestia obvia, pero eso es, pienso yo, lo que Ellacuría tenía en mente cuando dijo que era un seguidor “ejemplar” de Jesús. Hoy, 25 años después de su muerte, hay gran necesidad de ese Monseñor, ejemplo de salvadoreño y de cristiano. Seguirle es  lo más importante que podemos hacer.

Suelo recordar que, cuando apresaron a Juan Bautista, comenzó Jesús a predicar. Y en El Salvador me gusta añadir que, cuando mataron a Rutilio Grande, surgió la voz de Monseñor Romero, y que cuando mataron a Monseñor Romero el Padre Ellacuría recogió esa voz. “Desde que mataron a Monseñor nadie ha hablado como el Padre Ellacuría”, le oí decir a una trabajadora de la UCA. Es vital, mantener con vida  esa cadena de ejemplos. A ese seguimiento debemos apuntarnos también nosotros.

“Difícil hablar de Monseñor Romero, sin verse forzado a hablar del pueblo”

Desde el exilio, a comienzos de la década de los ochenta, escribió Ellacuría un texto sobre “El verdadero pueblo de Dios según Monseñor Romero”. Para Ellacuría era muy claro que Dios y el pueblo eran los dos pilares sobre los que Monseñor fundamentaba su esperanza y lo dijo con toda claridad. Vio en Monseñor a alguien que ciertamente amó a su pueblo, pero también a alguien que reflexionó mucho sobre el pueblo, sobre su realidad histórica y su significado para la fe cristiana. Y recuérdese que ambos, Monseñor y Ellacuría, uno  desde la pastoral y otro desde la teología, llamaron al pueblo “siervo sufriente de Yavé”, “pueblo crucificado”. Era a finales de los años 70, y -en cuanto yo sé- nadie había hablado así antes.

Ambos creían también que ese “pueblo” podía llegar a ser “pueblo de Dios”, y que para ello el pueblo debía tener unas características especiales. Recordando lo que Monseñor Romero había dicho y hecho por su pueblo, lo que él le había dado al pueblo y lo que el pueblo le había dado a Monseñor, Ellacuría describió así cuatro características del verdadero pueblo de Dios: “la opción preferencial por los pobres”, “la encarnación histórica en las luchas del pueblo por la justicia y la liberación”, “la introducción de la levadura cristiana en la lucha por la justicia” y “la persecución por causa del Reino de Dios en esa lucha”.

Hoy, cuando casi no sabemos qué hacer con el pueblo y con la lucha por la justicia, hay mucho que meditar en estas palabras. Que Ellacuría -el político, el teólogo de la liberación- hablase así no tiene por qué sorprender. Pero que radicalizase ese lenguaje precisamente recordando a un arzobispo, da mucho que pensar -y da devoción. Y precisamente porque Monseñor animaba a la lucha histórica por la justicia, cobraba credibilidad lo que pudiera ser lo más específicamente suyo: insertar en esas luchas la levadura cristiana. Lucha histórica y cristianismo no son fáciles de compaginar. Ese milagro lo vio realizado Ellacuría en el ministerio de Monseñor Romero. Y el martirio de tantos luchadores del pueblo y de cristianos creyentes mostró que se podían compaginar las dos cosas.

“Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”

En la UCA todavía no había capilla. En un aula magna, tres días después del asesinato, el Padre Ellacuría, como rector de la universidad, celebró una eucaristía en recuerdo y agradecimiento a Monseñor Romero. La muerte de Monseñor le remitía, como toda muerte -y más siendo la de Monseñor, por lo horrible del crimen y por lo grandioso de la entrega-, a la ultimidad de  la vida, de la historia y de la realidad. Creo que pocas veces Ellacuría se preguntó por lo último con tal radicalidad.

Pues bien, en ese contexto, lejos de toda palabrería y de todo piadosismo, habló de Dios, de su misterio inefable y de su cercanía a nosotros. Y entonces dijo lo que muchas veces he citado: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Hace falta inteligencia para decir cosas como ésta, pero no basta. Hace falta también mirada mística, saber penetrar a través de lo aparente y superficial hasta llegar al fondo de las cosas. Dudo yo que ni siquiera en el acta de canonización -el día que ésta llegue- se dirán las cosas con tal precisión, con tal hondura, con palabras tan indefensas y tan verdaderas.

“Monseñor Romero ya se nos había adelantado”

Para Ellacuría líder era quien iba por delante, moviendo con el ejemplo. Eso fue Monseñor Romero para él, y vio que también lo fue para el pueblo. Termino con estas palabras que pronunció en 1985 cuando la UCA se honró en concederle un doctorado honoris causa, póstumo, a Monseñor Romero. Son palabras de agradecimiento y de reconocimiento.

“Ciertamente Monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones, y esto representa para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa por la que nos la pidió... Pero en todas estas colaboraciones no hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el coadjutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”.

A Ignacio Ellacuría nunca le oí hablar de nadie como habló de Monseñor Romero. Y dado como era él, que no se deshacía en panegíricos ni algarabías vacías, sus palabras nos ofrecen una gran verdad. Y nos confían  el secreto de lo que Monseñor Romero fue realmente para él: hermano mayor con quien caminar en la historia dando vida al pueblo, y con quien dirigirnos hacia el inefable misterio de Dios.

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ECLESALIA, 24 de marzo de 2005

MONSEÑOR ROMERO Y LA PISCINA DE SILOÉ

BRAULIO HERNÁNDEZ

TRES CANTOS (MADRID).

ECLESALIA, 24/03/05.- Hay una similitud sorprendente entre la curación del ciego de nacimiento y el golpe de conversión vivido por monseñor Romero. A ambos se les abrieron los ojos al percibir al Señor. Uno junto a la Piscina de Siloé; el otro junto a un crucificado. A partir de esa experiencia radical, ambos fueron vistos como sospechosos; y fueron investigados. En el artículo de Juan José Tamayo Monseñor Romero, símbolo de un cristianismo liberador publicado el sábado, víspera del Domingo de Ramos, en El País, se habla de “los visitadores apostólicos que, con actitud detectivesca, buscaban testimonios contrarios a monseñor Romero para justificar su destitución”.

“Rutilo me ha abierto los ojos”: confesó monseñor Romero ante el cuerpo inerte del sacerdote, un jesuita comprometido. “Yo sólo sé que ahora veo”: respondió una y otra vez el ciego de nacimiento ante los interrogatorios de acoso que le hacían los emisarios religiosos, no exentos de mala fe. La irritación de éstos fue in crescendo porque sus técnicas persuasivas, a base de lenguaje religioso, eran incapaces de confundirlo, de que se retractase de su curación por Jesús. Le dejaron por imposible, pero le expulsaron de la sinagoga, maldiciéndole. Monseñor Romero sufrió un proceso similar de cuestionamiento y abandono, más sibilino. Hizo suya la causa de su pueblo, la Iglesia de la base: de sus ovejas. Fue etiquetado de siervo infiel, e ingrato, por las familias pudientes y quienes lo nombraron: nos equivocamos al nombrarlo. Incomprendido por muchos de su escalafón, montados en la seguridad de la sinagoga, como denuncia Casaldáliga, el imperio aprovechó su aislamiento por la curia y lo puso en la cruz. “Con monseñor Romero, Dios pasó por el Salvador”, dijo Ellacuría, otro jesuita comprometido, que bebió el cáliz del martirio. Por algo se ha escrito que “los que mejor entienden a los mártires son los mártires”. Ahora hay prisas y declaraciones para identificar la cruz con la Sede de Pedro.

Es una hermosa casualidad, misteriosa, que el 25º aniversario de su martirio coincida con el Jueves Santo. Él, un sacerdote conservador y sumiso, cumplía con el perfil de idoneidad para ser nombrado obispo. Pero, contra toda lógica, se convirtió: se bajó del brioso caballo y optó por humilde pollino, siguiendo a Jesús. Como Pablo de Tarso, descubrió que No soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y que todo lo que estimaba ganancia ahora lo considero pérdida a causa del evangelio de Jesús. Su conversión produjo dividendos de esperanza para el pueblo; pero también desazón y zozobra para los rectores de la Iglesia. Y, sobre todo, un plus de ira incontenible entre los poderosos. Al final lo mataron, junto al altar.

A veces, las casualidades, como las desgracias, no vienen solas. Quizá por eso, para recuperar la memoria de estos mártires tan molestos, y cuestionados por los que viven en los palacios, quiso la casualidad que en el 25º aniversario del pontificado de Juan Pablo II (también jueves: el 16 de octubre 2003) el evangelio propio del día fuera el pasaje de Lucas: “se pedirá cuenta por la sangre de los profetas…”. Se leía en todas las Iglesias del orbe; menos, casualmente, en el Vaticano. Se ha dicho que la casualidad es el sinónimo de Dios cuando no firma. Y que a veces lleva firma, como aquí: Palabra de Dios.

Monseñor Romero asumió el lavatorio de los pies que hizo Jesús un Jueves Santo. No como el gran rito vacío, para la galería; sino como signo de compromiso con su comunidad: indefensa, masacrada y amordazada, en “una situación crónica de pobreza estructural”. Su conversión le rebajó los humos de obispo, acrecentándose más como apóstol y profeta. Justo lo contrario de lo que suele pasar. Qué hermosa casualidad que las lecturas escuchadas la noche del sábado al Domingo de Ramos hablaran de que el señor me ha abierto el oído para escuchar la Palabra y me ha dado la lengua experta para confortar al abatido con palabras de aliento (Is 50 4-7). Y que ese día saliera el artículo de Tamayo recuperando la memoria de monseñor Romero. Era todo un detalle para preparar la semana de su 25º aniversario. Puede que, en el primer mundo, no queden ojos ni oídos abiertos para palparlo. Tal vez lo perciban sólo pequeños restos. La gran mayoría, posiblemente, orientará el oído y la mirada, embelesados, hacia el embrujo pagano de las saetas e imágenes de las procesiones.

El día 16 de marzo publicaba la prensa que el Santo Oficio había descongelado su proceso de beatificación, tras diez años de sesudos estudios, escudriñando con lupa sus escritos y homilías: “La comisión ha concluido que Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. Pero resulta paradójico que el título de santo, para certificarse, dependa más de la opinión de un sanedrín compuesto por miembros que a la vez son juez y parte, que del juicio de la Palabra manifestado en la comunidad. Por eso América Latina tomó la delantera, sabedora de que su San Romero no es el tipo de santo que gusta exhibirse con pasión desde las altas instancias.

Monseñor Romero se sintió cuestionado por ponerse sin ambigüedad del lado del justo y oprimido. Es parte de la cruz del apóstol. También Jesús habría sido despedido de una audiencia en la sede de Pedro con la misma recomendación que Juan Pablo II le hizo a monseñor Romero: “Trate de estar de acuerdo con el Gobierno”. Y habría salido llorando del vaticano, como Romero: Jesús también lloró sobre Jerusalén. Consuela saber, y sobre todo leer, que también San Pablo sufrió a los visitadores a los que alude Tamayo en su artículo sobre Monseñor Romero (El País 19/03/05). Pablo sufrió a los “intrusos” -los judaizantes infiltrados- en las comunidades vivas que con tanto esfuerzo él había levantado. Las mismas que se propuso recuperar el Concilio Vaticano II. Pablo los acusó de “predicar otro evangelio distinto al de Cristo”; los falsos apóstoles que se disfrazan de apóstoles de Cristo pero que añoraban la vuelta a la religiosidad del rito y del legalismo: al orden establecido de la sinagoga, donde todo está atado y bien montado; sin resquicio para las improvisaciones peligrosas.

Nadie mejor que Casaldáliga podía cerrar el artículo de Tamayo sobre San Romero de América. Su diagnóstico todo lo aclara: “Como Jesús, por orden del Imperio…¡Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y mesa...! (…) Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo”. Aquí está, retratado con lenguaje actual, el pasaje impresionante de la piscina de Siloé que se leía el 4º domingo de cuaresma. Suele pasar: el que se mete en la piscina, se arriesga a ser expulsado de la Sinagoga. La piscina es la imagen de la comunidad viva, y el agua es la Palabra (si se escucha).

El Vaticano, los Obispos, los pastores…, y ciertos “movimientos religiosos” se afanan en promover Sínodos, Congresos eucarísticos, novenarios, triduos, adoraciones nocturnas, vigilias, peregrinaciones... Después de dos mil años aún se busca la fórmula mágica, el método. “En la Iglesia no hay fe. La fe la tenemos nosotros. Para recobrar la fe tienen ustedes que hacerse neocatecumenales y proponer el Camino como método para toda la archidiócesis”: leo que esta “perorata” (con abucheos incluidos) era lanzada hace unos días en el Sínodo de Madrid. Y que monseñor Rouco, queriendo poner orden, tras el percance, intervino para advertir que “el Sínodo no es para hablar de falta de fe de la Iglesia, sino para buscar remedios”. Pero se intenta rizar el rizo indagando con dar con la fórmula mágica: con el método. Todo es mucho más sencillo: basta con escuchar la Palabra, mejor en comunidad; y alejarse lejos, como San Romero, pastor y mártir, de la sinagoga bien montada.

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ECLESALIA, 24 de marzo de 2005

ROMERO, SEGUIREMOS TU EJEMPLO

MIGUEL ÁNGEL MESA

 

ECLESALIA, 24/03/05.- Veinticinco años y un día.

Ya no hay una guerra descarnada,

sino la terrible opresión de siempre

convertida en ley, orden y desprecio.

No hay quien levante la voz.

La esperanza huye con el pueblo,

y se difumina en el polvo

de la frontera del olvido.

Las maras son la terrible expresión

de la violencia contenida.

Los campesinos siguen muriendo

por falta de trabajo, cultura, medicinas.

 

¡Qué noche tan larga,

desde que una bala asesina

te arrancó de nuestra vida!

¡Qué infinito silencio,

desde que la palabra

quedó silenciada

por tu agonía!

 

Las súplicas ascienden como incienso.

Son las lágrimas de los pobres,

de las mujeres, de los niños

que jugaban con la cruz sobre tu pecho.

 

Maranhata. Vuelve y desempolva

el micrófono de la catedral del pueblo

para decir de nuevo, con otras voces,

una palabra de ánimo, de futuro,

de confianza y consuelo.

Sueñan contigo las hormigas

para volver a tomar

el púlpito del servicio,

la mañana de tu sonrisa,

la ternura de tu abrazo,

la denuncia de los tiranos.

 

Contágianos tu profecía,

el fuego ardiente de la Palabra,

la bandera de la libertad para denunciar, como ayer, tanto dolor e injusta muerte.

Acompáñanos, san Romero,

por otro camino que haga posible

un nuevo orden, una nueva primavera

de solidaridad, lucha y compromiso.

 

Necesitamos tu mano resucitada

para levantar los ánimos,

los hombros, la mirada

y tantas vidas abatidas, sin vida…

 

Haznos probar la mística bebida

del amor y la amistad con Dios,

que en dolor y soledad bebiste,

para derrochar una entrega renovada

en la lucha diaria por el Reino.

El espíritu de Dios, ya es uno

con el tuyo. Como lo era en tu oración, en tus sollozos, en tus homilías.

Derrámalo sobre nosotros

que seguimos aquí, peregrinando,

romeros huérfanos de ti, buen Romero,

abandonados por la Jerarquía,

el Gobierno, los Dioses y el Imperio.

 

Caminamos perdidos

en la noche oscura, sin rumbo, a tientas,

sin esperanza de ver, por fin,

la luz del nuevo día.

Anúncianos, ángel nuestro,

la posibilidad, endúlzanos el anhelo

de otro mundo posible y necesario,

la buena nueva de una red de voluntades

que cambie tanta estructura de muerte

por la justicia y la paz de la fraternidad.

 

Te sigue esperando

sin nombrarte tu pobrería agotada,

silenciosa, resignada, abatida.

 

Renueva nuestros espíritus

para avanzar hacia la santidad

de tu vecindad, tu voz altiva,

tu dolor, tu denuncia, tu sencillez

y tu pasión por el pueblo.

 

A pesar de tanto silencio,

de tanta perenne opresión,

queremos gritar, y decir bien alto:

Romero, queremos seguir

el ejemplo de tu vida.

Deseamos alcanzar un día, tu vida.

Que no te la arrebató una bala asesina.

Tu sangre derramada, como la de Jesús,

nos conducirá, de la mano de los empobrecidos y de los mártires,

a la plenitud del Reino, ya en esta vida.

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ECLESALIA, 28 de marzo de 2005

MAÑANA DE PASCUA

Versión femenina y libre

MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es

MADRID.

“Las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado” (Lc 24, 1-12)

“Se han llevado a mi Señor...” (Jn 20, 11-18)

“Vio”.... “creyó”..... “entendió”... (Jn 20, 1-9)

“Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro, impresionadas y llenas de alegría...” (Mt 28, 8-15)

“Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro” (Jn 20, 1-9)

ECLESALIA, 28/03/05.- Tres mujeres se encuentran a la salida del pueblo. La noche es cerrada pero la luna, aún iniciando su mengua, entrega su luz para que el camino se vaya dibujando ante sus cansados pies. El sueño y el descanso no habían sido sus compañeros en aquella larga vela. El cansancio, el dolor y la pena les mantuvo en un letargo interrumpido cuando presintieron que estaban próximas las luces del alba.

La tradición y la costumbre las puso en pie. Las mujeres sabían lo que había que hacer. Durante generaciones -con un conocimiento que pasaba de madres a hijas-  se habían encargado de preparar a sus difuntos para el viaje final, de ahí que, aquellas tres mujeres, llevaran “los aromas que habían preparado”. Las manos de las mujeres, tradicionalmente, daban la bienvenida a la vida, atendiendo a parturientas y recién nacidos, y entregaban el último adiós a quien partía.

María Magdalena, Juana y María la de Santiago, sin mediar palabra -para qué palabras si el que era la Palabra había muerto y yacía enterrado- se encaminaron al huerto donde estaba el sepulcro en el que habían puesto a Jesús. Otras mujeres debieron recorrer algo más tarde el mismo camino.

Ni la noche ni el miedo pudieron retenerlas. Podría haber represalias, los jefes de la sinagoga y los romanos sabían que el crucificado tenía seguidores... y no querían problemas. Pero, aquellas mujeres tenían una baza a su favor, como todas las de la época eran “invisibles” y en este caso representaba una ventaja. Había discípulos pero no discípulas... al menos, no censadas.

Llegaron y “encontraron corrida la piedra... entrando no encontraron el cuerpo”. Instantes eternos de desconcierto. Pavor. Los pies de María Magdalena la encaminaron a la única tierra que, después de haber visto muerto y enterado a su Señor, sería su país y su reposo: el cementerio... y ¡ni siquiera le quedaba eso!... “se habían llevado a su Señor”. Momentos amargos.

De nuevo, la Vida –con mayúsculas- vino en auxilio de la vida: “¿Porqué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”.

Las capas de dolor, cansancio, pena, desconcierto e incomprensión fueron cayendo. Sucedió lo que tenía que suceder: recordaron. María escuchó de nuevo su nombre y recordó. Habían creído la Palabra de Jesús pero los últimos acontecimientos –“el hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado...”- les habían hecho olvidar la promesa“... y al tercer día resucitar”.

En un instante, aquellas mujeres vieron claramente lo que ya creían y por fin, entendieron. Su alegría fue tal que no podían parar de correr, querían contar a todos que la promesa se había cumplido.

Llegaron ante los apóstoles, que aún tenían dibujados en sus rostros y en sus almas las huellas de la desolación, el sin sentido y el dolor de todo lo vivido, y aquel torrente de palabras nerviosas de las mujeres “impresionadas y llenas de alegría”, les fue sacando de su pasividad. Les “sobresaltaron pero ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron”... ¡Cosas de mujeres!.

No hay que tenérselo en cuenta, recordemos una vez más que las mujeres no tenían ni voz ni voto. Era difícil de comprender que la Gran Noticia, la Buena Nueva pudiera ser comunicada a través de quienes no podían hablar en público. Jesús siguió utilizando la misma técnica pedagógica: Dios se manifiesta desde lo pequeño, lo escondido, lo silencioso... e incluso, lo silenciado.

En medio de aquella algarabía y del desconcierto que les producía no ser creídas, se oyó una voz que emanaba autoridad, abriendo paso a un silencio expectante: ¡¡¡Señores... esto no ha hecho más que empezar !!!

Al instante, “salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro”.

Animo a quien tenga oportunidad de visitar, en Madrid, el Museo Thyssen, a acercarse y contemplar un cuadro. No es llamativo, ni por tamaño, ni por color, ni siquiera por la fama de su autor (Caspar Friedrich). Quedé literalmente extasiada ante aquel bello y discreto cuadro, la primera vez que visité el museo, recién inaugurado. Un sendero, tres figuras femeninas de espalda alejándose, una arboleda de invierno, un sol redondo sin rayos elevándose en un cielo con los colores de los momentos siguientes a la despedida de la noche que dan la bienvenida a la mañana... la de Pascua, titula el pintor.

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ECLESALIA, 30 de marzo de 2005

CAMBIOS EN LA IGLESIA CATÓLICA

JUAN DE DIOS REGORDÁN DOMÍNGUEZ

ALGECIRAS (CÁDIZ).

ECLESALIA, 30/03/05.- Aunque no sea muy partidario de estadísticas y pueda tener mis preferencias, sin embargo hay algunos datos que pueden servir para reflexionar sobre el futuro de la Iglesia. De los 183 (+1 in pectore) actuales, 120 Cardenales con menos de 80 años serían electores si ahora se celebrara un Cónclave para elegir nuevo Papa. El más joven es Peter Erdo con 53 años y el mayor Willebrands con 96 años. Creados por Pablo VI sólo quedan 13 y Juan Pablo II ha creado 170. Europeos hay 95, de ellos 59 electores; latinoamericanos son 32 y de ellos 22 electores; Usa y Canadá 18 de ellos 14 electores. México 5 con 4 electores. Asia tiene 18 cardenales y de ellos 11 electores; África 15 con 12 electores; Oceanía 5 y de ellos 2 electores. Italia actualmente tiene 38 cardenales y sólo 20 electores. España 8 y de ellos 6 electores. Todos los cardenales tienen muy buena preparación y han demostrado grandes servicios a la Iglesia. No obstante, sólo mencionaré los más jóvenes o significativos de edades intermedias: Peter.Érdo (1.952) de Hungría; Ph. Barbarín (1.952) Francia; Bozanic (1.949) Croacia; P.K. Turkson (1.948) Ghana; V. Puljic (1.945) Bosnia; C.Schónbron (1.945 Austria; C. Sepe (1.943) Italia. Otro italiano relativamente joven es Angelo.Escola (1.941), patriarca de Venecia. Unos cuantos alrededor de los 60, como Oscar A. Rodríguez Madariaga (63, Guatemala) y el resto cerca de 70 años, como Dionisio Tettamanzi (69, Milán) y con 72 años Walter Kasper (alemán, Unidad de los Cristianos).

Hasta aquí unos datos a tener en cuenta, pero como creyente quisiera afirmar que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia. Cualquier cristiano podría ser elegido Papa, como ocurrió con el monje Hildebrando en 1.073 que fue elegido Papa por la voluntad del pueblo romano. Hubo de recibir el sacerdocio y episcopado para convertirse en el Papa Gregorio VII. Encaró la reforma de la Iglesia condenando la simonía, la “compraventa de beneficios eclesiásticos” y el concubinato de los clérigos. Pero para defender y liberar a la Iglesia del poder y dependencia de los señores feudales se produce un cambio al extremo opuesto. Llegó a autodefinirse Vicario de Cristo y presentó un régimen dictatorial, asumiendo todos los poderes y de forma plena (poder legislativo, judicial y punitivo), universal (para todos) y centrando todo el poder en un solo hombre, el Papa. Con Inocencio III (1.196-1.216) se llegó a considerar al Papa como la autoridad máxima del mundo. La actitud evangélica de servicio se convirtió en institución de poder que hasta podía elegir y deponer emperadores.

Con el nuevo problema de salud del Papa Juan Pablo II se habla y escribe sobre quién y qué perfil debería tener el nuevo Papa. Pero, aunque miráramos todas las biografías de los actuales cardenales (que hoy por hoy parece que es de dónde saldría el nuevo Papa), tal como funciona la Curia, el elegido encontraría serias dificultades para desprenderse de esa “suma autoridad” que tanto se sigue asemejando a “poder” y se aleja de “servicio” y que tiene el peligro de eclipsar el sentido de la Comunidad como Cuerpo de Cristo. En el siglo XXI la Iglesia no debería seguir, por más tiempo, bajo una legislación eclesiástica anacrónica del siglo XI. Por ello se debería hablar y plantear el perfil de un nuevo Papado más cercano y evangélico, sensible a los problemas actuales de la humanidad, al clamor de los que sufren, despojado de poder terreno y guiado por la fuerza del Espíritu, apasionado por el ecumenismo con el diálogo interreligioso. Un Papado verdaderamente católico que respete el pluralismo cultural y ministerial. Y todo ello porque otra Iglesia es posible y necesaria para que Jesucristo y su Mensaje se pueda hacer presente e impregne de sabor humano y divino al mundo actual.

Un mundo unificado técnica y económicamente y, a la vez, plural cultural, histórica e ideológicamente y sin fundamentos absolutos para la convivencia, necesita ser iluminado por la luz de Cristo a través de la Comunidad Cristiana.

Un mundo preñado de injusticias y que puede llevar a fuertes reacciones de los desesperados, que irán desde migraciones masivas imparables, hasta ahora pacíficas, hasta acciones violentas, necesita una Iglesia en acción profética, denunciando con valentía todo tipo de injusticias.

Un mundo que todo lo comercializa y hasta lo más sagrado es simple material de mercado, necesita una Iglesia despojada de todo poder económico, teniendo preferencia por los más desposeídos del universo.

Un mundo cansado de palabras e incrédulo ante las falsas promesas de los grandes sistemas globales, necesita que cada vez sean más las personas sensibles a las necesidades de los demás y que sus compromisos concretos, sin grandes discursos ni alardes de poder, transpiren coherencia y grandeza humana.

Un mundo profundamente escéptico ante sus propias posibilidades y donde el rebrote positivo de movimientos de solidaridad choca frontalmente con una profunda sensación de impotencia, necesita una Iglesia que testifique que realmente Jesucristo ha resucitado y vive.

Ante la situación actual, desde nuestro compromiso cristiano, hemos de reavivar el convencimiento profundo de que somos seguidores de un Hombre-Dios que fue denunciado y llevado a la Cruz precisamente por las autoridades religiosas, aferradas a la ley, porque se sintieron molestas por las denuncias proféticas y las críticas al sistema religioso (Mt 23 y Mc 11,15-18). Seguir los pasos de Jesús nos exige un compromiso de transformar las estructuras que niegan o que no suscriben los Derechos Humanos. La Iglesia ha de ser pionera en este desafío para ser fiel a Dios y a la llamada de la Humanidad ya que ello es consustancial al Mensaje de Jesús. Es necesario y urgente que la Iglesia manifieste su rostro amable de comprensión y acogimiento, un rostro abierto a la realidad de la vida. Para ello hay que pasar de un papado absolutista y teocrático a un papado inspirado en la actitud de Jesucristo ante las personas y que, escudriñando los signos de los tiempos, pueda dar respuesta a las necesidades concretas de la Comunidad de nuestros días. Pido a Dios por el Papa Juan Pablo II y por los Cardenales electores para que, llegado el momento, se abran al Espíritu con la libertad de los hijos de Dios y emitan su voto a favor de aquella persona que humanamente prevean dará un giro evangélico al Papado haciéndolo participativo y controlable en cuanto al modo y al tiempo de su ejercicio, siendo fiel al Mensaje de Jesús y al hombre actual.

En nuestro milenio hemos de pedir para nuestra Iglesia: Unidad, sin uniformidad. Unidad basada en un solo Señor, una sola Fe, una sola Iglesia, un solo Ministerio, pero diversas estructuras de servicios, con legislaciones acordes con las diversas culturas, tradiciones y costumbres. Estamos en unos momentos en los que la Iglesia Católica ha de hacer todos aquellos cambios que sean necesario para hacer válida, real y concreta aquella fórmula, inspirada en San Agustín, que Juan XXIII solía repetir y que el Concilio Vaticano hizo suya: “En lo necesario Unidad; en lo dudoso libertad y en todo caridad”. Eclesalia.

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ECLESALIA, 31 de marzo de 2005

SÍNODO. CARTA DE RENUNCIA

Madrid, 24 de marzo (Jueves Santo), de 2005

TOMÁS MAZA RUIZ, Grupo 14

MADRID.

Archidiócesis de Madrid
Secretaría del Sínodo
Bailén, 8
Madrid

Queridos hermanos:

ECLESALIA, 31/03/05.- Mi nombre es Tomás Maza Ruiz, soy miembro del Sínodo y pertenezco al grupo 14. Durante un par de semanas no he podido asistir a las reuniones, debido a haber sufrido una operación quirúrgica. Durante este tiempo de descanso he podido reflexionar sobre los pros y los contras de mi asistencia a esas reuniones.

Mi intención, al aceptar ser miembro del Sínodo, era tratar de manifestar mis opiniones y, sobre todo, las del grupo que conmigo se había estado reuniendo durante dos cursos, quincena tras quincena reflejando nuestras vivencias cristianas y nuestras opiniones, casi nunca coincidentes con las de la llamada Jerarquía. En nuestros ambientes cristianos, compuestos en su mayoría por comunidades de base populares (excluidas por decisión “jerárquica” del Sínodo) se nos decía que era un intento inútil, que no nos harían caso y nosotros sabíamos que, seguramente, tenían razón. Pero, por otra parte, pensábamos que después de siglos en que no se había pedido opinión alguna al laicado cristiano, no podíamos dejar pasar la ocasión de manifestar nuestras ideas, “oportuna e inoportunamente”, y que si el diálogo entre Jerarquía y resto del Pueblo de Dios no fuera posible, nunca se nos pudiera decir que nos habían dado la oportunidad de hablar y no la habíamos aceptado.

Por estas razones y aún conociendo el Comunicado a la Dirección del Sínodo de una comunidad parroquial del Barrio de San Blas renunciando a su participación en las sesiones del Sínodo, documento que les acompaño por si lo hubieran traspapelado, decidí continuar para no defraudar a los compañeros que habían trabajado conmigo y me habían elegido para representarles.

No obstante, comparto todos los extremos del comunicado del grupo de San Blas y ahora, después de varias semanas de asistencia a las reuniones puedo agregar yo también mis experiencias y mis opiniones.

Mi primera decepción, no me la esperaba, fue la primera misa de pontifical, con toda clase de cánticos, desconocidos para mí, solemnes invocaciones a Nuestra Señora de la Almudena (¿qué quiere decir esta advocación, no es la misma María de Nazaret? ¿a qué viene el circunloquio de llamarla de “la Almudena”?), multitud de sacerdotes revestidos alrededor del altar y homilía insustancial del obispo de turno. Por cierto, el evangelio que se leyó ese día era el de la Visitación de María a su prima Isabel (Lc. 1, 39-56). Era un evangelio estupendo para proclamar el Magnificat de María, pero por sorpresa para mí se cortó por el verso 48: “porque se ha fijado en la humildad de su esclava” y se excluyó el resto del Magnificat donde María dice cosas tan sabrosas como  “derriba de sus tronos a los poderosos y exalta a los humildes”, “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío”. Esta forma de amputar el evangelio me parece la más adecuada para desactivarlo y vaciarlo de contenido, ¿es que podían molestar a alguien estos versículos del Magnificat? Por supuesto no comulgué en esa celebración e hice propósito de no asistir a las siguientes misas.

La primera sesión, ya lo recordarán, fue caótica. Lo comprendo porque no tenían experiencia alguna de cómo manejar a seiscientas personas que, teóricamente, tenían derecho a hablar. D. Roberto Serres abusó con creces del tiempo que se le había concedido para la presentación del primer tema y, por lo menos yo, al terminar, no tenía idea de lo que había dicho. Esto repercutió en la falta de tiempo para los grupos que tenían que empezar sus discusiones a continuación y que, entre buscar el aula correspondiente, esperar a los rezagados, elegir al Secretario y al suplente, apenas tuvimos tiempo para iniciar la discusión del tema. Esto se reflejó en una protesta casi unánime de los que fuimos admitidos a expresar nuestras opiniones ante el micrófono por un tiempo exacto de tres minutos (esta vez sin tolerancia alguna) y de los secretarios que se veían impotentes para concretar ideas y propuestas ante la falta de tiempo y el hecho de que los grupos habían contestado de forma muy desigual a las preguntas. Hasta tal punto fue la protesta que la secretaría se vio obligada a volver a redactar las propuestas y trabajarlas el sábado siguiente. El sábado siguiente ya fue la cosa un poco mejor, aunque siempre la mesa se adjudicaba un tiempo generoso, e incluso al Arzobispo le sobró tiempo para contar su estancia en Roma. Sin embargo los grupos siempre estuvimos apurados de tiempo y tuvimos que trabajar “contra reloj”.

Pero lo peor no era la falta de tiempo, sino las limitaciones que se nos impusieron en las discusiones, y la principal de ellas fue la de que no se podía entrar en discusión sobre la teología sobre la que se habían construido los temarios. Una teología que yo calificaría de tridentina y alejada totalmente de la reflexión teológica actual, basada en la crítica bíblica y en la historia de los dogmas y de la teología en general. No es en una sencilla carta donde puede expresarse la contradicción entre la teología actual que, aunque no especialista en la materia, conozco y el lenguaje arcaico que se utiliza en los documentos. Por si tienen paciencia para leerlas les envío mis reflexiones personales sobre los temas 1 y 2 (el 3 no he podido tocarlo por las circunstancias personales indicadas al principio de esta carta), que pueden estar equivocadas en algunos o en muchos puntos, pero que expresan el fondo de mis creencias cristianas en el lenguaje de nuestros días.

En cuanto a las conclusiones que se nos proponen son conceptos generales sin bajar nunca a la forma práctica de llevarlas a cabo. Por ejemplo cuando se nos pide nuestro asentimiento a propuestas como “¿Es necesario impulsar en nuestros grupos y parroquias la conciencia de responsabilidad evangelizadora propia de la fe de todo católico?” no es posible contestar otra cosa más que sí. De esta manera en las votaciones se obtienen siempre la unanimidad o casi, pero ¿qué pasa cuando luego a los seglares no nos permiten los párrocos iniciativa alguna que no sea preparada y dirigida por ellos?

Y después de todo de qué sirven nuestro trabajo de dos años y nuestra dedicación semana tras semana durante varios meses a las deliberaciones sinodales cuando, previamente, el Arzobispo ya nos había advertido en su carta pastoral “Levantad los ojos. Alumbra la esperanza” que las conclusiones no son firmes “porque falta aún la intervención personal última del obispo, que debe examinarlas, discernirlas y, posteriormente, ofrecerlas a la comunidad diocesana". ¿Tanto trabajo para eso? Parece que para lo único que servimos los cristianos de a pie es para ser los acólitos de obispos y curas. ¿Dónde queda el Pueblo de Dios del que papa y obispos deben ser siervos de los siervos de Dios? ¿Nadie ha caído en la cuenta de que la palabra ministro viene de “menor”, el que está al servicio de los demás?

Por todo ello he decidido renunciar a continuar asistiendo a las reuniones. Pueden disponer de mi plaza y adjudicarla a la persona suplente nombrada. No he querido marcharme silenciosamente, de la forma en que diariamente se alejan de la Iglesia miles de cristianos aburridos de sus pastores, sino explicar por qué fui al Sínodo y porque ahora he decidido abandonarlo. Creo que ambas cosas las he hecho en coherencia con mi conciencia y tratando de no ser infiel a los que me habían elegido.

Ya sé cómo va a terminar todo. En medio de grandes celebraciones pontificales se harán públicas unas conclusiones bien intencionadas pero sin ninguna garantía de cumplimiento, debido, principalmente a su vaguedad. Saldrá en todos los medios de comunicación, y en los de la Iglesia los primeros, la impresión de que ha sido un gran éxito que ha colmado las esperanzas de todos, pero estas conclusiones caerán en el olvido en pocos meses por su inoperancia. Hemos tenido una magnífica ocasión de iniciar un diálogo fecundo entre Jerarquía y Pueblo pero este diálogo se ha frustrado por la cerrazón de la Jerarquía. ¿Cuándo volveremos a tener una nueva oportunidad?

Crean que todo lo que he hecho, antes y ahora, es porque amo a la Iglesia y porque quiero que nuevamente sea “buena samaritana” para el pueblo de nuestros días, que “anda como oveja sin pastor” y quiero como quería el Concilio que vuelva a ser Luz de las Gentes y no madre gruñona.

Un saludo cordial,

Tomás Maza Ruiz, Grupo 14

 

P.d.:

1.-De esta carta y sus anexos voy a enviar copias a los miembros de mi grupo, cuya dirección conozco. Me gustaría hacerlo al resto de los participantes, pero no me es posible.

2.-El próximo día 2 de abril se celebra en todo el mundo el XXV aniversario del martirio de Monseñor Óscar Romero. Sería un bonito gesto que el Sínodo recordara de algún modo el testimonio de uno de los mayores santos de nuestros días (aunque no esté canonizado) y empezara así a romper el silencio de la Iglesia oficial hacia este magnífico testigo cristiano en el mundo actual.

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