24 - Octubre, 2003. Papado         

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ECLESALIA

01/10/03

LOS QUE NO TIENEN CALENDARIO

Jon Sobrino

Diario de Cádiz

03/10/03

¿TIENEN FUTURO LOS CARDENALES?

Juan Antonio Estrada

ECLESALIA

09/10/03

IGLESIA Y HOMOSEXUALIDAD

Luis

ABC

13/10/03

TRANSPARENCIA ECLESIAL

Norberto Alcober

ECLESALIA

14/10/03

TERESA DE CALCUTA Y MARY WARD

María Pablo-Romero

El Periódico

16/10/03

25 AÑOS ALEJÁNDOSE DEL CONCILIO VATICANO II

José María Mardones

La Nueva España

27/10/03

LA IGLESIA EN LA QUE CREO

Carlos José Martínez

ECLESALIA

29/10/03

SIRO LÓPEZ  > <  CUERPO Y SANGRE

Siro López

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ECLESALIA, 1 de octubre de 2003

LOS QUE NO TIENEN CALENDARIO

JON SOBRINO

Los que sí tienen calendario. 11 de septiembre de 2001. No hace falta decir más. El terrorismo contra las torres de Nueva York no ha sido el que ha producido más víctimas ni el más cruel en nuestra historia, aunque ciertamente ha sido el más insólito. Y sobre todo las víctimas fueron estadounidenses. Que fue una barbarie es claro. Campesinos y campesinas de Chalatenango, al norte de El Salvador, escribieron cartas a conocidos y amigos de Nueva York, mostrándoles profunda solidaridad, pues ellos saben de víctimas y desaparecidos. No ha sido “la comunidad internacional” la que mostró verdadera solidaridad -aunque sí aceptó aliarse con Bush por miedo a enfrentarse a él-, sino estos campesinos de El Salvador, y otros de Perú, Nicaragua, etc.

El 11 de septiembre ha hecho historia porque ocurrió lo impensable a quienes se piensan los mejores y salvadores de la humanidad. Se creen intocables como sólo lo es la divinidad. Están más allá del bien y del mal, y, además, ése es su “destino manifiesto”. Sus víctimas tienen nombre, los supervivientes tienen palabra y su dolor es mostrado alrededor del mundo, todo lo cual es justo, si no llega a convertirse en agravio comparativo con respecto a los millones de víctimas y supervivientes de países pobres. Tienen existencia real en el espacio y en el tiempo, y por eso tienen calendario.

Los que tienen calendario a medias. 11 de septiembre de 1973. Allende, elegido democráticamente, es asesinado por los militares con Pinochet a la cabeza. En 17 años de dictadura son innumerables las víctimas, muertos y desaparecidos, de 3,000 a 5,000. Exilados y grupos de solidaridad protestaron durante esos años, pero la comunidad internacional se mantuvo a distancia, disimulando la fecha. Kissinger, secretario de estado de Estados Unidos, apoyó a Pinochet y sus fechorías, y fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Cuando han soplado vientos a favor de los derechos humanos, se ha intentado procesar a Pinochet, pero tanto Inglaterra como España se las han arreglado para que eso no llegue a suceder.

Ahora, 30 años después, se recuerda a Allende. Sea cual fuere el juicio sobre su gestión política, hoy se reconoce que su legado humaniza a nuestro mundo, mientras que el de Pinochet lo deshumaniza. Con retraso, pues, con silencios y reticencias -y con la bravuconada de Pinochet de invitar a su finca a 1,500 comensales- , mártires y caídos, demócratas, comunistas y cristianos, tienen ahora calendario, aunque sea muy a medias en comparación con los de las torres de Nueva York.

Los que no tienen calendario. El 7 de octubre de 2001 Bush, con la cohorte de los países democráticos, bombardea Afganistán. El 19 de marzo de 2003, con una cohorte disminuida, bombardea Iraq. En 1991 su padre ya había bombardeado a Iraq con el resultado de más de 100,000 víctimas. Las fechas son desconocidas, y más lo son las de la República Democrática del Congo: hace unos 5 ó 6 años se desató una guerra entre ejércitos africanos, animado y azuzados por potencias occidentales, que ha producido alrededor de tres millones de muertos. Pero para la comunidad internacional esos países no tienen historia ni fechas, no tienen calendario, como tampoco ponen en palabra las razones verdaderas de esas guerras: el control del petróleo, del coltán...

Y nada de eso es de extrañar, si ni siquiera se conocen e interesan las vidas de los habitantes de esos países y su pobreza, el silencio y la mentira que se cierne sobre ellos, sus logros y esperanzas, sus culturas y religiones. No forman parte de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ni de los quince de la asamblea del consejo ampliado, ni del grupo de los 7 o de los 8. Tampoco pertenecen -de manera eficaz- a la comunidad internacional, como eufemísticamente se llama al conjunto de países del planeta.

Esto ha sido así durante siglos y lo sigue siendo. Ojalá cambien las cosas. Ojalá los foros y manifestaciones produzcan luz y pongan presión sobre los poderosos. Y si no hay otra solución, que a las potencias les entre el miedo en el cuerpo para que los pobres, por lo menos, tengan calendario.

Sí lo tienen ante Dios, Padre y Madre de niños, mujeres, hombres y ancianos de Iraq, de Afganistán, de Africa. Los que tienen calendario no entienden de esas cosas, pero no por ello deja de ser verdad que los nombres de tantas víctimas que han quedado sin nombre están escritos en el libro de la vida, y que Dios los recuerda todos los días.

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Diario de Cádiz, 3 de octubre de 2003

¿TIENEN FUTURO LOS CARDENALES?

JUAN ANTONIO ESTRADA, profesor de la Universidad de Granada

Durantelos primeros mil años los cardenales eran los diáconos de las siete regiones de Roma, los presbíteros principales de sus veinticinco iglesias parroquiales o titulares, y los siete obispos sufragáneos de los alrededores de Roma, que oficiaban en la Basílica Lateranense, la catedral de Roma. Los cardenales estaban incardinados en Roma, a cuyo clero representaban. Durante los primeros mil años del cristianismo, cada Iglesia escogía a su propio obispo, con intervención del clero y las autoridades seculares, sin nombramientos papales. No hay cardenales de otras iglesias que elijan al papa ni un Obispo de Roma que nombre a otros obispos, sino que cada Iglesia tenía su propio procedimiento de elección.

Todo cambia en el segundo milenio. Si inicialmente el ser obispo era superior al cardenal, en el segundo milenio los cardenales devienen príncipes eclesiásticos, con rango superior a los obispos. El papa deviene el soberano pontífice, rey de Roma (de los estados pontificios) y monarca de la Iglesia universal, desde la reforma gregoriana. Para independizar al papado del Emperador, del que el papa era vasallo, se decreta en 1059 que sólo el colegio cardenalicio puede elegir al papa. Éste se apoya en ellos para gobernar, haciéndoles partícipes de las finanzas romanas. El colegio cardenalicio desplaza gradualmente al sínodo romano, los cardenales actúan como legados del papa en los distintos países y se comienza a nombrar cardenales a obispos de otras iglesias nacionales.

En 1241 se tiene el primer cónclave de la historia, en el que se encierra a los cardenales hasta la elección de un papa. El desarrollo de las naciones lleva a que los reyes busquen asegurarse un papa favorable a sus intereses, siendo los cardenales el instrumento para lograrlo, sobre todo desde finales del siglo XIII. El cisma de Occidente (1378-1417), con papas en Aviñón y en Roma, favorece el peso de los cardenales y su internacionalización. Las naciones católicas importantes (Francia, España, Portugal) estaban siempre representadas en el colegio cardenalicio a través de cardenales que residían en Roma.

La era dorada de los cardenales es el Renacimiento, con mayoría de cardenales italianos que devienen grandes mecenas, cabezas de familias principescas y, por igual, grandes señores y príncipes eclesiásticos que enriquecen Roma con palacios y monumentos. Muchas familias nobles se esfuerzan porque los segundones alcancen el cardenalato, entre ellos algunos hijos de cardenales y papas. La reforma pos-tridentina de Sixto V establece las competencias, número y representación de los cardenales, sus colaboradores en la curia romana. Los cardenales son creados por el papa, dependen de él y tienen las competencias que éste les asigna. Ese modelo ha permanecido hasta hoy, con algunas reformas, como la internacionalización, promovida tras el concilio Vaticano II y la fijación de un número de 120 con voz activa en el consistorio. Cuanto más centralizada está la Iglesia bajo la monarquía pontificia, más crece el influjo de la Curia y de sus cardenales en las otras iglesias, a costa de la autoridad de los obispos y arzobispos de las otras iglesias. Son los consejeros del papa y los prefectos de las congregaciones romanas.

¿Tienen futuro los cardenales? En cuanto príncipes y representantes máximos de la nobleza pontificia tienen poco, porque la Iglesia es cada vez más consciente de que el peso histórico de la monarquía pontificia se ha alejado de los orígenes del cristianismo. El boato principesco es poco compatible con el evangelio. Juan XXIII subrayaba, con razón, que el esplendor de la aristocracia hoy aleja de la Iglesia en lugar de entusiasmar al pueblo. El ateísmo y la increencia tienen raíces eclesiales, entre las que se cuenta el talante señorial de algunas autoridades eclesiásticas. En cuanto colaboradores creados y escogidos por el papa tendrán que adaptarse a la necesaria reforma del papado, pasando de la monarquía pontificia, todavía reinante, a un papa que preside la colegialidad de los obispos. La iglesia del futuro pasa por una mayor autonomía de las iglesias nacionales y locales, por una reforma en profundidad de la curia romana y por un primado papal, centrado cada vez más en los asuntos de la unidad de la Iglesia y menos por el gobierno ordinario de todas las iglesias.

Los cardenales pueden desaparecer, no pertenecen a la constitución fundamental de la Iglesia. Hay que devolver a los obispos el rango que tenían en el primer milenio, hoy devaluado. Sin embargo, los cardenales podrían asumir un papel importante como representantes de iglesias principales: actuar colegialmente con el papa, participar activamente en los sínodos y reuniones importantes y defender la pluralidad y autonomía de todas las Iglesias. No hay que olvidar, además, que los papas que han creado a los cardenales, pueden cambiar en el futuro la composición del colegio cardenalicio, que podría abarcar a muchos más miembros, incluidos algunos que no fueran obispos. Desde un punto de vista ecuménico, el cardenalato es una institución anacrónica y refleja la concentración de poder en el papa, que es inaceptable para ortodoxos y protestantes. Su pervivencia depende de su transformación, ineludible en función de la unión de los cristianos, de la colegialidad episcopal y la promoción de las iglesias. Hay que cambiar el cardenalato en favor de una Iglesia evangélicamente más creíble, con un rostro más sencillo y cercano a los pobres, que el señorial y principesco de la historia cardenalicia.

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ECLESALIA, 9 de octubre de 2003

IGLESIA Y HOMOSEXUALIDAD

LUIS, un católico

ZARAGOZA.

La asociación de gays y lesbianas de la Iglesia Anglicana (LGCM) ha organizado una conferencia en Manchester, del día 24 al 26 de octubre de este año, apoyada por el Primado de la Iglesia de Inglaterra, el Arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, en la que obispos, ministros, teólogos, teólogas, profesores y profesoras universitarios se reunirán con gays y lesbianas de la Iglesia Anglicana de todo el mundo para escuchar sus experiencias en un ambiente en el que aparentemente nadie los va a juzgar. El actual Arzobispo de Canterbury es un hombre abierto y tolerante que desea una Iglesia inclusiva en la que no se elimine a nadie por razón de su sexo, raza u opiniones. Ha mandado el siguiente mensaje a los participantes de la Conferencia:

 "The Anglican Church has committed itself to listening widely - including listening to the experience of lesbian and gay people. I very much hope that conferences and consultations like this one will help that listening and mutual questioning to happen in an honest and constructive way, as the Church reflects on what its lesbian and gay members are saying."

(La Iglesia Anglicana tiene el compromiso de escuchar la mayor variedad posible de experiencias, incluidas las de gays y lesbianas. Espero de verdad que conferencias y consultas como ésta ayuden a que surja la escucha mutua y la reflexión de manera constructiva, al igual que la Iglesia reflexiona sobre lo que dicen los gays y lesbianas que pertenecen a esta Iglesia).

Cuando se leen palabras como éstas, uno no puede por menos que comparar la actitud abierta, comprensiva y fraternalmente cristiana de Rowan Williams con el legalismo inflexible y despiadado, la dureza de corazón y la ausencia total de amor del cardinal Joseph Ratzinger hacia sus hermanos cristianos homosexuales y lesbianas, bienaventurados de Dios porque sufren y lloran a causa de la incomprensión y la discriminación, ejercida por sus hermanos de la jerarquía católica y de miembros de la ultraderecha neonazi; bienaventurados de Dios porque tienen hambre y sed de justicia y todavía les queda casi todo para estar saciados; bienaventurados de Dios porque a la violencia ejercida contra ellos durante siglos y siglos de represión legal, social y religiosa responden de manera no violenta, a diferencia de los fundamentalistas de ésta y otras religiones; bienaventurados de Dios porque forman parte de aquel grupo que tanto amaba Jesús: los pobres, los desclasados, los marginados, los que no pueden apelar a nadie más que a Dios. Pues Dios conoce los corazones de gays y lesbianas y no puede ir en contra de lo que El mismo ha creado para gloria suya. 

Cuánta envidia y admiración nos causa, a gran parte de los católicos y católicas, a los que nos tomamos en serio la Buena Noticia, el ver los avances que se están dando en otras ramas del cristianismo, cuyos miembros están siendo capaces de descender de sus cátedras, salir de sus sacristías, bajar de sus altares y abrirse a las realidades ineludibles del pueblo cristiano. 

Si uno lee los Evangelios con apertura y humildad se da cuenta de una cosa: Jesús odia los legalismos, la interpretación literal de las Escrituras que cargaba de normas y leyes al pueblo judío pero, en cambio, les permitía dar la vuelta a esas normas y salirse con la suya. A Jesús todo esto le saca de quicio. El no quiere fundamentalismos que alienen al hombre, ni teólogos inteligentísimos que interpreten las Lecturas para manipular a los humildes y a los que no saben. Lo importante para El es el espíritu de la Ley, no la letra. Podrá perdonar pecados muy gordos sin ningún problema pero lo que no traga es la hipocresía de letrados y fariseos. Y no nos engañemos, la Palabra de Dios, lo que Jesús nos transmitió, no lo dijo para una pandilla de judíos perfeccionistas, duros e hipócritas; nos lo está diciendo ahora y hoy a nosotros y a nuestra Iglesia. ¡Es necesario que nuestra Iglesia cambie su corazón de piedra por uno de carne y que reconozca que de cara a gays y lesbianas se está aplicando la Ley al pie de la letra, de manera implacable, al igual que hicieron en su momento letrados y fariseos con los que no eran como ellos! 

Y es que, como muy bien decía Jesús, "si comprendierais lo que quiere decir corazón quiero y no sacrificios, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque es señor del sábado el hombre" (Mat 12:7-8). "Corazón", es decir, comprensión, apertura, amor, y "no sacrificios", es decir, no destrozar vidas humanas, ni hacer sufrir lo indecible a otros, para justificar normas escritas hace dos o tres mil años. 

A mí siempre me hacen sonreír los argumentos en contra de la homosexualidad sacados de la Biblia. Parece que en lo referente a este tema siempre hay que tomarlo todo al pie de la letra, mientras que en otros temas se puede interpretar más libremente. 

Todos sabemos lo que se dice en el Levítico en contra de la homosexualidad. Sin embargo, también se dice, entre otras muchas cosas, que se pueden poseer esclavos, tanto varones como mujeres, mientras sean adquiridos en naciones vecinas (Lev 25:44) y que comer marisco es una abominación (Lev 11:10), y que uno no puede acercarse al altar de Dios si tiene un defecto en la vista (Lev 21:20), etc. En cuanto al pasaje de Sodoma y Gomorra del Génesis, parece claro para la mayoría que hay un pecado contra la hospitalidad y otro de intento de violencia sexual, tan condenado por casi todo el mundo, entonces como hoy, nada que ver con las relaciones voluntarias y amorosas entre dos hombres o entre dos mujeres.

En cuanto al apóstol San Pablo, sabemos que tiene palabras muy negativas contra la homosexualidad en algunas de sus cartas, pero también dice en otro lugar que "el marido es cabeza de la mujer" y que las mujeres deben ser dóciles a sus maridos en todo (Ef 5:21-23), no diciendo para nada que el hombre tenga que ser dócil a la mujer, algo totalmente aceptado y aceptable hasta hace 50 años pero que, hoy por hoy, nadie medianamente inteligente se atrevería a defender.

También San Pablo aconseja a los esclavos que obedezcan escrupulosamente a sus amos (Ef 6:5), cuando hoy todos consideramos que la realidad de la esclavitud es algo abominable y que nadie vería como sano ni bueno que una persona esclavizada por otra la obedeciera escrupulosamente. 

Podría citar incontables pasajes de la Biblia. Sin embargo, todo lo anterior no quiere decir que el Levítico o Pablo estén equivocados. Lo que esos escritores decían tenía sentido en aquellos tiempos, en las realidades en las que vivieron, pero no ahora. Pablo incluso, en 1 Corintios, al hablar de solteros y viudas, dice: "os doy mi parecer", es decir, él cree eso pero, muy sabiamente, acepta que puedan haber otras opiniones; en lo que no tiene ninguna duda es en la historia de la Salvación porque en eso nunca podrá equivocarse la Biblia. 

Confío en que, siguiendo el ejemplo de la Iglesia Anglicana, nuestros hermanos de la jerarquía se abran a la diferencia, a lo que no entienden o les cuesta entender, y dejen que el Espíritu, que tanto desea la unión de los cristianos y que detesta las divisiones entre los seres humanos, les conduzca a la comprensión y al amor, a fin de hacer que avance el Reinado de Dios.

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ABC, 13 de octubre de 2003

TRANSPARENCIA ECLESIAL

NORBERTO ALCOVER, S.J.        

Uno de los efectos más relevantes de la reciente Cumbre de Loyola, donde los jesuitas celebraron su 69 Congregación de Procuradores y sobre la cual se ha informado puntualmente desde las páginas de ABC, ha sido la constatación de que los acontecimientos eclesiales de altos vuelos no tienen por qué resultar opacos y soportan del todo luz y taquígrafos. Día tras día, la opinión pública mundial podía descolgar de Internet los resúmenes de prensa que la misma Congregación emitía con una mezcla de sensatez y claridad llamativas. Nada negativo sucedió: las consabidas críticas llegaron de quienes eran de esperar, los silenciamientos surgieron desde ámbitos adversos de antemano, y un grupo de medios de comunicación equilibrados y respetuosos supieron informar y opinar con admirable puntualidad. El resultado final de tanta transparencia no dependió solamente de los reunidos en la casa madre de Ignacio de Loyola, porque la misma responsabilidad tuvieron los intermediarios. En cualquier caso, ha sido una excelente experiencia que acaba con el mito del silencio a ultranza como medio insustituible de salvaguardar la esencia de lo sagrado, de lo religioso, de lo lejano para los hombres y mujeres de la calle actual.

Al cabo de unos días, y como es lógico en la sociedad de las prisas y de la sustitución informativa, el recuerdo de esa cumbre loyolense se ha difuminado en el vértigo de la opinión pública. Nadie, ya, habla o escribe sobre ella. Pero en el horizonte de la actividad eclesial otros acontecimientos aparecieron, y no de relevancia menor: la presentación de la renuncia de Pedro Casaldáliga como cabeza de la Prelatura de Sao Félix de Araguaia, alcanzados los 75 años, con la inmediata aceptación por Roma; la designación de 31 nuevos purpurados por el Papa Juan Pablo II; y la inminencia de la beatificación de Madre Teresa de Calcuta el día 19 del presente octubre. Permítanme que escriba unas líneas relacionando estos tres eventos con la actitud de transparencia antes aludida a raíz de la cumbre ignaciana de Loyola.

Está claro que el Santo Padre, ahora y siempre, tiene potestad para elegir a los cardenales que mejor le parezcan para el bien de la Santa Iglesia. Está no menos claro que el mismo Santo Padre puede aceptar en el momento que juzgue oportuno la renuncia de cualquier obispo, llegado a los 75 años de edad. Y con la misma claridad contemplamos cómo una persona puede ser elevada a los altares con el impulso tan personal del Obispo de Roma, testigo fehaciente del ser y del estar del Pueblo de Dios en la historia humana. Estas tres cosas se pueden matizar desde instancias teológico/pastorales, pero son evidentes para todo cristiano/católico suficientemente formado. El problema no está aquí, si es que existe problema alguno.

La cuestión se suscita (mejor cuestión que problema) al conjugar esas tres realidades de forma interferiente, de manera que adquieran cierta correlatividad y equilibrio intrínseco en su ser y en su desarrollo. Por ejemplo, sería un ejemplo de transparencia eclesial digno de loa explicar a la cristiandad las razones específicas por las que los 31 cardenales han sido elegidos, de forma que los creyentes, todos ellos bautizados, intuyeran los caminos que la Iglesia discurre desde su última instancia terrena. Por ejemplo, constituiría un fogonazo de claridad que un personaje que ha testimoniado a Jesucristo de manera tan intensa y diáfana como Pedro Casaldáliga, inspirador de tantas vocaciones misioneras contemporáneas, alcanzara la dignidad del cardenalato. Por ejemplo, provocaría enorme luminosidad que, junto a exaltaciones como la de Teresa de Calcuta, surgieran estas otras complementarias de personas que no han sido menos eximias en su caridad, como Mons. Romero, como los obispos Girardi y Duarte, como los religiosos y religiosas asesinados en África por proclamar la bondad y la justicia del evangelio. Es decir que, la transparencia de una Iglesia del todo coherente en sus acciones y en sus explicaciones alcanzaría cotas admirables en la medida que provocara noticias de este calibre, perfectamente inteligibles para el hombre y la mujer actuales.

Escribir estas cosa, por otra parte, para nada debiera producir molestia, incomodidad o desazón en los lectores: ni se trata de discrepancia, ni mucho menos de disidencia, esa palabra que tanto gustan algunos de lanzar como arma arrojadiza a la menor sugerencia en el seno de la Iglesia. Se trata de participar del esfuerzo por provocar transparencia eclesial en todos los órdenes, siguiendo la consigna de Jesucristo al recomendarnos que lo oculto en los corazones se proclame desde los tejados. Y comunicando, además, credibilidad social al cuerpo eclesial en esta sociedad de la información y de la correlativa opinión. Donde si uno no produce transparencia, son los demás quienes te la regalan, tal vez con menor presión y objetividad. Como tantas veces había pasado con los miembros de la Compañía de Jesús reunidos en congregación.

Desde aquí, el deseo de que nuestra Iglesia, e insisto en lo de nuestra, aparezca ante el mundo como una realidad luminosa y del todo creíble. Tanto en el hecho de transparencia como en el correlativo de tomar aquellas medidas que la hagan más comprensibles ante una sociedad expectante. Por ahí, piensa uno, discurre precisamente la Nueva Evangelización.

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ECLESALIA, 14 de octubre de 2003

TERESA DE CALCUTA Y MARY WARD

MARÍA PABLO-ROMERO, IBVM

En Septiembre de 1997, la muerte de la Madre Teresa de Calcuta conmovió al mundo entero. Lo que pocas personas sabían entonces es que aquella gran mujer había sido una de la más fieles hijas de Mary Ward, fundadora del Instituto de la Bienaventurada Virgen María (IBVM), conocido en España como Madres Irlandesas y en el mundo como “Loreto Sisters”.

Efectivamente Agnnes Gonxha Boyagui, hija de padres albaneses, nació en Skopje (Yugoslavia) en 1910 y desde muy joven deseó ser misionera en la India. Aconsejada por un jesuita que conocía la dimensión misionera del IBVM dejó su Skopje natal para entrar en el noviviado del instituto en Loreto Abbey, Dublín, el 12 de octubre de 1928 tomando el nombre de Teresa. En diciembre de ese mismo año fue enviada, según sus deseos, a la India e hizo sus votos en Darjeeling el 25 de mayo de 1931. Al terminar el noviciado fue enviada a Calcuta a trabajar en St. Mary´s School. Este colegio era un internado para niños huérfanos, abandonados, que se sostenía con la protección y ayuda del gobierno y de donaciones particulares. Sus compañeras la describen como una mujer entregada, que no escatimaba esfuerzos para darse desinteresadamente con gran generosidad. Mujer de profunda oración y firmeza en sus decisiones, unido a un gran sentido del humor y agudeza de ingenio.

Después de 17 años dedicada a la educación en los distintos colegios que las “Loreto Sisters” tienen en Calcuta, se despertó en ella su segunda vocación: vivir entre los más pobres. Era la época del hambre en Bengal y en aquellos años de miseria extrema mucha gente se había marchado de Calcuta quedando en la ciudad solo los más miserables. En 1948, obtenido el permiso de la Madre General, Teresa se va vivir a los barrios más pobtres de Calcuta, vistiendo el conocidísimo sari blanco.

Las Loreto Sisters mantuvieron siempre estrecho contacto con ella, y de hecho sus primeras compañeras fueron antiguas alumnas de sus colegios y con ellas precisamente fundó la nueva Congregación de “ Las Misioneras de la Caridad”. Las fue formando en la espiritualidad y valores que ella había recibido en el IBVM. De Mary Ward, a quien ella siempre veneró de forma especial, dijo: “Mary Ward es un regalo de Dios a la Iglesia y al mundo, pues trajo, especialmente para la mujer una nueva dimensión. Hizo posible a principios del siglo XVII que la mujer se educara y se preparara para desempeñar un nuevo roll en la Iglesia y en la sociedad”. De si misma afirmó: “en mi corazón soy una hija de Mary Ward y de su Instituto”.

Al morir, y por deseo propio, Teresa volvió a su querido Loreto, reposando en la Iglesia de Santo Tomás. Allí las hermanas el IBVM junto a las Misioneras de la Caridad, velaron su cadáver noche y día durante una semana. Y volvió a Loreto porque todas sintieron que era justo que la última despedida de la Madre Teresa tuviera lugar en la misma iglesia donde ella había empezado su caminar misionero y donde, a su vez, el IBVM. había iniciado su andadura misionera en la India en el año 1841.

En el libro “La Jesuita: Mary Ward”, cuya biografía ha sido publicada recientemente en España, se nos presenta la vida de esta gran mujer inglesa de York que se atrevió a fundar en 1609 una orden de corte moderno siguiendo el espíritu y las constituciones de Ignacio de Loyola. Condenada por la Iglesia con Bula Pontificia, y encarcelada por la inquisición, ha sido víctima hasta nuestros días de la incomprensión y el olvido.

Tengo la alegría hoy de recordar cómo Teresa de Calcula la amó y sintió toda su vida unida entrañablemente a Mary Ward como hija y seguidora de sus ideales y compromisos. Por dos veces Teresa de Calcuta le pidió al Papa Juan Pablo II que acelerara la beatificación de Mary Ward. Antes de morir en 1997 le escribía a la Madre Immolata Wetter (la religiosa del IBVM que lleva el proceso de su beatificación), las siguientes líneas enviadas al Papa: “Querido Santo Padre: en mi presente estado de salud y en medio de las deliberaciones de la Congregación General me vuelvo de nuevo a Su Santidad para rogarle encarecidamente que ayude a la Causa de la Madre Mary Ward. Estoy muy agradecida a Mary Ward y a su Instituto de la Bienaventurad Virgen María (Loreto Sisters) por mi primera vocación; de ahí que insista en mi deseo de que podamos pronto celebrar la beatificación y canonización de Mary Ward. Esta mujer apostólica puede ser un gran signo para nuestros tiempos. Su nombre es bien conocido en el mundo entero y mujeres y jóvenes acudirían más fácilmente a ella para seguir su ejemplo si su Santidad la colocase oficialmente entre las santas de nuestra Iglesia. Sigo muy agradecida por todo lo que en adelante pueda hacer por su Causa…”. T.C.

El 20 de diciembre de 2002 fue promulgado y firmado el decreto de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta por el Papa Juan Pablo II, confirmando las virtudes en grado heroico de la Madre Teresa que ya en vida gozada de un sólida fama de santidad en todo el mundo. Esto fue barajado como causa de beatificación con la fuerza de una “aclamación popular” que pasa por encima de cualquier milagro.

Hoy a las puertas de su beatificación que Dios mediante acaecerá en Roma el 19 de este mes ( 0ctubre de 2003) le pedimos a la beata Teresa de Calcuta, que este deseo se haga realidad pues ahora el empujoncito lo puede tener más seguro.

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El Periódico, 16 de octubre de 2003

25 AÑOS ALEJÁNDOSE DEL CONCILIO VATICANO II

Juan Pablo II ha acosado a los sectores aperturistas de la Iglesia,
pero deja un mensaje social que para sí quisiera la izquierda actual

JOSÉ MARÍA MARDONES, investigador del instituto de filosofía del CSIC

El papa Juan Pablo II cumple 25 años de pontificado. Además de san Pedro, sólo le han sobrepasado en longevidad en nuestros tiempos Pío IX y León XIII. Un periodo tan largo y tan lleno de vicisitudes para el mundo como el transcurrido desde aquel 16 de octubre de 1978, fecha de su elección, se presta a un balance rico en acontecimientos y controvertido en la valoración.

Sabemos que su elección fue un intento de buscar una salida entre los candidatos de los dos sectores eclesiales enfrentados en el Concilio Vaticano II. Karol Wojtyla, cardenal arzobispo de Cracovia, provenía de una Iglesia y un catolicismo resistentes al marxismo y, aunque cauteloso y moderado en sus intervenciones en los sínodos de los obispos, pertenecía a la minoría conservadora del concilio.

Este papa pronto mostró los rasgos que han caracterizado su pontificado. En primer lugar, un ministerio concebido al servicio del anuncio de la fe, el sostén y aliento de los creyentes. Desde sus primeras intervenciones, llamaba a no tener miedo en un mundo en el cual el avance de la secularización parecía imparable.

En segundo lugar, sus viajes apostólicos, más de 100, quizá el hecho más llamativo de su pontificado, le han convertido en un papa populista y mediático. Ha sido muy subrayada su capacidad para estar ante las cámaras y enardecer a las masas. La valoración de esta cuasi omnipresencia papal es muy ambivalente: para unos, es un gran activador del catolicismo; para otros, ha conducido a un liderazgo papal tan excesivo que ha oscurecido el papel de los obispos.

En tercer lugar, su línea de gobierno ha potenciado el centralismo vaticano en un intento de asegurar la unidad e identidad del catolicismo, amenazado por el pluralismo de interpretaciones teológicas y morales. En pro de la realización de este objetivo, ha tomado unas medidas que marcan la política de su gobierno eclesial. Es conocida, por ejemplo, su llamativa política en la aceptación de las dimisiones cardenalicias, llegados los 75 años: así aceptó rápidamente la del arzobispo de Milán Carlo Maria Martini, considerado aperturista, y no las de sus colaboradores, el español Eduardo Martínez Somalo, Joseph Ratzinger, su asesor teológico, o Angelo Sodano, secretario de Estado desde 1991. O, para visualizar esta política de dimisiones en el caso español: fue aceptada relativamente rápido en el caso de Vicente Enrique y Tarancón, considerado liberal, y se ha alargado en los de los cardenales Ángel Suquía y Ricard Maria Carles.

Este indicador apunta ya hacia una concepción del gobierno de la Iglesia que se aparta del impulsado por el Vaticano II, tendente más a una mayor responsabilidad colegial de los obispos con el Papa. En vez de esto, el papado de Juan Pablo II ha fortalecido la función de la curia, de los nuncios y, con el nombramiento de los obispos, ha establecido una jerarquía eclesiástica de tendencia restauracionista.

Este papado está marcado por un clima de sospecha, delación y conflicto con los teólogos aperturistas. En el fondo yace una concepción del pensamiento teológico no como actualizador de la fe cristiana en las circunstancias culturales y sociales de hoy, sino como comentarista de las enseñanzas del Papa. De nuevo el magisterio papal adquiere una relevancia tal que devora cualquier otra actividad.

La amplísima enseñanza papal durante estos 25 años queda reflejada en numerosas encíclicas. Se ha señalado repetidamente su actitud valiente frente a la paz del mundo y una orientación muy abierta en lo social y cerrada en las cuestiones relativas a la sexualidad y la vida. Sus encíclicas sociales, como la Sollicitudo Rei Socialis (1987) y Centessimus Annus (1991), defienden una concepción del trabajo y efectúan una crítica a los abusos del capitalismo y del neoliberalismo que ya quisieran hacer hoy los partidos de izquierda. Sin embargo, la concepción de la "naturaleza humana" que sostiene en los temas de sexualidad conduce a un rigorismo que la mayoría de los fieles no sigue. Este divorcio entre la moral señalada y la practicada es una de las mayores escisiones de la Iglesia católica.

Su proyecto de "nueva evangelización" le ha llevado a apostar por los llamados Nuevos Movimientos Eclesiales (Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Legionarios), de religiosidad interiorista y poca sensibilidad social, frente a las órdenes de religiosas y religiosos mucho más proféticos.

Un papado muy largo, que ha visto y propiciado el desmoronamiento de la URSS y asiste al desordenado y conflictivo mundo actual. Deja una fuerte impronta en la Iglesia católica y, mirando ya a su fin, deja muchos interrogantes e insuficiencias a su sucesor.

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La Nueva España, 27 de octubre de 2003

LA IGLESIA EN LA QUE CREO

CARLOS JOSÉ MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, músico

Puede que les parezca raro que un músico que comparte y reparte su tiempo entre la música coral, la docencia y la composición se detenga a gastarse en unas líneas prestadas, y así, sin casi venir a cuento, abrir el corazón, las ganas o lo que sea, y hacerles partícipes de lo que cree a estas alturas del partido vital. Pero no podía ser de otra manera, ni en mejor momento que el cumpleaños del papado de Juan Pablo II, sumado a la beatificación esperada - que no necesaria, porque si de algo estamos seguros los que tanto la esperábamos era precisamente de eso: saber que los pobres, los desheredados, los moribundos y los famélicos de esta deteriorada y hermosa tierra no necesitaban a otro santo en los altares, otro nombre en los calendarios- y compartida de la madre Teresa de Calcuta, frente a esa otra Iglesia, que respeto, admiro, quiero y critico, más preocupada en las formas, en los números, en los apellidos, en las procedencias, en el gesto, en los acentos, el instrumento musical, el género, o lo que sea.

Creo en una Iglesia sencilla, sin tanta burocracia, sin escotes ni anclajes, clara, con un lenguaje sencillo, con palabras apropiadas, precisas, valientes, consoladoras, animosas y comprometidas. Creo en una Iglesia cercana, de puertas abiertas, sin horario, sin pases especiales ni carnés de filiación a éste o aquel sector. Próxima a las preocupaciones de los ciudadanos, de los que entran en sus templos y los que se quedan fuera esperando a que alguien pronuncie su nombre y les invite a entrar, amiga y entrañablemente. Creo en una Iglesia valiente, capaz de denunciar lo que nos separa a los hombres, lo que daña nuestra moral, nuestra integridad y dignidad humanas; barbaridades como los genocidios consentidos, las guerras aplaudidas, el olvido de pueblos enteros, la marginación cultural, la política abusiva y alejada de la realidad, despreocupada por la mujer y el hombre, por la educación de sus jóvenes. Una Iglesia sin miedo al qué dirán, dispuesta a soportar la crítica y a caminar con su pueblo, a un tiempo, no a destiempo, aceptando cada novedad como un regalo, cada descubrimiento como un empeño y cada empeño como esperanza. Una Iglesia de mujeres y hombres, que mire a los ojos; una Iglesia universal en medio de un mundo cada vez más cercano y cada vez más alejado de lo que realmente nos acerca, nos iguala. Creo y espero en una Iglesia profética, para ser voz de los sin voz, para los que mueren a diario víctimas del olvido, el hambre, el dolor, el terror, la violencia; los sometidos, los explotados, las prostituidas, las esclavizadas; que denuncia en cualquier lengua, con cualquier código y ante cualquier circunstancia la opresión, la injusticia y la desigualdad, el robo, el sometimiento y la frustración de los que a diario son silenciados para que precisamente la denuncia, el grito, no se oiga.

Creo en una Iglesia que ríe y llora con los que así lo hacen. Una Iglesia fiel al mandamiento del amor, comprensiva y capaz de dar respuesta a los nuevos retos, sin vergüenza, sin complejos, sin metáforas ocasionales, sin miedo. Creo, como la madre Teresa y tantos miles y miles de hermanos, amigos, que la utopía puede dejar de serlo si todos apostamos y luchamos por esta Iglesia que amamos, sabiendo que tenemos la urgente tarea de ser inconformistas. En buena hora.

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ECLESALIA, 29 de octubre de 2003

SIRO LÓPEZ  > <  CUERPO Y SANGRE

Introducción al libro

SIRO LÓPEZ

Pesadilla narrativa:

Tengo la sensación de que los sacerdotes hemos hecho de la “Mesa compartida” lo que las empresas de hoy en día, han hecho con la fruta. Nos hemos servido del fruto de la vida para comercializarlo de forma etiquetada y perfectamente embalada.

Cuando llega a la boca de alguien un supuesto fruto, éste ya ha perdido todo su sabor. Por fuera tiene una imagen inmaculada, perfecta, recién salida del paraíso. Genéticamente se han eliminado sus semillas; siempre resultaron molestas y peligrosas. Apenas hemos dejado que los rayos del sol lleguen a la piel, no sea que madure unida al árbol y corra el peligro de desprenderse. Por si fuera poco, bautizamos continuamente los frutos con sulfatos para impedir la hospitalidad a otros mal queridos inquilinos, llámense gusanos o mariquitas.

No se duda en introducir la fruta en congeladores a bajas temperaturas, para que una vez lleno el depósito se pase a clasificarlo por peso y tamaño. Son desechadas las que creativamente han desarrollado otras formas y colores que no se corresponden con el canon establecido.

En cambio, aquellas que han superado la prueba son impregnadas de brillo y sello. Una vez encajonadas, son bellamente precintadas con precio de salida. ¡Están preparadas para alimentar al pueblo !

Sin embargo…, añoro los días de mi infancia en los que, junto a mis amigos, podía saborear la fruta madurada en el árbol.

Si nuestras iglesias se vacían, no acusemos a nuestros fieles de cambiar de dieta; más bien, preguntémonos… qué hemos hecho del Dios de la vida.

Tras ver y contemplar una exposición en el "Museo Nacional de Arte Reina Sofía" (Madrid), con la mente hurgada por preguntas sin respuestas, me vino al corazón una imagen: un cáliz y el símbolo de la arroba (@). En principio ni sabía el porqué ni quise conceder importancia al asunto. Al cabo de dos días, acudieron a mí más imágenes que coincidían en una misma cosa: todas abordaban el tema de la eucaristía. Ya no me podía resistir. Me puse a trabajar… fascinado por la fuerza de lo simbólico. Durante varios meses estuve consagrado a la elaboración de los bocetos, fotos y diseños. Mis preguntas -más que expresadas- estaban siendo azuzadas y exprimidas por imágenes.

Me preguntaba si cuanto tenía ante mí era un conglomerado de símbolos, un tratado de teología sacramental o una campaña publicitaria. Comencé a contrastarlo con diferentes personas: amigos, jóvenes, teólogos… Todos coincidían en sentirse sorprendidos e interpelados. Algunas imágenes se abrían paso, lograban adentrarse, intimar, demandar, transgredir, profundizar… No obstante, otras permanecían ocultas.

Surgió entonces la idea de buscar diferentes personas que escribiesen un texto a cada imagen. No se trataba tanto de comentar cuanto de escribir a partir de la imagen. Las condiciones: máxima libertad y no más de una página por extensión. Para muchos de los autores, curiosamente, las dificultades mayores surgieron con la segunda cláusula; arrastrados, habrían querido escribir todo un artículo a partir -a raíz- de la imagen. El dato quizá termine por remitir a un segundo proyecto.

Las imágenes junto con los textos pretenden ser un material de reflexión, de meditación, de renovación, de desecho, de crítica, de frescura…

Siempre me he sentido interrogado, preocupado e interpelado por cuanto me rodea y configura la celebración de la eucaristía. Las iglesias se vacían y seguimos sin reaccionar. Hemos pervertido -con precio y normas- lo que no es otra cosa que amor compartido. ¿Qué nos sucede para que algo tan vivo lo anunciemos como muerto? ¿Cómo podemos afirmar que la eucaristía es el acto central de nuestra vida cristiana, sin que suceda nada que lo confirme? Hemos consentido y allanado el paso a roedores que -con el formulismo, la jerarquía y jerarquización, la exclusividad y el tedio…- han cercado la viña de la nueva vida.  De ese modo, la carcoma de la rutina ha prostituido lo más sagrado.

Necesitamos abrir las ventanas para que entre un aire fresco, respirar de nuevo el Ruah que nos inspire, ser comunidad en comunión, escuchar la palabra profética con una fe renovada, buscar al hermano hambriento para compartir el pan y dar gracias a Dios sin descanso. ¡No es poco! Necesitamos…

Necesitamos encontrar alguien a quien amar,
Alguien con quien compartir,
Alguien con quien cenar,
Alguien con quien celebrar.
Necesitamos celebrar
para sentirnos vivos,
para amar,
para creer,
para crear.
Necesidad tenemos,
Dios,
te necesitamos.

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