22 - Julio, 2003. Replantear               

 

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Reinado Social

07/03

SABER TRABAJAR Y DESCANSAR

Emma Martínez Ocaña

ECLESALIA

21/07/03

VIVIMOS EN UN MUNDO ANTIÉTICO

Fernando Bermúdez

La Vanguardia

22/07/03

CLASE DE RELIGIÓN

José Ignacio G. Faus

ECLESALIA

29/07/03

CARTA ABIERTA A ALGUNOS PASTORES DE LA IGLESIA

Jesús Herrero Estefanía

Boletín Salesiano

07-08/03

UN DIOS PEQUEÑITO

Siro López

Misión Joven

07-08/03

¿POR DÓNDE VAN LOS TIROS?

Pedro José Gómez

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Reinado Social, Nº 857, julio de 2003

SABER TRABAJAR Y DESCANSAR

EMMA MARTÍNEZ OCAÑA, teóloga y psicoterapeuta individual y de grupo. Profesora de Psicología Religiosa en el Instituto de Ciencias Religiosas y Catequéticas San Pío X.

El pueblo judío expresa en este texto su aprecio del sábado como día de descanso, como un modo de dar culto a Dios y la mejor manera de expresar su valoración e importancia. Con ello nos dice que Dios quiere que aprendamos, como Él, a trabajar y descansar.

Tengo que reconocer que yo no he recibido una buena formación cristiana en relación al descanso. He escuchado mucho la importancia del trabajo como tarea espiritual, como lugar de realización del Reino en este mundo, como camino de realización y como modo de colaborar en la construcción de un mundo más justo... Pero ¿cuándo se nos ha predicado que el descanso es también un lugar de construcción del Reino, una experiencia espiritual? Como mucho era algo que necesitamos para “reponer fuerzas”, para volver a trabajar. Lo cierto es que no sabemos, o al menos yo no sé, vivir con igual densidad humana y religiosa el trabajo que el descanso.

Es impresionante saber que en Japón se está produciendo un fenómeno denominado keroshi: “la muerte por trabajar más de la cuenta”. Yo te invito a ti lector/a a que te preguntes si no estás, no estamos tan lejos de caer también en esa enfermedad del exceso de trabajo por razones “muy sublimes”, o incluso enganchad@s en la experiencia real de estar trabajando en realidades que nos permiten el privilegio de unir trabajo y placer. Pero saber descansar es importante.

¿Qué es saber descansar cristianamente? Es hacer de los días festivos, de las vacaciones, un tiempo para romper el ritmo cotidiano y entrar en una dinámica distinta privilegiando las relaciones que nos construyen y alimentan; darnos tiempo para el encuentro con nosotr@s mism@s, con l@s otr@s y con Dios; para la acogida reposada y gozosa del sol y la brisa como caricias que nos llegan del Dios de la Vida, abrir los oídos para disfrutar de la música, del juego y del humor, de tiempos de soledad sonora, tiempos para la lectura saboreada, el paseo y el deporte... Y todo ello como experiencia espiritual.

¿Cuándo nos han enseñado a contemplar a Dios descansando, disfrutando, gozando? ¿Cuándo nos han mostrado la vinculación Dios-placer, Dios-eros*, Dios descanso? No, eso fue, y para muchas personas sigue siendo, peligroso, si es que no es considerado blasfemo.

Parece que Jesús, el Hijo amado, supo equilibrar en su vida, por los pocos datos que nos dan los Evangelistas, el trabajo agotador y el descanso y el disfrute de la amistad. Betania ha quedado ahí como un testigo de esa experiencia. La llamada de Jesús a los suyos a retirarse y descansar con Él sigue vigente para sus seguidores de ayer y de hoy.

De todos modos, no quiero terminar estas líneas sin traer delante de nuestra mirada a quienes nunca pueden descansar porque los hemos convertido en esclavos nuestros, mano de obra barata, allá en los terceros mundos que no vemos, o en nuestros cuartos mundos. Aún no hemos socializado ni el trabajo ni el descanso y mientras esto sea así la construcción del Reino espera su oportunidad.

Como final os regalo esa bella oración de un himno vespertino:

“¿Cómo te encontraremos al declinar el día si tu camino no es nuestro camino?

Detente con nosotros, la mesa está servida, reciente el pan y envejecido el vino...

Quédate con nosotros la tarde está cayendo“**

*JACOBELLI, M.C.Risus Paschalis. El fundamento Teológico del placer sexual. Planeta, 1991.

**BLANCO VEGA, J. L. Y tengo amor a lo invisible. Sal Terrae,1997, 157.

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ECLESALIA, 21 de julio de 2003

VIVIMOS EN UN MUNDO ANTIÉTICO

FERNANDO BERMÚDEZ LÓPEZ, coordinador del programa de derechos humanos del obispado de San Marcos

SAN MARCOS (GUATEMALA).

La guerra a Irak ha puesto de manifiesto de carencia de ética en la humanidad, o mejor dicho en los líderes de las naciones, sobre todo en aquellos, como Bus, Blair, Aznar, Belusconi... que, haciendo caso omiso a las leyes internacionales y al clamor de millones de seres humanos en todo el planeta, se lanzaron o aprobaron esta criminal invasión, no importándoles el dolor humano que esta invasión generaría.

El pretexto para la invasión de Bush y sus lacayos era que Irak tenía armas de destrucción masiva. Se ha comprobado que Irak no tenía estas armas. El verdadero objetivo ha sido apoderarse de las reservas de petróleo a costa de la sangre de los iraquíes.

Sin embargo, se está sospechando que Estado Unidos utilizó armas de destrucción masiva en Irak. El coronel Amadeo Martínez, del ejército español, versado en armamento nuclear, escribe:

“USA habría echado mano de ingenios nucleares tácticos de “reducida potencia”, a partir de bombas de neutrones que anulan todo tipo de vida orgánica dentro de su radio de acción, sin afectar para nada las infraestructuras militares...

30.000 soldados iraquíes con 700 tanques defendían el aeropuerto y otros 40.000 defendían Bagdad. La aviación aliada, alertada por sus satélites y dirigida por toda la parafernalia tecnológica ya conocida, inicia una orgía de fuego contra las columnas acorazadas y mecanizadas que defienden la terminar aeroportuaria...

El fulminante ataque de la aviación norteamericana no ha podido ser con armas convencionales. Ninguna arma convencional existente, incluidas las mortíferas bombas de racimo, podrían haber causado tal mortandad. La totalidad de los 40.000 soldados iraquíes que defendían el aeropuerto fueron aniquilados, fulminados, sus cuerpos se volatilizaron...

Los iraquíes eran suficientes para expulsar a los invasores estadounidenses. Por eso Estados Unidos tuvo que bombardearlo desde el aire con lo que podría ser un nuevo arma nuclear, aniquilando a todo ser orgánico... Ni los esqueletos han aparecido por el momento. Fueron cinco divisiones de tropas de élite iraquíes (70.000 soldados) desaparecidas, incineradas, masacradas desde el aire con la última tecnología de la destrucción masiva made in USA. Ahora ya se explica uno las palabras de Bush, Blair y Aznar cuando afirmaban que la guerra iba a durar poco. Algún día se sabrá con exactitud lo que ha pasado en Irak”.

Quienes usaron el pretexto de que Irak tenía armas de destrucción masiva, son quienes, según apuntan las investigaciones, las utilizaron contra este país. Hoy Irak está destruido. Sus gentes viven en la más completa humillación. Las Hermanas Dominicas de Irak nos dan testimonio de lo que allí está pasando:

”No hay gobierno, todo está destruido o paralizado, no hay dinero, no hay trabajo, no hay electricidad, no hay agua, no hay comida, no hay medicinas, no hay medios de comunicación... La población se está muriendo de hambre. En un país tan rico de petróleo, no hay petróleo para la gente, no hay gas para cocinar, no hay gasolina para el transporte. Nos enteramos que el petróleo está en manos de la coalición. Está claro que lo único que quería Estados Unidos era el petróleo; no le importa nada la gente... La población está diciendo que sería mejor que Saddam Hussein regresara. Un mal gobierno es mejor que lo que vivimos. A los iraquíes no les gusta los estadounidenses y quieren que se vayan. En algunos lugares los cristianos están en peligro, puesto que el chiísmo los identifica con los occidentales, es decir, con los norteamericano”.

En este sentido se expresa también el monje benedictino Manuel Ni, consultor del Papa en la Congregación de las Iglesias orientales:

“Antes, en Irak había una dictadura. Pero era uno de los países árabes más desarrollados. Sus carreteras, escuelas, universidades y hospitales eran testimonio de ello. Saddam levantó a ese país. Su delito fue la represión que desató contra los opositores políticos. Irak ahora está destruido. No hay nada. Sólo hay hambre, miseria y enfermedad, muchas epidemias, multitud de gente, sobre todo niños, siguen muriendo a consecuencia de las heridas provocadas por los bombardeos y, lo que es más triste, los efectos del uranio de las bombas norteamericanas está produciendo enfermedades extrañas, que algunos dicen que es cáncer de piel. Es un desastre lo que hicieron los americanos y los ingleses. Es algo inconcebible a estas alturas de la humanidad. A ellos sólo les importaba el petróleo”.

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La Vanguardia, 22 de julio de 2003

CLASE DE RELIGIÓN

JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, responsable académico de Cristianisme i Justícia

La clase de religión vuelve a saltar al campo, como si fuera una de esas sustituciones que hacen los entrenadores para “reforzar” alguna línea del equipo. Y, sin embargo, el problema de la clase de religión no puede estar al albur de qué partido gobierna. Debería ser objeto de un pacto ente todas las fuerzas políticas y con carácter definitivo. Como comentaba hace días Alfredo Abián en este mismo diario, otros países (Alemania, Holanda, Inglaterra o Italia) lo han resuelto hace tiempo. Y España no debería empeñarse en ser aquí aquella “luz de Trento” con que quiso definirla Menéndez y Pelayo, y que hoy está como la canaria “farola del mar”, que “esta noche no alumbra porque no tiene gas”.

Sin pretender ofrecer soluciones (que deberán ser encontradas entre todos), sí quisiera brindar algunas informaciones sobre el momento oscuro en que este problema ha vuelto a replantearse.

1. Para mentalidades más laicas recomendaría lo que dice sobre el tema el “rojo” Régis Debray en su libro “Dieu un itinéraire”. Como el hecho religioso siempre se da (y sólo se da) encarnado en una determinada cultura, no se puede prescindir olímpicamente de él sin mutilar parte de la propia herencia y de la propia identidad cultural. Sería algo así como no enseñar catalán, euskera o gallego a niños de esas nacionalidades, porque hoy el castellano o el inglés son más útiles y “ayudan más a abrirse camino”. Esto vale tanto para creyentes como para no creyentes.

2. Para gentes cristianas, y en cuanto a textos de religión, puedo dar fe de la siguiente anécdota. Algunos grupos de profesores que están tratando de redactar unos textos remozados y posconciliares para la enseñanza de la religión se han encontrado con que la Conferencia Episcopal les hacía observaciones como las siguientes. Una lista de autores “malditos” a los que no se debe citar nunca. Póngase al final de cada tema o subtema una cita del catecismo de la Iglesia católica. Quitar una frase de Emma Bonino (que hablaba de valores humanos, etcétera), porque esta señora se ha confesado abortista. En un dibujo sobre el cuento de Caperucita, “póngase un crucifijo encima de la cama de la abuela”...

Parece increíble; pero los autores que me las contaron me merecen más crédito que las voces oficiales que estarán obligadas a desmentir esas (y otras) anécdotas. En este contexto resulta inevitable la pregunta siguiente: lo que se pretende hoy al tratar de imponer la clase de religión ¿es facilitar una información cristiana a muchos alumnos cuyos padres podrían desearla para sus hijos? ¿O es un indoctrinamiento en una rama fundamentalista del catolicismo, que pretende excluir de la Iglesia a todas las demás líneas en ella existentes, y que más que seguidora de Jesús parece seguidora de Bush?

Sé que no son estos todos los datos que considerar, pero me parece importante que estos detalles no se desconsideren.

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ECLESALIA, 29 de julio de 2003

CARTA ABIERTA A ALGUNOS PASTORES DE LA IGLESIA

JESÚS HERRERO ESTEFANÍA

VALDIVIA (CHILE).

Estimados pastores: Me dirijo a ustedes que se hacen llamar “padres” tal vez como un hijo descarriado. No me considero hijo pródigo porque creo que nunca me alejé de la casa del único y verdadero Padre.

Mi nombre es Jesús Herrero y fui ordenado sacerdote en Valdivia por Don Alejandro Jiménez en 1992. Pertenecí a las Comunidades Adsis y mi último destino pastoral fue como asesor de la Pastoral Universitaria de Temuco.

En Mayo del año pasado, luego de un largo tiempo de crisis, tomé la decisión de abandonar el ministerio y la vida en comunidad y, poco tiempo después, me trasladé a Valdivia e inicié los trámites para obtener la dispensa y regularizar así mi situación con la Iglesia.

La dispensa llegó de Roma en Marzo de este año y, coincidiendo con ella, el Dios de la Vida nos bendijo con otra buena noticia: Elena, mi compañera, estaba esperando guagua como para confirmar la bondad y la fecundidad de un amor adulto que hemos cuidado en estos difíciles meses

Estos son los datos telegráficos de una historia que, como comprenderán, es mucho más compleja de lo señalado hasta ahora. Como creo que gozan del privilegio del tiempo y de la virtud de la paciencia, les seguiré contando para profundizar en los motivos que me mueven a escribirles.

Nací el 8 de Enero de 1963 en la ciudad de Bilbao (España) en el seno de una familia de tradición católica y profundas convicciones y experiencia religiosa.

Estudié en un colegio de los Hermanos Maristas y tuve una infancia normal viviendo con mis padres y con mis abuelos maternos.

En 1979 celebré el sacramento de la Confirmación y un año después, luego de búsquedas personales de fe, conocí las comunidades Adsis junto a las que inicié un proceso vocacional.

Habiendo finalizado los estudios de secundaria, me propusieron estudiar Teología en la Universidad de Deusto (España). Mi intención era dedicarme a la acción social por lo que prefería otro tipo de estudios pero me convencieron unas circunstancias propicias como era el hecho de que, en aquel momento los estudios de teología estaban conectados con la facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación por lo que los dos primeros años tenían asignaturas comunes y, en la práctica, era en el tercer año cuando uno debía elegir definitivamente la carrera que quería continuar. Así mismo la Teología podía servirme de formación para la labor pastoral que desarrollaba en diversas parroquias de la ciudad especialmente en el área de la pastoral de juventud.

En 1986 finalicé el ciclo institucional recibiéndome como Bachiller en Teología Dogmática con un “bene probatus”. Ese mismo año y, debido a un enamoramiento y a problemas internos de las comunidades Adsis, abandoné temporalmente el proceso vocacional reintegrándome posteriormente luego de un discernimiento en el que concluimos que mis dificultades no eran vocacionales o de fe sino de vivencia afectiva no integrada.

Con la intención de encontrar pareja dentro de la comunidad y vivir así mi vocación Adsis desde la mediación matrimonial me reincorporé con ilusión y con el ímpetu de los “conversos”.

Los superiores del Movimiento Adsis vieron en ello una entrega y dedicación apostólicas que interpretaban como una llamada del Señor a consagrarme desde el ministerio presbiteral en el servicio de la Iglesia, de los jóvenes y de los pobres.

Me propusieron desde 1987 a 1990 en varias ocasiones esta posibilidad a lo que yo me negué debido al convencimiento interno de que mi camino de servicio era otro.

Durante esos años la presencia entre los jóvenes y los pobres y el servicio en diversas iniciativas sociales y pastorales llenaban todo mi tiempo y mi corazón.

En 1990 el Movimiento Adsis decide fundar comunidades en Valdivia y Temuco y había que enviar al menos a siete hermanos. Entre los propuestos estaba yo. En la propia celebración de envío a Chile, celebré también la promesa de celibato.

El 30 de Junio de ese mismo año llegamos a Valdivia siendo recibidos cordialmente por el obispo de entonces Monseñor Alejandro Jiménez. Desde el comienzo la relación con don Alejandro fue de colaboración y sintonía. Fui conociendo los distintos agentes pastorales, al clero y a las comunidades, así como las grandes necesidades de la región y de la propia diócesis.

Mi principal dedicación en ese primer momento fueron las clases de religión en el Liceo Comercial de la ciudad así como colaboraciones formativas en el Seminario de San José y en el Centro de Teología a Distancia.

En 1991 coincidiendo con la primera visita de nuestro Moderador General, me propusieron junto con el obispo, la conveniencia y necesidad de que me abriera a la posibilidad de la Ordenación Sacerdotal.

En ese momento había 16 sacerdotes para toda la diócesis, yo tenía los estudios de Teología y la promesa de celibato y un gran entusiasmo, así que no tardé mucho en reconsiderar mis negativas de años anteriores y dije que aceptaba ordenarme.

La propia comunidad Adsis se convirtió en “ámbito de seminario” en esos meses hasta la Ordenación de diácono el 5 de Enero de 1992. La fecha para la ordenación presbiteral se fijó para el 10 de Mayo de ese mismo año. El proceso fue, pues, bastante rápido ya que entre la propuesta y la Ordenación transcurrió apenas un año.

A los pocos meses de la Ordenación Sacerdotal, en torno al mes de Septiembre, comencé a sentir un desgaste físico y psicológico notable debido al trabajo desplegado como vicario parroquial, director del Centro de Teología a Distancia, clases de religión, voluntariado social, encomiendas al interno de las comunidades, etc..

Al tiempo rebrotó la necesidad afectiva de compensar tanto desgaste y me enamoré de una hermana de comunidad. Me puse en manos de los hermanos para el discernimiento oportuno e inmediatamente viajé para España para marcar la distancia necesaria. Fueron meses de dificultad y soledad en los que en mi corazón luchaba entre dos fidelidades.

Creo que la suma de la apertura al Espíritu, el apoyo de los hermanos, la Gracia de Dios y la serenidad lograda en la distancia, hicieron posible retomar el camino emprendido un año antes y proseguir, no sin dudas y dolor, la tarea ministerial, esta vez, en Salamanca (España).

Allí permanecí desde Febrero de 1993 hasta Octubre de 2000 como vicario parroquial de Santa Marta de Tormes y como delegado de la comunidad Adsis de Salamanca.

La parroquia era extensa y a ella me dediqué especialmente desde las áreas social, de enfermos y de juventud, con ahínco y entusiasmo.

En esos años nuevamente atravesé por crisis afectivas y enamoramientos porque creo que buscaba, no tanto satisfacer necesidades instintivas, cuanto poder vivir una realidad de pareja con proyección cristiana.

En Junio de 2000 me propusieron un nuevo cambio de comunidad. Se presentaba la oportunidad de regresar a Chile, esta vez, a la ciudad de Temuco.

Mi padre había fallecido víctima de un prolongado cáncer, el 28 de Junio de 1999. Así que ahora, junto con mi madre, viajamos el 12 de Noviembre de 2000 y me integré a la comunidad y a la diócesis de Temuco.

Mis principales responsabilidades fueron las de Asesor diocesano de la Pastoral Universitaria y la de profesor en la Universidad Católica de Temuco.

La comunidad era pequeña y sin embargo la tarea pastoral desplegada era grande. Durante más de un año me entregué de nuevo al servicio pastoral con horarios y responsabilidades exigentes.

En Octubre de 2001 tomé conciencia de que estaba cultivando una amistad especial con Elena (hermana Adsis de la comunidad de Valdivia) desde que prácticamente llegué a Chile.

La distancia geográfica había permitido vivir esa amistad con normalidad sin poner en peligro la fidelidad fundamental de ambos.

Sin embargo me sentía referido a ella constantemente y brotó, con una fuerza insospechada y nueva, un enamoramiento sereno y profundo.

Paralelamente, mi personalidad ansiosa y la necesidad de compensar psicológicamente el desgaste y el cansancio del trabajo, me llevaron a encerrarme en mi mismo, a alimentarme deficientemente, a dormir poco y a fumar y a ingerir grandes cantidades de alcohol.

Ante este panorama comuniqué con algunos hermanos que la situación se me estaba escapando de las manos. Convinimos un acompañamiento espiritual y una intensificación de la experiencia orante, así como un corte total de la relación con Elena.

Durante varios meses seguí estrictamente ese plan pero sin los resultados deseados. No solo no remitía el sentimiento, sino que la voluntad lo profundizaba, nunca la margen de la fe, del seguimiento a Jesús y de la vocación Adsis, convicciones profundas de los dos y de las cuales nunca hemos renegado.

En Abril de 2002 hablé personalmente con Elena con la intención de tomar alguna decisión que resolviera esta situación. Tanto esa comunicación como la oración posterior de aquellos días me convencieron de que, a pesar del dolor que sabía que iba a causar, esta vez debía ser fiel a mi corazón y no podía continuar posponiendo una necesidad profunda que, por causas históricas y de un cierto voluntarismo, siempre había reprimido.

El 9 de Mayo de 2002 abandonamos las comunidades Adsis y dos días después transmití a los obispos de Valdivia y de Temuco mi intención de alejarme por un tiempo del ministerio presbiteral.

La reacción de los hermanos de las comunidades fue la de manifestar un profundo desacuerdo y rechazo con el consiguiente alejamiento afectivo y efectivo. Tuve, no solo que abandonar la casa, sino que me invitaron a irme de la ciudad y por consiguiente a aceptar la renuncia al trabajo de profesor en la Universidad Católica de Temuco que me había solicitado el obispo de Temuco.

Toda esto, además del dolor personal que supone tras veinte años de pertenencia al Movimiento Adsis, me obligó a trasladarme a Valdivia con mi madre, ciudad donde resido hasta la fecha.

Monseñor Sergio Contreras me escuchó acogedoramente y me pidió que reconsiderara mi decisión. En carta fechada en Mayo y dirigida a el, renuncié voluntariamente al ejercicio del ministerio.

Con una actitud de obediencia y consciente de la gravedad del caso, traté de retractarme pero, en esos mismos días, me sentí plenamente confirmado internamente en la decisión tomada de abandonar las comunidades y el ministerio y de solicitar la dispensa de celibato para, de esa manera, poder vivir honradamente las dos fidelidades que en este momento siento como reclamos fundamentales en mi vida; el amor de pareja y el amor a Cristo.

Cuando inicie lo trámites de la dispensa tuve que escribir una carta introductoria dirigida al obispo de Roma. Les transcribo ahora alguno de los párrafos de dicha carta para que puedan seguir discerniendo las motivaciones de mi corazón:

“Amo con todo mi corazón al Señor. El configuró mi vida para siempre en su Cruz y en su Resurrección. Amo la causa del Reino. Amo a la Iglesia y a la Vocación Adsis. Amo a los jóvenes y a los pobres.

No reniego de ninguna de esas experiencias tan fundamentales en mi vida pero, en estos momentos, a pesar de haber luchado internamente, de los acompañamientos espirituales que agradezco, de la cercanía y exigencia de tantos hermanos y de haberme puesto en las manos del Señor, mi conciencia me confirma en que mi camino personal de seguimiento a Jesús necesita la mediación matrimonial para que mi vida sea realmente transparencia del Evangelio.

Creo que Dios me ha pedido y me lo pide todo, pero también vivo la certeza y la experiencia de que nunca me va a pedir más de lo que mi debilidad humana puede soportar.

Se del dolor de esta decisión para muchos, comenzando por mi mismo, pero creo que sería un dolor mayor si una vez más, pospusiera y reprimiera esta llamada humana y también cristiana de vivir mi pertenencia a la Iglesia y mi compromiso con Cristo como casado.

Para ello solicito la dispensa del celibato sacerdotal y la pérdida del estado clerical acogiéndome a la misericordia de Dios y a la comprensión de su persona.

Le pido humildemente su oración por mi que me será de gran ayuda en estos momentos de dificultad, y su bendición como hermano mayor en la fe de todos nosotros”.

Como les indiqué al comienzo la dispensa fue aceptada rápidamente no sé bien por qué razones pero el caso es que en apenas seis meses llegaron los papeles y oficialmente me reintegraba a la comunión plena con la Iglesia.

Durante esos meses de espera nos hicieron sentir que estábamos afuera. Elena hacía clases de religión en una Escuela Pública y sorpresivamente le llamaron del departamento de educación para solicitarle el certificado de idoneidad porque, según ellos, se les había “extraviado”. Cuando acudió al obispado el vicario de pastoral le dijo que ¡cómo se le ocurría querer hacer clases de religión en la situación en la que nos encontrábamos!... Lo que se le olvidó a este vicario es pensar que sin esas clases y, estando yo cesante por mi expulsión de la Universidad Católica, nos dejaban sin trabajo y sin plata...

Paralelamente tanto los superiores de las comunidades Adsis como el obispo de Temuco, nos continuaron conminando a abandonar la región y a señalar la conveniencia de que mejor nos fuésemos a España por un tiempo largo.

La verdad es que esas “costumbres clericales” con esos “tratamientos intraeclesiales” no funcionan en la vida real. Porque díganme ustedes con qué plata hubiésemos podido viajar a España o a dónde o a qué trabajo podíamos acudir. ¡Nos cortaron las curdas vocales y nos pedían que cantásemos!...

El caso es que estoy teniendo muchas dificultades en encontrar trabajo. Estuve cesante hasta Marzo de este año donde, por fin, conseguí para este primer semestre unas horas de Ética hasta Agosto en un pequeño colegio particular de la ciudad.

Junto a la precariedad que conlleva este trabajo lo cierto es que la experiencia me está resultando muy costosa al tener que convivir y transar con planteamientos que, a mi juicio, no son acordes con la moral cristiana como por ejemplo el afán de lucro, la competitividad como criterio absoluto, el clasismo, la exclusión del débil por ser diferente, etc.. pero, ¡es el único trabajo que he podido obtener en este momento!...

Yo pensaba ingenuamente que, una vez me llegara la dispensa, podría acceder a clases de religión o de teología o, al menos, que alguna de las Diócesis a las que serví me informaran sobre la posibilidad de otros trabajos al tener regularizada mi situación jurídica con la Iglesia. Nada de eso ha sucedido porque, al parecer, la propia dispensa me prohíbe para siempre la docencia. La dispensa romana está escrita en latín y entre tanta pulcritud y exactitud gramaticales creo que, como dice el poeta, “se olvidaron poner el acento en el hombre”...

La dispensa más parece una condena que hay que cumplir que un discernimiento que reconoce la validez de un cambio de estado dentro de una misma fidelidad y vocación.

Y es que no entiendo si no por qué el director del Instituto teológico de la Universidad Católica de Temuco me dice que le gustaría contar conmigo porque necesita un profesor y el obispo de esa diócesis diga que bajo ningún motivo ya que, aunque pueden haber excepciones, en este caso no es conveniente que yo haga clases en la universidad.

Y no entiendo tampoco por qué un obispo emérito que me conoce desde hace muchos años haya gestionado mi incorporación a un proyecto social que el director del Departamento de Acción Social se entreviste conmigo y me exprese su alegría de contar conmigo y el obispo de esa diócesis me vete de nuevo porque esta vez, aunque la dispensa no lo prohíbe, la “prudencia pastoral” no lo aconseja. Según este colega suyo si yo trabajase en la iglesia eso sería un mal ejemplo para sus sacerdotes ya que podría debilitar los compromisos sagrados al ver la facilidad con la que a un ex-cura le dan trabajo.

Ante todo esto lo que yo me pregunto entonces es ¿de qué me sirve poder comer el pan de la eucaristía si no puedo comer “el pan nuestro de cada día”?...

No logro conformarme con pensar que “yo elegí dejar el ministerio y me tengo que atener a las consecuencias” porque esas consecuencias no pueden anular los veintitrés años (diez de ellos de presbítero) que dediqué por entero a la Iglesia y que configuraron mi vida para siempre... Y si así fuera ¿qué estaría pasando con los valores fundamentales de la misericordia y del perdón que nacen del Evangelio y de los que la Iglesia es depositaria y transmisora?...

Cuando medito con los antiguos profetas “de Egipto llamé a mi hijo“, o cuando  me resuenan en la memoria de la fe palabras como “misericordia quiero y no sacrificios”, “ quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, “yo vine a buscar y a salvar lo que estaba perdido”, “no necesitan médico los sanos sino los que están enfermos”, “al que mucho amó, mucho se le perdonó”, y un largo etcétera... no puedo por menos dudar de si configuré mi vida con un utópico Evangelio que solo sirve para ser predicado pero no para ser vivido.

Les recomiendo humildemente que recen con el capítulo 53 del profeta Isaías mi situación y luego me señalen sinceramente qué deberían hacer conmigo.

Créanme que trato de comprender el Derecho Canónico y de ponerme en el lugar de ustedes como pastores pero no logro compatibilizar todo eso con un clamoroso “sensus fideli” que tiene entrañas de madre y que es el icono viviente de la Iglesia de Jesús de Nazaret.

Como ejemplo recuerdo que al poco de comunicar a personas cercanas mi decisión de abandonar el sacerdocio, algunos hermanos de comunidad me dijeron que iba a ser un escándalo sobre todo para los más sencillos, que los curas entenderían mejor porque tenían muchos casos parecidos y ya estaban acostumbrados pero que los pobres no... Resulta que las cosas fueron sucediendo precisamente al revés.

Un auxiliar de la Universidad Católica de Temuco me llamó aparte un día para decirme que, aunque lamentaba no tenerme ya como sacerdote, me tenía como cristiano y amigo y quería estar a mi lado porque se imaginaba lo que estaría sufriendo en ese momento... y me dijo más, me dijo que había hablado con su esposa y que ella estaba de acuerdo: desde ese día podía ir a almorzar a su casa todos los días porque ahora estaba solo y no tendría dónde ir...

Este ejemplo se ha repetido en estos meses en Valdivia de diversas maneras y con diferentes rostros y acentos, todos ellos de la “gente sencilla”...del pueblo.

Y es que ellos saben, por ejemplo, que nunca me acosté con secretarias parroquiales ni catequistas ni ninguna otra mujer mientras estuve sirviéndoles como presbítero. Y saben que nunca me llevé ni un peso por mi trabajo aunque la Palabra diga que “no hay que poner bozal al buey que ara”.Ni mucho menos robé ni me aproveché de nadie, ni que me emborraché para compensar cansancios o frustraciones. Saben que no les traicioné porque les amo tanto que sería incapaz de todo eso... Y por supuesto saben también que no abusé de menores, ni soy pedófilo, ni apoyé dictaduras, ni favorecí a los ricos y poderosos de turno, ni llevé una vida aburguesada, etc..

Creo, monseñores, que ellos saben que mi corazón es idóneo para continuar colaborando en la construcción y acogida del Reino de Dios y en la edificación de la Iglesia.

Por todo lo dicho hasta ahora creo que también puede saber que durante años acompañé a muchos jóvenes, que formé comunidades, que cuidé de los heridos, que tuve misericordia porque yo mismo experimenté la misericordia de Dios primero, que amé a los jóvenes y a los pobres con todo mi corazón y que pedí perdón cuando abandoné el ministerio, que solicité la dispensa porque soy Iglesia y que me la concedieron... y entonces ¿qué más tengo que hacer para que me perdonen realmente?...

Llegó el invierno y el futuro laboral se presenta con más sombras que luces. Como pueden imaginar la perspectiva familiar aumenta mi preocupación y mi desasosiego.

¿En qué podría trabajar con cuarenta años, con tan solo un título de teología y con una especie de “veto canónico”?...o ¿Con qué plata y en cuánto tiempo más podría estudiar y profesionalizarme en otra cosa?... Estas son alguna de las preguntas que me rondan y me inquietan en estos días y que me mueven a escribirles esta carta.

Disculpen el tono de desahogo que ha tomado esta carta pero creo poder confiar en que ustedes sepa acoger e interpretar mis palabras adecuadamente.

Para finalizar permítanme que, desde ese sabor a libertad evangélica que gozamos los cristianos, les indique tres sentimientos y una condena.

La primera vivencia que nace de esta historia es la de la decepción. Sí, ustedes me han decepcionado al menos tanto como yo a ustedes. Luego de tantos años “formateado” eclesialmente me entristece ese viejo“ojo por ojo” subyacente en su mentalidad que se sobrepone en los hechos a la misericordia que predican con las palabras.

Otro sentimiento es el de la indignación. Se que muchas veces cuando comparamos somos injustos porque se olvidan contextos y se generaliza demasiado pero no puedo evitar acordarme de casos recientes y pasados en los que la jerarquía de algunas Iglesias han amparado y protegido a miembros indignos de sus presbiterios financiando traslados, ofreciendo otros trabajos o simplemente negando públicamente cualquier falta en ellos. Sacerdotes con hijos, otros acusados por la justicia de abusos a menores o de colaboración en torturas bajo las dictaduras militares de nuestros países, muchos otros alcoholizados, etc.. que son protegidos con tal que no abandonen el ministerio.

Me indigna que tenga más peso en muchos discernimientos el cuidado de la “imagen” y del “qué dirán” que la transparencia de la verdad. Siempre verdad y siempre justicia y siempre misericordia, pero siempre con todos y en cualquier caso.

Pero ante todo la experiencia de estos meses sigue siendo la esperanza. Porque amo a Jesucristo sufriente en el hombre oprimido y viviente en el comprometido y porque se que tendremos apreturas pero el amor es más fuerte.

Y por último denuncio su miedo. Bajo la capa de la “prudencia pastoral” se esconde una “condena clerical” que pretende preservar un rebaño de elegidos a salvo de las dudas, es decir, de la libertad. No creo que tengo necesidad de citar el evangelio de Juan para que lo entiendan...

Sin otro particular se despide atentamente

Jesús Herrero Estefanía

jherrero@uct.cl

Valdivia (Chile) Julio de 2003

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Boletín Salesiano, julio/agosto 2003

UN DIOS PEQUEÑITO

SIRO LÓPEZ

Nos han enseñado que Dios es Todopoderoso. De ahí, algunos se han empeñado en colocarlo arriba, en introducirlo en grandilocuentes arquitecturas, en bendecir el poder para podérselo imponer a todos.

Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que Dios es pequeñito, tan pequeñito que no lo vemos. De hecho, la pequeñez es una de las condiciones para adentrarnos en el Reino de los Cielos. O te haces pequeñito o no entras. O te bajas del trono o acabarás cayéndote al abismo.

Nos aferramos a lo monumental sin darnos cuenta de que dichas dimensiones nos impiden abrazarlo. Nos asusta el tamaño del grano de mostaza y sembramos semillas acorazadas de hormigón insensibles a la vida que trascurre de lunes a lunes. Nos resistimos a entender lo que significa que Jesús naciera en una cuadra.

Por favor, quienes deseen el espectáculo del gran poder que acudan a los múltiples Hollywoods pero que dejen de profanar la profundidad de las bienaventuranzas.

Dios nos sigue maravillando y sorprendiendo por su anonimato, por su silencio, por su pobreza, por su pequeñez.

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Misión Joven, Nº 318, julio-agosto, de 2003

¿POR DÓNDE VAN LOS TIROS?

10 pistas para impulsar una pastoral de juventud actualizada

PEDRO JOSÉ GÓMEZ

En la décadas de los 70 y los 80 la pastoral de juventud cobró un extraordinario protagonismo en la Iglesia. Fueron años de gran creatividad originada por los aires renovadores del Concilio Vaticano II y por la toma de conciencia de que, o la fe se presentaba y vivía de otra manera, o la mayor parte de la juventud española dejaría de acceder a la experiencia cristiana y de pertenecer a la Iglesia. Se multiplicaron iniciativas como las Pascuas Juveniles, los catecumenados juveniles de confirmación y postconfirmación, las convivencias de fin de semana, los campos de trabajo, las visitas a Taize, etc. Muchos de quienes hoy participamos como adultos en la vida de la Iglesia somos hijos de esa pastoral, que quedó formulada con acierto en el documento de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo, publicado en 1992.

Estos planteamientos dieron un fruto muy positivo, aunque cuantitativamente limitado. Más allá del carácter siempre libre y misterioso de la fe que impide imaginar que alguna estrategia evangelizadora tenga que conducir necesariamente a la experiencia religiosa a sus destinatarios, dos causas explican, a mi parecer, los modestos resultados obtenidos a partir de tantos esfuerzos. En primer lugar se minusvaloró el efecto profundamente erosionador que tiene para la fe el actual contexto sociocultural, que introduce en un estilo de vida en el que la cuestión religiosa y los valores evangélicos difícilmente encuentran tierra fértil en la que arraigar y desarrollarse. Por otra parte, durante los años 80 la institución eclesial inició un viraje tradicionalista que implicó, en la práctica, un cuestionamiento del modelo de Iglesia que la pastoral juvenil renovadora había promovido y que ocasionó en muchos jóvenes un sentimiento de decepción y desamparo institucional lo que, a su vez, condujo a un amplio éxodo juvenil.

En la actualidad, los responsables de impulsar la pastoral de juventud en parroquias, movimientos y congregaciones religiosas están haciendo un esfuerzo de replanteamiento motivado por la constatación de que el mundo juvenil cambia a una velocidad de vértigo y de que, algunas opciones del pasado, habían descuidado aspectos importantes del proceso de transmisión de la fe. Más aún, el ambiente de inconformismo, de búsqueda crítica o utópica, de cuestionamiento existencial de la vida, que fue el sustrato sobre el que se diseñaron los planes de pastoral de las dos últimas décadas, no es el de la actualidad, lo que obliga a imaginar otras metodologías para el anuncio de la fe más acordes con la situación actual.

Por ello, en esta breve reflexión querría mostrar algunas intuiciones que podrían mejorar la labor evangelizadora de la Iglesia entre los jóvenes y que son fruto, tanto de mi propia experiencia personal, como de la lectura de documentos recientes de grupos eclesiales que están buscando nuevos caminos. Las expresaré en fórmulas polares que no pretenden reflejar alternativas, sino, más bien, una modificación de acentos, o la necesidad de complementar planteamientos que, vistos en perspectiva, han resultado demasiado unilaterales.

1. Algunos aspectos generales de la cuestión

Antes de entrar en la enumeración de las intuiciones pastorales que se van abriendo camino a partir de la misma práctica educativa, me parece oportuno expresar algunas convicciones que son bastante compartidas entre los responsables de la pastoral de juventud.

*Todos somos conscientes de que existe una crisis aguda en la transmisión intergeneracional de la fe que ningún tipo de encuentro masivo de jóvenes con el Papa puede ocultar y que amenaza la misma supervivencia de la Iglesia si aspira  a mantener una presencia social significativa. Esa distancia generacional, conforme se va haciendo mayor, tiende a perpetuarse por su misma inercia.

*La Iglesia debe, por consiguiente, afrontar el anuncio de la Buena Noticia a los jóvenes con enormes dosis de creatividad, ensayando formas nuevas de presencia y testimonio en los mundos juveniles que son múltiples y que se encuentran a notable distancia cultural y generacional del grueso de la comunidad eclesial. Pero no parece que se esté apoyando institucionalmente a quienes buscan lo nuevo.

*Al mismo tiempo, predomina entre nosotros una sensación de desconcierto. Sabemos que algo no funciona; que las iniciativas que antes convocaban ya no lo hacen, que faltan puntos de enganche entre las necesidades y búsquedas de los jóvenes y nuestra oferta del Evangelio. Por ello, tenemos que compartir nuestras búsquedas desde la perplejidad. Resuena la pregunta de Hechos 2,37: “Hermanos, ¿qué debemos hacer ?

*Existe una notable contradicción entre el tono abierto, crítico, animoso, creativo, personalista, comunitario de muchos discursos y documentos oficiales sobre los jóvenes y la práctica mucho más encorsetada de la mayoría las instituciones eclesiales. Los jóvenes son muy sensibles a esta discrepancia y no desean estar en un ámbito en el que no se encuentren a gusto.

*Dado que el cambio permanente forma parte irreversible del mundo en que vivimos, en adelante, no podemos aspirar a tener unas formulaciones acabadas, completas y coherentes de los procesos pastorales. Hay que renovar continuamente las mediaciones de la experiencia cristiana (cantos, gestos, lenguaje, métodos, narraciones, testimonios, símbolos, actividades, etc), para que el anuncio del Evangelio pueda ser significativo y la adhesión a Jesucristo plausible en cada momento y en cada contexto.

*Al mismo tiempo, la meta de toda la labor pastoral seguirá siendo siempre la misma: hacer posible, para aquellos jóvenes que libremente lo deseen, el encuentro con Jesús de Nazaret, para que puedan acceder a la relación de fe con el Padre y para que el Espíritu configure sus vidas de modo que, insertos en la comunidad cristiana, lleguen a ser difusores del amor de Dios que se dirige hacia todos los seres humanos y en particular a los más pobres.

Por otra parte, también va llegándose a un consenso respecto a las principales dificultades que tiene que afrontar hoy en día la pastoral de juventud. Son desafíos que han sido ampliamente estudiados por sociólogos y pastoralistas en los últimos años y que muestran el incremente de la indiferencia religiosa en nuestro país. Los menciono de forma muy resumida para que sirvan de trasfondo a las propuestas posteriores:

*El dato que llama la atención más claramente en la actitud de los jóvenes hacia lo religiosos es el desinterés. Se encuentra muy vinculado a una cierta instalación en la superficialidad, en la intrascendencia, en la preocupación por las pequeñas cuestiones cotidianas, en la evasión respecto a las situaciones que pueden hacer que nos interroguemos sobre la vida con radicalidad. La cultura de la gran evasión acalla los interrogantes que de forma tradicional suponían un anclaje experiencial para la propuesta religiosa. Si faltan las preguntas es inútil o incluso contraproducente presentar el Evangelio como respuesta.

*En segundo lugar me parece obvio que entre los jóvenes triunfan los sucedáneos no religiosos de salvación: “la vida es una sucesión de pequeños momentos de placer” dice con precisión filosófica un anuncio televisivo de Kit Kat. Y así, “estrujar la vida”, “disfrutar lo posible”, “tener emociones intensas”, “estar a gusto”, “pasarlo bien”  o “acceder a un alto nivel de consumo” y todo ello “sin comerse mucho el coco” son opciones que se encuentran sumamente extendidas en el entorno juvenil. Estos planteamientos sitúan la vida a notable distancia de la concepción evangélica en lo que ésta tiene de opción por la profundidad y por la entrega.

*Otra nota distintiva de la situación actual radica en la búsqueda individualista de propuestas prácticas de vida, realizada desde una actitud centrada en las propias necesidades y caracterizada por el escepticismo ante las grandes causas que se alimenta de la multitud de ofertas de sentido que ofrece el supermercado de nuestra sociedad (aunque la propuesta consumista se lleve la palma) y del recelo ante los grupos que pueden mermar la libertad o introducir en una dinámica de exigencia. Desde esta perspectiva,  la pretensión globalizadora, comprometida y comunitaria de la fe cristiana, encuentra resisitencias en la sensibilidad juvenil mayoritaria.

*Por último, parece clara la creciente distancia que se da entre la mayor parte de la juventud y la Iglesia. Ésta empieza por la lejanía geográfica (la mayor parte de los jóvenes no pisa por ningún espacio eclesial), pero continúa con la distancia generacional, estética, ambiental, organizativa, moral y hasta de lenguaje. La experiencia cristiana y los conocimientos básicos sobre religión son ajenos a una mayoría de los jóvenes que, en el futuro, tendrán que realizar una iniciación a la vida cristiana desde cero, si se incorporan a la Iglesia. Desgraciadamente existe una gran escasez de modelos de referencia de jóvenes adultos que muestre en que consiste hoy ser cristianos y su enorme valor.

2. 10 propuestas pastorales concretas

  1. De socializar en la normalidad a proponer lo alternativo

Hasta hace pocos años, ser cristiano era lo normal en nuestro país y los procesos de socialización religiosa introducían a niños, adolescentes y jóvenes en una cosmovisión compartida por la sociedad de forma natural. De hecho, la profesión de fe se daba por supuesta en la “gente de orden” y la sociedad sancionaba positivamente la religiosidad, penalizando la increencia. Esto ya no es así y, en consecuencia, la pastoral de juventud habrá de concebirse como la propuesta que la comunidad cristiana hace a los jóvenes para que opten por un tipo de vida alternativa que nace de una experiencia, la de la fe, que también va siendo minoritaria. Por consiguiente, la propuesta de Jesús, más que ser respuesta a una actitud de búsqueda, habrá de ser provocación e interrogante dirigido a unos jóvenes que, aparentemente, se encuentran a gusto con su situación, pero que también manifiestan una notable desorientación vital cuando se expresan desde cierta profundidad. De ahí que sea necesario insistir en la novedad del Evangelio, en su potencialidad para otorgar una dicha y un sentido a la vida insuperables, pero reconociendo, al mismo tiempo, que su acogida va a situar al cristiano a contracorriente de algunos valores socialmente dominantes: creyendo en un clima religiosamente indiferente; cooperando y compartiendo en un entorno que prima la competencia y la mejora del bienestar económico; invitado a la comunidad en un clima individualista; llamado a comprometerse con los demás en lugar de a cultivar la indiferencia o el aislamiento, etc. La pastoral de juventud que no deje clara la necesidad de optar todos los días por el Evangelio y que no cultive una espiritualidad de la resistencia cultural dialogante (ni ingenua, ni sectaria), tendrá poco futuro.

  1. De las convocatorias estandarizadas al encuentro personal situado

La acción pastoral de la Iglesia ha dependido en el pasado de mecanismos y formas de convocatoria bastante estructurados: socialización familiar, propuestas de ocio educativo, catequesis presacramentales, actividades vinculadas a los colegios religiosos, etc. En el futuro, estas vías de acercamiento masivo a los jóvenes van a perder buena parte de su potencialidad por varios motivos. En primer lugar porque los agentes mencionados han perdido dinamismo evangelizador (familia, parroquia, movimientos de ocio, colegios) pero, sobre todo, porque los jóvenes son mucho más individualistas que en el pasado, se muestran crecientemente reacios a participar en grupos estructurados y disponen de una amplísima oferta de ocio consumista no educativo que, a corto plazo, se presenta como más atractivo, entretenido y menos exigente.  Por todo ello, aunque sea preciso mantener o potenciar las iniciativas tradicionales, cada vez resultará más necesario que los miembros de la comunidad cristiana, a través de todo tipo de actividades, puedan acercarse a cada adolescente o joven en su situación personal, para intentar crear, con cada uno de ellos, algún tipo de relación personal significativa basada en la escucha, el diálogo y el afecto. El agente de pastoral deberá atender al momento vital de cada joven para encontrar, en cada caso, una palabra oportuna que llegue a su corazón. Naturalmente, este planteamiento evangelizador es mucho más difícil de llevar a cabo que el basado en acciones estandarizadas, pero recordemos que es, precisamente, el que caracterizaba a Jesús de Nazaret. Él era capaz de salir al encuentro de la gente, en sus circunstancias únicas, para invitar a cada uno realizar un itinerario personal e intransferible que, partiendo de sus necesidades inmediatas pudiera situarlas en el horizonte del reinado de Dios. Este enfoque hoy se convierte en necesidad, cuando no podemos hablar de una juventud homogénea ante los religioso y, por tanto, de un solo tipo de convocatoria.

  1. De la prioridad de la acción al cuidado de la contemplación y el afecto

Buena parte la pastoral de juventud, particularmente en su fase misionera o de convocatoria ha descansado en la realización de actividades y “movidas” varias: teatro, dinámicas, juegos, talleres, campamentos, música, voluntariados... Todas estas acciones, de enorme valor pedagógico, van a seguir siendo imprescindibles. Sin embargo, una mirada atenta a nuestra praxis no puede dejar de reconocer que, en muchos jóvenes que han estado mucho tiempo con nosotros “no ha pasado nada por dentro”, por mucho que se hayan divertido o aunque hayan hablado hasta la saciedad en las reuniones. Si nuestros encuentros o actividades no logran que los chavales entren en la profundidad de su vida y lleguen a perforar la realidad (haciendo que se atrevan a pasar por la cabeza y por el corazón sus inquietudes) todas nuestras acciones serán como “bronce que resuena y campana que toca” (1ª Cor. 13, 1). No es nada fácil animar hoy en día a los jóvenes a la reflexión, al análisis de nuestro mundo, a la comunicación profunda de vivencias, al silencio o a la contemplación, porque todo a su alrededor estimula en sentido contrario. Pero si ellos no acuden a la cita de la interioridad, en la que el Espíritu de Dios les está esperando, será imposible acompañar cierta apertura a la trascendencia y llevar a cabo la propuesta cristiana, que es oferta de profundidad, amor y plenitud que se dirige a alguien que decide ser sujeto y protagonista de su existencia y no mero esclavo de estímulos externos. Y si el ambiente suscita poca apertura  a la trascendencia tendremos nosotros que pasar también de la educación implícita de la fe a la invitación explícita a descubrirla. Nuestra meta no puede consistir en ofrecer un barniz de valores evangélicos, sino también el acontecimiento que los suscita y sostiene.

  1. De los procesos deductivos a los inductivos con “terapias de choque”

Los catecumenados diseñados en los años 80 y 90 intentaban acompañar al joven desde la adolescencia hasta su transición a la condición adulta, en itinerarios de  educación en la fe que poseían una estructura interna lógica: la fase de búsqueda inicial iba seguida por una de formación teológica que culminaba, finalmente, en la opción o el compromiso creyente. Buena parte de la metodología se basaba en la lectura, la reflexión y el debate en reuniones de grupos en los que se abordaban, sucesivamente, los distintos temas básicos de la fe cristiana. Sigo siendo partidario de estos largos procesos, porque el entorno social apenas acompaña a quienes quieren iniciarse en la vida cristiana pero, a mi parecer, el acceso a la fe que hoy puede ser mayoritario no es aquel que se deriva de una camino de reflexión muy documentado, sino el que surge del contacto vivo con experiencias fuertes de la vida que obligan a que nos la planteemos con profundidad (sufrimiento, belleza, intimidad, injusticia, libertad, amor, soledad, pluralismo cultural, etc.) y el encuentro con creyentes apasionados por el Evangelio y que encarnan éste en actitudes y opciones concretas. Dado que la sociedad del bienestar material y la diversión permanente anestesia nuestra capacidad para percibir el carácter radicalmente misterioso de la realidad y de la vida, es preciso que la pastoral de juventud sea capaz de provocar los interrogantes que abren al ser humano a la dimensión religiosa: ¿quién soy yo? ¿qué valor tienen la vida y el mundo? ¿dónde encontrar la felicidad? ¿cómo orientar mi existencia? ¿qué me cabe esperar? ¿quiénes son los otros para mí? ¿qué tipo de sociedad merece la pena? ¿dónde pondré mi confianza? ¿merece a pena vivir? ¿cómo?...

  1. De la transmisión de conocimientos a la comunicación de una vivencia

La catequesis tradicional ha tenido un carácter eminentemente intelectual, porque presuponía la normalidad social de la experiencia religiosa y tenía por preocupación fundamental su clarificación, profundización y sistematización. El agente de pastoral necesitaba sobre todo una formación teológica básica y unos materiales en los que los contenidos de la fe cristiana estuvieran bien formulados y resultaran asequibles al destinatario. En adelante, vamos a necesitar sobre todo a personas jóvenes y adultas con una intensa experiencia creyente que puedan narrar en primera persona su historia de fe; el tipo de relación de amor y confianza que mantienen con el Dios de Jesús. Y, aunque la fe no se “contagia” de forma automática (existen, además de la sagrada libertad de los jóvenes, sus “anticuerpos” ante el Evangelio y, a veces, hasta se encuentran “vacunados”contra el mismo), sí resulta necesaria para su transmisión la mediación del testimonio de personas creyentes. La reflexión teórica sobre el cristianismo, que sigue siendo imprescindible y más en una sociedad que se aproxima al “analfabetismo religioso funcional”, vendrá después de que los jóvenes se hayan topado con la densidad de su propia vida y con la experiencia sincera de algunos creyentes. Porque la fe, antes de ninguna consideración teórica, es un acontecimiento salvador en la vida de personas concretas. De ahí se desprende que la verdadera formación de agentes de pastoral de juventud consiste, sobre todo, en ayudar a que se produzca su propia conversión. Naturalmente, es más fácil formar personas que tengan conocimientos religiosos que suscitar el testimonio de unos jóvenes para que lo ofrezcan a otros. Pero aquí se encuentra un reto obvio para el inmediato futuro.

  1. De la formación teológica a la iniciación a experiencias fundamentales

En el ambiente de hace pocos años, resultaba de vital importancia contestar con argumentos a las objeciones a la fe que realizaban las personas agnósticas y ateas. El esfuerzo que hemos realizado durante mucho tiempo ha permitido presentar la fe de un modo no alienante y purificar la imagen de Jesús para acercarla al rostro reflejado por los distintos relatos del Nuevo Testamento. Pensábamos que las imágenes y las palabras podían hacer a Jesús atractivo para muchos jóvenes. Siendo esto cierto, hoy somos más conscientes de que la adhesión o el rechazo de Jesús se juega no en el terreno de la ideas sino en el de su seguimiento efectivo. Dicho de otro modo, la verdad del Evangelio se verifica en la praxis de la vida cristiana en un doble sentido: quien profesa el Evangelio pero no lo vive no es verdaderamente cristiano pero, además, sólo quien experimenta la vida cristiana puede verificar, en si mismo, que Jesús es realmente el camino, la verdad y la vida. Todos hemos empezado a ser cristianos porque nos atraía la persona de Jesús, sus palabras, sus valores, sus actitudes, sus acciones. Pero nos ratificamos como tales porque comprobamos, tras la conversión, que esta experiencia de fe, amor y esperanza es la única capaz de llenar de dicha y sentido nuestro corazón. En consecuencia, una buena metodología pastoral consistirá en hacer posible que los jóvenes degusten las experiencias básicas de la vida cristiana (orar, compartir,  discernir, celebrar, comprometerse) en contacto con quienes viven con cierta calidad estas dimensiones de la fe. Una vez más, la reflexión ocupará un lugar posterior a la experiencia y ayudará a clarificar su sentido y su riqueza. Sólo saboreando la verdad, la bondad y la belleza que habitan en la oración, en la austeridad solidaria o en el servicio se cae en la cuenta de que Jesús tenía razón, incluso cuando propone el difícil camino de la cruz y de la entrega como precio inevitable del amor y de la vida.

  1. Del acento en lo moral a la recuperación del lenguaje simbólico

Al haber situado la iniciación cristiana en el ámbito de lo doctrinal o de lo ético, hemos desvirtuado el significado profundo de la fe cristiana que es, ante todo, un regalo que nos llega de fuera, una oferta de amor, un ofrecimiento de salvación de parte de Dios. Las dimensiones de trascendencia y gratuidad de la fe han quedado relegadas en el pasado y nuestro cristianismo ha quedado reducido a activismo, ideología o camino de autorrealización. Sólo el lenguaje simbólico es capaz de ponernos en contacto con el misterio de amor que sostiene todo lo creado y que los discípulos de Jesús hemos aprendido a llamar Padre. La alabanza, la adoración, la acogida y la entrega; lo más intimo y profundo de la experiencia religiosa cristiana; aquella relación que es su origen, alimento y meta, únicamente puede realizarse introduciéndose en la dinámica de lo simbólico, pues de Dios no tenemos ni podemos tener una experiencia empírica e inmediata. La vida de la Iglesia se ha empobrecido en riqueza y creatividad simbólica, cuando los jóvenes son muy sensibles a esta dimensión si se desarrollan con  cuidado y calidad expresiva. También es cierto que la mentalidad superficial, pragmática y frenéticamente audiovisual que nos envuelve, reclama una labor pedagógica que desarrolle en los jóvenes una sensibilidad para acercarse al símbolo desde una actitud contemplativa de sosiego, acogida y profundidad que trascienda la actitud que busca sólo el entretenimiento, las sensaciones o, directamente, el espectáculo. No son lo mismo diversión y fiesta y, a lo mejor, la búsqueda denodada de la primera en los entornos juveniles es expresión de que, muchas veces, faltan motivos para celebrar la segunda. En cualquier caso, me queda la convicción de que sin un vehículo expresivo adecuado es muy difícil cultivar la dimensión religiosa.

  1. De la exclusividad grupal al hincapié en la personalización

Creo que ya va siendo un lugar común el acento pastoral en la personalización. Esto es, en ayudar a los jóvenes a que vayan tomando poco a poco la vida en sus manos para que descubran en ella el paso del Señor y sus invitaciones. Detrás de esta convicción se encuentra la experiencia de que muchísimos chavales que frecuentaron nuestros grupos durante años, fueron realizando un proceso interior ajeno por completo al proceso formal del grupo. Por ello, grupos juveniles que parecían consolidados, reflejaban, todo lo más, lo que ocurría en aquellos de sus miembros más protagonistas. Resulta imprescindible descubrir y vivir la fe en comunidad. Esta realidad se impone cada vez con más intensidad. Es preciso, ciertamente, diseñar catecumenados articulados y sistemáticos de iniciación cristiana. Pero ello no obsta para que, el objetivo educativo  fundamental radique en que el Evangelio vaya diciendo algo a la vida real de cada joven concreto en sus situaciones particulares que no tienen por qué coincidir con las del promedio del grupo, ni acontecer cuando “toca el tema”. En realidad, “personalización” no es un sinónimo de “individualización”. La oración en grupo, la revisión de vida, la reflexión en común, la comunicación de problemas, situaciones y sentimientos, el discernimiento comunitario, la participación en Eucaristías abiertas, las convivencias, etc., son otras tantas formas comunitarias de personalizar la fe. Lo decisivo es que, en la dinámica pedagógica, cada persona se sienta interpelada por Jesús que le dirige una palabra única.

  1. De la institución que regula y controla al espacio de crecimiento fraternal

Los cambios que el conjunto de la comunidad eclesial debería asumir para poder hacer frente al reto de la pastoral renovada son demasiado amplios para incluirlos en esta reflexión. No obstante, desearía incidir en uno. Los jóvenes, en adelante, no van a venir a la Iglesia por rutina, por tradición, por aburrimiento, por obligación o por miedo. Van a venir porque les de la gana. Esto es, porque el ambiente, las relaciones, las actividades, la organización y la imagen de nuestras comunidades eclesiales les interesen y les enriquezcan. No es fácil que deseen vincularse a un grupo de gente mayor, que usa un lenguaje raro, que tiene unas estructuras que perciben rígidas, unas actividades poco divertidas y unas propuestas exigentes. Menos aún si perciben represión, autoritarismo o discriminación (pecados reales de nuestra Iglesia). La única forma en la que los jóvenes pueden sentirse interesados por la Iglesia es descubriendo en ella un espacio en el que se experimentan realidades que no se experimentan en ningún otro lugar y que dotan de calidad, fecundidad y plenitud a la vida: la experiencia del encuentro con Dios, la experiencia de la fraternidad y la experiencia del compromiso solidario y transformador. Si la Iglesia abandona su pretensión de controlar o encorsetar la vida de sus miembros y se dedica a alimentar y estimular su capacidad de creer, de amar  y de esperar, será mucho más atractiva para los jóvenes. Y esta vivencia eclesial reclama, necesariamente, seguir cultivando la creación de pequeñas comunidades cristianas insertas en unidades pastorales mas amplias (parroquias, movimientos, etc).

  1. De la pastoral del invernadero eclesial y social a la del oasis

Termino este decálogo de buenas intenciones proponiendo la superación de otro lastre pastoral. Todos hemos sido testigos de tantos y tantos grupos de jóvenes como, aparentando en su Confirmación un entusiasmo propio de los primeros discípulos el día de Pentecostés, se diluían como el azúcar en la leche ante cualquier cambio de circunstancias (el veraneo, el paso del colegio al instituto o de éste a la universidad, o del estudio al trabajo, o de la soltería a la pareja, o a causa de un cambio de catequista o de cura, etc.). Todo ello pone de manifiesto tres cosas: que en muchos casos no se había llegado a producir una opción de fe verdaderamente personal, un encuentro profundo con Jesús (y que otras circunstancias o intereses, por otra parte absolutamente normales, determinaban la pertenencia al grupo); que todos necesitamos estructuras comunitarias de apoyo para perseverar como cristianos; y que no habíamos generado una espiritualidad de la presencia en el mundo extraeclesial que es, precisamente, el espacio en el que los cristianos debemos vivir la fe.  Esta espiritualidad debe enseñar a discernir, con esperanza pero sin ingenuidad, como mantener en la sociedad un estilo de vida servicial, testimonial y muchas veces contracultural. Jesús no separó a sus discípulos del mundo, sino que les envió  para que difundieran la vida que habían recibido. Para esto ha de preparar la pastoral de juventud. Evitando, al mismo tiempo, otro de nuestros errores del pasado: que los grupos juveniles se aíslen tanto del resto de la comunidad adulta que a la postre acaben siendo como “okupas” en la Iglesia; con una indumentaria, lenguaje y símbolos tan ajenos a los del resto que sea imposible el mutuo enriquecimiento.

3. Conclusión

A la postre pienso que para renovar nuestra pastoral juvenil no necesitamos estrategias pedagógicas sofisticadas, especializadas y costosas, sino dos requisitos, eso sí, imprescindibles:

*Una experiencia gozosa de nuestra propia fe, que sea capaz de llenar nuestra existencia de amor, sentido, esperanza y pasión, al tiempo que inspire opciones y actitudes que generen vida a nuestro alrededor. Esto es, un tipo de vida que, por su intensidad y calidad, pueda provocar interrogantes e interés en nuestro entorno.

*Más fe en nosotros, con lo que ello significa de valentía, entusiasmo, coraje y creatividad y también en Dios que está presente en el mundo y en todo ser humano y que puede, en cualquier momento, invitar a su amistad. Nuestra mediación es necesaria pero, a la postre el reinado de Dios (a Dios gracias) no está en nuestras manos.

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