03 - Noviembre 2001 . Pluralismo         

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Boletín Encomún

11/01

En la casa de todos

Miguel Ángel González

Tiempo de Hablar

11/01

Nos escribió Benjamín

Redacción

ECLESALIA

13/11/01

Más de 600.000 personas pertenecen a asociaciones laicales vinculadas a congregaciones religiosas

Agencia Ivicón

ECLESALIA

19/11/01

Por una profunda reforma de la Iglesia

VV.AA.

ECLESALIA

20/11/01

Contra el terrorismo y la violencia

Asc. Juan XXIII

ABC

24/11/01

Sacerdotes casados

Juan García Pérez

El País

27/11/01

Pluralismo y laicidad en la democracia

Gregorio Peces-Barba

Noticias Ecuménicas

29/11/01

Educación escolar y libertad de religión

VV.AA.

ECLESALIA

30/11/01

“La Iglesia Católica debe restablecer el diaconado femenino”

Agencia Ivicón

Boletín ENCOMÚN, noviembre de 2001

EN LA CASA DE TODOS

MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ

MADRID.

Como casi cualquier otro tipo de "realidad" la Realidad Eclesial, entendida como el conjunto de cosas que se viven dentro de la Iglesia, es algo difícil de definir o, más bien, de aprehender. Y paradójicamente, esta dificultad viene siendo mayor para los que, supuestamente y por ahora, estamos dentro de esta casa y muy simple para los que nos observan desde fuera.

Desde la calle, visiones malintencionadas aparte, somos un homogéneo grupo de seguidores del Cristo que murió en la Palestina de hace 2000 años, más o menos obligados a cumplir los preceptos que desde Roma nos llegan para poder continuar dentro y asegurarnos así nuestra ilusoria parcelita de vida eterna. Pero ¿qué vemos desde dentro?

Como suele ocurrir, desde casa se ven las cosas de una manera un poco distinta. Es evidente que en esta gran familia hay muchas "familias" y que estas "familias" están corriendo, al menos, dos grandes riesgos: a saber, el de no acabar entendiéndose (queriéndose) y el ya más real de ofrecer al exterior un único y monolítico mensaje. Todos somos responsables de estos dos riesgos.

Es necesario recurrir al viejo tópico: viviendo en la misma casa estamos condenados a entendernos y colaborar en una doble dirección: "ad extra", ofreciendo una visión de la Iglesia más cercana a la que pueda ser su realidad y "ad intra" en una labor de conocimiento, comprensión y, por que no decirlo, de cariño mutuos.

Sí, efectivamente, todos seguimos a Cristo y creemos que nos salva por su muerte y resurrección. Pero ese seguimiento, siempre exigente, se puede hacer por diversos caminos más o menos heterodoxos y seguro que alguno habrá que se ofrezca como atractivo e interpelante a quien con escepticismo, cuando no con franca animadversión, se nos asoma desde fuera. Así pues, es urgente darnos a la tarea de enseñarnos, de mostrarnos, de ofrecernos.

Pero igualmente importante es el interior. Es la pluralidad la que nos obliga a conocer y a entender (lo que no implica, desde luego, compartir) los demás senderos porque, querámoslo o no, forman parte de nosotros como nosotros formamos parte de ellos.

Si queremos, y creo que queremos, que la Iglesia siga siendo el hogar de todos, lleno de acogedoras y cálidas habitaciones y de senderos en su jardín estamos obligados a entendernos, comprendernos y criticarnos con amor, a riesgo si no de acabar cada uno en su cuarto y alguno, quizás, marchándose de casa.

Tarea difícil, desde luego, la de conocerse (dicen, a modo de chiste, que ni siquiera el Espíritu Santo conoce todo sobre la Iglesia, que se le escapa lo que piensan los jesuitas o la cantidad de monjas que hay…) pero si no queremos que al final esta casa de todos se convierta en una vivienda "unifamiliar" tendremos que mirar a los demás y que nos miren, oír y que nos oigan, salir del armario y abrir todos los armarios, saber de los demás y, sobretodo, que nos "sepan".

O que nos "saboreen", que al fin y al cabo viene a ser lo mismo. 

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Tiempo de Hablar. Nº 86, 3º Trimestre 2001

NOS ESCRIBIÓ BENJAMÍN

REDACCIÓN

En internet hay gente para todo.
No hace mucho nos escribió Benjamín. 
Benjamín es catequista en su parroquia y hace tiempo que se viene preguntando por qué los sacerdotes no se pueden casar. Por lo que se ve no sólo se lo ha preguntado a sí mismo sino que también lo ha hecho a varias direcciones "de la Iglesia" en internet. Le han respondido de distintos sitios. A nosotros nos mandó no sólo la pregunta sino también varias de las respuestas que le han enviado. Nos pidió que, por favor, le contestáramos y le escribimos largo y tendido, ordenando un poco las ideas que le han enviado, reflexionando sobre alguno de los comentarios que había recibido y aportándole nuestro punto de vista.
 
Esto es lo que le decíamos.

Hola Benjamín:

No sabemos muy bien desde dónde nos escribes, pero no importa, lo que nos preguntas es lo importante y nos encanta poder responderte. No eres el único, hoy en día hay mucha gente en la Iglesia que también se plantea por qué los sacerdotes no pueden vivir en familia.

Nos dices que has escrito a varias direcciones "de la Iglesia" y que te han respondido de varios sitios. Según cuentas, Félix, de la diócesis de Burgos, fue el primero en escribirte y lo hacía en un tono muy cordial: "es verdad que hay un colectivo de curas casados que está intentando este reconocimiento y posibilidad, sin entrar a valorar tal cuestión, que quizás pudiera ser replanteada, lo cierto es como te digo, que en la actualidad no se permite a un cura casado presidir públicamente como ministro ordinario la Eucaristía".

Dices que no en todas las direcciones electrónicas de las diócesis y otros sitios que has escrito te han sabido responder. Fernando, de la diócesis de Ciudad Rodrigo, no conoce el tema: "tus mensajes se los he remitido a la persona que yo creía que pudiera ayudarte. Yo no tengo idea de este tema, pero después de esperar contestación de los compañeros me comunican que tampoco están muy bien informados. Por ello agradezco que te hayas dirigido a nosotros, aunque en este momento no podamos ayudarte".

Nos cuentas que te han comentado el artículo de Tiempo de Hablar sobre el canon 1335. Nosotros conocemos a varios sacerdotes casados que siguen celebrando los sacramentos "a petición de la gente" según lo que dice ese artículo de Código de Derecho Canónico. Sobre este asunto te respondía Gabino Díaz, desde Oviedo: "los sacerdotes sólo pueden casarse cuando han obtenido la secularización que sólo les puede dar el Santo Padre. En este caso, cuando han conseguido la secularización, no pueden ejercer el ministerio sacerdotal". Del arzobispado de Granada te dijeron que eso es imposible "porque a un sacerdote secularizado le está prohibido celebrar los sacramentos y todas las funciones que por el sacramento recibió en su día. La Iglesia no ha cambiado para nada su decisión en este tema. Además ellos (los sacerdotes secularizados) lo tienen muy claro y si alguno celebra la misa o cualquier otro sacramento está incurriendo en una pena más grave y hay que considerarlo fuera de la Iglesia católica". Desde la diócesis de Almería J. Molina, te lo decía muy claro: "según la doctrina y las normas de la Iglesia Católica, los sacerdotes católicos no se pueden casar y seguir ejerciendo el ministerio. Algunos han obtenido la secularización o dispensa de las obligaciones sacerdotales, y entonces sí se pueden casar, como lo han hecho algunos. Pero no pueden celebrar la Santa Misa. Si alguno lo hace, sería desobedeciendo la disciplina de la Iglesia. Está claro que la Iglesia mantendrá el celibato eclesiástico". Desde la Secretaría General del Obispado de Vic también te negaban esa posibilidad: tú nos cuentas que en una revista se dice que los ‘curas pueden decir misa y todo lo demás si se lo pide la gente’. Creemos modestamente que no se puede invocar a favor de esta frase y su contenido el canon 1335.

Parece ser que tú conoces a un "cura que está casado y dice misa cerca de mi parroquia porque se lo pide la gente". Ya nos cuentas que de la diócesis de Teruel Antonio Algora te dijo que "ese sacerdote está actuando de forma absolutamente irregular y debes poner esto en conocimiento del obispo de tu diócesis" y Julián García de Guadalajara que "no puede tener autorización de la Iglesia, el canon que cita no le autoriza a presidir la celebración de la Eucaristía". También desde Getafe, Paloma te dice que "seguramente ese sacerdote del que usted nos habla estará actuando al margen de la autoridad del obispo de esa diócesis, quien desconocerá el asunto. Lo mejor es que usted hable con el Párroco de la comunidad en la que ese ex-sacerdote esté celebrando o con el Vicario o directamente con el Obispo diocesano. Hágalo con caridad y decisión". Al final, ¿qué es lo que has hecho?

Según nos cuentas escribiste a varios sitios con las mismas palabras que Andrés explicaba en la revista el año 97, la interpretación del canon 1335, que "si la censura prohibe celebrar los sacramentos o sacramentales, o realizar actos de régimen, la prohibición queda suspendida cuantas veces sea necesario para atender a los fieles en peligro de muerte; y si la censura latae sententiae no ha sido declarada, se suspende también la prohibición cuantas veces un fiel pide un sacramento o sacramental o un acto de régimen; y es lícito pedirlos por cualquier causa justa". Ya ves que no todos piensan así. Desde la diócesis de Getafe, Paloma te contesta que "con respecto a las desproporcionadas consecuencias que algunos han extraído del C. 1335 son sólo fruto de su propio interés. Bajo el espíritu del canon está la costumbre de atender en casos extremos a bautizados que no tienen otra solución que recurrir a un ex-sacerdote. Otra cosa es, claro, la interpretación, como le digo, desproporcionada, que de dicho canon hacen determinados grupos para instalar sus propias convicciones en el seno de la comunidad eclesial e intentar así la normalización de lo que no lo es". Da la impresión de que el Canciller de la diócesis de Madrid sólo se fija en la primera parte del canon cuando te argumenta que "el canon 1335 a que hace referencia trata sólo de cuando hay una ‘censura’, no una prohibición expresa, esto último se da en los casos en los que los sacerdotes han solicitado al Santo Padre y éste les ha concedido el Rescripto de reducción al estado laical. Ahora bien, si este sacerdote casado con dispensa del Santo Padre dice misa, la dice ‘por su cuenta’, pues aunque los fieles se lo pidieran no puede hacerlo. Sólo en caso de peligro de muerte podría dar la absolución al moribundo".

Es posible que el vicario general de la diócesis de Pamplona fuera demasiado técnico, pero seguramente te habrá servido para entender mejor los entresijos y complicaciones que encierra el derecho canónico: "los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los Cielos y, por tanto, quedan obligados a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios. Una vez recibida válidamente la ordenación sacerdotal, la ordenación sagrada nunca se anula. Sin embargo, un clérigo pierde el estado clerical en las siguientes circunstancias: 1º Por prescripto de la Sede Apostólica, que solamente se concede a los diáconos cuando existen causas graves, y a los presbíteros, por causas gravísimas. 2º Por la pena de dimisión legítimamente impuesta. 3º La pérdida del estado clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación del celibato que únicamente concede el Romano Pontífice. 4º El clérigo que pierde el estado clerical, pierde con él los derechos propios del orden, y deja de estar sujeto a las obligaciones del estado clerical, se le prohibe ejercer la potestad del orden. A estos sacerdotes reducidos al estado laical o "secularizados", la Iglesia les permite absolver válidamente a cualquier penitente que se halle en peligro de muerte. Los sacerdotes reducidos al estado laical y casados que celebran la Santa Misa, consagran válidamente pero ilícitamente. Se encuentran en lo que se llama "rebeldía eclesial" y no se hallan en plena comunión con la Iglesia. Les falta esta comunión disciplinar y doctrinal con la Iglesia Católica".

Pero lo que a ti en el fondo te preocupa es por qué se le impide a un sacerdote que se casa el seguir ejerciendo su sacerdocio si él se sigue sintiendo sacerdote y además resulta que la Eucaristía que celebra es válida. Un punto de vista es el de Paloma desde la diócesis de Getafe: "usted sabe que la Iglesia, iluminada por el Espíritu, une el sacramento del Orden con el don del Celibato para que el sacerdote testifique en el mundo la máxima donación obrada por el amor de Dios, que se nos dio en extremo en su Hijo Jesucristo. Dios es quien llama y elige; Dios es quien envía y configura ontológicamente a los ministros a Cristo Sacerdote. Todo es don y gracia. Quien responde a la llamada de Dios sabe a qué se compromete y a Quien responde en libertad y responsabilidad. Cuando un sacerdote, sea por la causa que sea, abandona el ministerio o escoge un camino contrario al que se comprometió, pierde también la capacitación para actuar y celebrar en nombre de la Iglesia, y, por tanto, para celebrar los sacramentos. Es cierto que sacerdote se es para siempre, porque el sacramento del orden imprime un carácter indeleble, pero esto no es excusa para actuar, predicar o hacer algo en contra o al margen de la Iglesia en la que el sacerdote es un servidor de sus hermanos y no dueño de los sacramentos ni de la Palabra ni de la Doctrina". Otro punto de vista es el de el secretario del gabinete de comunicación del obispado de Cuenca: "algunos sacerdotes, después de recibir la ordenación se han dado cuenta de que no son capaces de vivir el celibato. Echan de menos una familia, una mujer, unos hijos. Esto, por lo general, es fruto de una falta de maduración durante sus años de formación en el seminario. Ante esta situación deciden casarse". También desde el consultorio religioso de la revista Mercabá (diócesis de Cartagena) Juan García Inza justifica la negativa diciendo que "la personas que no es capaz de renunciar a otros amores por el Amor, no está en condiciones de ser sacerdote, que supone una entrega total, como los religiosos". Y José Manuel Castro, desde la diócesis de Lugo te ofrece su punto de vista: "la tradición de la Iglesia católica es que el cura sea célibe, para poder desempeñar mejor así la labor pastoral que corresponde a su ministerio. En otras confesiones cristianas existen curas casados o mujeres sacerdotes, como es el caso de las confesiones protestantes y algunas ortodoxas. La razón que sostiene la Iglesia católica es la tradición de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal para mejor servicio a los fieles. No es una razón teológica, sino una norma eclesial que un papa podría cambiar, permitiendo, por ejemplo el celibato, opcional".

Pues precisamente eso del celibato opcional es lo que vienen pidiendo el grupo de familias que han incorporado al sacerdocio en la dimensión de lo cotidiano, de lo que viven la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nos dices que ese grupo se llama Moceop, que lo has leído en la revista y que algunos de los que te han escrito te hablaban también de él. Dices que lo que te cuentan deja en mal lugar este movimiento. Creo que Cruz Campos, de la diócesis de Cuenca, no lo tiene del todo claro cuando te dice que "estos sacerdote se han asociado porque quieren estar casados y ser sacerdotes. Son un grupo muy reducido que presionan para meternos por su camino a la gran mayoría de sacerdotes que estamos contentos con lo que libremente hemos elegidos. No somos culpables de los problemas personales que ellos hayan tenido. Si, en un momento dado, han descubierto que su vocación no es la sacerdotal y han decidido casarse y dejar el sacerdocio ¡felicidades! pero no pueden obligarnos a la mayoría a que también nos casemos porque libremente hemos decido ser todo del Señor y de la comunidad eclesial". Date cuenta, Benjamín, que Moceop son las siglas de movimiento pro celibato opcional; nosotros lo conocemos desde hace poco y sabemos que quieren abrir el diálogo sobre la opcionalidad del sacerdote para mantenerse célibe o poder vivir en familia y, en ningún caso, obligar a todos los curas a casarse.

Paloma, de la diócesis de Getafe, conoce las siglas de este grupo de sacerdotes, pero no te cuenta gran cosa de su realidad cuando te escribe "la asociación de la que nos habla es una asociación no reconocida por la Iglesia que se llama Moceop (Movimiento por el Celibato Opcional), formada por ex-sacerdotes y sus mujeres, que en un determinado momento de su vida optaron por la secularización o el abandono del ministerio para vivir la realidad del matrimonio. En mi opinión, aunque el "asesor espiritual" de la página en internet de la diócesis de Madrid te dice algo sobre el, también está lejos de la realidad cuando afirma "lo que ocurre, desgraciadamente, es que hay algunos colectivos de presión que parece que asumen su postura personal como una manera de enfrentarse a los pastores de la Iglesia, para intentar plantear, a veces, de manera polémica la oposición a una supuesta iglesia de base. Lo cual, naturalmente, no es cierto".

Benjamín, te noto muy preocupado por el tema y me sorprende la libertad que muestras cuando afirmas "Si lo hacían bien de curas y les gustaría seguir siéndolo ¿por qué no se les deja como algo normal? ¿qué tiene de malo tener una familia y decir misa?" Más aun cuando Alfonso, el "asesor espiritual" de Madrid, te dice "date cuenta, Benjamín, que algo ya adquirido a lo largo de los siglos y que se ha mostrado como sumamente productivo: la entrega de tantos sacerdotes santos que han hecho de su vida un verdadero himno al amor, hay que asumirlo como un don gozoso de Dios a su Iglesia que hay que fomentar. La cuestión no es tanto "rebajar el listón", sino hacer que cada uno en su lugar dé cuenta de los dones que ha recibido de Dios, y los haga producir. El sacerdote ha de ser sacerdote, el padre de familia padre de familia. Y eso no supone un desdoro ni para uno ni para otro, cada cual cumple una función hermosísima dentro del Cuerpo de Cristo que es su Iglesia, y no podemos mantenernos en constante añoranza de ser lo que no somos, sino ser lo que somos para gloria de Dios". Lo que te comenta Juan desde Cartagena tampoco tiene desperdicio: "Mira, el sacerdocio es una cosa muy seria. Es una entrega total a Dios, una entrega "esponsal", es decir, un compromiso como el de los esposos: uno con una y para siempre. El sacerdote se compromete con Cristo y para siempre. El celibato es la ofrenda que uno hace de su persona en su totalidad, como lo hizo Cristo por todos, para que tanto afectiva como efectivamente sólo vivamos comprometidos con nuestra vocación, que es absoluta, nos compromete totalmente. El celibato se introdujo en la Iglesia en una época determinada precisamente tras una evolución y profundización en la condición sacerdotal. En la Iglesia católica de rito oriental no se exige el celibato para los sacerdotes, sí para el Obispo. En las otras iglesias ortodoxas, y en la iglesia anglicana tampoco se exige, pero hay una gran valoración hacia el sacerdote católico por lo que supone de entrega radical al Señor y al pueblo". Parece que Juan rebaja la "seriedad" de los sacerdotes cristianos católicos orientales, anglicanos y ortodoxos por no obligarles a cumplir el celibato.

Pero ya ves que sí que hay lugar para la esperanza que compartimos contigo. Lo que te respondía Félix desde la página en internet de la Agrupación Católica Universitaria, está en la línea de lo que piensan la mayoría de los bautizados. Te recuerdo sus palabras para que también las tengas ordenadas en esta larga carta: "durante los tres primeros siglos de su existencia la Iglesia funcionó sin la obligación, impuesta posteriormente, del celibato sacerdotal En ese tiempo, ocasionalmente, se imponía la continencia, incluso a todos los bautizados.

Es en el año 325, en el primer Concilio Ecuménico de Nicea se decretó: ‘El Concilio prohibe con toda severidad a los obispos, sacerdotes y diáconos, en una palabra, a todos los miembros del clero tener (consigo) una persona del otro sexo, excepto la madre, la hermana o la tía, o mujeres que no puedan dar el menor motivo de sospecha’ (Canon 3). A los clérigos casados no les dan ninguna clase de prescripciones.

En Oriente hasta Justiniano (527-565) no se adoptaron disposiciones legales contra el matrimonio de los sacerdotes. Según una Constitución de 1º de marzo de 528, ‘no puede ser obispo nadie que tenga hijos o nietos, puesto que el obispo debe cuidarse en primera línea de la Iglesia y del culto. Además se ha de impedir que los donativos o legados hechos a favor de la Iglesia puedan ser aplicados por el obispo a su propia familia. El 18 de octubre de 530 hace presentes el emperador las disposiciones eclesiásticas según las cuales los sacerdotes, diáconos y subdiáconos no pueden ya casarse una vez recibidas las órdenes. Los hijos de tal matrimonio son declarados incapaces jurídicamente de recibir de su padre donativos o participaciones en la herencia’.

El año 691, el Sínodo Trullano creó la tradición que todavía pervive, funciona, en la Iglesia oriental: la ley del celibato solamente obliga a los obispos. Los otros clérigos pueden contraer matrimonio antes de las órdenes, pero mientras atienden a los servicios sagrados están obligados a la continencia.

En Occidente, por primera vez, a principios del siglo IV, el Sínodo de Elvira (canon 33) prescribe no ya el celibato, sino la continencia total de los clérigos.

La historia prosigue, larga, accidentada, curiosa, y no puedo ahora extenderme (ver por ejemplo: el libro de A. Hortelano y M.I. Algini, Celibato, interrogante abierto, Editorial Sígueme).

Para Jesús de Nazaret no tienen sentido las prescripciones rituales de pureza del Antiguo Testamento. Jesús sólo conoce una pureza,: la limpieza de corazón (Mt 5,8); 15,3; 13,11. Sólo el pecado es, pues, impureza: cf 1 Jn 1,7-9).

La sentencia definitiva sobre puro e impuro la pronunció Jesús en su discurso polémico en Mc 7,1-23; Mt 15,1-20.

La vida célibe de Jesús no iba contra el matrimonio ni contra la mujer.

Los discípulos de Jesús, por lo que sabemos, no estimaron que la actitud de Jesús (de no tener esposa) les fuera propuesta expresamente a ellos como modelo. San Pedro era casado (Mc. 1,30), "como los demás apóstoles y hermanos del Señor" (1Cor 9,5). En la época postpaulina se exige (1 Tim 3,2.12; Tit 1,6) que el ministro eclesiástico (obispo, diácono, presbítero) se distinga, entre otras buenas cualidades de carácter, por el hecho de ser "hombre de una sola mujer".

Hoy día sólo Dios puede llamar y dirigir al sacerdocio a celibatarios. ¿Quién osaría afirmar que sólo esto es su voluntad?

Esperemos que la Iglesia vaya haciendo un continuo, serio, sensato discernimiento sobre este punto del celibato obligatorio.

Por supuesto que, cualquiera que sea su disposición, yo no pienso cambiar de la decisión que asumí a mis dieciocho años al entrar en la Vida religiosa, hacer mis votos y recibir el sacerdocio. Estoy centrado, contento, feliz. Pero entiendo el problema que de hecho hoy existe. Una de las preguntas que muchos hoy se hacen: la Eucaristía ¿es privilegio del clero (un clero de célibes) o es un derecho de la Comunidad?

Poco a poco se podrá ir dando respuesta a tus preguntas. Algún día volverá a dejar de tener importancia la condición de varón célibe para la persona que se sienta vocacionada a servir a la comunidad desde el sacramento del orden. Quizá en las palabras de Juan Pablo II en la carta Novo Millennio Ineunte se esconda el germen de lo que pueda venir cuando escribe en el número 46: "es necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial. Junto con el ministerio ordenado, pueden florecer otros ministerios, instituidos o simplemente reconocidos, para el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus múltiples necesidades: de la catequesis a la animación litúrgica, de la educación de los jóvenes a las más diversas manifestaciones de la caridad".

El ministerio ordenado, los ministerios instituidos y los reconocidos para toda la comunidad. Una comunidad de hombres y mujeres, casados y célibes, atendida por hombres y mujeres, casados y célibes. Nos toca a los que fuimos bautizados y bautizadas tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial.

Bueno Benjamín, esperamos haber podido cumplir con lo que nos pedías en tu amable carta. Para nosotros ha sido muy grato poder ordenar un poco las ideas que te han ido enviando, reflexionar sobre ellas y poder compartir nuestro punto de vista.

Nosotros creemos que, en realidad, aún nos queda camino por recorrer, pero el Espíritu sigue animando los desafíos, experiencias y barruntos de la Iglesia que Somos y si creemos profundamente, como creemos, que la posibilidad de encarnación del sacerdocio en la familia se mueve al aire del Espíritu, la sinceridad, el caminar pausado, la sencillez de lo cotidiano, la naturalidad, la alegría de vivir... la Fe, la Esperanza y el Amor, harán el resto.

Hasta pronto.

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ECLESALIA, 13 de noviembre de 2001

MÁS DE 600.000 PERSONAS PERTENECEN A ASOCIACIONES LAICALES
VINCULADAS A CONGREGACIONES RELIGIOSAS

AGENCIA IVICÓN, 13/11/01

MADRID

Un total de 610.754 personas, pertenecientes a 68 asociaciones laicales vinculadas a congregaciones religiosas en 16.380 sedes locales diferentes trabajan en España con fines religiosos, talante misionero y proyección solidaria. Sin embargo, este bloque del asociacionismo católico de seglares ligado a los institutos religiosos, en el que no se incluyen las Organizaciones No Gubernamentales de los religiosos, no tiene una imagen pública tan perceptible como otros sectores eclesiales con mayor voluntad de presencia institucional.

Así se desprende de un estudio descriptivo y valorativo del asociacionismo religioso de laicos vinculado a congregaciones religiosas en España dirigido por Fernando Vidal Fernández, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, que ha sido presentado hoy a los más de 400 superiores y superioras provinciales reunidos en la VIII Asamblea General de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), que se celebra en Madrid del 13 al 15 de noviembre bajo el lema “Religiosos y laicos: dos vocaciones, una misión”.

Según el estudio, el “núcleo duro” del asociacionismo laical religioso vinculado a congregaciones religiosas en España lo constituyen 45 entidades distribuidas en 795 sedes locales por toda España y que afilian a 51.927 personas, la mayoría jóvenes procedente de centros educativos dirigidos por religiosos y religiosas. A este número hay que sumar otras 20 asociaciones con alguna disfuncionalidad detectada o funcionamiento irregular respecto del carisma congregacional (3.287 personas), y varias asociaciones de orantes, que añaden más de medio millón de afiliados más. Eso, sin contar la existencia de 31 asociaciones más, de las que el estudio no ha logrado tener constancia de su existencia actual. “Tenemos algún indicio de que podría haber alguna asociación, aunque nosotros no hemos logrado constancia de su existencia”, señala el director de la investigación. Por tanto, en total 68 asociaciones ampliables a 99.

Distribuidas por tipos funcionales de entidades, hay tres clases de asociaciones: las asociaciones apostólicas de laicos positivamente vinculadas a las congregaciones (51.927 personas, 795 sedes locales, 45 asociaciones), las asociaciones reducidas de fines no convencionales (3.827 personas, 117 sedes, 20 asociaciones) y las asociaciones que toman la forma de redes de orantes (555.000 personas, 15.468 sedes), entre las que destaca por su número el Apostolado de la Oración (APOR), asistido por la Compañía de Jesús, que cuenta con alrededor de medio millón de asociados.

A su vez, los dos primeros tipos pueden dividirse en asociaciones laicales estrictamente de culto (2.758 personas, 30 sedes locales), asociaciones que realizan servicios en una obra y se reúnen complementariamente con fines religiosos (358 personas, 47 sedes), reducidas asociaciones ligadas a una congregación por lazos puramente afectivos aunque anuncian fines religiosos (181 personas, 22 sedes), asociaciones vinculadas a una congregación con la que no se mantiene una vinculación deseada (503 personas, 18 sedes), asociaciones juveniles o que intentan una transición a asociaciones estables de adultos (34.814 personas, 427 sedes, 15 asociaciones, incluidas las 21.000 personas y las 262 sedes locales de las Juventudes Marianas Vicencianas, animadas por los Padres Paúles y las Hijas de la Caridad), asociaciones apostólicas en intensa colaboración con una congregación, con jóvenes y adultos (17.113 personas, 368 sedes, 30 asociaciones).

PERFIL LAICAL

En razón del género, el 60% de los socios son mujeres; es más, casi no existen asociaciones laicales vinculadas a congregaciones religiosas donde la mayoría sean hombres, y en casi la mitad de las asociaciones las mujeres están por encima del 70%. Por edades, más de la mitad de las asociaciones están formadas mayoritariamente por adultos: un 30% por gente entre 25 y 60 años, en vida laboral activa. Sólo un 16% está formada mayoritariamente por mayores de 60 años y en un 20% predominan claramente los menores de 25 años. El sector de edad más representado es el de los adultos entre 35 y 60 años que constituyen casi el 30% del conjunto de afiliados.

El estudio sobre el asociacionismo religioso de seglares también refleja que prácticamente todas las sedes locales cuentan con un religioso que acompaña a los grupos, quienes asumen con mucha propiedad el carisma congregacional como institución. En este sentido, el 60% de los afiliados está satisfecho con el cumplimiento de los fines, que, al igual que la identidad de las entidades, están muy marcados. Por eso, la consolidación institucional y la relación con los religiosos es vista de modo muy optimista, constata el estudio, al señalar también que poco más de la mitad de las asociaciones dicen no estar alineadas a ninguna corriente ideológica, cívica o eclesial. En relación a la situación eclesial, una mayoría relativa se muestra reformista y moderadamente crítica con la pastoral vigente.

Según el año de fundación, un 30% de las asociaciones fueron fundadas en los años 80, un 40% en los 90 y poco más del 25% antes de 1980. Los fines de las asociaciones laicales católicas ligadas a congregaciones son “radicalmente” religiosos, si bien un 60% de los afiliados, además de la reunión periódica del grupo, realiza actividades de proyección social y el 39% de pastoral parroquial.

IMAGEN PERCIBIDA

Para elaborar el repertorio de temas que debían abordar en el análisis de cada asociación, los autores del estudio sociológico recabaron también la opinión de diversas personas y varias instituciones de la Iglesia ajenas al tipo de asociaciones del estudio sociológico y analizaron las publicaciones de los últimos 20 años sobre la cuestión. La imagen percibida como resultado de las conversaciones con este colectivo tan diversos de personas y entidades de la Iglesia, se puede expresar, según el estudio, en estos términos: “Las asociaciones laicales de fines religiosos vinculadas a las congregaciones religiosas se ven como grupos juveniles que se reúnen, que están muy ligados a colegios y congregaciones, desconectadas de lo diocesano-parroquial, diversos y dispersos por el territorio, que afrontan la situación social y eclesial actual desde claves distintas pero todavía no suficientemente identificables y que apenas tienen rostro público identificable”.

Las personas y entidades consultadas comentaron que las asociaciones vinculadas a congregaciones apenas tienen rostro público ni se puede identificar alguna por su nombre. Prácticamente nadie conoce personalmente a las mismas ni tiene datos para enjuiciar su situación. Se sabe que existen pero se asocian totalmente a la propia congregación y no tienen un perfil reconocible.

Estas asociaciones, descritas sobre todo como “grupos” o “comunidades”, más que como “movimientos”, funcionan, según los consultados, en un espacio paralelo a lo diocesano, lo cual supone una fuente de conflicto con los pastores de la Iglesia, y muestran una mayor inclinación por la espiritualidad (lo celebrativo y lo cúltico) y la solidaridad institucionalizada (el voluntariado y la ONG como figuras reconocibles) que por lo teológico (formación intelectual) y lo político (la figura de la militancia).

RECOMENDACIONES

Tras la exposición de los resultados del estudio sociólogico, Vidal formuló algunas recomendaciones a los superiores y superioras provinciales a partir de la realidad asociativa perfilada, entre las que citó: reformular el asociacionismo de antiguos alumnos para la renovación de su imagen pública, facilitar procesos de formación académica en teología y “asociativizar prácticamente todas las entidades de la comunidad católica para que exista una mayor comunitarización”.

“NO PUEDE HABER MISIÓN COMPARTIDA SI NO HAY VIDA COMPARTIDA”

La colaboración apostólica entre religiosos y laicos no es una cuestión de simple estrategia u operatividad misionera, sino que se trata de un aspecto que afecta al núcleo de la fe y la eclesiología de comunión, pues “no puede haber misión compartida si no hay vida compartida”. Es más, la colaboración dará difícilmente buenos frutos si no está acompañada por una vida compartida. Por eso, la VIII Asamblea General de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) ha dedicado la tarde del primer día de su reunión plenaria a estudiar el marco teológico y sociológico de la colaboración entre religiosos y laicos, de la mano del jesuita Gabino Uríbarri, el claretiano Pedro Belderrain y el sociólogo laico Fernando Vidal.

Esta colaboración requiere, al mismo tiempo, estructuras y actitudes de fondo sobre la relación entre las diversas formas de vida cristiana. “Podemos invitar a los seglares a hablar en nuestros capítulos, darles voto en cien mil consejos, ofrecerles cargos de responsabilidad en las obras apostólicas, pero si falta el verdadero propósito de caminar en misión compartida, no estamos haciendo nada”, comentó Belderrain al respecto, pues “compartir tareas no supone compartir misión, y mucho menos el simple hecho de repartirlas”.

Frente a esta actitud, Belderrain, que es director de la revista Vida Religiosa, animó a cultivar con esmero espacios de comunión y encuentro, alentar órganos de participación y fomentar la escucha recíproca y eficaz. Y si es verdad que se ha expresado varias veces y de modo solemne la convicción de que la Iglesia no está formada si no tiene una laicado consciente o si prescinde de la vida religiosa como elemento decisivo para la misión, “es hora de colaborar más, de aunar fuerzas, de ahuyentar miedos”.

Por su parte, Vidal comentó que “el imaginario sobre lo cristiano en nuestro país no incluye la figura del laico vocacional y eclesialmente activo, por lo que públicamente se carece de modelos de referencia institucionalizados que ayuden a la gente en la construcción de su identidad”. De ahí que sugiriera la necesidad de institucionalizar la figura de los laicos comprometidos dentro de la Iglesia en general y de la vida religiosa en particular, porque los laicos vocacionales que están implicados en un carisma concreto “son también creadores y comentaristas de dicho carisma desde la aplicación a su vida cotidiana o desde la reflexión más especializada”. El reconocimiento de dicha figura laical en una congregación es fundamental para que pueda existir colaboración, aclaró el sociólogo, al tiempo que para ello un factor importante es la formación específica de los laicos.

Asimismo, Uribarri insistió en la complementariedad de las diversas vocaciones eclesiales y de los carismas en orden a la misión común en la Iglesia, que “impide cualquier tipo de instrumentalización del otro”. Por eso, al referirse a los criterios de actuación, el religioso jesuita dejó claro que “el servicio que hoy Dios pide a la vida consagrada pasa por un servicio de colaboración mutua y complementaria con el laicado en orden a la misión de la Iglesia y de Cristo”. En este sentido, pidió actuar desde la convicción aunque sin perder la identidad, favoreciendo la espiritualidad, las plataformas apostólicas y la sabiduría acumulada que la vida religiosa puede aportar, pero estando dispuestos a aprender y a recibir. Porque desde el punto de vista teológico, en la relación entre los religiosos y los laicos está en juego tanto la fidelidad a la eclesiología del Concilio Vaticano II como a la propia vocación e identidad, apuntó Uribarri, mientras recordó que tanto la vida consagrada como el laicado resultan fortalecidos de esa relación.

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ECLESALIA, 19 de noviembre de 2001

POR UNA PROFUNDA REFORMA DE LA IGLESIA

Conclusiones del "Sínodo a la sombra"

SÍNODO DEL PUEBLO DE DIOS

ROMA.

Una Iglesia "pueblo de Dios", donde por lo tanto lo que concierne a todos y a todas es discutido, y donde todos y todas se comprometan por la paz y la justicia en el mundo, y por una profunda reforma de la Iglesia católica romana. Es todo lo que ha afirmado rotundamente el "Sínodo del pueblo de Dios" que se ha autoconvocado en Roma desde el 4 al 7 de octubre en un "Sínodo sombra" precisamente para hacer oír la voz de los "simples fieles" en el Sínodo de los obispos, que al mismo tiempo se estaba celebrando en el Vaticano. Organizado por varias instituciones, en Particular el movimiento internacional "Somos Iglesia" y la "European network" (red de grupos católicos de base europeos), el "Sínodo sombra" se ha desarrollado en los locales de la Facultad valdense de Roma, hallándose presentes un centenar de representantes de más de trescientos grupos esparcidos por Europa, en las dos Américas, en Asía y en África.

DECLARACIÓN FINAL" DEL "SÍNODO SOMBRA

"Nosotros creemos que todos los que forman el Pueblo de Dios, creados a su imagen, por su responsabilidad bautismal y sobre la base de la tradición de las primeras comunidades cristianas y de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Deben: Hablar claro de los problemas que les conciernen. Asumir las responsabilidades de su Iglesia e invitar a los pastores de la Iglesia católica romana a dar razón de sus opciones. El Evangelio nos dice que un ministerio genuino en la Iglesia es servicio (diakonía) al Pueblo de Dios. Este sentido de servicio debe convertirse en una realidad y no quedarse sólo en una afirmación, Considerando la urgencia de la situación en el interior de la lglesia, aunque un diálogo espontáneo encuentra frecuentemente obstáculos, nosotros nos atrevemos a hablar en voz alta porque estamos convencidos de que no se puede reprimir al Espíritu.

La tarea de los obispos en el interior de la comunidad humana

·         Los pastores de la Iglesia católica romana, a los que nos dirigimos directamente, hoy más que nunca deben pedir a los líderes del mundo que renuncien a una guerra de represalia contra el terrorismo. Actuemos de manera que se encuentre una solución de justicia por medio de una política de no violencia. Los líderes políticos deben ser reclamados al quinto mandamiento ("no matarás"), rechazando el militarismo y la guerra como instrumentos de política nacional e internacional.

·         Los obispos son invitados a esforzarse para desarraigar del mundo y de nuestra Iglesia católica romana (cada uno por su parte) toda forma de violencia y, por lo tanto, la pobreza, la discriminación y la exclusión de personas sobre la base de motivaciones sexuales o de diferencias de género, del racismo y de la superioridad étnica o lingüística, de la violencia contra la conciencia de la intolerancia ideológica y de la pena de muerte. Promover una cultura de vida comporta la admisión del uso del preservativo para prevenir la difusión del virus HIV/AIDS también como método contraceptivo.

·         La asamblea del Sínodo de los Obispos de 1971,en su documento "La Justicia en el mundo", declaró que quien predica la justicia en el mundo debe ante todo ser justo a los ojos del mundo. Los pastores de la Iglesia deben intentar construir una Iglesia que sea un Sacramento de Justicia y de Noviolencia.

·         Los obispos deberían contrastar el documento vaticano "Dominus Jesus" ( firmado por el cardenal Joseph Ratzinger el 6 de agosto de 2000). Debemos comprometernos humilde y seriamente en un diálogo interrelígioso, abandonar toda concepción de superioridad católica y acoger la intercomunión ecuménica

·         Los Obispos son invitados a señalar con el dedo las escandalosas divergencias entre ricos y pobres de nuestro mundo, a denunciar una globalización opresiva y modelos económicos neoliberales, a sostener los derechos de los trabajadores, la cancelación de la deuda externa de las naciones pobres y la construcción de un orden económico global basado sobre principios de justicia y democracia.

·         Los obispos deberían promover un compromiso activo por nuestro planeta que es creación de Dios. Deben también contribuir a promover políticas de protección del ambiente que modifiquen comportamientos consumistas y que conserven los recursos del mundo para las generaciones futuras. Los pasos hacia una ecología eficaz deben iniciarse en el interior de la misma Iglesia católica romana.

·         Los obispos deben respetar la conciencia y las opciones éticas de los que toman decisiones sobre cuestiones en materia sexual o con respecto a la paternidad y a la maternidad. Los pastores de la Iglesia son invitados a reexaminar las enseñanzas eclesiásticas oficiales sobre tales temas, teniendo presente el "sensus fidelium" (el sentir de los fieles).

·         El gobierno de la Iglesia no debería reclamar la estructura de un Estado secular, y en las organizaciones internacionales la Iglesia católica romana debería tener el mismo "status" que los demás entes religiosos.

Los Ministerios en la Iglesia Católica Romana

No debería tolerarse forma alguna de discriminación en los ministerios eclesiásticos. Todo ministerio, incluidos el diaconado ,el sacerdocio, el episcopado y el papado, debería estar abierto, en línea de principio y teniendo en cuenta el bien de la comunidad, a hombres y mujeres, casados o no, independientemente de la raza o del grupo étnico.

La Iglesia local

·         Quien tiene el ministerio de la guía de la Iglesia local debería tener como tarea la de sostener de forma fuerte, profética, pública la justicia, la paz, la libertad y la integridad de la creación.

·         Los "simples fieles" pueden dar grandes contribuciones a la vida y a las enseñanzas de la Iglesia. Los líderes de la Iglesia local deberían partir de este presupuesto. Deberían estar disponibles en contacto con el pueblo, propensos a la discusión, a la escucha y al aprendizaje, flexibles ya abiertos incluso interesados por cada uno individualmente.

·         Los pastores de la Iglesia deberían sostener e intentar de comprender a los jóvenes. Deberían implicarlos en la organización de celebraciones litúrgicas significativas, de especiales ritos de paso, en el poder decisional y en encontrar los modos para difundir el mensaje del Evangelio en nuestro mundo.

·         Nos comprometemos con una Iglesia basada sobre la "colegialidad de todas las personas bautizadas". El poder decisional y la responsabilidad deberían ser compartidos, promoviendo la participación de todos. Los Sínodos o Consejos locales deberían emplearse para realizar estos objetivos.

·         El pueblo de Dios debería poder elegir a sus obispos y a los demás pastores. Estos líderes deberían mantenerse en el cargo por un período de tiempo determinado y dar cuenta de su actuación a la comunidad local de los fieles. Las normativas para la elección, de los pastores deberían tener en cuenta el contexto cultural en el que viven las comunidades locales.

·         El obispo local es un líder que coordina los ministerios y promueve la unidad. Él o ella debe dar cuenta de su actuación a la comunidad, y no asumir posturas de imposición o de dominio.

·         La Iglesia local debería instituir un método para la resolución Imparcial y justa de las disputas a través de una mediación coordinada de terceras personas. El modelo de un "defensor del pueblo" podría resultar útil.

·         Los pastores de la Iglesia deberían acompañar a su pueblo en su camino de fe, sin temores y miedo a los desafíos.

La Iglesia universal

·         las características de la Iglesia local arriba descritas deberían ser propias también de la Iglesia católica romana a nivel universal.

·         El papado debería basarse en la autoridad moral y no en el poder de jurisdicción. Un proceso conciliar permanente es importante en cada Iglesia para favorecer una participación ampliamente compartida.

·         Los pastores de la Iglesia universal deberían acompañar a los fieles en el desarrollo de su comunión de fe. Deberían respetar el papel del "sensus fidelium" en la comunidad y !as opciones de conciencia de cada uno. Los pastores deberían reclamar la unidad en las cosas esenciales, admitir la libertad en las cosas dudosas y favorecer la caridad en todas.

·         En la Iglesia debería prevalecer una postura de abierto debate teológico. Ningún fiel o pastor de la Iglesia debería reprimir o castigar a otros fieles comprometidos en el debate teológico o que se separen de las enseñanzas eclesiásticas oficiales.

·         Y como quiera que Dios es representado tanto en figura masculina como femenina, como Padre y Madre, el liderazgo de la Iglesia universal debería incluir tanto a mujeres como a hombres. Las mujeres son iguales a los hombres por naturaleza y por gracia. Negar esta igualdad es una forma de violencia y una limitación de la imagen de Dios.

·         Los pastores de la iglesia deberían poder compartir las experiencias de vida de las comunidades. Líderes que comparten las experiencias de vida de la gente común pueden más fácilmente comprender la realidad del matrimonio, de la paternidad y de la maternidad. Y al que está casado o tiene hijos le pedimos que ayude a los pastores a reexaminar y reformular las enseñanzas eclesiásticas sobre las problemáticas del matrimonio, de la paternidad y de la maternidad. Nosotros creemos, en todo caso para ejemplarizar, que las personas divorciadas y vueltas a casar deberían tener la posibilidad de recibir la Eucaristía; que los métodos contraceptivos deberían ser dejados a la opción de conciencia de cada uno; y que los homosexuales deberían ser bien acogidos en el interior de la comunidad eclesial..

·         Todos los obispos tienen igual dignidad. En el espíritu de subsidiaridad, los obispos deberían subrayar su rol de representantes de la Iglesia local respecto a la Iglesia universal, afirmando e ilustrando las experiencias de su pueblo.

·         Y ya que la Iglesia universal contiene dentro de sí la multiplicidad, siendo por tanto una "comunidad de comunidades", los pastores de la Iglesia universal deberían actuar con el más profundo respeto a las diferencias culturales en todo aspecto de la vida de la Iglesia.

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ECLESALIA, 20 de noviembre de 2001

CONTRA EL TERRORISMO Y LA VIOLENCIA

Declaración de la Asociación Española de Teólogos y Teólogas Juan XXIII

JUNTA DIRECTIVA

MADRID

La Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII quiere expresar, a través de esta declaración, su condena del terrorismo y de la violencia desde la ética humanitaria en favor de la vida y desde nuestra fe en el Dios de la reconciliación, en los siguientes puntos

1. Consideramos que todos los terrorismos son reprobables, porque atentan contra la vida humana, que es el derecho fundamental del que emanan los demás derechos. No cabe establecer diferencias desde el punto de vista ético y desde la fe cristiana entre distintos tipos de terrorismos.

2. Condenamos los actos terroristas del 11 de septiembre, que han destruido la vida de miles de personas en los Estados Unidos y sembrado el terror en la población mundial. Los actos resultan más condenables, si cabe, porque se han llevado a cabo bajo el nombre de Dios, que, según el decálogo de las tradiciones judía y cristiana, no puede tomarse en vano, y menos aún como justificación de la violencia. En todas las religiones se formula el precepto de "no matarás".

3. Con la misma contundencia expresamos nuestra condena de los bombardeos de Afganistán llevados a cabo por la coalición internacional liderada por los Estados Unidos. La operación "Libertad Duradera" supone un retroceso ético, ya que significa la aplicación de la ley del talión, sin límite ni control, contra un pueblo que no es responsable de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Los bombardeos contra Afganistán han desencadenado una espiral de violencia imposible de detener y han tenido consecuencias negativas: muertes de personas de todas las edades; fusilamientos indiscriminados de los adversarios; caza y captura de personas que, por muy culpables que sean, no pueden ser objeto de irracionales instintos de venganza; refugiados que tienen que sobrevivir en condiciones precarias, destrucción de las infraestructuras de un país que se encuentra en permanente estado de guerra desde hace casi un cuarto de siglo. La respuesta violenta a los atentados del 11 de septiembre no nos parece la mejor respuesta al problema del terrorismo mundial. Consideramos que los bombardeos son contrarios al derecho internacional.

4. Nos definimos a favor de los métodos pacíficos, de la no violencia-activa, como cauce más eficaz para resolver los conflictos, en la línea de personalidades religiosas emblemáticas de todos los tiempos: Buda, Jesús de Nazaret, Gandhi, Luther King, Juan XXIII, Dalai Lama, etc.

5. Estamos en contra de la leyes represivas que se están debatiendo en el Parlamento Inglés y de la orden de Bush de juzgar a los terroristas en tribunales militares secretos, ya que abren el camino a a juicios sin garantías e incluso ejecuciones, sobre todo contra la población extranjera. Tales medidas constituyen un recorte de las garantías constitucionales y una negación de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, y son más propias de Estados dictatoriales y policiales que de Estados libres y democráticos.

6. Estamos en contra de la ocupación de Palestina por parte de Israel y de las acciones violentas llevadas a cabo por el ejército israelí, que han causado la muerte indiscriminada de ciudadanos y ciudadanas palestinos: dirigientes políticos, niños, mujeres, jóvenes, etc. Condenamos igualmente el recurso a la violencia de las organizaciones armadas palestinas. La comunidad internacional y sus instituciones deben exigir el cumplimiento de las resoluciones de la ONU y facilitar el camino para la independencia de Palestina. Abogamos por una solución pacífica al conflicto judio-palestino que pasa por la creación del Estado Palestino, su reconocimiento por la comunidad internacional y su protección por la ONU, que no puede ser neutral en esta cuestión.

7. Condenamos el terrorismo de ETA, que carece de toda justificación: política, social, religiosa, cultural, económica y ética, responde a la lógica de la muerte, de la extorsión, está dictado por el fanatismo y golpea indiscriminada y ciegamente a todos los sectores de la población y a todos los pueblos de España. Todos los ciudadanos, sin excepción, estamos en el punto de mira de ETA y somos víctimas potenciales. Por ende, cualquier actitud de legitimación del terrorismo de ETA nos parece un acto de complicidad. Más aún si la legitimación, el encubrimiento o el silencio proceden de sectores religiosos. En ese caso se retrocede a etapas ya superadas de la religión, que se caracterizan por la violencia de lo sagrado y constituyen la perversión y degradación de la experiencia religiosa. Ninguna causa, por muy noble que sea, justifica la destrucción de la vida humana, sobre todo cuando existen cauces democráticos para su defensa.

8. Condenamos la violencia por razones étnicas, raciales y religiosas, especialmente las llevadas a cabo contra las minorías que, por serlo, se sienten indefensas. Son ellas las que precisan de más defensa y protección.

9. Condenamos con la misma energía la violencia de género, especialmente la que se lleva a cabo contra las mujeres en sus diferentes modalidades: a través de los medios de comunicación, de la publicidad, en el hogar, en el trabajo, en la vida cotidiana, en la educación, en el lenguaje, etc. En dicha violencia tienen una responsabilidad no pequeña las religiones con sus estructuras patriarcales y androcéntricas y sus prácticas discriminatorias y excluyentes de las mujeres.

10. Con frecuencia el caldo de cultivo del terrorismo son las situaciones de injusticia estructural del mundo actual, provocadas por el modelo económico neoliberal, que sume en la pobreza a dos terceras partes de la humanidad, ¡más de 4.000 millones de personas! Las religiones han de asumir su responsabilidad histórica en este terreno trabajando por la construcción de un orden internacional más justo y solidario. Sobre todo, en el caso de las grandes religiones, que están extendidas por todo el mundo y pueden influir decisivamente en la mutación de la marcha del mundo en la dirección de la fraternidad-sororidad universales.

11. También se ejerce la violencia contra la naturaleza, a través del actual modelo de desarrollo científico-técnico de la modernidad, que se muestra salvaje al destruir las fuentes naturales de la vida. Proponemos unas relaciones no opresivas y una convivencia pacífica entre los seres humanos y la naturaleza. Las religiones poseen importantes tradiciones que reconocen al mismo nivel y en igualdad de condiciones los derechos de la tierra y los de la humanidad, a partir de que una y otra son imagen de Dios y gozan de la misma dignidad.

12. Las religiones no pueden echar leña al fuego del terrorismo nacional e internacional, atizándolo o justificándolo. Han de utilizar el dinamismo de su voz profética para denunciarlo y condenarlo con palabras y hechos. Han de ser agentes de reconciliación e impulsoras de procesos de pacificación. Con el mismo empeño han de trabajar por la construcción de un mundo donde quepamos todos y todas. El combate contra la injusticia estructural requiere la misma decisión y el mismo empeño que la lucha pacífica contra el terrorismo.

13. Dos son las exigencias que han de cumplir las religiones: a) la renuncia a la guerra entre ellas y la opción por el diálogo inter-religioso e inter-cultural; b) el acuerdo en torno a unos mínimos éticos en favor de la justicia, la paz, la defensa de la naturaleza, la lucha por al justicia y la igualdad entre los hombres y la mujeres.

LA JUNTA DIRECTIVA DE LA ASOCIACIÓN DE TEÓLOGOS Y TEÓLOGAS JUAN XXIII: Enrique Miret Magdalena, Juan José Tamayo-Acosta, Casiano Floristán Samanes, José María Castillo Sánchez y Alfredo Tamayo Ayesterán.

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ABC, 24 de noviembre de 2001

SACERDOTES CASADOS

JUAN GARCÍA PÉREZ, S.J., Profesor de Teología Universidad Pontificia Comillas

Las agencias de noticias han recogido unas declaraciones del Obispo de Gerona, D. Jaume Camprodón, en las que proponía la ordenación de hombres casados para paliar de algún modo la actual falta de sacerdotes. Con ello, se darían en la Iglesia católica del rito latino dos tipos de sacerdotes, célibes y casados. Estos últimos, ya sacerdotes, seguirían llevando vida matrimonial.

Estas palabras han extrañado a algunos. Habría que relativizar esa extrañeza. Afirmaciones semejantes a las del Obispo de Gerona las han hecho algunos obispos de todo el mundo. Bien es cierto que no recordamos que los obispos españoles en activo se hayan manifestado sobre este punto. La escasez llamativa de vocaciones sacerdotales viene desde hace años. Quizá la sorpresa se refiere a los motivos que han podido inducir a Monseñor Camprodón a hablar ahora, cuando por razón de edad está a punto de dejar el gobierno de la diócesis. Lo que importa, con todo, no es el «cuándo» sino el «qué». En nuestra historia reciente, aunque la cuestión no es de ahora, el celibato es blanco de comentarios y no pocos ataques, sobre todo con ocasión de algún escándalo o abusos. Aun así, aquellos comentarios superficiales, despectivos o sarcásticos, que no alcanzan el nivel de una discusión medianamente seria, no deberían cerrar el camino a una reflexión sobre los pros y los contras, la conveniencia y dificultades del celibato de los sacerdotes. Aquí delimitamos el tema. No abrimos una reflexión global acerca del celibato sacerdotal. Nos circunscribimos a las palabras del obispo de Gerona.

Hay dos preguntas, muy directas y sencillas en su formulación. ¿Puede la Iglesia asumir la opinión del obispo cuasi-dimisionario de Gerona?. ¿Debería hacerlo?. Es sabido que la ley del celibato vigente en el rito latino de la Iglesia, no así en la Iglesia oriental, es una ley únicamente eclesiástica. La Iglesia podría modificarla si lo estimase conveniente. Permítasenos un breve recorrido sobre la historia zigzagueante de esta ley.

En el Antiguo Testamento, el celibato no es considerado una virtud sino una rareza o una locura. Cierto que hay algunas excepciones, como el ejemplo profético de Jeremías, pero todo el Antiguo Testamento está atravesado por el símbolo del amor nupcial entre Dios y su pueblo. Y la tradición judía recoge esta herencia. Para el Talmud, un célibe no es un hombre auténtico. En el s.II antes de Cristo, Simeón Ben Azzai deberá justificar su celibato ante un tribunal rabínico y para ello invoca la falta de tiempo (!).

Con el Nuevo Testamento se produce un giro revolucionario. Las primeras cartas de S.Pablo son anteriores a la redacción de los evangelios. Esas cartas hablan de una inminente segunda venida de Cristo y con ello el fin de este mundo. Queda poco tiempo. «Los que tienen mujer, que vivan como si no la tuvieran» (1 Cor 7,29). Escritos algo más tardíos, como el evangelio de Mateo, pondrán en labios de Jesús la posibilidad del celibato «por el Reino de los cielos». Jesús no emplea la palabra «célibe» (agamos) utilizada por Pablo sino que habla de «hacerse eunuco», lo cual evoca una mutilación o una violencia impuesta a la naturaleza, aunque no todos comprenderán este lenguaje. Es un don de Dios. Puesto que con Jesús han irrumpido ya en nuestra historia «los tiempos últimos», todas las realidades penúltimas (entre ellas la sexualidad) están destinadas a desaparecer.

No es posible aquí seguir con detalle el curso y los meandros de la introducción del celibato como ley obligatoria en la Iglesia latina. El profesor Díaz Moreno SJ (Universidad Comillas) ha expuesto una síntesis muy clara y orientadora. En los tres primeros siglos no se quiso prohibir el matrimonio a los ordenados sacerdotes. A principios del s.IV el Concilio de Nicea, después de algunos concilios particulares como el de Ancira (Ankara), quiso imponer el celibato pero se opusieron algunos de los más cualificados Padres Conciliares. A finales del s.VI se admite en la Iglesia latina a los varones casados en todos los grados de la jerarquía pero si aceptan la ordenación, deben renunciar al uso del matrimonio, lo cual requiere un acuerdo entre los esposos. Si son ordenados estando solteros, no se pueden casar. Con todo el celibato de los sacerdotes y obispos era mucho más un ideal que una realidad. La reforma de Gregorio VII, (1073-1085) no fue ni total ni duradera. Como recoge Stickler, se consideraba legítima una práctica contraria a todas esas prescripciones de los papas. Todavía en las Decretales de Gregorio IX (1234) se hablaba de la conveniencia o no de ordenar a los hijos de los sacerdotes. En el s.XV dos concilios particulares, Costanza y Basilea, refuerzan las prescripciones del celibato, pero en ese mismo siglo Nicolás de Tudeschis (+1445), enviado del Papa Eugenio IV en el Concilio, se muestra partidario de un celibato opcional. El Concilio de Trento zanjará la cuestión y es la fuente legal de la ley canónica vigente en la actualidad.

Los textos recientes de los últimos papas (Pablo VI y Juan Pablo II) dan a entender con meridiana claridad que tienen voluntad expresa de mantener esta ley. Por ello sería aquí necesario hacer una distinción a las afirmaciones del obispo de Gerona. La ordenación de casados en la Iglesia católica tiene ya lugar pero sólo hasta el diaconado (Pablo VI en 1967). No se incluye por tanto el sacerdocio. La posible ordenación (sacerdotal) de casados ha sido rechazada tanto por Pablo VI como por Juan Pablo II. Suponemos que el obispo de Gerona no se refiere a la ordenación de diáconos sino a la ordenación sacerdotal de hombres casados. La respuesta sería: la Iglesia puede hacerlo pero los papas hasta ahora han manifestado con toda claridad que no tienen intención de hacerlo. ¿Debería cambiarse la ley?. No hablamos de un cambio generalizado de la ley sino que nos atenemos exclusivamente a la afirmación del obispo de Gerona: la posible ordenación sacerdotal de hombres casados.

Se dan ya algunos casos parecidos aunque no idénticos a los sugeridos por el Obispo de Gerona. Nos referimos a aquellos ministros anglicanos casados que se convierten al catolicismo y solicitan ser ordenados presbíteros en la Iglesia Católica. Juan Pablo II, después de una consideración individualizada de cada caso, lo ha concedido en alguna ocasión. Y entonces el «nuevo sacerdote católico» sigue viviendo con su esposa.

Terminamos con una reflexión. Hoy día existen diáconos permanentes casados que atienden a varias comunidades parroquiales. Pero, como diáconos, no pueden celebrar la Eucaristía. La reflexión del obispo de Gerona podría situarse aquí: ¿Habrá llegado el momento de ordenar sacerdotes a algunos de esos diáconos para que puedan servir más plenamente a las parroquias? Karl Rahner, hace ya años, hizo esa misma pregunta con mayor amplitud: si la Iglesia, manteniendo la ley del celibato, llegase a la situación de no poder atender a muchas parroquias, entonces tendría que renunciar al celibato obligatorio, que es una ley de la Iglesia, ya que el bien de los fieles es más importante.

No sabemos cómo se desarrollará el futuro. Hay cambios que parecen imposibles, en un determinado momento se realizan y pasado algún tiempo parecen obvios. Corresponde a los responsables de la Iglesia tomar las decisiones necesarias para el bien de los fieles. Y a los católicos recibirlas con respeto, lo cual no impide exponer los problemas y apuntar posibles salidas. Y esto es lo que ha hecho hace unos días el Obispo de Gerona.

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El País, 27 de noviembre de 2001

PLURALISMO Y LAICIDAD EN LA DEMOCRACIA

GREGORIO PECES-BARBA,
Catedrático de Filosofía del Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid

Una democracia moderna es inseparable del pluralismo y de la neutralidad religiosa en que consiste la laicidad. Son los elementos necesarios que apuntan en los orígenes de la modernidad, que cristalizan en la Ilustración y que se consolidan en los dos últimos siglos.

En ambos casos estos rasgos identificadores de la democracia traen causa de su condición esencial de sociedad abierta. Este concepto lo introdujeron en la filosofía política primero Bergson en Les deux sources de la morale et de la religion en 1932, y después, Popper en The Open Society and its enemies, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial (1945).

La sociedad abierta que es la democracia pluralista y laica se opone a la sociedad cerrada, que a su vez trae causa de una ideología antimoderna, tradicionalista y nacionalista. En esta ideología se refugia todo el antiiluminismo de plurales orígenes, desde el eclesiástico y sus fundamentalismos hasta los tradicionalistas o los fascistas del Estado ético. La sociedad cerrada desembocaba con esos perfiles ideológicos en un organicismo que consideraba al grupo como la realidad suprema, o a una verdad incontrovertible como la que se debió imponer necesariamente para alcanzar la libertad.

Esta perspectiva de la sociedad cerrada es definida por Bergson como un tipo de agrupación humana 'cuyos miembros están unidos por vínculos recíprocos, indiferentes al resto de los hombres, siempre dispuestos a atacar o a defender, situados en una actitud de combate'. Para Popper, la sociedad cerrada se constituye, esencialmente, sobre una rigidez de comportamientos apoyados por una autoridad de carácter religioso. En todo caso, con diferencias sobre el valor de la intuición que Popper rechaza, para salir de la sociedad cerrada, ambos coinciden en que en la sociedad abierta se valora al hombre y a su dignidad, cada uno asume una responsabilidad personal y no se disuelve en el colectivo. Es la inteligencia usada libremente por cada uno, contra la superstición, el dogmatismo y la creencia en una verdad política única. Es, en definitiva, la vieja idea kantiana del hombre que no necesita andaderas la que identifica a la sociedad abierta. El nacionalismo radical, el fundamentalismo religioso o político del Estado ético son los signos de la sociedad cerrada y los enemigos de la democracia. En esta perspectiva adquieren todo su valor como fundamentos del sistema las ideas de pluralismo y de laicidad. Se puede afirmar que la sociedad democrática sólo puede ser plural y laica.

El pluralismo deriva de la propia condición humana y de la libertad de pensamiento, de conciencia, de cátedra, de la ciencia, de la investigación y de la creación artística. El pluralismo, una consecuencia del libre juego de la razón humana, no es obstáculo para la existencia de sociedades ordenadas y estables, siempre que sean sociedades tolerantes y donde se reconozca al otro, al ajeno, como un ser igualmente digno, libre y razonable, capaz de crear y de creer. La cooperación social y la amistad cívica sustituyen en las sociedades bien ordenadas, como son las democráticas, al enfrentamiento y a la dialéctica amigo-enemigo propios de las sociedades cerradas. El pluralismo es el único escenario posible de este modelo, lo que no significa que estas sociedades no incluyan concepciones filosóficas contrapuestas. Sólo es exigible que esas filosofías contrapuestas sean superponibles y no incompatibles. Deben ser, como dice Rawls, 'filosofías comprehensivas razonables', es decir, que expresan una concepción del mundo que se distingue de otras por los valores que prima, que suponen una cierta estabilidad, que no desean usar el poder político para impedir la expresión del resto de las doctrinas, y finalmente, que aunque crean en su verdad, no desean imponerla, ni piensan que supone, además, la única moralidad política.

Este pluralismo es imposible cuando una concepción del bien o una filosofía comprehensiva pretenden ser el núcleo de la razón pública, es decir, cuando intentan que su ética privada, su idea de la virtud, de la felicidad, del bien o de la salvación, es decir, su núcleo de verdad, se conviertan en la ética pública de la sociedad. La disolución de la ética privada en ética pública es propia de las filosofías totalitarias.

Íntimamente vinculada con la idea de pluralismo está la laicidad o la concepción laica del Estado, igualmente esencial para la democracia. En efecto, vincular laicidad con democracia es, desde otro punto de vista, reconocer la autonomía de la política y de la ética pública frente a las pretensiones de las iglesias de dar una legitimación social al poder político, vinculándolo con su particular concepción de la verdad en relación con su idea del bien, de la virtud o de la salvación. En el ámbito católico es un reflejo del agustinismo político, que no acepta que exista una luz propia y autónoma del mundo profano, y que sostiene que toda la luz procede de Cristo a través de su Iglesia, no sólo en su ámbito propio, sino también en el de la sociedad política.

En el fundamentalismo islámico, el control coránico extremo, administrado por su clérigos, pone igualmente en entredicho la posibilidad de una democracia plena.

La laicidad no supone una acción de la democracia contraria al hecho religioso ni a las instituciones eclesiales, aunque ciertamente ha existido y quizás existe un laicismo agresivo enemigo del fenómeno religioso, sobre todo en el siglo XIX. Es verdad que es normalmente reacción frente al asfixiante clima clerical del Estado Iglesia, como llamaba Fernando de los Ríos al Estado unido en España a partir de los Reyes Católicos, donde la unidad política se acompañó desde el principio con la unidad de la fe, haciendo así imposible la democracia.

No se trata, para responder al hartazgo de intromisión eclesiástica, de volver a ese laicismo decimonónico, cargado también de un contenido teológico, aunque sea negativo. Se trata de defender la neutralidad del Estado, su carencia de opiniones religiosas, frente a una concepción teológica de la política, que pretende imponer el uniformismo frente al pluralismo y el confesionalismo frente a la laicidad. Dice Bobbio que normalmente esas políticas de la Iglesia institución introducen en la defensa de intereses el espíritu de intransigencia dogmática propio de los principios. Para él, las cuestiones políticas son más de intereses que de principios, mientras que estos teólogos de mala fe trafican con principios para en realidad defender intereses. Por eso dirá Bobbio, en Tra due Repubbliche que 'la consecuencia del espíritu teológico transportado al ámbito político es la elevación de los intereses, pero la degradación de los principios'.

Pero en nuestro ámbito cultu- ral, la Iglesia católica, más modernizada, cumple, como Iglesia institución y en una línea más moderada pero igualmente incompatible con una sociedad democrática, el mismo papel. No afecta esta tesis ni a la religión en general ni a los valores cristianos ni al mensaje evangélico, sino a una forma de administrar esas verdades como incompatibles con otras y como de obligado cumplimiento para alcanzar la libertad. Esas premisas son difícilmente compatibles con la sociedad democrática y sus valores.

Por una parte, es difícil compaginar la falta de democracia interna en la Iglesia con una defensa externa de sus valores. Hay una cierta hipocresía, o una cierta esquizofrenia de servicio a dos señores incompatibles, cuando se defiende un sistema oligárquico y jerárquico para el gobierno de la Iglesia y se defiende con el entusiasmo de los neófitos la democracia política, aunque eso tampoco siempre. Esta defensa de la democracia es además reciente, y arranca de las primeras décadas del siglo XX. Véanse si no los años negros que van desde 1830, Mirari Vos, hasta 1880, Libertas, donde las encíclicas pontificias condenaban los 'torpes deseos de libertad que quieren acabar con los sagrados derechos de los príncipes', y calificaban a la libertad de conciencia de pestilente error, en una defensa a destiempo de las monarquías absolutas.

Pío X, en la encíclica Vehementer Nos, sobre la separación entre la Iglesia y el Estado en Francia, de 11 de febrero de 1906, defenderá la jerarquía y la falta de democracia interna de la Iglesia:

'La escritura nos enseña, y la tradición de los padres lo confirma, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo... En el seno de la cual hay jefes que tienen plenos y perfectos poderes para gobernar, para enseñar y para juzgar. De lo cual resulta que esta sociedad es desigual por esencia, es decir, es una sociedad que comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que ocupan un rango en los distintos grados de jerarquía y la multitud de los fieles. Y de tal modo son distintos entre sí, que sólo en el cuerpo de los pastores reside la autoridad y el derecho necesario para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, ella no tiene otro deber que el de dejarse conducir y, rebaño dócil, seguir a sus pastores...'.

Este texto, que en lo esencial sigue estando vigente, aunque se enmascare con palabras más suaves, se expresa con el lenguaje de la literatura política justificadora del poder absoluto, que viene de Dios. Con esa filosofía se ejerce censura sobre escritos de religiosos, teólogos, filósofos, y también de creyentes laicos. Incluso se limitan derechos fundamentales, y se incapacita para trabajar como profesor de religión por razones que afectan a la intimidad y que son perfectamente lícitas en la sociedad civil.

Pero la dificultad mayor para que la Iglesia pueda integrarse en una sociedad democrática procede de esa consideración, extrapolada al ámbito político, de que es la detentadora y la administradora de la Verdad con mayúsculas, que es la verdad de Dios. Esa postura sería compatible en el ámbito de la ética privada, es decir, si se sostuviera que la verdad que hace libres es la que afecta al ámbito de la moralidad individual. Creer que el mensaje cristiano libera a los individuos y es el camino de la salvación, es perfectamente compatible con la sociedad democrática, que además debe en sus estructuras constitucionales favorecer que ese mensaje pueda ser transmitido, e incluso promover las condiciones y remover los obstáculos para alcanzar ese fin. Pero la Iglesia institución está presente en los ámbitos del poder político, incluso hasta Pío IX, el último soberano con poder político real, y hoy mantiene un poder político simbólico, el Estado Vaticano.

El traslado al ámbito político del principio 'la verdad nos hará libres' supone la superioridad de la Iglesia respecto de conceptos democráticos como participación, representación, sufragio, soberanía. Ésta es la orientación hoy imperante impulsada desde Roma, que aparta la compatible con la democracia que se expresaba en el Concilio y antes en la encíclica Pacem in Terris, de Juan XXIII. A la conciencia individual como motor de la participación política del cristiano le sustituye la vieja idea del orden del universo creado por Dios. Así, se pretende que una concepción del bien sea el núcleo definidor de la ética pública. La ética privada invade y sustituye a la ética pública, lo que es incompatible con lo que Rawls llama una sociedad bien ordenada, es decir, una sociedad democrática.

Otra cosa es el talante democrático de muchos cristianos y la cooperación social que prestan, en muchos casos impagable. Eso demuestra que no es la religión la que es incompatible con la democracia, que incluso tiene muchas raíces evangélicas, sino unas instituciones jurídicas y económicas que pretenden ejercer en una sociedad plural y laica el monopolio de la verdad. En ese aspecto se comprende bien el valor esencial que tiene el espíritu laico para la Democracia.

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Noticias Ecuménicas, 29 de noviembre de 2001

EDUCACIÓN ESCOLAR Y LIBERTAD DE RELIGIÓN

Libertad de Religión, de Convicciones, la Tolerancia y la No Discriminación

Documento final del de Conferencia Internacional Consultiva sobre la Educación Escolar

MADRID.

La Conferencia, reunida en Madrid del 23 al 25 de noviembre de 2001 con ocasión del vigésimo aniversario de la Declaración sobre la Eliminación de todas las formas de Intolerancia y de Discriminación fundadas en la Religión o las Convicciones, adoptada el 25 de noviembre de 1981 por la Asamblea General de las Naciones Unidas,

a) Considerando que el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables constituye el fundamento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo, y que todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes;

b) Recordando la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial y la Declaración sobre la Eliminación de todas las formas de Intolerancia y Discriminación fundadas en la Religión o las Convicciones (en el entendimiento de que la libertad de religión o convicciones incluye las convicciones teístas, agnósticas y ateas, así como el derecho a no profesar ninguna religión o creencia), que reconocen el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión o convicciones', y apelan al entendimiento, al respeto, a la tolerancia y a la no discriminación;

c) Tomando nota de que se producen en muchas partes del mundo graves manifestaciones de intolerancia y de discriminación que amenazan el disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales, incluida la libertad de pensamiento, conciencia, religión o convicciones;

d) Reafirmando el llamamiento hecho por la Conferencia Mundial de Viena sobre los Derechos Humanos a todos los Gobiernos para que, en cumplimiento de sus obligaciones internacionales y teniendo en cuenta debidamente sus respectivos ordenamientos jurídicos, adopten todas las medidas apropiadas para luchar contra la intolerancia fundada en la religión o las convicciones y la violencia que la acompaña;

e) Considerando que es esencial promover el derecho a la libertad de religión o convicciones y abstenerse de utilizar las religiones o las convicciones para fines incompatibles con la Carta de las Naciones Unidas o los textos pertinentes de las Naciones Unidas, y garantizar el respeto de los principios y objetivos de la Declaración sobre la Eliminación de todas las formas de Intolerancia y Discriminación fundadas en la Religión o las Convicciones;

f) Convencida de la necesidad de una educación en el ámbito de los derechos humanos que condene y procure prevenir todas las formas de violencia fundadas en el odio y en la intolerancia en relación con la libertad de religión o convicciones.

g) Consciente de la responsabilidad que incumbe a los Estados de promover a través de la educación los propósitos y principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, para avanzar en el entendimiento, la cooperación y la paz internacionales, y en el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales;

h) Tomando nota de la Convención de la UNESCO de 14 de diciembre de 1960 contra la Discriminación en materia de Educación y de su Protocolo adicional de 1962; de la Recomendación de la UNESCO sobre la Educación para el Entendimiento, la Cooperación y la Paz Internacionales y la Educación en materia de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales adoptada el 19 de noviembre de 1974; y de la Declaración sobre la Raza y los Prejuicios Raciales de 27 de noviembre de 1978;

i) Tomando nota de que la tolerancia implica la aceptación de la diversidad y el respeto del derecho a ser diferente, y que la educación, particularmente la escolar, debe contribuir de una manera significativa a promover la tolerancia y el respeto de la libertad de religión o de convicciones;

j) Tomando nota de la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia;

k) Recordando que el artículo 26.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones, grupos raciales o religiosos;

l) Tomando nota de los principios relativos al derecho a la educación contenidos en el artículo 13 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y reiterados en la Convención sobre los Derechos del Niño;

m) Tomando asimismo nota del artículo 29 de la Convención sobre los Derechos del Niño, que dispone que la educación debe estar dirigida a "desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades; el desarrollo del respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales y de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas; inculcar al niño el respeto de sus padres, de su identidad, de su idioma y de sus valores culturales, así como de los valores nacionales del país en que vive, del país del que es originario y de las civilizaciones distintas de la suya; preparar al niño para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad entre los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos, y entre las personas de origen indígena";

n) Tomando nota del derecho de los padres, las familias, los tutores legales y otros custodios legalmente reconocidos a elegir escuelas para sus niños y garantizar su educación religiosa y/o moral, de conformidad con sus propias convicciones y con los requisitos educativos mínimos que puedan ser establecidos o aprobados por las autoridades competentes, y en conformidad con los procedimientos seguidos en cada Estado para la aplicación de su legislación y de acuerdo con el interés superior del niño;

o) Recordando el párrafo 38 del Programa de Acción de Viena, y consciente de la necesidad de considerar la igualdad de género en la educación escolar en relación con la libertad de religión o convicciones, la tolerancia y la no discriminación; y preocupada también por la continua discriminación que se produce contra las mujeres, subrayando al tiempo la necesidad de garantizar sus derechos humanos y libertades fundamentales y, en particular, su derecho a la libertad de religión o convicciones, la tolerancia y la no discriminación;

p) Preocupada también por la continua discriminación que se produce contra niños, migrantes, refugiados y solicitantes de asilo, entre otros, al tiempo que subraya la necesidad de garantizar sus derechos humanos y libertades fundamentales, y en particular su derecho a la libertad de religión o de convicciones, la tolerancia y la no discriminación;

q) Convencida de que la educación en relación con la libertad de religión o convicciones puede también contribuir a la realización de los objetivos de la . paz mundial, de la justicia social, el respeto mutuo y la amistad entre los pueblos, y a la promoción de los derechos humanos y libertades fundamentales;

r) Convencida igualmente de que la educación en relación con la libertad de religión o de convicciones debería contribuir a la promoción de las libertades de conciencia, de opinión, de expresión, de información y de investigación, así como a la aceptación de la diversidad;

s) Reconociendo que los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información, incluido Internet, deberían contribuir a la educación de los jóvenes en el terreno de la tolerancia y la libertad de religión o convicciones, en un espíritu de paz, justicia, libertad, respeto mutuo y entendimiento, para promover todos los derechos humanos, tanto los civiles y políticos como los económicos, sociales y culturales;

t) Considerando que los esfuerzos tendentes a promover, a través de la educación, la tolerancia y la protección d ela libertad de religión o de convicciones requieren la cooperación de los Estados, las organziaciones y las instituciones competentes, y que los padres, los grupos y las comunidades de religión o de convicciones tienen una función importante que desempeñar al respecto;

u) Recordando con aprecio la proclamación por la Asamblea General de 1995 como Año de la tolerancia, y de 2001 como Año de las Naciones Unidas para el Diálogo entre las Civilizaciones, así como la adopción por la Asamblea General de las Naciones Unidas del Programa Mundial para el Diálogo entre las Civilizaciones, el 9 de noviembre de 2001; y recordando la Declaración de la UNESCO de 18 de diciembre de 1994 sobre el Papel de las Religiones en la Promoción de una Cultura de Paz, así como la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, adoptada por la UNESCO el 16 de noviembre de 1995;

v) Tomando nota de las iniciativas y acciones emprendidas por distintos órganos internacionales y organizaciones del sistema de Naciones Unidas, en cuyo seno la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos pone en práctica el Decenio de las Naciones Unidas para la Educación en la Esfera de los Derechos Humanos (1995-2004), así como muchos otros programas de educación en materia de derechos humanos; la UNESCO, que lleva a cabo programas de educación sobre derechos humanos y sobre la paz y que desarrolla una política de diálogo intercultural e interreligioso; así como el UNICEF, que contribuye en distintas regiones a la educación y el bienestar de los niños;

w) Tomando nota de las recomendaciones relativas a la educación recogidas en los diferentes informes, tanto de los órganos de tratados de las Naciones Unidas para la protección de los derechos humanos como de los Relatores Especiales competentes de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en particular los de la Relatora Especial sobre el derecho a la educación; del Relator Especial sobre formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia; de la Relatora Especial sobre la violencia contra la mujer, con inclusión de sus causas y consecuencias; y del Relator Especial sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones;

1. Subraya la urgente necesidad de fomentar, mediante la educación, la protección y el respeto a la libertad de religión o de convicciones para fortalecer la paz, el entendimiento y la tolerancia entre individuos, grupos y naciones, y para el desarrollo del pluralismo;

2. Estima que todo ser humano tiene un valor y una dignidad inviolables e intrínsecos, que incluyen el derecho a la libertad de religión, conciencia o convicciones, que deberían ser respetados y salvaguardados;

3. Considera que los jóvenes deben ser educados en un espíritu de paz, tolerancia, entendimiento mutuo y respeto de los derechos humanos, y especialmente en el respeto a la libertad de religión o de convicciones, y que deberían ser protegidos contra todas las formas de discriminación y de intolerancia fundadas en su religión o convicciones;

4. Estima que cada Estado, en el nivel gubernamental apropiado, debería promover y respetar políticas educativas dirigidas a fortalecer la promoción y la protección de los derechos humanos, la erradicación de los prejuicios y las concepciones incompatibles con la libertad de religión o convicciones, y que debería garantizar el respeto y la aceptación del pluralismo y la diversidad en el ámbito de la religión o de las convicciones, así como el derecho de no recibir una instrucción religiosa incompatible con sus convicciones;

5. Estima igualmente que cada Estado debería adoptar medidas adecuadas para garantizar la igualdad de derechos a las mujeres y a los hombres en el ámbito de la educación y de la libertad de religión o de convicciones, y reforzar en particular la protección del derecho de las niñas a la educación, especialmente de aquellas que proceden de grupos vulnerables;

6. Condena todas las formas de intolerancia y de discriminación fundadas en la religión o las convicciones, incluyendo aquellas que promueven el odio, el racismo o la xenofobia, y estima que los estados deberían tomar las medidas adecuadas contra aquellas que se manifiestan en los currículos escolares, en los libros de texto y los métodos pedagógicos, así como las difundidas a través de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información, incluido Internet;

7. Considera favorablemente los siguientes objetivos:

a) Fortalecer una perspectiva no discriminatoria en la educación y el conocimiento en relación con la libertad de religión o de convicciones en los niveles apropiados;

b) Alentar a las personas involucradas en la enseñanza a cultivar el respeto de las religiones o las convicciones, promoviendo así el entendimiento mutuo y la tolerancia;

c) Concienciar sobre la interdependencia creciente entre las personas y las naciones y la promoción de la solidaridad internacional;

d) Concienciar sobre las cuestiones relativas al género, con el fin de promover la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres;

e) Concienciar sobre las cuestiones relativas al género, con el fin de promover la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres.

8. Reconoce que los Estados deberían fomentar, en los niveles adecuados de gobierno, tanto en la educación escolar como, eventualmente, en las actividades extra-escolares organizadas por instituciones educativas de cualquier tipo, los principios y objetivos de este documento, especialmente los de no discriminación y tolerancia, a la luz del hecho de que las actitudes son en gran parte influenciadas durante el periodo de educación escolar primaria y secundaria;

9. Estima que la función de los padres, las familias, los tutores legales y otros custodios legalmente reconocidos es un factor esencial en la educación de los niños en el ámbito de la religión o las convicciones; y que debería prestarse una atención especial a alentar actitudes positivas y, en el interés superior del niño, apoyar a los padres para ejercitar sus derechos y cumplir cabalmente su función en la educación en el ámbito de la tolerancia y la no discriminación, tomando nota de las disposiciones pertinentes de la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención sobre los Derechos del Niño, el Pacto Internacional sobre los Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional sobre los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y la Declaración de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de todas las formas de Intolerancia y Discriminación fundadas en la Religión o las Convicciones;

10. Alienta a los Estados, en el nivel apropiado de gobierno, y a todas las instituciones u organismos competentes, como el sistema de las escuelas asociadas de la UNESCO, a mejorar los medios de formación de los docentes y de las demás categorías de personal educativo que trabaja en materia de libertad de religión o de convicciones, para prepararlos y habilitarlos para el desempeño de su cometido en la realización de los objetivos del presente documento; y para ello recomienda a los Estados, en el nivel apropiado de gobierno y de acuerdo con sus sistemas educativos, que consideren favorablemente:

a) El desarrollo de la motivación de los profesores para su tarea, apoyando y alentando su adhesión a los valores de los derechos humanos y, en particular, a la tolerancia y la no discriminación en el ámbito de la libertad de religión o de convicciones;

b) La preparación de los profesores para la educación de los niños en una cultura de respeto a todos los derechos humanos, la tolerancia y la no discriminación;

c) Alentar el estudio y la difusión de las diversas experiencias educativas en relación con la libertad de religión o de convicciones, y especialmente de experiencias innovadoras llevadas a cabo en todo el mundo;

d) Facilitar a los profesores y a los alumnos, cuando ello resulte apropiado, la oportunidad de llevar a cabo encuentros e intercambios voluntarios con sus homólogos de distintas religiones o convicciones;

e) Alentar intercambios de profesores y alumnos, y facilitar los estudios en el extranjero;

f) Alentar en el nivel apropiado el conocimiento general y la investigación académica en relación con la libertad de religión o convicciones;

11. Alienta a los Estados, en el nivel apropiado de gobierno, y a otras instituciones y organizaciones competentes, a acrecentar sus esfuerzos, cuando ello sea adecuado y posible, para facilitar la renovación, la producción, la difusión, la traducción y el intercambio de los medios y materiales educativos en materia de libertad de religión o de convicciones, prestando una atención especial al hecho de que, en muchos países, los alumnos adquieren conocimiento, incluso en el ámbito de la libertad de religión o de convicciones, a través de los medios de comunicación fuera de las instituciones educativas. Para ello, debería contemplarse emprender actuaciones en los siguientes aspectos:

a) Debería hacerse un uso apropiado y constructivo de toda la gama de instrumentos disponibles, desde los medios tradicionales hasta las nuevas tecnologías al servicio de la educación, incluyendo Internet, en la medida en que sean relevantes en el ámbito de la libertad de religión o convicciones;

b) La cooperación entre los Estados y las organizaciones internacionales relevantes e instituciones competentes, así como los medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales, para combatir la propagación de estereotipos de intolerancia y discriminación acerca de las religiones o las convicciones en los medios de comunicación y en los sitios de Internet;

c) La inclusión de un componente específico de educación sobre los medios de comunicación para ayudar a los alumnos a seleccionar y analizar la información difundida por los medios de comunicación en el ámbito de la libertad de religión o de convicciones;

d) Una mejor apreciación de la diversidad y el desarrollo de la tolerancia y de la protección y no discriminación de migrantes y refugiados y de su libertad de religión o convicciones;

12. Recomienda que los Estados así como las instituciones y organizaciones competentes deberían considerar estudiar, utilizar y difundir buenas prácticas educativas en relación con la libertad de religión o convicciones, que asignen particular importancia a la tolerancia y a la no discriminación;

13. Recomienda que los Estados deberían considerar la promoción de intercambios, culturales internacionales en el ámbito de la educación, especialmente mediante la conclusión y la aplicación de acuerdos relacionados con la libertad de religión o convicciones, la no discriminación y la tolerancia y el respeto de los derechos humanos;

14. Alienta a todos los segmentos de la sociedad a contribuir, tanto individual como colectivamente, a una educación fundada en la dignidad humana y el respeto de la libertad de religión o convicciones, la tolerancia y la no discriminación;

15. Alienta a los Estados, en el nivel apropiado de gobierno, a las organizaciones no gubernamentales y a todos los miembros de la sociedad civil a aunar sus esfuerzos para aprovechar los medios de comunicación y otros instrumentos para la educación individual y mutua, así como a las instituciones culturales, tales como museos y bibliotecas, a proporcionar al individuo los conocimientos pertinentes en el ámbito de la libertad de religión o de convicciones;

16. Alienta a los Estados a promover la dignidad humana y la libertad de religión o convicciones, la tolerancia y la no discriminación, combatiendo de este modo, mediante las medidas oportunas, los estereotipos basados en la religión o las convicciones, en la etnia, en la raza, en la nacionalidad o en la cultura;

17. Invita a las organizaciones y agencias especializadas de las Naciones Unidas a contribuir, de acuerdo con su mandato, a la promoción y protección de la libertad de religión o convicciones, la tolerancia y la no discriminación;

18. Alienta igualmente a los Estados, en el nivel apropiado de gobierno, a las organizaciones no gubernamentales y a los otros miembros de la sociedad civil a aprovechar las actividades socio-culturales pertinentes de todo tipo para promover los objetivos de este documento;

19. Invita a todos los Estados, a la sociedad civil y a la comunidad internacional a promover los principios, objetivos y recomendaciones sobre educación escolar en relación con la libertad de religión o convicciones, la tolerancia y la no discriminación contenidos en este documento.

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ECLESALIA, 30 de noviembre de 2001

“LA IGLESIA CATÓLICA DEBE RESTABLECER EL DIACONADO FEMENINO”

AGENCIA IVICÓN, 29/11/02

Madrid

“En la actualidad, muchas religiosas están ejerciendo los ministerios que corresponden a un diácono ordenado: se les confía la dirección de algunas parroquias, la organización de la liturgia sin el sacrificio eucarístico, cuando falta el sacerdote; llevan la comunión a los enfermos y la distribuyen a los fieles, asisten como testigos a los matrimonios, bautizan, predican o explican la Palabra, presiden las exequias, están al frente de las catequesis de la parroquia, y, a veces, hasta cumplen las funciones de vicario pastoral. Ante esta situación, yo me pregunto: ¿por qué no conferir la ordenación diaconal a quienes, de hecho, están cumpliendo los ministerior de un diácono? ¿Por qué contentarse con la misión canónica, si, de hecho, tales funciones exigen el carácter sacramental?”.

Este amplio párrafo fue escrito en 1989 por el misionero claretiano Domiciano Fernández García, fallecido en Granada el 22 de julio de este año, al que el último número de la revista Vida Religiosa dedica un homenaje rescatando uno de los muchos articulos que publicó en ella, como miembro del Consejo de redacción, y que lleva por título “Las diaconisas: ministerio a recuperar en la Iglesia de hoy”.

Domiciano Fernández nació el año 1925 en San Pedro de Trones (León), un pueblo generoso en su aportación a la vida de la Iglesia española del siglo XX, pues de él son naturales Senén y Marciano Vidal, teólogo redentorista, monseñor Felipe Fernández, obispo de Tenerife y hermano de Domiciano, y sus otros tres hermanos sacerdotes, y en él nació también el claretiano e historiador de la vida religiosa Jesús Álvarez Gómez, fallecido también este año. Doctor en Teología, Fernández García fue desde 1955 miembro de la Sociedad Mariológica Española y dirigió durante 16 años la revista Ephemerides Mariologicae. Asimismo, era experto en patrología, escribió una docena de libros de temas teológicos y publicó más de 170 artículos y estudios.

En dicho artículo, Domiciano Fernández comenta que “si las religiosas y otras mujeres están cumpliendo una función diaconal que exige de suyo el orden sacramental, debe conferírseles; de lo contrario, surge una disfunción en la acción pastoral de la Iglesia”, porque “cuando falta la consagración sacramental, queda un vacío en el normal desarrollo de los ministerios”. El texto también añade que lo que el Concilio Vaticano II precisa sobre el restablecimiento del diaconado permanente masculino vale también para las mujeres, pues “sería funesto introducir en este punto discriminaciones, cuando no hay ninguna razón teológica que las justifique”. Por eso, “esperamos que no tardará en restablecerse en la Iglesia católica el diaconado femenino, pues en otras confesiones cristianas ya existe”, apunta el texto.

Para justificar su postura, el autor hace un recorrido por los ministerios femeninos en el Nuevo Testamento y repasa los documentos más antiguos de la historia de la Iglesia, hasta concluir que “después del siglo IV ya existen numerosos testimonios de la actividad o funciones de las diaconisas”, quienes “recibían la misma ordenación que los diáconos y gozaban del mismo rango dentro del sacramento del orden”.

Sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres, Fernández reconoce que actualmente existen razones de tradición muy fuertes que no la aconsejan de momento, “pero la Iglesia no progresa sólo con doctrinas y argumentos teológicos. Muchas veces es la misma vida y la praxis las que se imponen para caminar hacia delante”, concluye el articulista.

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